Nunca olvidaré la librería de viejo del Raval barcelonés donde compré ‘El misterio de la cripta embrujada’. El ejemplar llevaba marcado en lápiz el precio: 290 pesetas. Primera edición, abril de 1979. Mi autorregalo por Sant Jordi. Empecé a leer: « Habíamos salido a ganar; podíamos hacerlo ». Un locatis jugando al fútbol con otros de su condición en el patio del Frenopático de Les Corts.Acababa de conocer al detective de las pepsicolas al que seguiría en ‘El laberinto de las aceitunas’, ‘La aventura del tocador de señoras’ o ‘El secreto de la modelo extraviada’. El padre de la criatura era Eduardo Mendoza Garriga (Barcelona, 1943) un señor con chaqueta y corbata que con su aliño indumentario de buen burgués encubría una pulsión libertaria. Años más tarde, cuando lo conocí mejor, me confesó que « todo lo que digo y cuento soy yo. Todo es fondo de armario ». Que su literatura, pese a la aparente facilidad, requiere muchas horas trabajando el párrafo.Mendoza debutó en 1975 con ‘La verdad sobre el caso Savolta’. El título original era ‘Los soldados de Cataluña’ pero como la censura intimidaba, Pere Gimferrer le recomendó lo del caso Savolta. Antes de dedicarse a la literatura, Mendoza había ejercido de abogado e intérprete en las Naciones Unidas y en viajes de alta política : en una foto aparece en el encuentro de Felipe González y Ronald Reagan.Si Mendoza extrae sus personajes del fondo de armario, además del detective «pepsicolero» podría ser el Onofre Bouvila de ‘La ciudad de los prodigios’, eterno trepador que siempre aprovecha el contexto histórico: en este caso, las exposiciones de 1888 y 1929 en Barcelona. Podemos, incluso, imaginar a Mendoza con la mirada del marciano de ‘En busca de Gurb’ que aterriza en la Barcelona olímpica y toma el cuerpo de Marta Sánchez.Su narrativa puede dividirse en tres apartados. Las novelas de personajes que son fondo de armario -el detective, Gurb, Bouvila- se combinan con títulos más «serios» -‘El año del diluvio’, ‘Una comedia ligera’, ‘Mauricio o las elecciones primarias’- y expansiones caricaturescas como ‘El asombroso viaje de Pomponio Flato’.Conversar con Mendoza es una fiesta de la inteligencia y el (buen) humor. Admira su gracia para dar puñetazos a la imbecilidad sin perder esa sonrisa que le achina los ojos. Cuando se topa con un imbécil, no le contradice: deja que largue y lo convierte en carne de novela. Escritor catalán en lengua castellana que sabe mucho más de Cataluña que aquellos que tan presumen de amarla con fervor, juguetea con la fauna política que tantas veces, demasiadas, nos avergüenza: «Soy el alcalde de Barcelona y estoy haciendo campaña electoral. Ya saben: reírme como un cretino con las verduleras, inaugurar un derribo y hacer ver que me como una paella asquerosa. Hoy me toca esta mierda de barrio. ¿Estamos en directo? Ah, vaya. Habérmelo dicho», dice un alcalde barcelonés que no se había percatado de que le estaban grabando.El método Mendoza radica en la parodia del lenguaje culto puesto en boca de personajes marginales . También en caricaturizar la psicología de la burguesía catalana que tan bien conoce. Cuando esos burgueses se pusieron a jalear un proceso independentista que llamaba a la confrontación con el Estado -Artur Mas abrazado al cupero Fernández- Mendoza aportó su diagnóstico: «Que la burguesía se alíe con sectores revolucionarios cuyo programa incluye el exterminio de la propia burguesía no se entiende si no se toma en consideración el factor del resentimiento».MÁS INFORMACIÓN No Eduardo Mendoza, premio Princesa de Asturias de las Letras 2025 No Cinco títulos esenciales de Eduardo MendozaAunque amaga con dejar de escribir, al poco rato se pregunta qué va a hacer si no es escribir. Eso explica que, ya octogenario, se resista a la orfandad de sus numerosos lectores. Bajo el trasunto de Rufo Batalla destiló sus memorias en la trilogía de ‘El rey recibe’, ‘El negociado del yin y el yang’ y ‘Transbordo en Moscú’. La verdad sobre el caso Mendoza es que en realidad preferiría escribir teatro que novelas . Compartimos en voz baja el veredicto de un estreno teatral. «Vaya pestiño». Y la sonrisa le achina los ojos.Y si uno le dice aquello de que la vejez aporta sabiduría, le responde que en edades avanzadas se dicen muchas tonterías. No es tu caso, Eduardo. Saliste a ganar, podías hacerlo. Nunca