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Durante la pandemia, la escritora mapuche Daniela Catrileo dejó atrás el ritmo vertiginoso de la capital, Santiago, y se mudó al cerro Playa Ancha, en Valparaíso. Desde esa ciudad costera, con vista al Pacífico y construcciones que parecen colgar de los cerros, el olor a mar —que describe como una mezcla intensa de sal y algas en descomposición— se volvió una presencia constante. “Al venirme, empecé a notar estos fenómenos del territorio, y esa experiencia vital fue despertando una obsesión en la escritura”, dice Catrileo desde una habitación repleta de libros en su casa. La fijación por ese olor denso la acompañó en la escritura de Chilco, su más reciente novela, publicada por Seix Barral y nacida como “un poema extenso que cada vez se fue alargando más”.
La historia sigue a Marina y Pascale, dos personajes que intentan sobrevivir en una ciudad y en un territorio que no les pertenece, antes de marcharse a Chilco, una isla tan viva como los personajes en el relato de Catrileo. Con una narrativa que dialoga con las tensiones sociales y políticas actuales de Chile, Chilco también incorpora debates más amplios sobre el decolonialismo y la representación indígena.
En su país, Chilco ganó recientemente el Premio Municipal de Literatura de Santiago en la categoría de novela, uno de los más importantes en ese formato. En el extranjero, despertó un interés inesperado por la literatura mapuche, especialmente tras ser traducida al danés y al inglés, y ser recomendada por la cantante Dua Lipa en su boletín Service95: “Chilco cuestiona las raíces, la identidad y las heridas del colonialismo”, escribió Lipa sobre el libro.
Profesora de filosofía y charlista sobre literatura, escritura, poesía y estética, Catrileo se ha consolidado en Chile como una de las voces más reconocidas de su generación, con una obra —tanto narrativa como poética— que gira en torno a cómo se escribe el presente de los pueblos indígenas. Descendiente de una familia oriunda de Chañil-Quilaco, una comunidad ubicada al interior de Nueva Imperial, en La Araucanía, se reconoce parte de la diáspora mapuche: una generación nacida en comunas periféricas y rurales como San Bernardo, en ciudades como Santiago, que creció lejos de los territorios históricos de sus ancestros. “Es una historia que heredamos —dice—. Es el relato que está allí presente, parte de nuestra memoria colectiva. Es parte de las conversaciones que surgen cuando hablamos de historia familiar, cuando hacemos preguntas acerca de las infancias de nuestras familias, y nos reconocemos en esa migración”. Para ella, sin embargo, la ciudad no fue un lugar de pérdida, sino de reconfiguración. “Hemos conformado comunidades a partir de también vivir en la ciudad. Santiago es una ciudad muy indígena en ese sentido también”.
La traducción de su libro no ha sido solo una tarea lingüística, sino también un ejercicio de diálogo y creación compartida. Por el carácter poético del libro —lleno de metáforas e imágenes cargadas de sentido—, traducirlo implicó explicar lo que no siempre se puede explicar. “Establecer vínculos y alianzas con traductores y traductoras, para que pudieran imaginarse lo que yo me estaba imaginando”, cuenta. Uno de sus objetivos fue que las lenguas originarias presentes en la novela —el mapudungun, el quechua, el aymara— convivieran con el idioma de destino sin necesidad de glosarios ni notas al pie.
Pregunta. ¿Cómo la traducción y la difusión internacional de Chilco pueden cambiar la percepción de la literatura mapuche fuera de Chile?
