Acercarse a Gonzalo Suárez es intentar abrazar lo inabarcable y no rozar ni la superficie. En sus 90 años –que ni de lejos aparenta– caben tantas vidas como la de un boxeador animoso, un futbolista que nunca remató de cabeza, un plumilla escondido tras un seudónimo de éxito, un cineasta que empezó a rodar sin saber hacer cine, un pintor atento al trazo más que al lienzo, un escritor que teclea ideas que no sabe de dónde le vienen… De todos ellos –y varios más– parece huir un Gonzalo Suárez que, pese a tener la memoria llena de recuerdos gloriosos, anécdotas jugosísimas, amistades con epígrafe propio en bibliotecas y panteones, solo sabe mirar al futuro. —¿A qué pregunta no ha respondido nunca y le gustaría hacerse?—Pues que qué voy a hacer de mayor. Pero quisiera responderme, y eso va a ser más difícil.La respuesta está cargada de más seriedad que ironía y de menos melancolía de lo que se transcribe. Porque hay algo inasible en la energía que desprende, tanta como las aventuras que nunca ha dejado de emprender. El aforismo con el que sus amigos, seguidores y discípulos lo definen lo acuñó Juan José Millás : «Suárez siempre ha llegado el primero a todas partes y siempre se ha marchado el primero, de manera que siempre ha estado solo». Y, claro, solo Suárez podía atraparse a sí mismo en un juego que, obvio, solo se le podía ocurrir a él. Lo evidencia, aunque promete que no lo había pensado, en ‘El caso de las cabezas cortadas’ (Editorial Nórdica), su nuevo libro recién publicado, en el que su yo de 90 años se reencuentra con el GonzaloSuárez de 24 años a partir de una casualidad, un milagro o esa ‘musa intrusa’ que acuñó en uno de sus títulos imprescindibles y que ahora le ha vuelto a iluminar. Cuenta este mediodía en la Taberna del Alabardero de Madrid, su segunda casa a solo unos pasos de la primera, la que define como «la selva africana de mis sueños», que en una vieja carpeta azul aparecieron unos dibujos que le costó reconocer. De primeras, no tenía muy claro de dónde habían salido, porque Gonzalo Suárez jura y perjura que las ideas que le llegan a su cabeza son envíos externos, pero una cosa es eso y otra que las musas se pongan el chaleco de Amazon y le manden las cosas en forma de cuartillas al salón familiar. Descartado el milagro de la transmutación, recordó que eran unos dibujos que hizo en París, en 1958, con 24 años, cuando trabajaba en la periferia de la capital metiendo tubos de las gasolineras en zanjas que él, desde el recuerdo indeleble tatuado por la humedad y el esfuerzo físico agotador, define como «trincheras». Localizado el hallazgo, y sacudido ya el frío de los huesos, el Suárez de 90 años ordenó los dibujos del Suárez de 24 hasta conformar la historia de un detective que tiene que atrapar a un tipo que corta cabezas en su bloque de vecinos. Le añadió unos textos gamberros y llenos de sarcasmos y juventud. Y también, de presente. «El vecino del segundo imploró al detective para que no le despeinara porque venía de la peluquería –se lee al lado de una viñeta–. Tenía solo seis pelos en la cabeza y menos en la lengua, hablaba por los codos y confesó su asesinato con pelos y señales», escribe Suárez. Da forma así a una especie de cómic, un relato gráfico con el que Javier Cercas atornilla la idea de su espíritu pionero en el prólogo que le escribe: «Está concebido antes de que el cómic empezara a reivindicarse bien avanzados los años 60 como un arte serio: ‘Tebeos y cultura de masas’, de Luis Gasca(1966) y ‘Los cómics, arte para consumo y formas pop’, de Terenci Moix (1968). Como siempre, Suárez fue el primero en llegar». —Entonces, ¿qué va a hacer de mayor?