Tristísima noticia la de la muerte, en su amado Tegueste (Tenerife), de Andrés Sánchez Robayna, uno de los grandes poetas y ensayistas de nuestro tiempo. Nacido en la localidad grancanaria de Santa Brígida, y formado en Barcelona, allá lanzó la primera de sus revistas, ‘Literradura’ (1976), donde dedicaría monográficos a Octavio Paz, Brossa y el ZAJ Juan Hidalgo. Nos conocimos por esa época, cuando las batallas de la pintura-pintura. Regresado a su tierra, animó el suplemento literario de ‘El Día’, y pronto la gran revista ‘Syntaxis’ (1983-1993), en la que colaboraron Bonnefoy, Goytisolo, Paz, Sarduy o Valente, y para la que hicieron portadas Arroyo, Chirino, Padorno, Palmero, Vicente Rojo, Salvo o Tápies. Su poesía, esencial, minimalista, luminosa, inscrita en el horizonte insular, la recogió en volúmenes como ‘Clima’ (1978), ‘Tinta’ (1981), ‘La roca’ (1984), ‘Palmas sobre la losa fría’ (1989), Inscripciones (1999), ‘El libro tras la duna’ (2002), ‘En el centro de un círculo de islas’ (2007), o ‘Por el gran mar’ (2019). Todo ello reunido en ‘En el cuerpo del mundo’ (2022). En la colección adjunta a Estación Central publiqué su ‘Lugar’ (1991), inspirado en Tegueste, como las puntas secas de Roberto Cabot que lo ilustraron. Fruto de una invitación suya fue mi ‘Dulce geometría’ (2012) con Palmero, para el MIAC de Lanzarote. Volvimos a coincidir en ‘De mar a mar’ (2019), carpeta con Palmero, nuevamente, y Galano. Para el Cervantes, me preparó una retrospectiva de Antonio Gálvez. Tantas aventuras compartidas. Tantos recuerdos. No siempre estábamos de acuerdo, pero siempre la amistad, y el diálogo, prevalecían. Amistades compartidas, por ejemplo Granell, o Cristino de Vera. Nunca llegamos a visitar, en cambio, a Etel Adnan. No me acostumbro a hablar de todo esto en pasado. Ayer mismo, le había enviado un WhatsApp desde Belo Horizonte, donde ahora pergeño, en un teclado brasileño, estas líneas de urgencia. Noticia Relacionada opinion Si Adiós a Sánchez Robayna, el poeta de la modernidad inconclusa Diego Doncel «Hay algo fundamental en la poesía de Sánchez Robayna: la realidad es una cuestión de lenguaje, esto es, el mundo es un libro, la realidad y la propia biografía son un texto que el poeta debe desentrañar»Gran conocedor de la tradición moderna del archipiélago, estudió a fondo a Cairasco de Figueroa, Tomás Morales, Alonso Quesada o Agustín Espinosa. Bajo el hermoso título ‘Museo atlántico’ (1983) ordenó un florilegio de la poesía de su tierra. Importantes también sus ensayos sobre Góngora, Sor Juana, Juan Ramón, Lezama, Paz, o Valente, cuyas obras completas editó para Galaxia Gutenberg, donde salieron varios de sus propios títulos, y la polémica antología intercontinental ‘Las ínsulas extrañas’ (2002) que hizo con Blanca Varela y Eduardo Milán. Apasionado traductor, e impulsor de un taller de ese género, lo fue de Valéry, Wallace Stevens, Espriu, Ramón Xirau, Brossa, Oswald de Andrade, Haroldo de Campos… Además de los varios volúmenes de que consta su diario, en prosa son de extraordinaria lucidez su monografía ‘Jorge Oramas o el tempo suspendido’ (2018), ‘Variaciones sobre el vaso de agua’ (2015) o ‘Borrador de la vela y de la llama’ (2022). Su libro misceláneo ‘Las ruinas y la rosa’ (2024), lleno de excursos autobiográficos, cobra valor de estremecedor testamento intelectual y humano, en el que se demora especialmente en el recuerdo de su amada