Respuesta. La literatura mapuche es bien valorada, especialmente en Latinoamérica y en algunos países de Europa, pero principalmente lo que llega es poesía. Es lo que más se escribe también desde el pueblo mapuche, en Argentina y en Chile. Pero quizás son un par de nombres los que más llegan. Pienso en Elicura Chihuailaf en Chile y en Moira Millán en Argentina. Estoy expectante para ver qué sucede. Más allá de lo mapuche, Chilco está imaginando alianzas con otros pueblos indígenas, por lo que puede ser una experiencia transversal en torno a temas como la colonización, la herida colonial o los pueblos históricamente oprimidos. Diría que es un libro que no deja de lado la búsqueda estética relacionada con la naturaleza y pone en evidencia el extractivismo, que son cuestiones que siguen pasando, y de las que la literatura mapuche ha estado muy atenta los últimos años en evidenciar, relatar o, de alguna forma, poner el foco en aquellas imágenes de la devastación.
P. En Chilco, Mari dice que le conmueve cómo Pascale lleva consigo todo un territorio. ¿A usted también le pasa eso?
R. Es algo que me pasa observando a mi familia. Para mí hay una cuestión que está mucho más asociada a no sentirme de un lugar en específico, a pesar de que reivindique la comunidad de mi familia. Siempre he estado existiendo en torno al viaje. No hay un lugar específico donde situarme. Ni siquiera San Bernardo lo siento como mi lugar. Pero cuando pienso en esa frase, pienso en mi abuelo y en mi papá. Se me vienen enseguida a la memoria. Creo que en esa observación de entender el amor, de entender cómo una memoria es fecunda a partir de un lugar en el que se nace, porque estuviste desde niño en ese lugar y comprendiste una lengua específica de cómo el territorio te habla, es un territorio vivo y todo ese territorio vivo es parte de tu lenguaje desde la infancia. Entonces siento que hay otro tipo de comunicación y relación con la naturaleza. Para mí, todos esos aprendizajes son a partir de ellos y de lo que ellos me han enseñado. Entonces, cuando esa imagen o esa frase se aplica, más que para mí, la pienso muy en torno a este tipo de aprendizaje que tuve con ellos: mi familia.
P. ¿Puede ser la relación con el territorio una idea que cruce fronteras, especialmente en un contexto de crisis climática?
R. Hay personas muy interesadas hoy en aprender de epistemologías indígenas diversas. Hay nombres que resuenan dentro de la literatura del continente y que pertenecen a pueblos originarios. Pienso lo que ocurre hoy con movimientos intelectuales que están yendo a buscar voces más allá de lo humano, o todo el materialismo poshumano. Hay una búsqueda que no solamente obedece a esta cuestión de la crisis climática: también a aprender otro tipo de lenguaje que quizás ya estaba aquí y no ha sido tomado en cuenta como el pensamiento occidental. Hay una reivindicación importante de ciertos sectores de población que les interesa saber qué están opinando algunas chamanes, algunas machi o qué literatura están haciendo algunos pueblos originarios, reivindicando no solamente la cuestión de lo sacro, sino también la protección de los territorios, especialmente en torno a la devastación.
P. ¿Qué rol juega la literatura?
R. Uno muy importante en el sentido de difundir lo que está pasando, pero también otro tipo de lenguaje o de difundir otro tipo de epistemología que podemos mirar. Yo sé que no se van a generar cambios de estructurales, pero sí se pueden evidenciar otras maneras de organización comunal, por ejemplo, y de cómo podemos tomar estos gestos a través de posiciones micropolíticas en las comunidades en las que vivimos. No es necesario vivir en una comunidad indígena para realizar cambios en torno a los territorios a los que vivimos. Podemos constatar allí, lo que sucede barrialmente, las condiciones que están dadas en nuestras comunidades, y nos puede ayudar mucho este otro tipo de pensamiento. No solo se está propiciando una protección; también son pensamientos que llevan mucho tiempo conviviendo en estos territorios y que quizás no se han mirado de la misma manera.