—Me gustaría, y de hecho es probable que lo intente, volver al periodismo. Pero yo como entrevistador, no como comentarista, que tuve una etapa de hacer comentarios y eso no me gusta. A mí lo que realmente me interesa es el instante, ni antes ni después. Ytratar de capturarlo. La ventaja del cine es que es lo más aproximado, después de las cuevas prehistóricas, al hecho de captar el momento… Bueno, en resumidas cuentas, que me gustaría captar el instante, vivirlo de repente. Que todo fuera de repente.«Me gustaría, y de hecho es probable que lo intente, volver al periodismo. Pero yo como entrevistador»De improviso, en ese de repente que no deja de buscar, corta la frase cuando ya no quiere llegar al sitio al que le llevaba esa concatenación de palabras y hace un requiebro para hablar del periodismo –«me gusta porque sigue manteniendo esa opción de acción»–, de literatura –«…esa acción también la he buscado en la literatura, tecleando como si tocara el piano, dejándome llevar por las palabras e inventando»–, del boxeo –«…porque esa acción te lleva a la intemperie, a encontrar a alguien con el cual puedas intercambiar guantes. O sea, que me doy cuenta que añoro bastante mis pinitos del boxeo, que no fue nunca profesional»–. Y así. Una metralleta pausada de verbos exactos, sustantivos precisos y pensamientos improvisados que parecen elaboradísimos.—Y a quién le gustaría entrevistar ahora, teniendo en cuenta que hace años publicó ‘La suela de mis zapatos’ [un libro con las entrevistas, crónicas y reportajes que hizo este pionero del Nuevo Periodismo bajo el pseudónimo de Martin Girard a gente como Dalí, Buñuel o al general Batista].—Es que antaño los personajes tenían más espacio y relieve que ahora, en que las comunicaciones son tan arrolladoras y confusas que es difícil encontrar personajes así. Ahora falta ese espacio, por un lado, mitificador, no da tiempo, y por otro ahora existen esas cosas que se llaman ‘redes’ en las que yo no pienso entrar porque no soy pez ni me dejo atrapar. Preferiría entrevistar a gente anónima porque tampoco consumo noticias, prefiero vivir de oídas porque no tengo solución en mi mano a las cosas que cuentan. Tengo la sensación, además, de que caemos en una trampa donde se anticipan a describirnos la realidad y a conformarla, y bueno, una vez más, estamos abocados a creérnoslo. Entonces, sé que es un absurdo y me repito, pero me gustaría encontrar un instante y descubrir alguna ranura por donde se pueda mirar y no ser visto. Ir, ver, triunfar… marcharseEs curioso que alguien que haya hecho tantas cosas tan visibles en tantos sitios diga que no quiere ser visto. Quizá, y es especulación, de ahí venga la cualidad de haberse marchado a tiempo de todos los oficios. Una habilidad que fascina –por insólita– y a la que él resta cualquier aspecto de épica. «No es que me fuera, es que… Encontraba otra cosa. Tampoco era que me cansase, porque eso además sería una petulancia. No, es que de repente tenía la sensación de que veía la trastienda de todo lo que hacía, y las trastiendas, como me pasó con el teatro, a veces se parecían a oficinas siniestras». El requiebro de Suárez, o la finta, por seguir el símil pugilístico, viene ahora, cuando salta de las trastiendas de la cultura de las que siempre ha rehusado a su otra pasión, el fútbol, al que además de algún regate entregó horas de trabajo. Fue cuando firmaba informes para el Inter de Milán de Helenio Herrera, que se lo llevó para Italia y le regaló varios consejos que luego aplicó a sus cosas, de la pintura al cine, como cuando Helenio le dijo que no había que mirar al balón, sino al espacio. «El fútbol, el deporte, tiene el asombro del instante, el estupor del gol, la pureza de la sorpresa», asegura, matizando algo obvio: «No me gusta nada la masa reunida, ni los forofos, pero sí me resulta estimulante el hecho de que la suerte dependa de un centímetro. Es que me gusta, repito, la acción, y no me considero un intelectual. Por ejemplo, me arrepiento