Dice Graciela Iturbide (México, 1942) que hay una línea que conecta cabeza (la imaginación influyendo en lo que se busca), el ojo (que descubre la escena) y el corazón (que da la orden de disparar) que conforma la imagen perfecta. En la Fundación Casa de México en España, y dentro del programa de PHotoEspaña y el apoyo de Fomento Cultural Banamex, se reúnen hasta 115 en ‘Cuando habla la luz’, de 1972 a 2017, con las que componer cierta retrospectiva de esta madre de la foto mexicana, flamante Premio Princesa de Asturias de las Artes 2025. Una autora que es ‘puritita’ luz. Dejemos que hable.—Para una trayectoria tan dilatada y tan reconocida como la suya el Princesa de Asturias será una piedrecita más.—¡Noooo! Estoy muy emocinonada. Nunca me esperé un premio Princesa de Asturias. De hecho es que aún no lo creo. Todavía no he aterrizado la sensación.Noticias relacionadas estandar Si Premio Princesa de Asturias de las Artes 2025 Graciela Iturbide: «La realidad es en blanco y negro; la mentira, en color» Milton Merlo estandar No La fotógrafa del blanco y negro Graciela Iturbide, premio Princesa de Asturias de las Artes 2025 Javier Díaz-Guardiola—Usted comenzó tarde a estudiar fotografía, casada y siendo ya madre. Sus series se dilatan en el tiempo. ¿Es la obstinación el ingrediente principal de su trabajo?—Mira, yo trabajo mucho con la sorpresa. Yo puedo estar en equis lugar esperando algo y de repente pasar otra cosa. Por ejemplo, esa imagen de esa bicicleta con pollos colgando que tenemos detrás. Cuando yo vi esa composición me llamó la atención lo de las patitas de los animales hacia arriba. Y en ese mismo momento pasó por allí un matrimonio ya mayor, levantando el polvo con su paso y generando una escena como de Pasolini. Me quedé tan maravillada con lo que sucedía que no hice esa foto. Y esa era la foto. Me quedé con la de la bicicleta con pollos de recuerdo. En definitiva: no sigo guiones, no tengo ideas preestablecidas, solo cuando he realizado algún encargo específico. Lo que voy fotografiando es lo que sale al paso, lo que se cruza en mi ojo y en mi corazón. Y lo que voy haciendo lo voy metiendo en mis cajas en función de sus temáticas –ahora estoy haciendo muchos objetos– y luego ya voy armando de acuerdo a lo que siento.—Hay muchas fotógrafas que me mencionan el gran machismo que hay en la profesión. ¿Hay una manera femenina de hacer imágenes?—En México tenemos muchísimas mujeres fotógrafas y buenísimas. Yo sinceramente, y mira que soy feminista, nunca he tenido ningún problema con el machismo. Hablamos de fotografía, luego en otros ámbitos a lo mejor sí [se sonríe y hace un guiño]. Siempre he sido independiente, he hecho mis cosas, me tocó trabajar de asistente de Álvarez Bravo que era la persona más linda, poética, culta que me he cruzado y que me enseñó más de la vida que de la foto… Y sí que creo que hay una manera femenina de ver. Pero todo tiene realmente que ver con lo que trae uno dentro. —Tiene sentido.—Yo quería ser Diane Arbus. Pero por más que he querido, no he podido. Es más: yo vivía en un lugar de varios pisos, y con la imagen en la cabeza de un niño que llora, un día toqué en la puerta del edificio porque había un pequeño en esa situación. Me abrió la empleada, le pedí permiso, me lo concedió… Pero esa imagen no la he expuesto nunca. La inspiración era tan grande que no quiero copiarla. Y somos dos creadoras totalmente diferentes, tenemos historias diferentes, modos de educación diferentes… Prefiero seguir guiándome por lo que mi ojo ve y mi corazón siente. —¿Y hay una manera mexicana, latina, de mirar, de fotografiar?