Enrique Viana siempre fue escéptico. Nunca pensó en que hubiera algo más allá. Sin embargo, el paso del tiempo le está haciendo cambiar de opinión al tenor. «No es que me vaya haciendo mayor, sino que lo soy; y últimamente tengo dudas en mi cabeza. No sé si es porque me voy acercando al final. Esto empezaba y terminaba aquí. Pensaba que creía en lo que veía, pero ahora ya no lo tengo tan claro».
Con esas dudas encara el artista su nuevo montaje, ‘Cinco horas con Hilario… junto al armario’: «Un título con tirón por lo legendario de las ‘Cinco horas con Mario’ de Delibes», aunque, afirma, ni por asomo es un homenaje al escritor: «No. ¡Pobre de mí! No tengo altura para eso», aclara de una pieza que estará hoy, mañana y pasado en los Teatros del Canal, en la Sala Negra.
«La gente compra amigos [en las redes] ¡Qué horror! La amistad de hoy es un valor a la baja»
Asiduo a la fórmula de tenor más piano, el de Ramón Grau (en esta ocasión, también en el papel de Aurorita), Viana apuesta por sumar un tercer elemento a la composición, Carlos Roo (la paciente Patro). «Es la vez que más estoy ensayando. Tenemos que conectar los tres, pero estamos muy confiados en esta reunión».
Aun así, el padre de esta mezcla de zarzuela, revista y cuplés se sincera con que «nunca he estado satisfecho con nada de lo que he hecho». Le da igual pisar terreno conocido y seguro, siempre aparecen «las dudas»… hasta que escucha la primera risa del público. Es ahí cuando se tranquiliza: «Pienso que en ese instante he hecho feliz a esas personas que han dejado a un lado las miserias diarias de todos y las preocupaciones, que también son muchas. Cuando eso sucede es porque ha aparecido la magia del teatro y, entonces, ya todo va rodado», respira.
Esta vez, esa primera carcajada, dice, tarda en llegar (aunque no demasiado), pues se arranca con la romanza que da pie a la muerte del personaje principal, Hilario. Es el inicio de «otro de estos despropósitos míos», dice Viana con toda la sorna del mundo.
La acción se centra en un cantante especializado en zarzuela rural, un género «muy traidor», en boca de su mujer, Inés, quien le advierte de que su pasión algún día lo matará. Y no se equivoca la señora: cantando ‘La moza del refajo’, el artista sufre un paro cardiaco… «por apretarse la faja más de la cuenta», ríe el tenor.
Aprovecha Viana el deceso para catapultar el disparate. Mediante el humor absurdo y negro, explica este «devoto» de la ironía y la astracanada, Inés vela el cuerpo: 16 años después, la viuda habla con unas plantas que abonó en su día con las cenizas de su marido.
La función se mueve al ritmo de cuplés «bastantes desconocidos» y doña Inés ya no es tal, sino Burgundófora, el nombre más largo del santoral. «Así se hace llamar», confiesa un Viana nostálgico de los nombres de antaño: «Hija de Leodegonda y de Cagnerico. Eso eran nombres con personalidad. Ahora los niños se llaman, Zoe, Lua, Duncan, Izan… y los perros Antonio o Margarita. Es como si hubiéramos perdido el norte. He escuchado hasta Zian, ¿pero eso no era un color? ¿Dónde quedaron Antonio, José Luis o Javier?».
Amigos que se compran, ¡qué horror!
Inés, a.k.a. Burgundófora, trasteará en escena con sus dos amigas y compañeras de piso «a las que odia» y que le sirven a Enrique Viana para hablar de la «hipocresía» en las amistades de estos tiempos: «La gente ahora tiene millones de amigos que ni conocen y les ponen “el dedito” [el “like”]. ¡Incluso los compran! ¡Pero qué cosa tan horrorosa! Lo de la amistad de hoy es alucinante, es un valor a la baja. Estamos confundidos. Nadie puede tener 3.500 amigos o seguidores, que para mí son perseguidores. Y por lo visto, 3.000 son pocos, es como tener una sola cerilla, hay que tener centenares de miles porque si no no eres nadie», alucina un hombre que ni tiene redes ni sabe «cómo se pone “el dedito”».
El tiempo «perdido» en redes sociales es un enigma para Viana. «Bajan y bajan la pantalla pero no ven nada. Están ahí todo el tiempo, y yo, desde luego, no lo tengo. Hay mucho que leer, escribir, ideas que poner en orden, hacer la casa… Yo soy como esas señoras que en los pueblos se ponían a hablar hasta que una decía “me voy para dentro, que no tengo nada hecho”».
Desde el humor total, el tenor presenta así otra función más con «dos o tres vueltas de tuerca», afirma: «Todo tiene un trasfondo dramático, pero también lo puedes traer a la comedia. Eso es lo que he hecho toda mi vida: reírme de los dramas. Es la manera de quitarle peso al drama».
- Dónde: Teatro Español, Madrid. Cuándo: hasta el 27 de julio. Cuánto: de 6 a 22 euros.