mucho cada vez que he escrito algo como comentarista y he pecado de literario». «Yo tengo la obsesión de empezar porque he de confesar que me he aburrido de mí mismo, de lo que hago»Y ahí volverá de nuevo a este ‘Caso de las cabezas cortadas’, a su amigo Adolfo García, que fue al primero que llamó al encontrarse esa carpeta con unos dibujos que «había olvidado radicalmente»; al editor, Diego Moreno, que se entusiasmó con ellos: «Fue una historia de amor pese a que yo trabajo contando el caos», cuenta Suárez, señalando la cubierta naranja con la que viaja a sus recuerdos de hace 66 años. «Tengo la impresión de que hoy empieza otro combate, otra racha», sentencia, categórico. «Yo tengo la obsesión de empezar porque he de confesar que me he aburrido de mí mismo. Sí, me voy aburriendo sucesivamente de lo que hago, cuanto ni más del culpable, del reiterado, del volver otra vez. Aparte que es imposible también volver. Siempre hay que ir un paso adelante», asevera a sus 90 vividos años para, al rato, en otra reflexión similar, cortarse a sí mismo: «Pero bueno, estamos ya filosofando, ¿no? No me jodas que igual voy a quedar por un intelectual», dice todo lo serio que puede, porque la socarronería se le escapa en cada ‘jab’ de derechas y en cada gancho de izquierda.—¿Tiene alguna espina clavada de algo que le haya quedado por hacer?—Las espinas clavadas son los guiones que no he podido hacer. Pero ahora ya me aburren. No volvería a rehacerlos, no. Sí que volvería a mis tres primeras películas, cuando no sabía hacer cine y me obstiné en hacerlo. Porque entonces, aquello sucedía, lo inventaba…. había visto cine, pero no tenía ni idea. Entonces yo ahora quiero hacer algo de lo que no tenga ni idea. Yesto [señala el libro] puede ser una señal, aunque no del cielo porque espero que el cielo no se ocupe de estas tonterías. Ahora lo que estoy buscando es eso, algo nuevo, pero no es fácil».Eso es Gonzalo Suárez, el no dejar de buscar lo inédito, lo insólito. Y por eso terminará así: «Solo busco lo que es imposible. Esa es la clave. Lo digo lo más en serio de lo que parece, además, que quizás lo he demostrado sin querer porque no he querido ser alguien que no está donde se le busca. No, eso ha sido natural, una esquiva boxística, un espacio fuera del terreno de juego. No lo sé. Bueno, en fin, son pretensiones porque… La verdad es que no sé puñeteramente nada. De nada. Pero no saber nada de nada… Ya es saber demasiado», remata como solo un sabio de 90 años, con una carcajada llena de verdad. Acercarse a Gonzalo Suárez es intentar abrazar lo inabarcable y no rozar ni la superficie. En sus 90 años –que ni de lejos aparenta– caben tantas vidas como la de un boxeador animoso, un futbolista que nunca remató de cabeza, un plumilla escondido tras un seudónimo de éxito, un cineasta que empezó a rodar sin saber hacer cine, un pintor atento al trazo más que al lienzo, un escritor que teclea ideas que no sabe de dónde le vienen… De todos ellos –y varios más– parece huir un Gonzalo Suárez que, pese a tener la memoria llena de recuerdos gloriosos, anécdotas jugosísimas, amistades con epígrafe propio en bibliotecas y panteones, solo sabe mirar al futuro. —¿A qué pregunta no ha respondido nunca y le gustaría hacerse?