—No. Yo creo que todo es individual. De hecho, hay fotógrafas que imitan a señores y señores que trabajan con una sensibilidad más femenina. Todo tiene que ver más con tu interior, con cómo te han educado, lo que has leído, la pintura que has estudiado, porque en la foto siempre hay mucha composición que viene de ahí… Nunca he trabajado en publicidad. Yo quería ser periodista, probar lo que sentía el fotoperiodista. Y, ya tomando fotos, hablé con Carlos Payán de ‘La Jornada’ [su director fundador]. Le pedí una credencial, que me concedió. Pero desafortunadamente al final no ejercí porque no tuve tiempo. Pero me habría encantado andar por las calles de México fotografiando cosas.—Ha recorrido mucho su país, también Latinoamérica. Y ha llegado a destinos muy distantes: Bangladesh, Japón, España… ¿Cambia la manera de proceder en contextos distintos al propio?—En realidad eres tú el que cambia. Eres tú en cualquier país. Claro que cambian los ambientes: he estado en Madagascar, en Mozamique, en Roma… Y tú te vas haciendo con lo que vas aprendiendo de la vida, cuestiones en ocasiones simbólicas que tienen que ver con cómo te relacionas con la gente. Para mí, incluso los objetos tienen mucho simbolismo.Autorretrato de Graciela Iturbide G. Iturbide—¿Se puede decir que dirigió la cámara hacia las mujeres cuando se puso a recorrer México y Latinoamérica?—No lo creo. En Juchitán sí porque convivía con ellas, en sus casas, fueron muy lindas conmigo. Iba con ellas al mercado para ganar complicidad, pero también conviví mucho con animales, las cabritas que subían por las escaleras… Pero me ha interesado todo, personas y objetos. He fotografiado el jardín botánico de Oaxaca, voy a todos los que puedo porque me encantan, como me encantan las plantas en terapia, cuando la mano del hombre, del jardinero es evidente y le mete palos, amarres, velos… Ahora me ha dado por fotografiar eso, cosas veladas. En Bangladesh fotografié, ahí sí, mujeres, porque me ocupé de una casa de prostitución en la que me dejaron entrar, y muchas se cubrian la cara, quizás por costumbre, quizás por la foto, pero a mí me encantaba. —Sus grandes iconos son mujeres: La Virgen de las Iguanas, la mujer ángel…—Tienes razón. Y también es casualidad que las dos imágenes las tomé el mismo año. Era 1979. Estaba empezando en la foto. Una en Juchitán y otra en el desierto de Sonora. Trabajé varios años en Oaxaca, de ahí venía, donde había mucha fiesta, que yo no aguantaba tanto. Por el Instituto Nacional Indigenista llegué a Sonora. Los jóvenes me llevaron a una cueva con pinturas prehistóricas y bajando comencé a tomar fotos. Estas gentes tienen mucha relación con Arizona, por la proximidad con EE.UU. y cambiaban muchas de sus artesanías, bellísimas, por aparatos de sonido con los que escuchaban a un cautator muy famoso en la época, Rigo Tovar. Y la gente iba vestida con esmoquin en el desierto escuchando a este hombre, era todo muy divertido. Me arrepiento de no haber fotografiado bien eso. Pero es que eran mis principios. —¿Son sus favoritas?—Siempre espero que esa foto esté por llegar. No está aún hecha. Quizás me gusta más ‘Mujer ángel’ porque me la regaló el desierto. Yo no la vi. Fue al revisar mis contactos. Entonces es cuando también reparo en que se le ‘atoró’ el pelo. —¿Por qué al final sustituyó la foto por el cine?