En 1915, instalado ya en Valldemosa (Mallorca), lugar en el que falleció siete años después y está enterrado con su inseparable esposa, Mercedes Chacón, Isidro Bonsoms decidió donar a la biblioteca del Institut d’Estudis Catalans (IEC) su colección cervantina. Se cumplen ahora 110 años de aquella entrega. Exactamente, 3.367 volúmenes de un alto valor literario y bibliográfico que la Biblioteca de Cataluña custodia (en tanto que heredera de la biblioteca del IEC) y que ha ido ampliando hasta coleccionar más de 9.000 documentos y obras vinculados a Miguel de Cervantes. Es uno de los repositorios cervantinos más importantes del mundo, si no el primero.A pesar de la trascendencia de la decisión de Bonsoms, cuya colección cervantina recopiló gracias a la que previamente configuró otro cervantista y amigo de juventud como Leopoldo Rius, este prohombre barcelonés nacido en 1849, «uno de los hombres (…) con más fervor y desinterés [que] amaron los libros», como dejó escrito de él Ramón Miquel y Planas en la necrológica publicada en el Boletín de la Real Academia de las Buenas Letras en 1925, es, superado el primer cuarto del siglo XXI, un desconocido fuera de un reducido ámbito académico. A alguien le sonará, tal vez, como nombre de una calle barcelonesa en su frontera sur.No hay excusaBonsoms merecería un reconocimiento institucional y cultural a la altura de quien dedicó parte de su vida al ‘Quijote’, en tanto que apasionado de los libros de caballería, y, como Cervantes, elevó al olimpo literario ‘Tirant lo Blanch’. No hay imaginación posible para excusar dicha gratitud de Barcelona a un héroe catalán que supo combinar con precisión y pasión la literatura y la bibliofilia, si en todo caso ambas disciplinas pueden no ir de la mano. No hay excusa y menos cuando Barcelona perdió la casa Bonsoms en los noventa del siglo pasado (absorbida por un centro comercial situado en la plaza de Cataluña) y el IEC ya no convoca el premio Bonsoms a la mejor investigación sobre las obras de Cervantes y las novelas de caballería que precedieron al ‘Quijote’.El protagonista de esta locura debió sospechar que no podía confiar excesivamente en la providencia y no cejó en su empeño cervantino, pues, como señala Juan Givanel en su discurso de acceso a la Real Academia de las Buenas Letras, en 1917, sustituyendo precisamente a Bonsoms debido a su marcha trasmediterránea, fue este, «el más enamorado de Cervantes», quien «viendo que en nuestra ciudad no existe el ambiente apropiado para la celebración de fiestas cervantinas, creyó justo que quien celebró los méritos de nuestra región y las cualidades de sus habitantes tuviese un monumento dedicado a su memoria», y lo donó a la Biblioteca de Cataluña.Así pues, no es muy equivocado pensar que los elogios de Cervantes a la ciudad («archivo de la cortesía»), quien pudo haberla visitado en 1610, según Martín de Riquer, o en 1571, según investigaciones de Carme Riera, que dejó negro sobre blanco en la novela ejemplar de ‘Las dos doncellas’ (1613), el capítulo LXXII de la segunda parte de la magna obra del escritor alcalaíno y en ‘Los trabajos de Persiles y Sigismunda, historia septentrional’ (1617), no habrían sido –ni todavía hoy– correspondidos. Una lástima, porque «de ninguna otra provincia de España ni habitadores suyos escribió Cervantes tantos y tan calurosos elogios», recordaba en 1958 Agustín G. de Amezúa.Llegamos con esta asignatura pendiente («venganza de los ofendidos») a la Sala Cervantina de la Biblioteca de Cataluña que alberga la colección –desde 1936 en la misma habitación– que honra al escritor alcalaíno y está presidida por el busto de Cervantes, obra de Josep Reynés por encargo de Bonsoms, y el cuadro de este, obra de Josep Maria Vidal-Quadras, a petición de la institución.El espacio es singular y acogedor, y no está abierto al público. Estas