—Pues que qué voy a hacer de mayor. Pero quisiera responderme, y eso va a ser más difícil.La respuesta está cargada de más seriedad que ironía y de menos melancolía de lo que se transcribe. Porque hay algo inasible en la energía que desprende, tanta como las aventuras que nunca ha dejado de emprender. El aforismo con el que sus amigos, seguidores y discípulos lo definen lo acuñó Juan José Millás : «Suárez siempre ha llegado el primero a todas partes y siempre se ha marchado el primero, de manera que siempre ha estado solo». Y, claro, solo Suárez podía atraparse a sí mismo en un juego que, obvio, solo se le podía ocurrir a él. Lo evidencia, aunque promete que no lo había pensado, en ‘El caso de las cabezas cortadas’ (Editorial Nórdica), su nuevo libro recién publicado, en el que su yo de 90 años se reencuentra con el GonzaloSuárez de 24 años a partir de una casualidad, un milagro o esa ‘musa intrusa’ que acuñó en uno de sus títulos imprescindibles y que ahora le ha vuelto a iluminar. Cuenta este mediodía en la Taberna del Alabardero de Madrid, su segunda casa a solo unos pasos de la primera, la que define como «la selva africana de mis sueños», que en una vieja carpeta azul aparecieron unos dibujos que le costó reconocer. De primeras, no tenía muy claro de dónde habían salido, porque Gonzalo Suárez jura y perjura que las ideas que le llegan a su cabeza son envíos externos, pero una cosa es eso y otra que las musas se pongan el chaleco de Amazon y le manden las cosas en forma de cuartillas al salón familiar. Descartado el milagro de la transmutación, recordó que eran unos dibujos que hizo en París, en 1958, con 24 años, cuando trabajaba en la periferia de la capital metiendo tubos de las gasolineras en zanjas que él, desde el recuerdo indeleble tatuado por la humedad y el esfuerzo físico agotador, define como «trincheras». Localizado el hallazgo, y sacudido ya el frío de los huesos, el Suárez de 90 años ordenó los dibujos del Suárez de 24 hasta conformar la historia de un detective que tiene que atrapar a un tipo que corta cabezas en su bloque de vecinos. Le añadió unos textos gamberros y llenos de sarcasmos y juventud. Y también, de presente. «El vecino del segundo imploró al detective para que no le despeinara porque venía de la peluquería –se lee al lado de una viñeta–. Tenía solo seis pelos en la cabeza y menos en la lengua, hablaba por los codos y confesó su asesinato con pelos y señales», escribe Suárez. Da forma así a una especie de cómic, un relato gráfico con el que Javier Cercas atornilla la idea de su espíritu pionero en el prólogo que le escribe: «Está concebido antes de que el cómic empezara a reivindicarse bien avanzados los años 60 como un arte serio: ‘Tebeos y cultura de masas’, de Luis Gasca(1966) y ‘Los cómics, arte para consumo y formas pop’, de Terenci Moix (1968). Como siempre, Suárez fue el primero en llegar». —Entonces, ¿qué va a hacer de mayor?—Me gustaría, y de hecho es probable que lo intente, volver al periodismo. Pero yo como entrevistador, no como comentarista, que tuve una etapa de hacer comentarios y eso no me gusta. A mí lo que realmente me interesa es el instante, ni antes ni después. Ytratar de capturarlo. La ventaja del cine es que es lo más aproximado, después de las cuevas prehistóricas, al hecho de captar el momento… Bueno, en resumidas cuentas, que me gustaría captar el instante, vivirlo de repente. Que todo fuera de repente.«Me gustaría, y de hecho es probable que lo intente, volver al periodismo. Pero yo como entrevistador»De improviso, en ese de repente que no deja de buscar, corta la frase cuando ya no quiere llegar al sitio al que le llevaba esa concatenación de palabras y hace un requiebro para hablar del periodismo –«me gusta porque sigue manteniendo esa opción de acción»–, de literatura –«…esa acción también la he buscado en la literatura, tecleando como si tocara el piano, dejándome llevar por las palabras e inventando»–, del boxeo –«…porque esa acción te lleva a la intemperie, a encontrar a alguien con el cual puedas intercambiar guantes. O sea, que me doy cuenta que añoro bastante mis pinitos del boxeo, que no fue nunca profesional»–. Y así. Una metralleta pausada de verbos exactos, sustantivos precisos y pensamientos improvisados que parecen elaboradísimos.