—Empecé a estudiar cine y llegué a hacer dos pequeños cortos. Pero sus cámaras son pesadas, necesitas luces, equipos, yo soy muy torpe para todo eso. Ahí tuve la suerte de conocer a Manuel Álvarez Bravo, que daba clases de fotografía. Y me convertí en su ‘achichincle’, como dicen en México. Él me dijo que el cine era solo para jugar. Y por eso me hice fotógrafa. Curiosamente él quería ser cineasta, pero unos problemas de celos por ahí no le dejaron serlo. Viajo siempre con dos cámaras [una rolleiflex y una leica] más una de repuesto por si se me descompone. Voy ligerita, no uso flash, no uso trípodes… Detalle de ‘La Virgen de las Iguanas’ (1979) Graciela Iturbide—Analógica y en blanco y negro. ¿No le tienta la foto digital y sus filtros?—No. Tengo una cámara que me regalaron hace poco, creo que es muy fina, y que tiene para hacer cine, y ahora tengo un nieto que lo está estudiando y quiero hacer algunos experimentos con él. Le tengo que pedir a una de mis asistentes, que es muy jovencita, que me enseñe a manejarla para un día con mi nieto irnos por ahí y que cada uno haga la suya. —¿Y utiliza el móvil para hacer fotos?—¿Qué crees? Todas me quedan mal. Te lo juro. No sé. Yo sigo un ritual con mi cámara, con mi rollo, que aquí se pierde. He tomado muchas fotos con celular ,sobre todo cuando no llevo conmigo mi cámara y veo algo muy bonito, pero luego no sé qué hacer con esa imagen porque está dentro de un aparatito y ya…—¿Qué fotografía hoy?—A los pueblos originarios no porque hay mucho narco en México y está muy peligroso y ellos mismos me dijeron que no regrese. Por eso me dirigí a los pájaros, a los jardines botánicos… Fui a Lanzarote, una maravilla, donde descubrí el inicio y el fin del mundo. Fueron muy amables, me dieron allí una residencia porque fui a dar una conferencia y fui la más feliz del mundo con la lava, los cactus…—¿Ese trabajo se ha visto ya?—No. Muy probablemente se haga cuando vaya en otoño a Asturias. Quiero mezclar México con algo de España, que son dos pueblos hermanos. Además yo soy mestiza. Mi familia viene del País Vasco, de Aragón, de Jaén… A mí me encantan los gitanos y siempre decía: ‘Ojalá que este bisabuelo mío haya tenido alguna novia gitana’ [ríe con fuerza]. Me encanta fotografiar gitanos. Lo que pasa es que eso también lo hizo Joseph Koudelka, uno de los fotógrafos que yo más admiro y que adoro. Me da no se qué meterme en su mundo. Así que de vez en cuando fotografío a los gitanosa mi manera, en Roma, en un lugar muy elegante de gitanos ricos… —Se la vincula a Álvarez Bravo y Francisco Toledo, palabras mayores. ¿Cuándo se toma conciencia de que usted ya les está a la altura?—¡Yo no he estoy a la altura de nada! ¡No he superado nada! [ríe]. ¡Si es que no entiendo nada! Las cosas caen del cielo. Yo no trabajo para ganar premios, lo hago por placer, por pasión. Así que qué maravilla que me caen estos reconocimientos porque son incentivo para seguir trabajando. Me encanta. ¡Tengo tantos negativos que aún tengo que positivar!Iturbide en Madrid Ignacio Gil—Queda mucho por hacer.—No te imaginas. A veces hay fotos que pienso ‘para qué puse esta, se ve horrible’. Como esa otra, también de pollos colgando en Colombia [señala otra foto]. Eso es una cosa del comisario que escogió. A mí lo que me gusta es, como con ‘Mujer ángel’, descubrir en los negativos. Y a veces, toca romper las impresiones. Dice Graciela Iturbide (México, 1942) que hay una línea que conecta cabeza (la imaginación influyendo en lo que se busca), el ojo (que descubre la escena) y el corazón (que da la orden de disparar) que conforma la imagen perfecta. En la Fundación Casa de México en España, y dentro del programa de PHotoEspaña y el apoyo de Fomento Cultural Banamex, se reúnen hasta 115 en ‘Cuando habla la luz’, de 1972 a 2017, con las que componer cierta retrospectiva de esta madre de la foto mexicana, flamante Premio Princesa de Asturias de las Artes 2025. Una autora que es ‘puritita’ luz. Dejemos que hable.