Hubo un tiempo feliz en el que la gente no presumía de ver series; simplemente las veía porque los días eran largos y había que espantar de alguna forma las horas muertas, tan propensas a llenarse de fantasmas y cosas peores. Quizás es la nostalgia del lunes, pero recuerdo que cuando devoré por primera vez ‘Mad Men’ no creía estar invirtiendo mi tiempo en el plazo fijo del culturetismo ; es más, seguramente me sentía culpable por no estar leyendo ‘Los sueños’ de Quevedo, como nos insistía una profesora de literatura que apenas creía en la existencia de la poesía posterior al siglo XVII. Aquella fue una época inocente y fugaz como una infancia , y terminó el día en que empezamos a repetir con alegría ilustrada que estábamos viviendo la Edad de Oro de la televisión, y que ‘Los Soprano’, por tanto, ya no era entretenimiento, sino algo más: era cultura, arte, cine. A partir de entonces no pasabas el rato con lo nuevo de HBO, sino que mejorabas tu capital cultureta: tan importante era ver ‘Breaking Bad’ como manejar la ‘nouvelle vague’ o citar las primeras frases de ‘Pedro Páramo’. Así, la gente empezó a devorar series con hambre de atleta, porque lo mejor ya no era verlas, ni comentarlas, ni disfrutarlas; lo mejor era decir que la habías visto, ponerte la medalla del seriéfilo, subirte al podio de la superioridad intelectual. Por eso a alguien se le ocurrió la feliz idea de ofrecer al espectador la posibilidad de reproducir los capítulos al doble de velocidad. Lo llamaron loco, pero el botón sigue ahí. También está en el Whatsapp. Ahora María Pombo ha dicho que hay que aceptar que exista gente a la que no le guste leer , como ella, y que eso no la hace peor. La reacción del mundillo lector solo ha confirmado su queja: tenéis que superarlo, amigos. Lo más pesado de la lectura siempre han sido sus defensores , gente que lee solo por apilar más libros en esa lista que sacan a relucir a la primera de cambio. Darían un ojo por ser capaces de leer al doble de velocidad con el otro, aunque eso menguara su disfrute; total, ya no recuerdan lo que era divertirse… Algún día los reels de Instagram serán cultura, y entonces nos darán la turra con la lista de sus influencers favoritos. Pero los llamarán creadores. Y cantarán sus bondades. Hubo un tiempo feliz en el que la gente no presumía de ver series; simplemente las veía porque los días eran largos y había que espantar de alguna forma las horas muertas, tan propensas a llenarse de fantasmas y cosas peores. Quizás es la nostalgia del lunes, pero recuerdo que cuando devoré por primera vez ‘Mad Men’ no creía estar invirtiendo mi tiempo en el plazo fijo del culturetismo ; es más, seguramente me sentía culpable por no estar leyendo ‘Los sueños’ de Quevedo, como nos insistía una profesora de literatura que apenas creía en la existencia de la poesía posterior al siglo XVII. Aquella fue una época inocente y fugaz como una infancia , y terminó el día en que empezamos a repetir con alegría ilustrada que estábamos viviendo la Edad de Oro de la televisión, y que ‘Los Soprano’, por tanto, ya no era entretenimiento, sino algo más: era cultura, arte, cine. A partir de entonces no pasabas el rato con lo nuevo de HBO, sino que mejorabas tu capital cultureta: tan importante era ver ‘Breaking Bad’ como manejar la ‘nouvelle vague’ o citar las primeras frases de ‘Pedro Páramo’. Así, la gente empezó a devorar series con hambre de atleta, porque lo mejor ya no era verlas, ni comentarlas, ni disfrutarlas; lo mejor era decir que la habías visto, ponerte la medalla del seriéfilo, subirte al podio de la superioridad intelectual. Por eso a alguien se le ocurrió la feliz idea de ofrecer al espectador la posibilidad de reproducir los capítulos al doble de velocidad. Lo llamaron loco, pero el botón sigue ahí. También está en el Whatsapp. Ahora María Pombo ha dicho que hay que aceptar que exista gente a la que no le guste leer , como ella, y que eso no la hace peor. La reacción del mundillo lector solo ha confirmado su queja: tenéis que superarlo, amigos. Lo más pesado de la lectura siempre han sido sus defensores , gente que lee solo por apilar más libros en esa lista que sacan a relucir a la primera de cambio. Darían un ojo por ser capaces de leer al doble de velocidad con el otro, aunque eso menguara su disfrute; total, ya no recuerdan lo que era divertirse… Algún día los reels de Instagram serán cultura, y entonces nos darán la turra con la lista de sus influencers favoritos. Pero los llamarán creadores. Y cantarán sus bondades.
Hubo un tiempo feliz en el que la gente no presumía de ver series; simplemente las veía porque los días eran largos y había que espantar de alguna forma las horas muertas, tan propensas a llenarse de fantasmas y cosas peores. Quizás es la nostalgia … del lunes, pero recuerdo que cuando devoré por primera vez ‘Mad Men’ no creía estar invirtiendo mi tiempo en el plazo fijo del culturetismo; es más, seguramente me sentía culpable por no estar leyendo ‘Los sueños’ de Quevedo, como nos insistía una profesora de literatura que apenas creía en la existencia de la poesía posterior al siglo XVII. Aquella fue una época inocente y fugaz como una infancia, y terminó el día en que empezamos a repetir con alegría ilustrada que estábamos viviendo la Edad de Oro de la televisión, y que ‘Los Soprano’, por tanto, ya no era entretenimiento, sino algo más: era cultura, arte, cine. A partir de entonces no pasabas el rato con lo nuevo de HBO, sino que mejorabas tu capital cultureta: tan importante era ver ‘Breaking Bad’ como manejar la ‘nouvelle vague’ o citar las primeras frases de ‘Pedro Páramo’. Así, la gente empezó a devorar series con hambre de atleta, porque lo mejor ya no era verlas, ni comentarlas, ni disfrutarlas; lo mejor era decir que la habías visto, ponerte la medalla del seriéfilo, subirte al podio de la superioridad intelectual. Por eso a alguien se le ocurrió la feliz idea de ofrecer al espectador la posibilidad de reproducir los capítulos al doble de velocidad. Lo llamaron loco, pero el botón sigue ahí. También está en el Whatsapp.
Ahora María Pombo ha dicho que hay que aceptar que exista gente a la que no le guste leer, como ella, y que eso no la hace peor. La reacción del mundillo lector solo ha confirmado su queja: tenéis que superarlo, amigos.
Lo más pesado de la lectura siempre han sido sus defensores, gente que lee solo por apilar más libros en esa lista que sacan a relucir a la primera de cambio. Darían un ojo por ser capaces de leer al doble de velocidad con el otro, aunque eso menguara su disfrute; total, ya no recuerdan lo que era divertirse… Algún día los reels de Instagram serán cultura, y entonces nos darán la turra con la lista de sus influencers favoritos. Pero los llamarán creadores. Y cantarán sus bondades.
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