Si «1936» se iniciaba con un Pau Casals entregado a la «Novena» de Beethoven: «Queridos amigos, no sé cuándo volveremos a estar juntos de nuevo. Os propongo que ejecutemos la sinfonía antes de separarnos»; Carlos Hipólito poco mimetizado con la amplia silueta del también director de orquesta.
«Sí llevo sus gafas», defiende el actor: «Cuando se interpreta a un personaje real, intentar hacer una imitación es estar condenado al fracaso estrepitoso. Nunca te vas a parecer. Es más interesante contar el espíritu de este hombre».
Para Hipólito, Casals fue «un hombre tremendamente emocional, hasta el punto de que hay grabaciones de la “Suite n.º 1” de Bach en las que se le escucha sollozar mientras toca. Es sobrecogedor y explica mucho más que montones de biografías», presenta.
[[QUOTE:PULL» rel=»https://www.larazon.es/cultura/20210816/mrt7sjm6ynhx3jhrbtmojbvlli.html» target=»_blank»>Su respuesta tenía trampa: podía perderlo todo o traicionar sus propios principios
Y son precisamente los seis movimientos de esta partitura los que estructurarán una obra firmada, junto a Yolanda García Serrano, y dirigida por un Juan Carlos Rubio que advierte de que «no somos “Tu cara me suena”. Aquí la caracterización va por dentro. Lo audiovisual busca una imitación más clara desde el físico; en el teatro el espectador viene a jugar».
El director abraza así esa máxima lorquiana que obliga a «recrear la historia con poesía e imaginación»: «No somos documentalistas», argumenta Rubio.
Con esa aclaración, «Música para Hitler» se topa con un Pau Casals (1876-1973) deprimido por el mundo que le rodea. «Triste. A punto de tirar la toalla. Es un héroe caído», sostiene el director. «Y los héroes lo son porque precisamente se enfrentan al miedo, no porque no lo tengan».
Exiliado junto a su mujer Tití (Kiti Mánver) al sureste Francia tras la Guerra Civil española, concretamente en Villa Colette, en Prades, el violonchelista dedicó sus recursos a ayudar a sus compatriotas hacinados en los campos de trabajo cercanos. Y en ese ambiente de la Francia ocupada por el régimen nazi, en 1943, en el que este genio recibió la invitación para tocar ante el Führer y sumarse a la causa como parte de la propaganda internacional.
En su respuesta se encuentra el dilema: el «no» le podría acarrear «terribles consecuencias»; por el contrario, el «sí» le enfrentaría con sus propios principios. «Fue un hombre comprometido con la música y la excelencia a la hora de tocar el violonchelo y como director de orquesta –explica Rubio–, pero también tuvo un compromiso fuerte con las libertades y la democracia. Nunca quiso tocar en dictaduras».
Casals «convirtió esta música en un arma por la paz, la tocaba de una manera activista en pro de sus ideales. No podía distanciarse del dolor ajeno. Luchó con su batuta y con su chelo por una causa más grande que él mismo», añade Hipólito.
En la ficción, Casals rumia una decisión que no es «spoiler», sino historia: dijo «no». «Supo hacerlo en un momento donde esa respuesta podía costarle todo», señala Rubio de una escena «que condensa su dignidad, su humanidad y su lucha. Con ese “no”, nos recuerda lo que somos capaces de perder o de defender. No es solo la historia de un genio de la música. Es la de un hombre enfrentado a un dilema moral que podría costarle la vida. Y es la historia de todos los que, en algún momento, deben decidir si ceden o resisten. Casals dijo “no”. Y ese “no” es un recordatorio de que siempre podemos elegir. Pero, ¿estamos eligiendo bien? ¿Somos conscientes de lo que significa ceder ante discursos autoritarios? ¿Nos damos cuenta de lo frágil que es la democracia?», se pregunta.