—Y a quién le gustaría entrevistar ahora, teniendo en cuenta que hace años publicó ‘La suela de mis zapatos’ [un libro con las entrevistas, crónicas y reportajes que hizo este pionero del Nuevo Periodismo bajo el pseudónimo de Martin Girard a gente como Dalí, Buñuel o al general Batista].—Es que antaño los personajes tenían más espacio y relieve que ahora, en que las comunicaciones son tan arrolladoras y confusas que es difícil encontrar personajes así. Ahora falta ese espacio, por un lado, mitificador, no da tiempo, y por otro ahora existen esas cosas que se llaman ‘redes’ en las que yo no pienso entrar porque no soy pez ni me dejo atrapar. Preferiría entrevistar a gente anónima porque tampoco consumo noticias, prefiero vivir de oídas porque no tengo solución en mi mano a las cosas que cuentan. Tengo la sensación, además, de que caemos en una trampa donde se anticipan a describirnos la realidad y a conformarla, y bueno, una vez más, estamos abocados a creérnoslo. Entonces, sé que es un absurdo y me repito, pero me gustaría encontrar un instante y descubrir alguna ranura por donde se pueda mirar y no ser visto. Ir, ver, triunfar… marcharseEs curioso que alguien que haya hecho tantas cosas tan visibles en tantos sitios diga que no quiere ser visto. Quizá, y es especulación, de ahí venga la cualidad de haberse marchado a tiempo de todos los oficios. Una habilidad que fascina –por insólita– y a la que él resta cualquier aspecto de épica. «No es que me fuera, es que… Encontraba otra cosa. Tampoco era que me cansase, porque eso además sería una petulancia. No, es que de repente tenía la sensación de que veía la trastienda de todo lo que hacía, y las trastiendas, como me pasó con el teatro, a veces se parecían a oficinas siniestras». El requiebro de Suárez, o la finta, por seguir el símil pugilístico, viene ahora, cuando salta de las trastiendas de la cultura de las que siempre ha rehusado a su otra pasión, el fútbol, al que además de algún regate entregó horas de trabajo. Fue cuando firmaba informes para el Inter de Milán de Helenio Herrera, que se lo llevó para Italia y le regaló varios consejos que luego aplicó a sus cosas, de la pintura al cine, como cuando Helenio le dijo que no había que mirar al balón, sino al espacio. «El fútbol, el deporte, tiene el asombro del instante, el estupor del gol, la pureza de la sorpresa», asegura, matizando algo obvio: «No me gusta nada la masa reunida, ni los forofos, pero sí me resulta estimulante el hecho de que la suerte dependa de un centímetro. Es que me gusta, repito, la acción, y no me considero un intelectual. Por ejemplo, me arrepiento mucho cada vez que he escrito algo como comentarista y he pecado de literario». «Yo tengo la obsesión de empezar porque he de confesar que me he aburrido de mí mismo, de lo que hago»Y ahí volverá de nuevo a este ‘Caso de las cabezas cortadas’, a su amigo Adolfo García, que fue al primero que llamó al encontrarse esa carpeta con unos dibujos que «había olvidado radicalmente»; al editor, Diego Moreno, que se entusiasmó con ellos: «Fue una historia de amor pese a que yo trabajo contando el caos», cuenta Suárez, señalando la cubierta naranja con la que viaja a sus recuerdos de hace 66 años. «Tengo la impresión de que hoy empieza otro combate, otra racha», sentencia, categórico. «Yo tengo la obsesión de empezar porque he de confesar que me he aburrido de mí mismo. Sí, me voy aburriendo sucesivamente de lo que hago, cuanto ni más del culpable, del reiterado, del volver otra vez. Aparte que es imposible también volver. Siempre hay que ir un paso adelante», asevera a sus 90 vividos años para, al rato, en otra reflexión similar, cortarse a sí mismo: «Pero bueno, estamos ya filosofando, ¿no? No me jodas que igual voy a quedar por un intelectual», dice todo lo serio que puede, porque la socarronería se le escapa en cada ‘jab’ de derechas y en cada gancho de izquierda.