Redactor jefe de la publicación fascista y pronazi ‘Je suis partout’, escritor exquisito y muy celebrado como literato en su día, el colaboracionista orgulloso y convencido hasta el final, Robert Brasillach (Perpiñán 1909- Fort de Montrougue 1945), llegada la Liberación, se negó a seguir al autodenominado ‘gobierno en el exilio’ del primer ministro pronazi Pierre Laval y al resto de colaboracionistas al Castillo de Sigmaringen en Alemania. Hasta que, oculto en una pequeña buhardilla («pasados los primeros días de los asesinos y energúmenos», como dirá en su diario) se entregará en septiembre de 1944, tras saber que han sido detenidos su madre y su padrastro. ENSAYO ‘El caso Brasillach (La Francia ‘collabo’ ante el espejo) Autora Alice Kaplan Editorial Fórcola Año 2025 Páginas 421 Precio 32,50 euros 4También sería llevado a Drancy, hasta hacía poco campo de tránsito de los judíos franceses hacia Auschwitz, ahora reconvertido en «depósito de colaboracionistas», su cuñado y fiel cooperador (antes y después de su muerte, reuniendo su obra completa y manteniendo viva su memoria) el escritor Maurice Bardèche. Una vez hecho preso, sintiendo que estaba «acompañado» de otros grandes de la literatura como Cervantes, el poeta Villon o André Chénier , ejecutado en la época del Terror de la Revolución Francesa, que habían sufrido todos ellos en su día «el martirio de la prisión» Brasillach sería fusilado a los 36 años por traición e «inteligencia con el enemigo». Todo esto lo cuenta en un magnífico y muy documentado ensayo, más que biografía al uso, ‘El caso Brasillach (La Francia ‘collabo’ ante el espejo)’, la profesora de la Universidad de Yale, especialista en la época de la Ocupación, Alice Kaplan. El famoso, aunque breve y expeditivo, proceso Brasillach duró apenas seis horas. Sin testigos, la deliberación, tras el fiscal Marcel Reboul pedir venganza para la República, y su abogado, Jacques Isorni, intentando presentarlo tan solo como un poeta, partidario de Vichy y Pétain, la deliberación duraría veinte minutos. Búsqueda ansiosa y acelerada de «chivos expiatorios», como explicará en su brillante prólogo Juan Manuel de PradaEl tiempo necesario para convencer rápidamente, sin más rodeos, a un jurado que oscilaba entre la emoción sobrecogida y las serias dudas por la condena. Pero el camino intermedio no era posible : o bien lo condenaban a muerte por la atrocidad de sus escritos durante la guerra, en connivencia total con los ocupantes, o bien lo absolvían de todos los cargos. El ‘caso Brasillach’ fue un caso que sacudió, y sigue sacudiendo, no solo las filas de la extrema derecha lepenista, que reivindican sin cesar su figura, sino la memoria de toda Francia. Una memoria, con una gran cantidad de cosas aún no asumidas, tratadas de forma urgente y vergonzante en los primeros días, referida a los años de la guerra y la Ocupación alemana, junto a la siguiente, y tantas veces caótica, Liberación. Y aquí estará el verdadero debate que rodea al libro y que aún resuena, de forma sumamente interesante y elocuente, tras aquella búsqueda ansiosa y acelerada de «chivos expiatorios», como explicará en su brillante prólogo Juan Manuel de Prada, desgranando este caso poco conocido para la mayor parte de los lectores españoles. Pero también citando los no pocos casos de cambios de chaqueta vertiginosos que se dieron cita en aquellos tiempos: ahí estarían la famosa pareja de Sartre y Simone de Beauvoir, de ideas políticas infames durante la posguerra, defendiendo a Mao y otros carniceros, los cuales pudieron vivir con toda tranquilidad, y representar sus obras perfectamente, durante la Ocupación, sin que nadie —o sea, los alemanes— les tocaran un pelo. Y que jamás, por supuesto, militaron en las filas de la Resistencia. Brasillach no fue un asesino de los de pistola en el cinto ni un