cuatro paredes góticas del que fue Hospital de San Pablo (construido en el siglo XV y ¿«hospital de los pobres»?) son el lugar de trabajo de Núria Altarriba, directora de la Unidad Bibliográfica, que junto con Marta Navarro, de su equipo, y la profesora de Historia del Arte de la Universidad de Barcelona Immaculada Socias, biógrafa de Bonsoms, mantienen vivo, contra viento y marea, el legado del insigne bibliófilo.La colección contiene, por ejemplo, las primeras ediciones de todas las obras del magno complutense, excepto de ‘La Galatea’ (1585), libro del que se conserva, eso sí, un ejemplar de 1590 publicado en Lisboa (Portugal) y del que solo tenemos registro de un hermano en todo el mundo. Y también un ejemplar con las dos partes del ‘Quijote’ editado en 1617 en Barcelona. Altarriba, Navarro y su equipo custodian, con delicadeza y sabia devoción, las primeras traducciones del ‘Quijote’ en 54 lenguas. Ejemplares de ayer y de hoy.La última incorporación del libro más importante de la literatura española, si no mundial, que ha llegado es la traducción de Antòni Nogués y Jusèp Loís Sans, editada en aranés en 2024 por el Institut d’Estudis Aranesi-Acadèmia Aranesa dera Lengua Occitana y el Institut d’Estudis Ilerdencs de la Diputación de Lérida.IncunablesBonsoms nos regaló, además, entre los más de 3.000 volúmenes cervantinos, 634 ediciones del ‘Quijote’; las 65 ediciones del ‘Quijote’ publicadas durante el Siglo de Oro de las que seis son del año de su primera publicación, 1605; 500 libros y folletos cervantinos y originales dibujados para la edición de 1780, la primera que suscribió la Real Academia Española. De todos los tamaños, colores y formas, cada uno de los volúmenes, cuadernos o láminas tienen su historia. Una historia aumentada tras el egregio bibliófilo que Altarriba y Navarro aseguran mantendrán en pie «mientras sigamos en la Biblioteca».Como hemos dicho, el punto de partida de esta colección está en Bonsoms, heredero por parte de padre (Clemente) y madre (Teresa) de empresas vinculadas al mundo textil, el vino, los arroces y el azúcar de Cuba, productos con los que comerciaba y exportaba. Un hombre de su tiempo, la Renaixença, que dedicó parte de su fortuna a rescatar, cuidar, reparar y promocionar los libros de caballerías, las obras de Cervantes y otros documentos históricos, como los conocidos con el nombre de ‘follets Bonsoms’, que también donó a la Biblioteca de Cataluña en 1910, y que son miles de textos relativos a la historia de Cataluña de los siglos XVI a XIX.Para Socias, fue un hombre «coherente» con su trayectoria personal, un gran erudito y de los más grandes bibliófilos no solo de Cataluña. Su biógrafa, cuya vida recoge en ‘La correspondencia entre Isidre Bonsoms Sicart y Archer Milton Huntington. El coleccionismo de libros antiguos y objetos de arte’ (2010), lleva ahora entre manos rescatar la figura de Chacón (1860-1948), hija de los marqueses de Isasi y esposa de Bonsoms, pues, como también defiende Altarriba, fue fundamental para Bonsoms, no solo en la faceta privada y personal.Bonsoms fue un intelectual que eludió el exceso social, la exhibición, la complacencia y el pavoneo. Estudió en Berlín, Viena, París y Londres, y se dedicó casi en exclusiva a los libros. Miquel y Planas explica así su discreción, que justificaría la pobre producción que firmó: «Redujo sus amistades a lo más íntimo, y se dedicó por completo a su pasión de bibliófilo. Amigos predilectosY sus amigos predilectos fueron, además de los libros, los amigos de los libros, con los cuales se complacía en sostener largas conversaciones, en que más que hablar escuchaba, aunque cuando se decidía a intervenir mostrábase siempre profundo conocedor de la materia«.Solo colaboró en dos obras, una sobre la iconografía del ‘Quijote’ (1905) y otra sobre bibliografía crítica de Cervantes