—Para una trayectoria tan dilatada y tan reconocida como la suya el Princesa de Asturias será una piedrecita más.—¡Noooo! Estoy muy emocinonada. Nunca me esperé un premio Princesa de Asturias. De hecho es que aún no lo creo. Todavía no he aterrizado la sensación.Noticias relacionadas estandar Si Premio Princesa de Asturias de las Artes 2025 Graciela Iturbide: «La realidad es en blanco y negro; la mentira, en color» Milton Merlo estandar No La fotógrafa del blanco y negro Graciela Iturbide, premio Princesa de Asturias de las Artes 2025 Javier Díaz-Guardiola—Usted comenzó tarde a estudiar fotografía, casada y siendo ya madre. Sus series se dilatan en el tiempo. ¿Es la obstinación el ingrediente principal de su trabajo?—Mira, yo trabajo mucho con la sorpresa. Yo puedo estar en equis lugar esperando algo y de repente pasar otra cosa. Por ejemplo, esa imagen de esa bicicleta con pollos colgando que tenemos detrás. Cuando yo vi esa composición me llamó la atención lo de las patitas de los animales hacia arriba. Y en ese mismo momento pasó por allí un matrimonio ya mayor, levantando el polvo con su paso y generando una escena como de Pasolini. Me quedé tan maravillada con lo que sucedía que no hice esa foto. Y esa era la foto. Me quedé con la de la bicicleta con pollos de recuerdo. En definitiva: no sigo guiones, no tengo ideas preestablecidas, solo cuando he realizado algún encargo específico. Lo que voy fotografiando es lo que sale al paso, lo que se cruza en mi ojo y en mi corazón. Y lo que voy haciendo lo voy metiendo en mis cajas en función de sus temáticas –ahora estoy haciendo muchos objetos– y luego ya voy armando de acuerdo a lo que siento.—Hay muchas fotógrafas que me mencionan el gran machismo que hay en la profesión. ¿Hay una manera femenina de hacer imágenes?—En México tenemos muchísimas mujeres fotógrafas y buenísimas. Yo sinceramente, y mira que soy feminista, nunca he tenido ningún problema con el machismo. Hablamos de fotografía, luego en otros ámbitos a lo mejor sí [se sonríe y hace un guiño]. Siempre he sido independiente, he hecho mis cosas, me tocó trabajar de asistente de Álvarez Bravo que era la persona más linda, poética, culta que me he cruzado y que me enseñó más de la vida que de la foto… Y sí que creo que hay una manera femenina de ver. Pero todo tiene realmente que ver con lo que trae uno dentro. —Tiene sentido.—Yo quería ser Diane Arbus. Pero por más que he querido, no he podido. Es más: yo vivía en un lugar de varios pisos, y con la imagen en la cabeza de un niño que llora, un día toqué en la puerta del edificio porque había un pequeño en esa situación. Me abrió la empleada, le pedí permiso, me lo concedió… Pero esa imagen no la he expuesto nunca. La inspiración era tan grande que no quiero copiarla. Y somos dos creadoras totalmente diferentes, tenemos historias diferentes, modos de educación diferentes… Prefiero seguir guiándome por lo que mi ojo ve y mi corazón siente. —¿Y hay una manera mexicana, latina, de mirar, de fotografiar?