—¿Tiene alguna espina clavada de algo que le haya quedado por hacer?—Las espinas clavadas son los guiones que no he podido hacer. Pero ahora ya me aburren. No volvería a rehacerlos, no. Sí que volvería a mis tres primeras películas, cuando no sabía hacer cine y me obstiné en hacerlo. Porque entonces, aquello sucedía, lo inventaba…. había visto cine, pero no tenía ni idea. Entonces yo ahora quiero hacer algo de lo que no tenga ni idea. Yesto [señala el libro] puede ser una señal, aunque no del cielo porque espero que el cielo no se ocupe de estas tonterías. Ahora lo que estoy buscando es eso, algo nuevo, pero no es fácil».Eso es Gonzalo Suárez, el no dejar de buscar lo inédito, lo insólito. Y por eso terminará así: «Solo busco lo que es imposible. Esa es la clave. Lo digo lo más en serio de lo que parece, además, que quizás lo he demostrado sin querer porque no he querido ser alguien que no está donde se le busca. No, eso ha sido natural, una esquiva boxística, un espacio fuera del terreno de juego. No lo sé. Bueno, en fin, son pretensiones porque… La verdad es que no sé puñeteramente nada. De nada. Pero no saber nada de nada… Ya es saber demasiado», remata como solo un sabio de 90 años, con una carcajada llena de verdad.
Acercarse a Gonzalo Suárez es intentar abrazar lo inabarcable y no rozar ni la superficie. En sus 90 años –que ni de lejos aparenta– caben tantas vidas como la de un boxeador animoso, un futbolista que nunca remató de cabeza, un plumilla escondido tras … un seudónimo de éxito, un cineasta que empezó a rodar sin saber hacer cine, un pintor atento al trazo más que al lienzo, un escritor que teclea ideas que no sabe de dónde le vienen… De todos ellos –y varios más– parece huir un Gonzalo Suárez que, pese a tener la memoria llena de recuerdos gloriosos, anécdotas jugosísimas, amistades con epígrafe propio en bibliotecas y panteones, solo sabe mirar al futuro.
—¿A qué pregunta no ha respondido nunca y le gustaría hacerse?
—Pues que qué voy a hacer de mayor. Pero quisiera responderme, y eso va a ser más difícil.
La respuesta está cargada de más seriedad que ironía y de menos melancolía de lo que se transcribe. Porque hay algo inasible en la energía que desprende, tanta como las aventuras que nunca ha dejado de emprender. El aforismo con el que sus amigos, seguidores y discípulos lo definen lo acuñó Juan José Millás: «Suárez siempre ha llegado el primero a todas partes y siempre se ha marchado el primero, de manera que siempre ha estado solo». Y, claro, solo Suárez podía atraparse a sí mismo en un juego que, obvio, solo se le podía ocurrir a él. Lo evidencia, aunque promete que no lo había pensado, en ‘El caso de las cabezas cortadas’ (Editorial Nórdica), su nuevo libro recién publicado, en el que su yo de 90 años se reencuentra con el GonzaloSuárez de 24 años a partir de una casualidad, un milagro o esa ‘musa intrusa’ que acuñó en uno de sus títulos imprescindibles y que ahora le ha vuelto a iluminar.
Cuenta este mediodía en la Taberna del Alabardero de Madrid, su segunda casa a solo unos pasos de la primera, la que define como «la selva africana de mis sueños», que en una vieja carpeta azul aparecieron unos dibujos que le costó reconocer. De primeras, no tenía muy claro de dónde habían salido, porque Gonzalo Suárez jura y perjura que las ideas que le llegan a su cabeza son envíos externos, pero una cosa es eso y otra que las musas se pongan el chaleco de Amazon y le manden las cosas en forma de cuartillas al salón familiar. Descartado el milagro de la transmutación, recordó que eran unos dibujos que hizo en París, en 1958, con 24 años, cuando trabajaba en la periferia de la capital metiendo tubos de las gasolineras en zanjas que él, desde el recuerdo indeleble tatuado por la humedad y el esfuerzo físico agotador, define como «trincheras».