con su amigo Rius. Y firmó en solitario –obviamente– la publicación de su discurso leído de ingreso en la Real Academia de Buenas Letras de Barcelona, en 1907, dedicado a ‘Tirant lo Blanch’ y, dos años después, un estudio sobre las versiones en catalán del ‘Decameron’ y la ‘Fiammetta’ de Boccaccio. No se prodigó en producir obra, desde luego, pero sí en recopilarla. A las ya citadas donaciones de 1910 y 1915 hay que sumar la que se efectuó en 1948, otros 1.778 volúmenes, a la muerte de su esposa y según quedó mandatado en 1922, y que fue a parar, también, a la Biblioteca de Cataluña (es la colección Chacón-Bonsoms).El 23 de abril, el día del libro, la festividad de Sant Jordi, la fecha que une en el calendario a Cervantes con el que, probablemente, sea el único que pueda tratarle de tú a tú al complutense, hablamos de William Shakespeare, claro, la Sala Cervantina abrirá sus puertas al público. A los curiosos, «en sitio y en belleza, única», los vigilará la mirada del escritor alcalaíno del busto de Reynés y el Bonsoms de Vidal-Quadras, con la sombra del invento del primero, que arrancó andante hidalgo y acabó caballero.Barcelona, en definitiva, no puede olvidar ni dejar sin honrar a quien nos regaló, hace 110 años, su ilustre bibliópolis cervantina. En 1915, instalado ya en Valldemosa (Mallorca), lugar en el que falleció siete años después y está enterrado con su inseparable esposa, Mercedes Chacón, Isidro Bonsoms decidió donar a la biblioteca del Institut d’Estudis Catalans (IEC) su colección cervantina. Se cumplen ahora 110 años de aquella entrega. Exactamente, 3.367 volúmenes de un alto valor literario y bibliográfico que la Biblioteca de Cataluña custodia (en tanto que heredera de la biblioteca del IEC) y que ha ido ampliando hasta coleccionar más de 9.000 documentos y obras vinculados a Miguel de Cervantes. Es uno de los repositorios cervantinos más importantes del mundo, si no el primero.A pesar de la trascendencia de la decisión de Bonsoms, cuya colección cervantina recopiló gracias a la que previamente configuró otro cervantista y amigo de juventud como Leopoldo Rius, este prohombre barcelonés nacido en 1849, «uno de los hombres (…) con más fervor y desinterés [que] amaron los libros», como dejó escrito de él Ramón Miquel y Planas en la necrológica publicada en el Boletín de la Real Academia de las Buenas Letras en 1925, es, superado el primer cuarto del siglo XXI, un desconocido fuera de un reducido ámbito académico. A alguien le sonará, tal vez, como nombre de una calle barcelonesa en su frontera sur.No hay excusaBonsoms merecería un reconocimiento institucional y cultural a la altura de quien dedicó parte de su vida al ‘Quijote’, en tanto que apasionado de los libros de caballería, y, como Cervantes, elevó al olimpo literario ‘Tirant lo Blanch’. No hay imaginación posible para excusar dicha gratitud de Barcelona a un héroe catalán que supo combinar con precisión y pasión la literatura y la bibliofilia, si en todo caso ambas disciplinas pueden no ir de la mano. No hay excusa y menos cuando Barcelona perdió la casa Bonsoms en los noventa del siglo pasado (absorbida por un centro comercial situado en la plaza de Cataluña) y el IEC ya no convoca el premio Bonsoms a la mejor investigación sobre las obras de Cervantes y las novelas de caballería que precedieron al ‘Quijote’.El protagonista de esta locura debió sospechar que no podía confiar excesivamente en la providencia y no cejó en su empeño cervantino, pues, como señala Juan Givanel en su discurso de acceso a la Real Academia de las Buenas Letras, en 1917, sustituyendo precisamente a Bonsoms debido a su marcha trasmediterránea, fue este, «el más enamorado de Cervantes», quien «viendo que en nuestra ciudad no existe el ambiente apropiado para la celebración de fiestas cervantinas, creyó justo que quien