—No. Yo creo que todo es individual. De hecho, hay fotógrafas que imitan a señores y señores que trabajan con una sensibilidad más femenina. Todo tiene que ver más con tu interior, con cómo te han educado, lo que has leído, la pintura que has estudiado, porque en la foto siempre hay mucha composición que viene de ahí… Nunca he trabajado en publicidad. Yo quería ser periodista, probar lo que sentía el fotoperiodista. Y, ya tomando fotos, hablé con Carlos Payán de ‘La Jornada’ [su director fundador]. Le pedí una credencial, que me concedió. Pero desafortunadamente al final no ejercí porque no tuve tiempo. Pero me habría encantado andar por las calles de México fotografiando cosas.—Ha recorrido mucho su país, también Latinoamérica. Y ha llegado a destinos muy distantes: Bangladesh, Japón, España… ¿Cambia la manera de proceder en contextos distintos al propio?—En realidad eres tú el que cambia. Eres tú en cualquier país. Claro que cambian los ambientes: he estado en Madagascar, en Mozamique, en Roma… Y tú te vas haciendo con lo que vas aprendiendo de la vida, cuestiones en ocasiones simbólicas que tienen que ver con cómo te relacionas con la gente. Para mí, incluso los objetos tienen mucho simbolismo.Autorretrato de Graciela Iturbide G. Iturbide—¿Se puede decir que dirigió la cámara hacia las mujeres cuando se puso a recorrer México y Latinoamérica?—No lo creo. En Juchitán sí porque convivía con ellas, en sus casas, fueron muy lindas conmigo. Iba con ellas al mercado para ganar complicidad, pero también conviví mucho con animales, las cabritas que subían por las escaleras… Pero me ha interesado todo, personas y objetos. He fotografiado el jardín botánico de Oaxaca, voy a todos los que puedo porque me encantan, como me encantan las plantas en terapia, cuando la mano del hombre, del jardinero es evidente y le mete palos, amarres, velos… Ahora me ha dado por fotografiar eso, cosas veladas. En Bangladesh fotografié, ahí sí, mujeres, porque me ocupé de una casa de prostitución en la que me dejaron entrar, y muchas se cubrian la cara, quizás por costumbre, quizás por la foto, pero a mí me encantaba. —Sus grandes iconos son mujeres: La Virgen de las Iguanas, la mujer ángel…—Tienes razón. Y también es casualidad que las dos imágenes las tomé el mismo año. Era 1979. Estaba empezando en la foto. Una en Juchitán y otra en el desierto de Sonora. Trabajé varios años en Oaxaca, de ahí venía, donde había mucha fiesta, que yo no aguantaba tanto. Por el Instituto Nacional Indigenista llegué a Sonora. Los jóvenes me llevaron a una cueva con pinturas prehistóricas y bajando comencé a tomar fotos. Estas gentes tienen mucha relación con Arizona, por la proximidad con EE.UU. y cambiaban muchas de sus artesanías, bellísimas, por aparatos de sonido con los que escuchaban a un cautator muy famoso en la época, Rigo Tovar. Y la gente iba vestida con esmoquin en el desierto escuchando a este hombre, era todo muy divertido. Me arrepiento de no haber fotografiado bien eso. Pero es que eran mis principios. —¿Son sus favoritas?—Siempre espero que esa foto esté por llegar. No está aún hecha. Quizás me gusta más ‘Mujer ángel’ porque me la regaló el desierto. Yo no la vi. Fue al revisar mis contactos. Entonces es cuando también reparo en que se le ‘atoró’ el pelo. —¿Por qué al final sustituyó la foto por el cine?—Empecé a estudiar cine y llegué a hacer dos pequeños cortos. Pero sus cámaras son pesadas, necesitas luces, equipos, yo soy muy torpe para todo eso. Ahí tuve la suerte de conocer a Manuel Álvarez Bravo, que daba clases de fotografía. Y me convertí en su ‘achichincle’, como dicen en México. Él me dijo que el cine era solo para jugar. Y por eso me hice fotógrafa. Curiosamente él quería ser cineasta, pero unos problemas de celos por ahí no le dejaron serlo. Viajo siempre con dos cámaras [una rolleiflex y una leica] más una de repuesto por si se me descompone. Voy ligerita, no uso flash, no uso trípodes… Detalle de ‘La Virgen de las Iguanas’ (1979) Graciela Iturbide—Analógica y en blanco y negro. ¿No le tienta la foto digital y sus filtros?