olvidaré la librería de viejo del Raval barcelonés donde compré ‘El misterio de la cripta embrujada’. El ejemplar llevaba marcado en lápiz el precio: 290 pesetas. Primera edición, abril de 1979. Mi autorregalo por Sant Jordi. Empecé a leer: « Habíamos salido a ganar; podíamos hacerlo ». Un locatis jugando al fútbol con otros de su condición en el patio del Frenopático de Les Corts.Acababa de conocer al detective de las pepsicolas al que seguiría en ‘El laberinto de las aceitunas’, ‘La aventura del tocador de señoras’ o ‘El secreto de la modelo extraviada’. El padre de la criatura era Eduardo Mendoza Garriga (Barcelona, 1943) un señor con chaqueta y corbata que con su aliño indumentario de buen burgués encubría una pulsión libertaria. Años más tarde, cuando lo conocí mejor, me confesó que « todo lo que digo y cuento soy yo. Todo es fondo de armario ». Que su literatura, pese a la aparente facilidad, requiere muchas horas trabajando el párrafo.Mendoza debutó en 1975 con ‘La verdad sobre el caso Savolta’. El título original era ‘Los soldados de Cataluña’ pero como la censura intimidaba, Pere Gimferrer le recomendó lo del caso Savolta. Antes de dedicarse a la literatura, Mendoza había ejercido de abogado e intérprete en las Naciones Unidas y en viajes de alta política : en una foto aparece en el encuentro de Felipe González y Ronald Reagan.Si Mendoza extrae sus personajes del fondo de armario, además del detective «pepsicolero» podría ser el Onofre Bouvila de ‘La ciudad de los prodigios’, eterno trepador que siempre aprovecha el contexto histórico: en este caso, las exposiciones de 1888 y 1929 en Barcelona. Podemos, incluso, imaginar a Mendoza con la mirada del marciano de ‘En busca de Gurb’ que aterriza en la Barcelona olímpica y toma el cuerpo de Marta Sánchez.Su narrativa puede dividirse en tres apartados. Las novelas de personajes que son fondo de armario -el detective, Gurb, Bouvila- se combinan con títulos más «serios» -‘El año del diluvio’, ‘Una comedia ligera’, ‘Mauricio o las elecciones primarias’- y expansiones caricaturescas como ‘El asombroso viaje de Pomponio Flato’.Conversar con Mendoza es una fiesta de la inteligencia y el (buen) humor. Admira su gracia para dar puñetazos a la imbecilidad sin perder esa sonrisa que le achina los ojos. Cuando se topa con un imbécil, no le contradice: deja que largue y lo convierte en carne de novela. Escritor catalán en lengua castellana que sabe mucho más de Cataluña que aquellos que tan presumen de amarla con fervor, juguetea con la fauna política que tantas veces, demasiadas, nos avergüenza: «Soy el alcalde de Barcelona y estoy haciendo campaña electoral. Ya saben: reírme como un cretino con las verduleras, inaugurar un derribo y hacer ver que me como una paella asquerosa. Hoy me toca esta mierda de barrio. ¿Estamos en directo? Ah, vaya. Habérmelo dicho», dice un alcalde barcelonés que no se había percatado de que le estaban grabando.El método Mendoza radica en la parodia del lenguaje culto puesto en boca de personajes marginales . También en caricaturizar la psicología de la burguesía catalana que tan bien conoce. Cuando esos burgueses se pusieron a jalear un proceso independentista que llamaba a la confrontación con el Estado -Artur Mas abrazado al cupero Fernández- Mendoza aportó su diagnóstico: «Que la burguesía se alíe con sectores revolucionarios cuyo programa incluye el exterminio de la propia burguesía no se entiende si no se toma en consideración el factor del resentimiento».MÁS INFORMACIÓN No Eduardo Mendoza, premio Princesa de Asturias de las Letras 2025 No Cinco títulos esenciales de Eduardo MendozaAunque amaga con dejar de escribir, al poco rato se pregunta qué va a hacer si no es escribir. Eso explica que, ya octogenario, se resista a la orfandad de sus numerosos lectores. Bajo el trasunto de Rufo Batalla destiló sus memorias en la trilogía de ‘El rey recibe’, ‘El negociado del yin y el yang’ y ‘Transbordo en Moscú’. La verdad sobre el caso Mendoza es que en realidad preferiría escribir teatro que novelas . Compartimos en voz baja el veredicto de un estreno teatral. «Vaya pestiño». Y la sonrisa le achina los ojos.Y si uno le dice aquello de que la vejez aporta sabiduría, le responde que en edades avanzadas se dicen muchas tonterías. No es tu caso, Eduardo. Saliste a ganar, podías hacerlo.