terrorista de hacer volar edificios con inocentes dentro. Su pecado fue la palabra: «La especial responsabilidad que detentan escritores e intelectuales , el potencial poder nocivo de las palabras», como dirá Alice Kaplan. Abrazó ardientemente la causa nazi y también se reafirmó, vistos los primeros actos y «la brutalidad» llegada tras la Liberación, de que ellos, los colaboracionistas y el gobierno de Vichy, mantuvieron la calma en las calles y evitaron el desorden de la anarquía que traía el bolchevismo, como él muy bien pudo comprobar en la Guerra de España. La pregunta, hasta hoy mismo sería: ¿por qué De Gaulle se negó a firmar el perdón en su caso? ¿Por qué no fueron condenados a muerte Céline, cuyo antisemitismo era igualmente feroz, o en Noruega le fue perdonada la vida al entusiasta de Hitler, Knut Hamsun? En el batallón de ‘perdedores’ franceses, Drieu la Rochelle se suicidó, y a Henri Béraud , ganador de un Premio Goncourt con una novela genial, ‘El martirio del obeso’, De Gaulle le conmutó la pena de muerte. Pero en un proceso de justicia revanchista, ejemplarizante, y también avergonzada, a Brasillach, como se dice vulgarmente, le tocó pagar el pato. Redactor jefe de la publicación fascista y pronazi ‘Je suis partout’, escritor exquisito y muy celebrado como literato en su día, el colaboracionista orgulloso y convencido hasta el final, Robert Brasillach (Perpiñán 1909- Fort de Montrougue 1945), llegada la Liberación, se negó a seguir al autodenominado ‘gobierno en el exilio’ del primer ministro pronazi Pierre Laval y al resto de colaboracionistas al Castillo de Sigmaringen en Alemania. Hasta que, oculto en una pequeña buhardilla («pasados los primeros días de los asesinos y energúmenos», como dirá en su diario) se entregará en septiembre de 1944, tras saber que han sido detenidos su madre y su padrastro. ENSAYO ‘El caso Brasillach (La Francia ‘collabo’ ante el espejo) Autora Alice Kaplan Editorial Fórcola Año 2025 Páginas 421 Precio 32,50 euros 4También sería llevado a Drancy, hasta hacía poco campo de tránsito de los judíos franceses hacia Auschwitz, ahora reconvertido en «depósito de colaboracionistas», su cuñado y fiel cooperador (antes y después de su muerte, reuniendo su obra completa y manteniendo viva su memoria) el escritor Maurice Bardèche. Una vez hecho preso, sintiendo que estaba «acompañado» de otros grandes de la literatura como Cervantes, el poeta Villon o André Chénier , ejecutado en la época del Terror de la Revolución Francesa, que habían sufrido todos ellos en su día «el martirio de la prisión» Brasillach sería fusilado a los 36 años por traición e «inteligencia con el enemigo». Todo esto lo cuenta en un magnífico y muy documentado ensayo, más que biografía al uso, ‘El caso Brasillach (La Francia ‘collabo’ ante el espejo)’, la profesora de la Universidad de Yale, especialista en la época de la Ocupación, Alice Kaplan. El famoso, aunque breve y expeditivo, proceso Brasillach duró apenas seis horas. Sin testigos, la deliberación, tras el fiscal Marcel Reboul pedir venganza para la República, y su abogado, Jacques Isorni, intentando presentarlo tan solo como un poeta, partidario de Vichy y Pétain, la deliberación duraría veinte minutos. Búsqueda ansiosa y acelerada de «chivos expiatorios», como explicará en su brillante prólogo Juan Manuel de PradaEl tiempo necesario para convencer rápidamente, sin más rodeos, a un jurado que oscilaba entre la emoción sobrecogida y las serias dudas por la condena. Pero el camino intermedio no era posible : o bien lo condenaban a muerte por la atrocidad de sus escritos durante la guerra, en connivencia total con los ocupantes, o bien lo absolvían de todos los cargos. El ‘caso Brasillach’ fue un caso que sacudió, y sigue sacudiendo, no solo las filas de la extrema derecha lepenista, que reivindican sin