—No. Tengo una cámara que me regalaron hace poco, creo que es muy fina, y que tiene para hacer cine, y ahora tengo un nieto que lo está estudiando y quiero hacer algunos experimentos con él. Le tengo que pedir a una de mis asistentes, que es muy jovencita, que me enseñe a manejarla para un día con mi nieto irnos por ahí y que cada uno haga la suya. —¿Y utiliza el móvil para hacer fotos?—¿Qué crees? Todas me quedan mal. Te lo juro. No sé. Yo sigo un ritual con mi cámara, con mi rollo, que aquí se pierde. He tomado muchas fotos con celular ,sobre todo cuando no llevo conmigo mi cámara y veo algo muy bonito, pero luego no sé qué hacer con esa imagen porque está dentro de un aparatito y ya…—¿Qué fotografía hoy?—A los pueblos originarios no porque hay mucho narco en México y está muy peligroso y ellos mismos me dijeron que no regrese. Por eso me dirigí a los pájaros, a los jardines botánicos… Fui a Lanzarote, una maravilla, donde descubrí el inicio y el fin del mundo. Fueron muy amables, me dieron allí una residencia porque fui a dar una conferencia y fui la más feliz del mundo con la lava, los cactus…—¿Ese trabajo se ha visto ya?—No. Muy probablemente se haga cuando vaya en otoño a Asturias. Quiero mezclar México con algo de España, que son dos pueblos hermanos. Además yo soy mestiza. Mi familia viene del País Vasco, de Aragón, de Jaén… A mí me encantan los gitanos y siempre decía: ‘Ojalá que este bisabuelo mío haya tenido alguna novia gitana’ [ríe con fuerza]. Me encanta fotografiar gitanos. Lo que pasa es que eso también lo hizo Joseph Koudelka, uno de los fotógrafos que yo más admiro y que adoro. Me da no se qué meterme en su mundo. Así que de vez en cuando fotografío a los gitanosa mi manera, en Roma, en un lugar muy elegante de gitanos ricos… —Se la vincula a Álvarez Bravo y Francisco Toledo, palabras mayores. ¿Cuándo se toma conciencia de que usted ya les está a la altura?—¡Yo no he estoy a la altura de nada! ¡No he superado nada! [ríe]. ¡Si es que no entiendo nada! Las cosas caen del cielo. Yo no trabajo para ganar premios, lo hago por placer, por pasión. Así que qué maravilla que me caen estos reconocimientos porque son incentivo para seguir trabajando. Me encanta. ¡Tengo tantos negativos que aún tengo que positivar!Iturbide en Madrid Ignacio Gil—Queda mucho por hacer.—No te imaginas. A veces hay fotos que pienso ‘para qué puse esta, se ve horrible’. Como esa otra, también de pollos colgando en Colombia [señala otra foto]. Eso es una cosa del comisario que escogió. A mí lo que me gusta es, como con ‘Mujer ángel’, descubrir en los negativos. Y a veces, toca romper las impresiones.
Dice Graciela Iturbide (México, 1942) que hay una línea que conecta cabeza (la imaginación influyendo en lo que se busca), el ojo (que descubre la escena) y el corazón (que da la orden de disparar) que conforma la imagen perfecta. En la Fundación Casa de México en España, … y dentro del programa de PHotoEspaña y el apoyo de Fomento Cultural Banamex, se reúnen hasta 115 en ‘Cuando habla la luz’, de 1972 a 2017, con las que componer cierta retrospectiva de esta madre de la foto mexicana, flamante Premio Princesa de Asturias de las Artes 2025. Una autora que es ‘puritita’ luz. Dejemos que hable.
—Para una trayectoria tan dilatada y tan reconocida como la suya el Princesa de Asturias será una piedrecita más.