Marta. Tristísima noticia la de la muerte, en su amado Tegueste (Tenerife), de Andrés Sánchez Robayna, uno de los grandes poetas y ensayistas de nuestro tiempo. Nacido en la localidad grancanaria de Santa Brígida, y formado en Barcelona, allá lanzó la primera de sus revistas, ‘Literradura’ (1976), donde dedicaría monográficos a Octavio Paz, Brossa y el ZAJ Juan Hidalgo. Nos conocimos por esa época, cuando las batallas de la pintura-pintura. Regresado a su tierra, animó el suplemento literario de ‘El Día’, y pronto la gran revista ‘Syntaxis’ (1983-1993), en la que colaboraron Bonnefoy, Goytisolo, Paz, Sarduy o Valente, y para la que hicieron portadas Arroyo, Chirino, Padorno, Palmero, Vicente Rojo, Salvo o Tápies. Su poesía, esencial, minimalista, luminosa, inscrita en el horizonte insular, la recogió en volúmenes como ‘Clima’ (1978), ‘Tinta’ (1981), ‘La roca’ (1984), ‘Palmas sobre la losa fría’ (1989), Inscripciones (1999), ‘El libro tras la duna’ (2002), ‘En el centro de un círculo de islas’ (2007), o ‘Por el gran mar’ (2019). Todo ello reunido en ‘En el cuerpo del mundo’ (2022). En la colección adjunta a Estación Central publiqué su ‘Lugar’ (1991), inspirado en Tegueste, como las puntas secas de Roberto Cabot que lo ilustraron. Fruto de una invitación suya fue mi ‘Dulce geometría’ (2012) con Palmero, para el MIAC de Lanzarote. Volvimos a coincidir en ‘De mar a mar’ (2019), carpeta con Palmero, nuevamente, y Galano. Para el Cervantes, me preparó una retrospectiva de Antonio Gálvez. Tantas aventuras compartidas. Tantos recuerdos. No siempre estábamos de acuerdo, pero siempre la amistad, y el diálogo, prevalecían. Amistades compartidas, por ejemplo Granell, o Cristino de Vera. Nunca llegamos a visitar, en cambio, a Etel Adnan. No me acostumbro a hablar de todo esto en pasado. Ayer mismo, le había enviado un WhatsApp desde Belo Horizonte, donde ahora pergeño, en un teclado brasileño, estas líneas de urgencia. Noticia Relacionada opinion Si Adiós a Sánchez Robayna, el poeta de la modernidad inconclusa Diego Doncel «Hay algo fundamental en la poesía de Sánchez Robayna: la realidad es una cuestión de lenguaje, esto es, el mundo es un libro, la realidad y la propia biografía son un texto que el poeta debe desentrañar»Gran conocedor de la tradición moderna del archipiélago, estudió a fondo a Cairasco de Figueroa, Tomás Morales, Alonso Quesada o Agustín Espinosa. Bajo el hermoso título ‘Museo atlántico’ (1983) ordenó un florilegio de la poesía de su tierra. Importantes también sus ensayos sobre Góngora, Sor Juana, Juan Ramón, Lezama, Paz, o Valente, cuyas obras completas editó para Galaxia Gutenberg, donde salieron varios de sus propios títulos, y la polémica antología intercontinental ‘Las ínsulas extrañas’ (2002) que hizo con Blanca Varela y Eduardo Milán. Apasionado traductor, e impulsor de un taller de ese género, lo fue de Valéry, Wallace Stevens, Espriu, Ramón Xirau, Brossa, Oswald de Andrade, Haroldo de Campos… Además de los varios volúmenes de que consta su diario, en prosa son de extraordinaria lucidez su monografía ‘Jorge Oramas o el tempo suspendido’ (2018), ‘Variaciones sobre el vaso de agua’ (2015) o ‘Borrador de la vela y de la llama’ (2022). Su libro misceláneo ‘Las ruinas y la rosa’ (2024), lleno de excursos autobiográficos, cobra valor de estremecedor testamento intelectual y humano, en el que se demora especialmente en el recuerdo de su amada Marta.