celebró los méritos de nuestra región y las cualidades de sus habitantes tuviese un monumento dedicado a su memoria», y lo donó a la Biblioteca de Cataluña.Así pues, no es muy equivocado pensar que los elogios de Cervantes a la ciudad («archivo de la cortesía»), quien pudo haberla visitado en 1610, según Martín de Riquer, o en 1571, según investigaciones de Carme Riera, que dejó negro sobre blanco en la novela ejemplar de ‘Las dos doncellas’ (1613), el capítulo LXXII de la segunda parte de la magna obra del escritor alcalaíno y en ‘Los trabajos de Persiles y Sigismunda, historia septentrional’ (1617), no habrían sido –ni todavía hoy– correspondidos. Una lástima, porque «de ninguna otra provincia de España ni habitadores suyos escribió Cervantes tantos y tan calurosos elogios», recordaba en 1958 Agustín G. de Amezúa.Llegamos con esta asignatura pendiente («venganza de los ofendidos») a la Sala Cervantina de la Biblioteca de Cataluña que alberga la colección –desde 1936 en la misma habitación– que honra al escritor alcalaíno y está presidida por el busto de Cervantes, obra de Josep Reynés por encargo de Bonsoms, y el cuadro de este, obra de Josep Maria Vidal-Quadras, a petición de la institución.El espacio es singular y acogedor, y no está abierto al público. Estas cuatro paredes góticas del que fue Hospital de San Pablo (construido en el siglo XV y ¿«hospital de los pobres»?) son el lugar de trabajo de Núria Altarriba, directora de la Unidad Bibliográfica, que junto con Marta Navarro, de su equipo, y la profesora de Historia del Arte de la Universidad de Barcelona Immaculada Socias, biógrafa de Bonsoms, mantienen vivo, contra viento y marea, el legado del insigne bibliófilo.La colección contiene, por ejemplo, las primeras ediciones de todas las obras del magno complutense, excepto de ‘La Galatea’ (1585), libro del que se conserva, eso sí, un ejemplar de 1590 publicado en Lisboa (Portugal) y del que solo tenemos registro de un hermano en todo el mundo. Y también un ejemplar con las dos partes del ‘Quijote’ editado en 1617 en Barcelona. Altarriba, Navarro y su equipo custodian, con delicadeza y sabia devoción, las primeras traducciones del ‘Quijote’ en 54 lenguas. Ejemplares de ayer y de hoy.La última incorporación del libro más importante de la literatura española, si no mundial, que ha llegado es la traducción de Antòni Nogués y Jusèp Loís Sans, editada en aranés en 2024 por el Institut d’Estudis Aranesi-Acadèmia Aranesa dera Lengua Occitana y el Institut d’Estudis Ilerdencs de la Diputación de Lérida.IncunablesBonsoms nos regaló, además, entre los más de 3.000 volúmenes cervantinos, 634 ediciones del ‘Quijote’; las 65 ediciones del ‘Quijote’ publicadas durante el Siglo de Oro de las que seis son del año de su primera publicación, 1605; 500 libros y folletos cervantinos y originales dibujados para la edición de 1780, la primera que suscribió la Real Academia Española. De todos los tamaños, colores y formas, cada uno de los volúmenes, cuadernos o láminas tienen su historia. Una historia aumentada tras el egregio bibliófilo que Altarriba y Navarro aseguran mantendrán en pie «mientras sigamos en la Biblioteca».Como hemos dicho, el punto de partida de esta colección está en Bonsoms, heredero por parte de padre (Clemente) y madre (Teresa) de empresas vinculadas al mundo textil, el vino, los arroces y el azúcar de Cuba, productos con los que comerciaba y exportaba. Un hombre de su tiempo, la Renaixença, que dedicó parte de su fortuna a rescatar, cuidar, reparar y promocionar los libros de caballerías, las obras de Cervantes y otros documentos históricos, como los conocidos con el nombre de ‘follets Bonsoms’, que también donó a la Biblioteca de Cataluña en 1910, y que son miles de textos relativos a la historia de Cataluña de los siglos XVI a XIX.Para Socias, fue un hombre «coherente» con su trayectoria personal, un gran erudito y de los más grandes bibliófilos no solo de Cataluña. Su biógrafa, cuya vida recoge en ‘La correspondencia entre Isidre Bonsoms Sicart y Archer Milton Huntington. El coleccionismo de libros antiguos y objetos de arte’ (2010), lleva ahora entre manos rescatar la figura de Chacón (1860-1948), hija de los marqueses de Isasi y esposa de Bonsoms, pues, como también defiende Altarriba, fue fundamental para Bonsoms, no solo en la faceta privada y personal.Bonsoms fue un intelectual que eludió el exceso social, la exhibición, la complacencia y el pavoneo. Estudió en Berlín, Viena, París y Londres, y se dedicó casi en exclusiva a los libros. Miquel y Planas explica así su discreción, que justificaría la pobre producción que firmó: «Redujo sus amistades a lo más íntimo, y se dedicó por completo a su pasión de bibliófilo. Amigos predilectosY sus amigos predilectos fueron, además de los libros, los amigos de los libros, con los cuales se complacía en sostener largas conversaciones, en que más que hablar escuchaba, aunque cuando se decidía a intervenir mostrábase siempre profundo conocedor de la materia«.Solo colaboró en dos obras, una sobre la iconografía del ‘Quijote’ (1905) y otra sobre bibliografía crítica de Cervantes con su amigo Rius. Y firmó en solitario –obviamente– la publicación de su discurso leído de ingreso en la Real Academia de Buenas Letras de Barcelona, en 1907, dedicado a ‘Tirant lo Blanch’ y, dos años después, un estudio sobre las versiones en catalán del ‘Decameron’ y la ‘Fiammetta’ de Boccaccio. No se prodigó en producir obra, desde luego, pero sí en recopilarla. A las ya citadas donaciones de 1910 y 1915 hay que sumar la que se efectuó en 1948, otros 1.778 volúmenes, a la muerte de su esposa y según quedó mandatado en 1922, y que fue a parar, también, a la Biblioteca de Cataluña (es la colección Chacón-Bonsoms).El 23 de abril, el día del libro, la festividad de Sant Jordi, la fecha que une en el calendario a Cervantes con el que, probablemente, sea el único que pueda tratarle de tú a tú al complutense, hablamos de William Shakespeare, claro, la Sala Cervantina abrirá sus puertas al público. A los curiosos, «en sitio y en belleza, única», los vigilará la mirada del escritor alcalaíno del busto de Reynés y el Bonsoms de Vidal-Quadras, con la sombra del invento del primero, que arrancó andante hidalgo y acabó caballero.Barcelona, en definitiva, no puede olvidar ni dejar sin honrar a quien nos regaló, hace 110 años, su ilustre bibliópolis cervantina.
En 1915, instalado ya en Valldemosa (Mallorca), lugar en el que falleció siete años después y está enterrado con su inseparable esposa, Mercedes Chacón, Isidro Bonsoms decidió donar a la biblioteca del Institut d’Estudis Catalans (IEC) su colección cervantina. Se cumplen ahora 110 … años de aquella entrega. Exactamente, 3.367 volúmenes de un alto valor literario y bibliográfico que la Biblioteca de Cataluña custodia (en tanto que heredera de la biblioteca del IEC) y que ha ido ampliando hasta coleccionar más de 9.000 documentos y obras vinculados a Miguel de Cervantes. Es uno de los repositorios cervantinos más importantes del mundo, si no el primero.
A pesar de la trascendencia de la decisión de Bonsoms, cuya colección cervantina recopiló gracias a la que previamente configuró otro cervantista y amigo de juventud como Leopoldo Rius, este prohombre barcelonés nacido en 1849, «uno de los hombres (…) con más fervor y desinterés [que] amaron los libros», como dejó escrito de él Ramón Miquel y Planas en la necrológica publicada en el Boletín de la Real Academia de las Buenas Letras en 1925, es, superado el primer cuarto del siglo XXI, un desconocido fuera de un reducido ámbito académico. A alguien le sonará, tal vez, como nombre de una calle barcelonesa en su frontera sur.