—¡Noooo! Estoy muy emocinonada. Nunca me esperé un premio Princesa de Asturias. De hecho es que aún no lo creo. Todavía no he aterrizado la sensación.
—Usted comenzó tarde a estudiar fotografía, casada y siendo ya madre. Sus series se dilatan en el tiempo. ¿Es la obstinación el ingrediente principal de su trabajo?
—Mira, yo trabajo mucho con la sorpresa. Yo puedo estar en equis lugar esperando algo y de repente pasar otra cosa. Por ejemplo, esa imagen de esa bicicleta con pollos colgando que tenemos detrás. Cuando yo vi esa composición me llamó la atención lo de las patitas de los animales hacia arriba. Y en ese mismo momento pasó por allí un matrimonio ya mayor, levantando el polvo con su paso y generando una escena como de Pasolini. Me quedé tan maravillada con lo que sucedía que no hice esa foto. Y esa era la foto. Me quedé con la de la bicicleta con pollos de recuerdo. En definitiva: no sigo guiones, no tengo ideas preestablecidas, solo cuando he realizado algún encargo específico. Lo que voy fotografiando es lo que sale al paso, lo que se cruza en mi ojo y en mi corazón. Y lo que voy haciendo lo voy metiendo en mis cajas en función de sus temáticas –ahora estoy haciendo muchos objetos– y luego ya voy armando de acuerdo a lo que siento.
—Hay muchas fotógrafas que me mencionan el gran machismo que hay en la profesión. ¿Hay una manera femenina de hacer imágenes?
—En México tenemos muchísimas mujeres fotógrafas y buenísimas. Yo sinceramente, y mira que soy feminista, nunca he tenido ningún problema con el machismo. Hablamos de fotografía, luego en otros ámbitos a lo mejor sí [se sonríe y hace un guiño]. Siempre he sido independiente, he hecho mis cosas, me tocó trabajar de asistente de Álvarez Bravo que era la persona más linda, poética, culta que me he cruzado y que me enseñó más de la vida que de la foto… Y sí que creo que hay una manera femenina de ver. Pero todo tiene realmente que ver con lo que trae uno dentro.
—Tiene sentido.
—Yo quería ser Diane Arbus. Pero por más que he querido, no he podido. Es más: yo vivía en un lugar de varios pisos, y con la imagen en la cabeza de un niño que llora, un día toqué en la puerta del edificio porque había un pequeño en esa situación. Me abrió la empleada, le pedí permiso, me lo concedió… Pero esa imagen no la he expuesto nunca. La inspiración era tan grande que no quiero copiarla. Y somos dos creadoras totalmente diferentes, tenemos historias diferentes, modos de educación diferentes… Prefiero seguir guiándome por lo que mi ojo ve y mi corazón siente.
—¿Y hay una manera mexicana, latina, de mirar, de fotografiar?
—No. Yo creo que todo es individual. De hecho, hay fotógrafas que imitan a señores y señores que trabajan con una sensibilidad más femenina. Todo tiene que ver más con tu interior, con cómo te han educado, lo que has leído, la pintura que has estudiado, porque en la foto siempre hay mucha composición que viene de ahí… Nunca he trabajado en publicidad. Yo quería ser periodista, probar lo que sentía el fotoperiodista. Y, ya tomando fotos, hablé con Carlos Payán de ‘La Jornada’ [su director fundador]. Le pedí una credencial, que me concedió. Pero desafortunadamente al final no ejercí porque no tuve tiempo. Pero me habría encantado andar por las calles de México fotografiando cosas.
—Ha recorrido mucho su país, también Latinoamérica. Y ha llegado a destinos muy distantes: Bangladesh, Japón, España… ¿Cambia la manera de proceder en contextos distintos al propio?