cesar su figura, sino la memoria de toda Francia. Una memoria, con una gran cantidad de cosas aún no asumidas, tratadas de forma urgente y vergonzante en los primeros días, referida a los años de la guerra y la Ocupación alemana, junto a la siguiente, y tantas veces caótica, Liberación. Y aquí estará el verdadero debate que rodea al libro y que aún resuena, de forma sumamente interesante y elocuente, tras aquella búsqueda ansiosa y acelerada de «chivos expiatorios», como explicará en su brillante prólogo Juan Manuel de Prada, desgranando este caso poco conocido para la mayor parte de los lectores españoles. Pero también citando los no pocos casos de cambios de chaqueta vertiginosos que se dieron cita en aquellos tiempos: ahí estarían la famosa pareja de Sartre y Simone de Beauvoir, de ideas políticas infames durante la posguerra, defendiendo a Mao y otros carniceros, los cuales pudieron vivir con toda tranquilidad, y representar sus obras perfectamente, durante la Ocupación, sin que nadie —o sea, los alemanes— les tocaran un pelo. Y que jamás, por supuesto, militaron en las filas de la Resistencia. Brasillach no fue un asesino de los de pistola en el cinto ni un terrorista de hacer volar edificios con inocentes dentro. Su pecado fue la palabra: «La especial responsabilidad que detentan escritores e intelectuales , el potencial poder nocivo de las palabras», como dirá Alice Kaplan. Abrazó ardientemente la causa nazi y también se reafirmó, vistos los primeros actos y «la brutalidad» llegada tras la Liberación, de que ellos, los colaboracionistas y el gobierno de Vichy, mantuvieron la calma en las calles y evitaron el desorden de la anarquía que traía el bolchevismo, como él muy bien pudo comprobar en la Guerra de España. La pregunta, hasta hoy mismo sería: ¿por qué De Gaulle se negó a firmar el perdón en su caso? ¿Por qué no fueron condenados a muerte Céline, cuyo antisemitismo era igualmente feroz, o en Noruega le fue perdonada la vida al entusiasta de Hitler, Knut Hamsun? En el batallón de ‘perdedores’ franceses, Drieu la Rochelle se suicidó, y a Henri Béraud , ganador de un Premio Goncourt con una novela genial, ‘El martirio del obeso’, De Gaulle le conmutó la pena de muerte. Pero en un proceso de justicia revanchista, ejemplarizante, y también avergonzada, a Brasillach, como se dice vulgarmente, le tocó pagar el pato.
Redactor jefe de la publicación fascista y pronazi ‘Je suis partout’, escritor exquisito y muy celebrado como literato en su día, el colaboracionista orgulloso y convencido hasta el final, Robert Brasillach (Perpiñán 1909- Fort de Montrougue 1945), llegada la Liberación, se negó a seguir al … autodenominado ‘gobierno en el exilio’ del primer ministro pronazi Pierre Laval y al resto de colaboracionistas al Castillo de Sigmaringen en Alemania.
Hasta que, oculto en una pequeña buhardilla («pasados los primeros días de los asesinos y energúmenos», como dirá en su diario) se entregará en septiembre de 1944, tras saber que han sido detenidos su madre y su padrastro.

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Autora
Alice Kaplan -
Editorial
Fórcola -
Año
2025 -
Páginas
421 -
Precio
32,50 euros
También sería llevado a Drancy, hasta hacía poco campo de tránsito de los judíos franceses hacia Auschwitz, ahora reconvertido en «depósito de colaboracionistas», su cuñado y fiel cooperador (antes y después de su muerte, reuniendo su obra completa y manteniendo viva su memoria) el escritor Maurice Bardèche. Una vez hecho preso, sintiendo que estaba «acompañado» de otros grandes de la literatura como Cervantes, el poeta Villon o André Chénier, ejecutado en la época del Terror de la Revolución Francesa, que habían sufrido todos ellos en su día «el martirio de la prisión» Brasillach sería fusilado a los 36 años por traición e «inteligencia con el enemigo».