Localizado el hallazgo, y sacudido ya el frío de los huesos, el Suárez de 90 años ordenó los dibujos del Suárez de 24 hasta conformar la historia de un detective que tiene que atrapar a un tipo que corta cabezas en su bloque de vecinos. Le añadió unos textos gamberros y llenos de sarcasmos y juventud. Y también, de presente. «El vecino del segundo imploró al detective para que no le despeinara porque venía de la peluquería –se lee al lado de una viñeta–. Tenía solo seis pelos en la cabeza y menos en la lengua, hablaba por los codos y confesó su asesinato con pelos y señales», escribe Suárez. Da forma así a una especie de cómic, un relato gráfico con el que Javier Cercas atornilla la idea de su espíritu pionero en el prólogo que le escribe: «Está concebido antes de que el cómic empezara a reivindicarse bien avanzados los años 60 como un arte serio: ‘Tebeos y cultura de masas’, de Luis Gasca(1966) y ‘Los cómics, arte para consumo y formas pop’, de Terenci Moix (1968). Como siempre, Suárez fue el primero en llegar».
—Entonces, ¿qué va a hacer de mayor?
—Me gustaría, y de hecho es probable que lo intente, volver al periodismo. Pero yo como entrevistador, no como comentarista, que tuve una etapa de hacer comentarios y eso no me gusta. A mí lo que realmente me interesa es el instante, ni antes ni después. Ytratar de capturarlo. La ventaja del cine es que es lo más aproximado, después de las cuevas prehistóricas, al hecho de captar el momento… Bueno, en resumidas cuentas, que me gustaría captar el instante, vivirlo de repente. Que todo fuera de repente.
«Me gustaría, y de hecho es probable que lo intente, volver al periodismo. Pero yo como entrevistador»
De improviso, en ese de repente que no deja de buscar, corta la frase cuando ya no quiere llegar al sitio al que le llevaba esa concatenación de palabras y hace un requiebro para hablar del periodismo –«me gusta porque sigue manteniendo esa opción de acción»–, de literatura –«…esa acción también la he buscado en la literatura, tecleando como si tocara el piano, dejándome llevar por las palabras e inventando»–, del boxeo –«…porque esa acción te lleva a la intemperie, a encontrar a alguien con el cual puedas intercambiar guantes. O sea, que me doy cuenta que añoro bastante mis pinitos del boxeo, que no fue nunca profesional»–. Y así. Una metralleta pausada de verbos exactos, sustantivos precisos y pensamientos improvisados que parecen elaboradísimos.
—Y a quién le gustaría entrevistar ahora, teniendo en cuenta que hace años publicó ‘La suela de mis zapatos’ [un libro con las entrevistas, crónicas y reportajes que hizo este pionero del Nuevo Periodismo bajo el pseudónimo de Martin Girard a gente como Dalí, Buñuel o al general Batista].
—Es que antaño los personajes tenían más espacio y relieve que ahora, en que las comunicaciones son tan arrolladoras y confusas que es difícil encontrar personajes así. Ahora falta ese espacio, por un lado, mitificador, no da tiempo, y por otro ahora existen esas cosas que se llaman ‘redes’ en las que yo no pienso entrar porque no soy pez ni me dejo atrapar. Preferiría entrevistar a gente anónima porque tampoco consumo noticias, prefiero vivir de oídas porque no tengo solución en mi mano a las cosas que cuentan. Tengo la sensación, además, de que caemos en una trampa donde se anticipan a describirnos la realidad y a conformarla, y bueno, una vez más, estamos abocados a creérnoslo. Entonces, sé que es un absurdo y me repito, pero me gustaría encontrar un instante y descubrir alguna ranura por donde se pueda mirar y no ser visto.