P. ¿Hay una hegemonía en la forma en que se cuentan los relatos de los pueblos originarios?
R. Si uno piensa incluso en el currículum nacional, en los años noventa, todavía se decía en los libros de historia que los mapuches ‘habían sido’ o ‘ya fueron’. Era una historia muy pétrea de los pueblos originarios. En las últimas décadas, ha habido muchos intelectuales, comunidades y personas de distintos pueblos originarios que han reivindicado su historia a partir de los relatos familiares, de las memorias políticas que guardamos en nuestros territorios, pero todavía no son las voces mayoritarias. Todavía hay una historia desde un lugar que es la que se cuenta. Creo que es algo que va siendo modificado a partir de todo este cúmulo de personas que se han interesado también por relatar lo que ha pasado desde el otro lugar, pero creo que (todavía existe una) hegemonía (en los relatos) desde el lugar colonial.
P. ¿Qué puede enseñar el pueblo mapuche de su relación con el territorio?
R. Es importante entender, primero, de qué manera fuimos despojados de nuestros territorios, y cómo esa expoliación, y ese despojo, hizo que también nuestra relación con el territorio cambiara a partir de la ocupación colonial en nuestros lugares. Nuestros territorios eran amplios y fecundos. No éramos un pueblo empobrecido. Ese empobrecimiento de las políticas coloniales que hay en torno al territorio. Entonces, por un lado, es un territorio que se defiende contra esa ocupación colonial. Y, por otro lado, hay un entendimiento dado a través de los relatos orales y la espiritualidad que hoy defienden muchas comunidades, especialmente a través de las líderes que pueden ser machi o lawentuchef, curanderas que saben que nuestro territorio tiene su lenguaje propio. Ahí están las hierbas medicinales, los ríos y los lagos donde no solamente existe lo que podemos ver, sino las otras formas de vida que no son visibles para los humanos, pero que sabemos que existen y son parte también de nuestros relatos. Y por eso se hace rogativa y ceremonias en torno de esos lugares. Son lugares que guardan una memoria espiritual y están vivos también. Existen esas maneras de aprenderlo y, si queremos combinarlas, creo que es mucho mejor. Es una lucha política y espiritual en un mismo momento.
La autora de ‘Chilco’ reflexiona sobre el vínculo del pueblo mapuche con su tierra, el rol de la literatura frente al extractivismo y la urgencia de recuperar otras formas de conocimiento
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Durante la pandemia, la escritora mapuche Daniela Catrileo dejó atrás el ritmo vertiginoso de la capital, Santiago, y se mudó al cerro Playa Ancha, en Valparaíso. Desde esa ciudad costera, con vista al Pacífico y construcciones que parecen colgar de los cerros, el olor a mar —que describe como una mezcla intensa de sal y algas en descomposición— se volvió una presencia constante. “Al venirme, empecé a notar estos fenómenos del territorio, y esa experiencia vital fue despertando una obsesión en la escritura”, dice Catrileo desde una habitación repleta de libros en su casa. La fijación por ese olor denso la acompañó en la escritura de Chilco, su más reciente novela, publicada por Seix Barral y nacida como “un poema extenso que cada vez se fue alargando más”.
La historia sigue a Marina y Pascale, dos personajes que intentan sobrevivir en una ciudad y en un territorio que no les pertenece, antes de marcharse a Chilco, una isla tan viva como los personajes en el relato de Catrileo. Con una narrativa que dialoga con las tensiones sociales y políticas actuales de Chile, Chilco también incorpora debates más amplios sobre el decolonialismo y la representación indígena.
En su país, Chilco ganó recientemente el Premio Municipal de Literatura de Santiago en la categoría de novela, uno de los más importantes en ese formato. En el extranjero, despertó un interés inesperado por la literatura mapuche, especialmente tras ser traducida al danés y al inglés, y ser recomendada por la cantante Dua Lipa en su boletín Service95: “Chilco cuestiona las raíces, la identidad y las heridas del colonialismo”, escribió Lipa sobre el libro.