Conversar con Mendoza es una fiesta de la inteligencia y el (buen) humor. Admira su gracia para dar puñetazos a la imbecilidad sin perder esa sonrisa que le achina los ojos
Nunca olvidaré la librería de viejo del Raval barcelonés donde compré ‘El misterio de la cripta embrujada’. El ejemplar llevaba marcado en lápiz el precio: 290 pesetas. Primera edición, abril de 1979. Mi autorregalo por Sant Jordi. Empecé a leer: «Habíamos salido a ganar; podíamos … hacerlo». Un locatis jugando al fútbol con otros de su condición en el patio del Frenopático de Les Corts.
Acababa de conocer al detective de las pepsicolas al que seguiría en ‘El laberinto de las aceitunas’, ‘La aventura del tocador de señoras’ o ‘El secreto de la modelo extraviada’. El padre de la criatura era Eduardo Mendoza Garriga (Barcelona, 1943) un señor con chaqueta y corbata que con su aliño indumentario de buen burgués encubría una pulsión libertaria. Años más tarde, cuando lo conocí mejor, me confesó que «todo lo que digo y cuento soy yo. Todo es fondo de armario». Que su literatura, pese a la aparente facilidad, requiere muchas horas trabajando el párrafo.
Mendoza debutó en 1975 con ‘La verdad sobre el caso Savolta’. El título original era ‘Los soldados de Cataluña’ pero como la censura intimidaba, Pere Gimferrer le recomendó lo del caso Savolta. Antes de dedicarse a la literatura, Mendoza había ejercido de abogado e intérprete en las Naciones Unidas y en viajes de alta política: en una foto aparece en el encuentro de Felipe González y Ronald Reagan.
Si Mendoza extrae sus personajes del fondo de armario, además del detective «pepsicolero» podría ser el Onofre Bouvila de ‘La ciudad de los prodigios’, eterno trepador que siempre aprovecha el contexto histórico: en este caso, las exposiciones de 1888 y 1929 en Barcelona. Podemos, incluso, imaginar a Mendoza con la mirada del marciano de ‘En busca de Gurb’ que aterriza en la Barcelona olímpica y toma el cuerpo de Marta Sánchez.
Su narrativa puede dividirse en tres apartados. Las novelas de personajes que son fondo de armario -el detective, Gurb, Bouvila- se combinan con títulos más «serios» -‘El año del diluvio’, ‘Una comedia ligera’, ‘Mauricio o las elecciones primarias’- y expansiones caricaturescas como ‘El asombroso viaje de Pomponio Flato’.
Conversar con Mendoza es una fiesta de la inteligencia y el (buen) humor. Admira su gracia para dar puñetazos a la imbecilidad sin perder esa sonrisa que le achina los ojos. Cuando se topa con un imbécil, no le contradice: deja que largue y lo convierte en carne de novela. Escritor catalán en lengua castellana que sabe mucho más de Cataluña que aquellos que tan presumen de amarla con fervor, juguetea con la fauna política que tantas veces, demasiadas, nos avergüenza: «Soy el alcalde de Barcelona y estoy haciendo campaña electoral. Ya saben: reírme como un cretino con las verduleras, inaugurar un derribo y hacer ver que me como una paella asquerosa. Hoy me toca esta mierda de barrio. ¿Estamos en directo? Ah, vaya. Habérmelo dicho», dice un alcalde barcelonés que no se había percatado de que le estaban grabando.
El método Mendoza radica en la parodia del lenguaje culto puesto en boca de personajes marginales. También en caricaturizar la psicología de la burguesía catalana que tan bien conoce. Cuando esos burgueses se pusieron a jalear un proceso independentista que llamaba a la confrontación con el Estado -Artur Mas abrazado al cupero Fernández- Mendoza aportó su diagnóstico: «Que la burguesía se alíe con sectores revolucionarios cuyo programa incluye el exterminio de la propia burguesía no se entiende si no se toma en consideración el factor del resentimiento».
Aunque amaga con dejar de escribir, al poco rato se pregunta qué va a hacer si no es escribir. Eso explica que, ya octogenario, se resista a la orfandad de sus numerosos lectores. Bajo el trasunto de Rufo Batalla destiló sus memorias en la trilogía de ‘El rey recibe’, ‘El negociado del yin y el yang’ y ‘Transbordo en Moscú’. La verdad sobre el caso Mendoza es que en realidad preferiría escribir teatro que novelas. Compartimos en voz baja el veredicto de un estreno teatral. «Vaya pestiño». Y la sonrisa le achina los ojos.
Y si uno le dice aquello de que la vejez aporta sabiduría, le responde que en edades avanzadas se dicen muchas tonterías. No es tu caso, Eduardo. Saliste a ganar, podías hacerlo.
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