Inevitablemente, actores y director trasladan aquel momento «heroico» al hoy: «Se va pareciendo de una manera peligrosa al actual». «No estamos tan lejos de lo que se cuenta sobre este suceso de 1943», suma Marta Velilla (sobrina de Casals y Tití en la obra).
El conflicto del mensajero
Además, la función añade el conflicto interior del mensajero, Johann, el nazi encargado de llevarle el encargo al protagonista. El personaje de Cristóbal Suárez, violoncelista en la vida civil convertido en soldado por el reclutamiento bélico, se mueve entre la admiración más absoluta hacia su ídolo, el maestro Casals, y sus deberes militares.
Para Juan Carlos Rubio, estamos ante un hombre «seductor» que les ha servido a los autores para plantear al músico las mil maravillas de responder «sí». «Siempre ha coqueteado con el poder», dice Johann en referencia a los conciertos previos de Casals ante reyes y presidentes.
[[QUOTE:PULL|||Juan Carlos Rubio, director, abraza la máxima lorquiana de «recrear la historia con poesía»]]
«Se puede elegir. Vivimos rodeados de crueldad y es fácil dejarse llevar por la idea de que el sistema funciona así y que no hay otra opción, pero sí podemos elegir. A mí me ha tocado interpretar a un nazi y es importante no olvidar que deshumanizar a la víctima o al verdugo nos distancia de la idea principal de que estamos cerca, de que podemos mirar al otro y reconocerlo», explica Suárez, quien ha recibido, junto a Hipólito, las clases de un «coach» para coreografiar sus movimientos con el chelo.
«No había tocado uno en mi vida», revela el actor principal, «y Enrico [Barbaro] ha conseguido que parezca que lo hacemos. Es importante familiarizarse y saber cómo tocarlo, cogerlo, manejar los brazos… Y creo que lo hemos conseguido porque pese al “playback” nos han llegado a decir que «qué bien suena»», ríe Hipólito.
- Dónde: Teatros del Canal, Madrid. Cuándo: hasta el 20 de abril. Cuánto: desde 9 euros.
El violonchelista estuvo entre la espada y la pared en un episodio de 1943 que ahora recrea Carlos Hipólito en ‘Música para Hitler’
Si «1936» se iniciaba con un Pau Casals entregado a la «Novena» de Beethoven: «Queridos amigos, no sé cuándo volveremos a estar juntos de nuevo. Os propongo que ejecutemos la sinfonía antes de separarnos»; en «Música para Hitler» (Teatros del Canal), el violonchelista se muestra hundido: «No voy a volver a tocar nunca más», declama al comienzo de la trama un Carlos Hipólito poco mimetizado con la amplia silueta del también director de orquesta.
«Sí llevo sus gafas», defiende el actor: «Cuando se interpreta a un personaje real, intentar hacer una imitación es estar condenado al fracaso estrepitoso. Nunca te vas a parecer. Es más interesante contar el espíritu de este hombre».
Para Hipólito, Casals fue «un hombre tremendamente emocional, hasta el punto de que hay grabaciones de la “Suite n.º 1” de Bach en las que se le escucha sollozar mientras toca. Es sobrecogedor y explica mucho más que montones de biografías», presenta.
Su respuesta tenía trampa: podía perderlo todo o traicionar sus propios principios
Y son precisamente los seis movimientos de esta partitura los que estructurarán una obra firmada, junto a Yolanda García Serrano, y dirigida por un Juan Carlos Rubio que advierte de que «no somos “Tu cara me suena”. Aquí la caracterización va por dentro. Lo audiovisual busca una imitación más clara desde el físico; en el teatro el espectador viene a jugar».
El director abraza así esa máxima lorquiana que obliga a «recrear la historia con poesía e imaginación»: «No somos documentalistas», argumenta Rubio.
Con esa aclaración, «Música para Hitler» se topa con un Pau Casals (1876-1973) deprimido por el mundo que le rodea. «Triste. A punto de tirar la toalla. Es un héroe caído», sostiene el director. «Y los héroes lo son porque precisamente se enfrentan al miedo, no porque no lo tengan».