Profesora de filosofía y charlista sobre literatura, escritura, poesía y estética, Catrileo se ha consolidado en Chile como una de las voces más reconocidas de su generación, con una obra —tanto narrativa como poética— que gira en torno a cómo se escribe el presente de los pueblos indígenas. Descendiente de una familia oriunda de Chañil-Quilaco, una comunidad ubicada al interior de Nueva Imperial, en La Araucanía, se reconoce parte de la diáspora mapuche: una generación nacida en comunas periféricas y rurales como San Bernardo, en ciudades como Santiago, que creció lejos de los territorios históricos de sus ancestros. “Es una historia que heredamos —dice—. Es el relato que está allí presente, parte de nuestra memoria colectiva. Es parte de las conversaciones que surgen cuando hablamos de historia familiar, cuando hacemos preguntas acerca de las infancias de nuestras familias, y nos reconocemos en esa migración”. Para ella, sin embargo, la ciudad no fue un lugar de pérdida, sino de reconfiguración. “Hemos conformado comunidades a partir de también vivir en la ciudad. Santiago es una ciudad muy indígena en ese sentido también”.
La traducción de su libro no ha sido solo una tarea lingüística, sino también un ejercicio de diálogo y creación compartida. Por el carácter poético del libro —lleno de metáforas e imágenes cargadas de sentido—, traducirlo implicó explicar lo que no siempre se puede explicar. “Establecer vínculos y alianzas con traductores y traductoras, para que pudieran imaginarse lo que yo me estaba imaginando”, cuenta. Uno de sus objetivos fue que las lenguas originarias presentes en la novela —el mapudungun, el quechua, el aymara— convivieran con el idioma de destino sin necesidad de glosarios ni notas al pie.

Pregunta. ¿Cómo la traducción y la difusión internacional de Chilco pueden cambiar la percepción de la literatura mapuche fuera de Chile?
Respuesta. La literatura mapuche es bien valorada, especialmente en Latinoamérica y en algunos países de Europa, pero principalmente lo que llega es poesía. Es lo que más se escribe también desde el pueblo mapuche, en Argentina y en Chile. Pero quizás son un par de nombres los que más llegan. Pienso en Elicura Chihuailaf en Chile y en Moira Millán en Argentina. Estoy expectante para ver qué sucede. Más allá de lo mapuche, Chilco está imaginando alianzas con otros pueblos indígenas, por lo que puede ser una experiencia transversal en torno a temas como la colonización, la herida colonial o los pueblos históricamente oprimidos. Diría que es un libro que no deja de lado la búsqueda estética relacionada con la naturaleza y pone en evidencia el extractivismo, que son cuestiones que siguen pasando, y de las que la literatura mapuche ha estado muy atenta los últimos años en evidenciar, relatar o, de alguna forma, poner el foco en aquellas imágenes de la devastación.
P. En Chilco, Mari dice que le conmueve cómo Pascale lleva consigo todo un territorio. ¿A usted también le pasa eso?
R. Es algo que me pasa observando a mi familia. Para mí hay una cuestión que está mucho más asociada a no sentirme de un lugar en específico, a pesar de que reivindique la comunidad de mi familia. Siempre he estado existiendo en torno al viaje. No hay un lugar específico donde situarme. Ni siquiera San Bernardo lo siento como mi lugar. Pero cuando pienso en esa frase, pienso en mi abuelo y en mi papá. Se me vienen enseguida a la memoria. Creo que en esa observación de entender el amor, de entender cómo una memoria es fecunda a partir de un lugar en el que se nace, porque estuviste desde niño en ese lugar y comprendiste una lengua específica de cómo el territorio te habla, es un territorio vivo y todo ese territorio vivo es parte de tu lenguaje desde la infancia. Entonces siento que hay otro tipo de comunicación y relación con la naturaleza. Para mí, todos esos aprendizajes son a partir de ellos y de lo que ellos me han enseñado. Entonces, cuando esa imagen o esa frase se aplica, más que para mí, la pienso muy en torno a este tipo de aprendizaje que tuve con ellos: mi familia.
P. ¿Puede ser la relación con el territorio una idea que cruce fronteras, especialmente en un contexto de crisis climática?