En ‘Cinco horas con Hilario… en el armario’, el tenor madrileño hace un guiño a Miguel Delibes en el título, aunque luego catapulta una simpática astracanada
Enrique Viana siempre fue escéptico. Nunca pensó en que hubiera algo más allá. Sin embargo, el paso del tiempo le está haciendo cambiar de opinión al tenor. «No es que me vaya haciendo mayor, sino que lo soy; y últimamente tengo dudas en mi cabeza. No sé si es porque me voy acercando al final. Esto empezaba y terminaba aquí. Pensaba que creía en lo que veía, pero ahora ya no lo tengo tan claro».
Con esas dudas encara el artista su nuevo montaje, ‘Cinco horas con Hilario… junto al armario’: «Un título con tirón por lo legendario de las ‘Cinco horas con Mario’ de Delibes», aunque, afirma, ni por asomo es un homenaje al escritor: «No. ¡Pobre de mí! No tengo altura para eso», aclara de una pieza que estará hoy, mañana y pasado en los Teatros del Canal, en la Sala Negra.
«La gente compra amigos [en las redes] ¡Qué horror! La amistad de hoy es un valor a la baja»
Asiduo a la fórmula de tenor más piano, el de Ramón Grau (en esta ocasión, también en el papel de Aurorita), Viana apuesta por sumar un tercer elemento a la composición, Carlos Roo (la paciente Patro). «Es la vez que más estoy ensayando. Tenemos que conectar los tres, pero estamos muy confiados en esta reunión».
Aun así, el padre de esta mezcla de zarzuela, revista y cuplés se sincera con que «nunca he estado satisfecho con nada de lo que he hecho». Le da igual pisar terreno conocido y seguro, siempre aparecen «las dudas»… hasta que escucha la primera risa del público. Es ahí cuando se tranquiliza: «Pienso que en ese instante he hecho feliz a esas personas que han dejado a un lado las miserias diarias de todos y las preocupaciones, que también son muchas. Cuando eso sucede es porque ha aparecido la magia del teatro y, entonces, ya todo va rodado», respira.
Esta vez, esa primera carcajada, dice, tarda en llegar (aunque no demasiado), pues se arranca con la romanza que da pie a la muerte del personaje principal, Hilario. Es el inicio de «otro de estos despropósitos míos», dice Viana con toda la sorna del mundo.

La acción se centra en un cantante especializado en zarzuela rural, un género «muy traidor», en boca de su mujer, Inés, quien le advierte de que su pasión algún día lo matará. Y no se equivoca la señora: cantando ‘La moza del refajo’, el artista sufre un paro cardiaco… «por apretarse la faja más de la cuenta», ríe el tenor.
Aprovecha Viana el deceso para catapultar el disparate. Mediante el humor absurdo y negro, explica este «devoto» de la ironía y la astracanada, Inés vela el cuerpo: 16 años después, la viuda habla con unas plantas que abonó en su día con las cenizas de su marido.
La función se mueve al ritmo de cuplés «bastantes desconocidos» y doña Inés ya no es tal, sino Burgundófora, el nombre más largo del santoral. «Así se hace llamar», confiesa un Viana nostálgico de los nombres de antaño: «Hija de Leodegonda y de Cagnerico. Eso eran nombres con personalidad. Ahora los niños se llaman, Zoe, Lua, Duncan, Izan… y los perros Antonio o Margarita. Es como si hubiéramos perdido el norte. He escuchado hasta Zian, ¿pero eso no era un color? ¿Dónde quedaron Antonio, José Luis o Javier?».
Inés, a.k.a. Burgundófora, trasteará en escena con sus dos amigas y compañeras de piso «a las que odia» y que le sirven a Enrique Viana para hablar de la «hipocresía» en las amistades de estos tiempos: «La gente ahora tiene millones de amigos que ni conocen y les ponen “el dedito” [el “like”]. ¡Incluso los compran! ¡Pero qué cosa tan horrorosa! Lo de la amistad de hoy es alucinante, es un valor a la baja. Estamos confundidos. Nadie puede tener 3.500 amigos o seguidores, que para mí son perseguidores. Y por lo visto, 3.000 son pocos, es como tener una sola cerilla, hay que tener centenares de miles porque si no no eres nadie», alucina un hombre que ni tiene redes ni sabe «cómo se pone “el dedito”».
El tiempo «perdido» en redes sociales es un enigma para Viana. «Bajan y bajan la pantalla pero no ven nada. Están ahí todo el tiempo, y yo, desde luego, no lo tengo. Hay mucho que leer, escribir, ideas que poner en orden, hacer la casa… Yo soy como esas señoras que en los pueblos se ponían a hablar hasta que una decía “me voy para dentro, que no tengo nada hecho”».
Desde el humor total, el tenor presenta así otra función más con «dos o tres vueltas de tuerca», afirma: «Todo tiene un trasfondo dramático, pero también lo puedes traer a la comedia. Eso es lo que he hecho toda mi vida: reírme de los dramas. Es la manera de quitarle peso al drama».
- Dónde: Teatro Español, Madrid. Cuándo: hasta el 27 de julio. Cuánto: de 6 a 22 euros.
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