No hay excusa
Bonsoms merecería un reconocimiento institucional y cultural a la altura de quien dedicó parte de su vida al ‘Quijote’, en tanto que apasionado de los libros de caballería, y, como Cervantes, elevó al olimpo literario ‘Tirant lo Blanch’. No hay imaginación posible para excusar dicha gratitud de Barcelona a un héroe catalán que supo combinar con precisión y pasión la literatura y la bibliofilia, si en todo caso ambas disciplinas pueden no ir de la mano. No hay excusa y menos cuando Barcelona perdió la casa Bonsoms en los noventa del siglo pasado (absorbida por un centro comercial situado en la plaza de Cataluña) y el IEC ya no convoca el premio Bonsoms a la mejor investigación sobre las obras de Cervantes y las novelas de caballería que precedieron al ‘Quijote’.
El protagonista de esta locura debió sospechar que no podía confiar excesivamente en la providencia y no cejó en su empeño cervantino, pues, como señala Juan Givanel en su discurso de acceso a la Real Academia de las Buenas Letras, en 1917, sustituyendo precisamente a Bonsoms debido a su marcha trasmediterránea, fue este, «el más enamorado de Cervantes», quien «viendo que en nuestra ciudad no existe el ambiente apropiado para la celebración de fiestas cervantinas, creyó justo que quien celebró los méritos de nuestra región y las cualidades de sus habitantes tuviese un monumento dedicado a su memoria», y lo donó a la Biblioteca de Cataluña.
Así pues, no es muy equivocado pensar que los elogios de Cervantes a la ciudad («archivo de la cortesía»), quien pudo haberla visitado en 1610, según Martín de Riquer, o en 1571, según investigaciones de Carme Riera, que dejó negro sobre blanco en la novela ejemplar de ‘Las dos doncellas’ (1613), el capítulo LXXII de la segunda parte de la magna obra del escritor alcalaíno y en ‘Los trabajos de Persiles y Sigismunda, historia septentrional’ (1617), no habrían sido –ni todavía hoy– correspondidos. Una lástima, porque «de ninguna otra provincia de España ni habitadores suyos escribió Cervantes tantos y tan calurosos elogios», recordaba en 1958 Agustín G. de Amezúa.
Llegamos con esta asignatura pendiente («venganza de los ofendidos») a la Sala Cervantina de la Biblioteca de Cataluña que alberga la colección –desde 1936 en la misma habitación– que honra al escritor alcalaíno y está presidida por el busto de Cervantes, obra de Josep Reynés por encargo de Bonsoms, y el cuadro de este, obra de Josep Maria Vidal-Quadras, a petición de la institución.
El espacio es singular y acogedor, y no está abierto al público. Estas cuatro paredes góticas del que fue Hospital de San Pablo (construido en el siglo XV y ¿«hospital de los pobres»?) son el lugar de trabajo de Núria Altarriba, directora de la Unidad Bibliográfica, que junto con Marta Navarro, de su equipo, y la profesora de Historia del Arte de la Universidad de Barcelona Immaculada Socias, biógrafa de Bonsoms, mantienen vivo, contra viento y marea, el legado del insigne bibliófilo.
La colección contiene, por ejemplo, las primeras ediciones de todas las obras del magno complutense, excepto de ‘La Galatea’ (1585), libro del que se conserva, eso sí, un ejemplar de 1590 publicado en Lisboa (Portugal) y del que solo tenemos registro de un hermano en todo el mundo. Y también un ejemplar con las dos partes del ‘Quijote’ editado en 1617 en Barcelona. Altarriba, Navarro y su equipo custodian, con delicadeza y sabia devoción, las primeras traducciones del ‘Quijote’ en 54 lenguas. Ejemplares de ayer y de hoy.
La última incorporación del libro más importante de la literatura española, si no mundial, que ha llegado es la traducción de Antòni Nogués y Jusèp Loís Sans, editada en aranés en 2024 por el Institut d’Estudis Aranesi-Acadèmia Aranesa dera Lengua Occitana y el Institut d’Estudis Ilerdencs de la Diputación de Lérida.