Ir, ver, triunfar… marcharse
Es curioso que alguien que haya hecho tantas cosas tan visibles en tantos sitios diga que no quiere ser visto. Quizá, y es especulación, de ahí venga la cualidad de haberse marchado a tiempo de todos los oficios. Una habilidad que fascina –por insólita– y a la que él resta cualquier aspecto de épica. «No es que me fuera, es que… Encontraba otra cosa. Tampoco era que me cansase, porque eso además sería una petulancia. No, es que de repente tenía la sensación de que veía la trastienda de todo lo que hacía, y las trastiendas, como me pasó con el teatro, a veces se parecían a oficinas siniestras».
El requiebro de Suárez, o la finta, por seguir el símil pugilístico, viene ahora, cuando salta de las trastiendas de la cultura de las que siempre ha rehusado a su otra pasión, el fútbol, al que además de algún regate entregó horas de trabajo. Fue cuando firmaba informes para el Inter de Milán de Helenio Herrera, que se lo llevó para Italia y le regaló varios consejos que luego aplicó a sus cosas, de la pintura al cine, como cuando Helenio le dijo que no había que mirar al balón, sino al espacio. «El fútbol, el deporte, tiene el asombro del instante, el estupor del gol, la pureza de la sorpresa», asegura, matizando algo obvio: «No me gusta nada la masa reunida, ni los forofos, pero sí me resulta estimulante el hecho de que la suerte dependa de un centímetro. Es que me gusta, repito, la acción, y no me considero un intelectual. Por ejemplo, me arrepiento mucho cada vez que he escrito algo como comentarista y he pecado de literario».
«Yo tengo la obsesión de empezar porque he de confesar que me he aburrido de mí mismo, de lo que hago»
Y ahí volverá de nuevo a este ‘Caso de las cabezas cortadas’, a su amigo Adolfo García, que fue al primero que llamó al encontrarse esa carpeta con unos dibujos que «había olvidado radicalmente»; al editor, Diego Moreno, que se entusiasmó con ellos: «Fue una historia de amor pese a que yo trabajo contando el caos», cuenta Suárez, señalando la cubierta naranja con la que viaja a sus recuerdos de hace 66 años. «Tengo la impresión de que hoy empieza otro combate, otra racha», sentencia, categórico. «Yo tengo la obsesión de empezar porque he de confesar que me he aburrido de mí mismo. Sí, me voy aburriendo sucesivamente de lo que hago, cuanto ni más del culpable, del reiterado, del volver otra vez. Aparte que es imposible también volver. Siempre hay que ir un paso adelante», asevera a sus 90 vividos años para, al rato, en otra reflexión similar, cortarse a sí mismo: «Pero bueno, estamos ya filosofando, ¿no? No me jodas que igual voy a quedar por un intelectual», dice todo lo serio que puede, porque la socarronería se le escapa en cada ‘jab’ de derechas y en cada gancho de izquierda.
—¿Tiene alguna espina clavada de algo que le haya quedado por hacer?
—Las espinas clavadas son los guiones que no he podido hacer. Pero ahora ya me aburren. No volvería a rehacerlos, no. Sí que volvería a mis tres primeras películas, cuando no sabía hacer cine y me obstiné en hacerlo. Porque entonces, aquello sucedía, lo inventaba…. había visto cine, pero no tenía ni idea. Entonces yo ahora quiero hacer algo de lo que no tenga ni idea. Yesto [señala el libro] puede ser una señal, aunque no del cielo porque espero que el cielo no se ocupe de estas tonterías. Ahora lo que estoy buscando es eso, algo nuevo, pero no es fácil».
Eso es Gonzalo Suárez, el no dejar de buscar lo inédito, lo insólito. Y por eso terminará así: «Solo busco lo que es imposible. Esa es la clave. Lo digo lo más en serio de lo que parece, además, que quizás lo he demostrado sin querer porque no he querido ser alguien que no está donde se le busca. No, eso ha sido natural, una esquiva boxística, un espacio fuera del terreno de juego. No lo sé. Bueno, en fin, son pretensiones porque… La verdad es que no sé puñeteramente nada. De nada. Pero no saber nada de nada… Ya es saber demasiado», remata como solo un sabio de 90 años, con una carcajada llena de verdad.
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