Exiliado junto a su mujer Tití (Kiti Mánver) al sureste Francia tras la Guerra Civil española, concretamente en Villa Colette, en Prades, el violonchelista dedicó sus recursos a ayudar a sus compatriotas hacinados en los campos de trabajo cercanos. Y en ese ambiente de la Francia ocupada por el régimen nazi, en 1943, en el que este genio recibió la invitación para tocar ante el Führer y sumarse a la causa como parte de la propaganda internacional.

En su respuesta se encuentra el dilema: el «no» le podría acarrear «terribles consecuencias»; por el contrario, el «sí» le enfrentaría con sus propios principios. «Fue un hombre comprometido con la música y la excelencia a la hora de tocar el violonchelo y como director de orquesta –explica Rubio–, pero también tuvo un compromiso fuerte con las libertades y la democracia. Nunca quiso tocar en dictaduras».
Casals «convirtió esta música en un arma por la paz, la tocaba de una manera activista en pro de sus ideales. No podía distanciarse del dolor ajeno. Luchó con su batuta y con su chelo por una causa más grande que él mismo», añade Hipólito.
En la ficción, Casals rumia una decisión que no es «spoiler», sino historia: dijo «no». «Supo hacerlo en un momento donde esa respuesta podía costarle todo», señala Rubio de una escena «que condensa su dignidad, su humanidad y su lucha. Con ese “no”, nos recuerda lo que somos capaces de perder o de defender. No es solo la historia de un genio de la música. Es la de un hombre enfrentado a un dilema moral que podría costarle la vida. Y es la historia de todos los que, en algún momento, deben decidir si ceden o resisten. Casals dijo “no”. Y ese “no” es un recordatorio de que siempre podemos elegir. Pero, ¿estamos eligiendo bien? ¿Somos conscientes de lo que significa ceder ante discursos autoritarios? ¿Nos damos cuenta de lo frágil que es la democracia?», se pregunta.
Inevitablemente, actores y director trasladan aquel momento «heroico» al hoy: «Se va pareciendo de una manera peligrosa al actual». «No estamos tan lejos de lo que se cuenta sobre este suceso de 1943», suma Marta Velilla (sobrina de Casals y Tití en la obra).
Además, la función añade el conflicto interior del mensajero, Johann, el nazi encargado de llevarle el encargo al protagonista. El personaje de Cristóbal Suárez, violoncelista en la vida civil convertido en soldado por el reclutamiento bélico, se mueve entre la admiración más absoluta hacia su ídolo, el maestro Casals, y sus deberes militares.
Para Juan Carlos Rubio, estamos ante un hombre «seductor» que les ha servido a los autores para plantear al músico las mil maravillas de responder «sí». «Siempre ha coqueteado con el poder», dice Johann en referencia a los conciertos previos de Casals ante reyes y presidentes.
Juan Carlos Rubio, director, abraza la máxima lorquiana de «recrear la historia con poesía»
«Se puede elegir. Vivimos rodeados de crueldad y es fácil dejarse llevar por la idea de que el sistema funciona así y que no hay otra opción, pero sí podemos elegir. A mí me ha tocado interpretar a un nazi y es importante no olvidar que deshumanizar a la víctima o al verdugo nos distancia de la idea principal de que estamos cerca, de que podemos mirar al otro y reconocerlo», explica Suárez, quien ha recibido, junto a Hipólito, las clases de un «coach» para coreografiar sus movimientos con el chelo.
«No había tocado uno en mi vida», revela el actor principal, «y Enrico [Barbaro] ha conseguido que parezca que lo hacemos. Es importante familiarizarse y saber cómo tocarlo, cogerlo, manejar los brazos… Y creo que lo hemos conseguido porque pese al “playback” nos han llegado a decir que «qué bien suena»», ríe Hipólito.
- Dónde: Teatros del Canal, Madrid. Cuándo: hasta el 20 de abril. Cuánto: desde 9 euros.
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