Incunables
Bonsoms nos regaló, además, entre los más de 3.000 volúmenes cervantinos, 634 ediciones del ‘Quijote’; las 65 ediciones del ‘Quijote’ publicadas durante el Siglo de Oro de las que seis son del año de su primera publicación, 1605; 500 libros y folletos cervantinos y originales dibujados para la edición de 1780, la primera que suscribió la Real Academia Española. De todos los tamaños, colores y formas, cada uno de los volúmenes, cuadernos o láminas tienen su historia. Una historia aumentada tras el egregio bibliófilo que Altarriba y Navarro aseguran mantendrán en pie «mientras sigamos en la Biblioteca».
Como hemos dicho, el punto de partida de esta colección está en Bonsoms, heredero por parte de padre (Clemente) y madre (Teresa) de empresas vinculadas al mundo textil, el vino, los arroces y el azúcar de Cuba, productos con los que comerciaba y exportaba. Un hombre de su tiempo, la Renaixença, que dedicó parte de su fortuna a rescatar, cuidar, reparar y promocionar los libros de caballerías, las obras de Cervantes y otros documentos históricos, como los conocidos con el nombre de ‘follets Bonsoms’, que también donó a la Biblioteca de Cataluña en 1910, y que son miles de textos relativos a la historia de Cataluña de los siglos XVI a XIX.
Para Socias, fue un hombre «coherente» con su trayectoria personal, un gran erudito y de los más grandes bibliófilos no solo de Cataluña. Su biógrafa, cuya vida recoge en ‘La correspondencia entre Isidre Bonsoms Sicart y Archer Milton Huntington. El coleccionismo de libros antiguos y objetos de arte’ (2010), lleva ahora entre manos rescatar la figura de Chacón (1860-1948), hija de los marqueses de Isasi y esposa de Bonsoms, pues, como también defiende Altarriba, fue fundamental para Bonsoms, no solo en la faceta privada y personal.
Bonsoms fue un intelectual que eludió el exceso social, la exhibición, la complacencia y el pavoneo. Estudió en Berlín, Viena, París y Londres, y se dedicó casi en exclusiva a los libros. Miquel y Planas explica así su discreción, que justificaría la pobre producción que firmó: «Redujo sus amistades a lo más íntimo, y se dedicó por completo a su pasión de bibliófilo.
Amigos predilectos
Y sus amigos predilectos fueron, además de los libros, los amigos de los libros, con los cuales se complacía en sostener largas conversaciones, en que más que hablar escuchaba, aunque cuando se decidía a intervenir mostrábase siempre profundo conocedor de la materia«.
Solo colaboró en dos obras, una sobre la iconografía del ‘Quijote’ (1905) y otra sobre bibliografía crítica de Cervantes con su amigo Rius. Y firmó en solitario –obviamente– la publicación de su discurso leído de ingreso en la Real Academia de Buenas Letras de Barcelona, en 1907, dedicado a ‘Tirant lo Blanch’ y, dos años después, un estudio sobre las versiones en catalán del ‘Decameron’ y la ‘Fiammetta’ de Boccaccio. No se prodigó en producir obra, desde luego, pero sí en recopilarla. A las ya citadas donaciones de 1910 y 1915 hay que sumar la que se efectuó en 1948, otros 1.778 volúmenes, a la muerte de su esposa y según quedó mandatado en 1922, y que fue a parar, también, a la Biblioteca de Cataluña (es la colección Chacón-Bonsoms).
El 23 de abril, el día del libro, la festividad de Sant Jordi, la fecha que une en el calendario a Cervantes con el que, probablemente, sea el único que pueda tratarle de tú a tú al complutense, hablamos de William Shakespeare, claro, la Sala Cervantina abrirá sus puertas al público. A los curiosos, «en sitio y en belleza, única», los vigilará la mirada del escritor alcalaíno del busto de Reynés y el Bonsoms de Vidal-Quadras, con la sombra del invento del primero, que arrancó andante hidalgo y acabó caballero.
Barcelona, en definitiva, no puede olvidar ni dejar sin honrar a quien nos regaló, hace 110 años, su ilustre bibliópolis cervantina.
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