Todo esto lo cuenta en un magnífico y muy documentado ensayo, más que biografía al uso, ‘El caso Brasillach (La Francia ‘collabo’ ante el espejo)’, la profesora de la Universidad de Yale, especialista en la época de la Ocupación, Alice Kaplan. El famoso, aunque breve y expeditivo, proceso Brasillach duró apenas seis horas. Sin testigos, la deliberación, tras el fiscal Marcel Reboul pedir venganza para la República, y su abogado, Jacques Isorni, intentando presentarlo tan solo como un poeta, partidario de Vichy y Pétain, la deliberación duraría veinte minutos.
Búsqueda ansiosa y acelerada de «chivos expiatorios», como explicará en su brillante prólogo Juan Manuel de Prada
El tiempo necesario para convencer rápidamente, sin más rodeos, a un jurado que oscilaba entre la emoción sobrecogida y las serias dudas por la condena. Pero el camino intermedio no era posible: o bien lo condenaban a muerte por la atrocidad de sus escritos durante la guerra, en connivencia total con los ocupantes, o bien lo absolvían de todos los cargos.
El ‘caso Brasillach’ fue un caso que sacudió, y sigue sacudiendo, no solo las filas de la extrema derecha lepenista, que reivindican sin cesar su figura, sino la memoria de toda Francia. Una memoria, con una gran cantidad de cosas aún no asumidas, tratadas de forma urgente y vergonzante en los primeros días, referida a los años de la guerra y la Ocupación alemana, junto a la siguiente, y tantas veces caótica, Liberación.
Y aquí estará el verdadero debate que rodea al libro y que aún resuena, de forma sumamente interesante y elocuente, tras aquella búsqueda ansiosa y acelerada de «chivos expiatorios», como explicará en su brillante prólogo Juan Manuel de Prada, desgranando este caso poco conocido para la mayor parte de los lectores españoles.
Pero también citando los no pocos casos de cambios de chaqueta vertiginosos que se dieron cita en aquellos tiempos: ahí estarían la famosa pareja de Sartre y Simone de Beauvoir, de ideas políticas infames durante la posguerra, defendiendo a Mao y otros carniceros, los cuales pudieron vivir con toda tranquilidad, y representar sus obras perfectamente, durante la Ocupación, sin que nadie —o sea, los alemanes— les tocaran un pelo. Y que jamás, por supuesto, militaron en las filas de la Resistencia.
Brasillach no fue un asesino de los de pistola en el cinto ni un terrorista de hacer volar edificios con inocentes dentro. Su pecado fue la palabra: «La especial responsabilidad que detentan escritores e intelectuales, el potencial poder nocivo de las palabras», como dirá Alice Kaplan. Abrazó ardientemente la causa nazi y también se reafirmó, vistos los primeros actos y «la brutalidad» llegada tras la Liberación, de que ellos, los colaboracionistas y el gobierno de Vichy, mantuvieron la calma en las calles y evitaron el desorden de la anarquía que traía el bolchevismo, como él muy bien pudo comprobar en la Guerra de España.
La pregunta, hasta hoy mismo sería: ¿por qué De Gaulle se negó a firmar el perdón en su caso? ¿Por qué no fueron condenados a muerte Céline, cuyo antisemitismo era igualmente feroz, o en Noruega le fue perdonada la vida al entusiasta de Hitler, Knut Hamsun?
En el batallón de ‘perdedores’ franceses, Drieu la Rochelle se suicidó, y a Henri Béraud, ganador de un Premio Goncourt con una novela genial, ‘El martirio del obeso’, De Gaulle le conmutó la pena de muerte. Pero en un proceso de justicia revanchista, ejemplarizante, y también avergonzada, a Brasillach, como se dice vulgarmente, le tocó pagar el pato.
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