Su poesía, inscrita en el horizonte insular, era esencial, minimalista, luminosa
Tristísima noticia la de la muerte, en su amado Tegueste (Tenerife), de Andrés Sánchez Robayna, uno de los grandes poetas y ensayistas de nuestro tiempo. Nacido en la localidad grancanaria de Santa Brígida, y formado en Barcelona, allá lanzó la primera de sus revistas, ‘Literradura’ (1976), donde dedicaría monográficos a Octavio Paz, Brossa y el ZAJ Juan Hidalgo. Nos conocimos por esa época, cuando las batallas de la pintura-pintura. Regresado a su tierra, animó el suplemento literario de ‘El Dia’, y pronto la gran revista ‘Syntaxis’ (1983-1993), en la que colaboraron Bonnefoy, Goytisolo, Paz, Sarduy o Valente, y para la que hicieron portadas Arroyo, Chirino, Padorno, Palmero, Vicente Rojo, Salvo o Tapies.
Su poesía, esencial, minimalista, luminosa, inscrita en el horizonte insular, la recogió en volúmenes como ‘Clima’ (1978), ‘Tinta’ (1981), ‘La roca’ (1984), ‘Palmas sobre la losa fría’ (1989), Inscripciones (1999), ‘El libro tras la duna’ (2002), ‘En el centro de un círculo de islas’ (2007), o ‘Por el gran mar’ (2019). Todo ello reunido en ‘En el cuerpo del mundo’ (2022).
En la colección adjunta a Estación Central publiqué su ‘Lugar’ (1991), inspirado en Tegueste, como las puntas secas de Roberto Cabot que lo ilustraron. Fruto de una invitación suya fue mi ‘Dulce geometría’ (2012) con Palmero, para el MIAC de Lanzarote. Volvimos a coincidir en ‘De mar a mar’ (2019), carpeta con Palmero, nuevamente, y Galano. Para el Cervantes, me preparó una retrospectiva de Antonio Gálvez. Tantas aventuras compartidas. Tantos recuerdos. No siempre estábamos de acuerdo, pero siempre la amistad, y el diálogo, prevalecían. Amistades compartidas, por ejemplo Granell, o Cristino de Vera. Nunca llegamos a visitar, en cambio, a Etel Adnan. No me acostumbro a hablar de todo esto en pasado. Ayer mismo, le había enviado un WhatsApp desde Belo Horizonte, donde ahora pergeño, en un teclado brasileño, estas líneas de urgencia.
Gran conocedor de la tradición moderna del archipiélago, estudió a fondo a Cairasco de Figueroa, Tomás Morales, Alonso Quesada o Agustín Espinosa. Bajo el hermoso título ‘Museo atlántico’ (1983) ordenó un florilegio de la poesía de su tierra. Importantes también sus ensayos sobre Góngora, Sor Juana, Juan Ramón, Lezama, Paz, o Valente, cuyas obras completas editó para Galaxia Gutenberg, donde salieron varios de sus propios títulos, y la polémica antología intercontinental ‘Las ínsulas extranas’ (2002) que hizo con Blanca Varela y Eduardo Milán. Apasionado traductor, e impulsor de un taller de ese género, lo fue de Valéry, Wallace Stevens, Espriu, Ramón Xirau, Brossa, Oswald de Andrade, Haroldo de Campos…
Además de los varios volúmenes de que consta su diario, en prosa son de extraordinaria lucidez su monografía ‘Jorge Oramas o el tempo suspendido’ (2018), ‘Variaciones sobre el vaso de agua’ (2015) o ‘Borrador de la vela y de la llama’ (2022). Su libro misceláneo ‘Las ruinas y la rosa’ (2024), lleno de excursos autobiográficos, cobra valor de estremecedor testamento intelectual y humano, en el que se demora especialmente en el recuerdo de su amada Marta.
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