R. Hay personas muy interesadas hoy en aprender de epistemologías indígenas diversas. Hay nombres que resuenan dentro de la literatura del continente y que pertenecen a pueblos originarios. Pienso lo que ocurre hoy con movimientos intelectuales que están yendo a buscar voces más allá de lo humano, o todo el materialismo poshumano. Hay una búsqueda que no solamente obedece a esta cuestión de la crisis climática: también a aprender otro tipo de lenguaje que quizás ya estaba aquí y no ha sido tomado en cuenta como el pensamiento occidental. Hay una reivindicación importante de ciertos sectores de población que les interesa saber qué están opinando algunas chamanes, algunas machi o qué literatura están haciendo algunos pueblos originarios, reivindicando no solamente la cuestión de lo sacro, sino también la protección de los territorios, especialmente en torno a la devastación.
P. ¿Qué rol juega la literatura?
R. Uno muy importante en el sentido de difundir lo que está pasando, pero también otro tipo de lenguaje o de difundir otro tipo de epistemología que podemos mirar. Yo sé que no se van a generar cambios de estructurales, pero sí se pueden evidenciar otras maneras de organización comunal, por ejemplo, y de cómo podemos tomar estos gestos a través de posiciones micropolíticas en las comunidades en las que vivimos. No es necesario vivir en una comunidad indígena para realizar cambios en torno a los territorios a los que vivimos. Podemos constatar allí, lo que sucede barrialmente, las condiciones que están dadas en nuestras comunidades, y nos puede ayudar mucho este otro tipo de pensamiento. No solo se está propiciando una protección; también son pensamientos que llevan mucho tiempo conviviendo en estos territorios y que quizás no se han mirado de la misma manera.
P. ¿Hay una hegemonía en la forma en que se cuentan los relatos de los pueblos originarios?
R. Si uno piensa incluso en el currículum nacional, en los años noventa, todavía se decía en los libros de historia que los mapuches ‘habían sido’ o ‘ya fueron’. Era una historia muy pétrea de los pueblos originarios. En las últimas décadas, ha habido muchos intelectuales, comunidades y personas de distintos pueblos originarios que han reivindicado su historia a partir de los relatos familiares, de las memorias políticas que guardamos en nuestros territorios, pero todavía no son las voces mayoritarias. Todavía hay una historia desde un lugar que es la que se cuenta. Creo que es algo que va siendo modificado a partir de todo este cúmulo de personas que se han interesado también por relatar lo que ha pasado desde el otro lugar, pero creo que (todavía existe una) hegemonía (en los relatos) desde el lugar colonial.

P. ¿Qué puede enseñar el pueblo mapuche de su relación con el territorio?
R. Es importante entender, primero, de qué manera fuimos despojados de nuestros territorios, y cómo esa expoliación, y ese despojo, hizo que también nuestra relación con el territorio cambiara a partir de la ocupación colonial en nuestros lugares. Nuestros territorios eran amplios y fecundos. No éramos un pueblo empobrecido. Ese empobrecimiento de las políticas coloniales que hay en torno al territorio. Entonces, por un lado, es un territorio que se defiende contra esa ocupación colonial. Y, por otro lado, hay un entendimiento dado a través de los relatos orales y la espiritualidad que hoy defienden muchas comunidades, especialmente a través de las líderes que pueden ser machi o lawentuchef, curanderas que saben que nuestro territorio tiene su lenguaje propio. Ahí están las hierbas medicinales, los ríos y los lagos donde no solamente existe lo que podemos ver, sino las otras formas de vida que no son visibles para los humanos, pero que sabemos que existen y son parte también de nuestros relatos. Y por eso se hace rogativa y ceremonias en torno de esos lugares. Son lugares que guardan una memoria espiritual y están vivos también. Existen esas maneras de aprenderlo y, si queremos combinarlas, creo que es mucho mejor. Es una lucha política y espiritual en un mismo momento.
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