—En realidad eres tú el que cambia. Eres tú en cualquier país. Claro que cambian los ambientes: he estado en Madagascar, en Mozamique, en Roma… Y tú te vas haciendo con lo que vas aprendiendo de la vida, cuestiones en ocasiones simbólicas que tienen que ver con cómo te relacionas con la gente. Para mí, incluso los objetos tienen mucho simbolismo.
G. Iturbide
—¿Se puede decir que dirigió la cámara hacia las mujeres cuando se puso a recorrer México y Latinoamérica?
—No lo creo. En Juchitán sí porque convivía con ellas, en sus casas, fueron muy lindas conmigo. Iba con ellas al mercado para ganar complicidad, pero también conviví mucho con animales, las cabritas que subían por las escaleras… Pero me ha interesado todo, personas y objetos. He fotografiado el jardín botánico de Oaxaca, voy a todos los que puedo porque me encantan, como me encantan las plantas en terapia, cuando la mano del hombre, del jardinero es evidente y le mete palos, amarres, velos… Ahora me ha dado por fotografiar eso, cosas veladas. En Bangladesh fotografié, ahí sí, mujeres, porque me ocupé de una casa de prostitución en la que me dejaron entrar, y muchas se cubrian la cara, quizás por costumbre, quizás por la foto, pero a mí me encantaba.
—Sus grandes iconos son mujeres: La Virgen de las Iguanas, la mujer ángel…
—Tienes razón. Y también es casualidad que las dos imágenes las tomé el mismo año. Era 1979. Estaba empezando en la foto. Una en Juchitán y otra en el desierto de Sonora. Trabajé varios años en Oaxaca, de ahí venía, donde había mucha fiesta, que yo no aguantaba tanto. Por el Instituto Nacional Indigenista llegué a Sonora. Los jóvenes me llevaron a una cueva con pinturas prehistóricas y bajando comencé a tomar fotos. Estas gentes tienen mucha relación con Arizona, por la proximidad con EE.UU. y cambiaban muchas de sus artesanías, bellísimas, por aparatos de sonido con los que escuchaban a un cautator muy famoso en la época, Rigo Tovar. Y la gente iba vestida con esmoquin en el desierto escuchando a este hombre, era todo muy divertido. Me arrepiento de no haber fotografiado bien eso. Pero es que eran mis principios.
—¿Son sus favoritas?
—Siempre espero que esa foto esté por llegar. No está aún hecha. Quizás me gusta más ‘Mujer ángel’ porque me la regaló el desierto. Yo no la vi. Fue al revisar mis contactos. Entonces es cuando también reparo en que se le ‘atoró’ el pelo.
—¿Por qué al final sustituyó la foto por el cine?
—Empecé a estudiar cine y llegué a hacer dos pequeños cortos. Pero sus cámaras son pesadas, necesitas luces, equipos, yo soy muy torpe para todo eso. Ahí tuve la suerte de conocer a Manuel Álvarez Bravo, que daba clases de fotografía. Y me convertí en su ‘achichincle’, como dicen en México. Él me dijo que el cine era solo para jugar. Y por eso me hice fotógrafa. Curiosamente él quería ser cineasta, pero unos problemas de celos por ahí no le dejaron serlo. Viajo siempre con dos cámaras [una rolleiflex y una leica] más una de repuesto por si se me descompone. Voy ligerita, no uso flash, no uso trípodes…
Graciela Iturbide
—Analógica y en blanco y negro. ¿No le tienta la foto digital y sus filtros?
—No. Tengo una cámara que me regalaron hace poco, creo que es muy fina, y que tiene para hacer cine, y ahora tengo un nieto que lo está estudiando y quiero hacer algunos experimentos con él. Le tengo que pedir a una de mis asistentes, que es muy jovencita, que me enseñe a manejarla para un día con mi nieto irnos por ahí y que cada uno haga la suya.
—¿Y utiliza el móvil para hacer fotos?
—¿Qué crees? Todas me quedan mal. Te lo juro. No sé. Yo sigo un ritual con mi cámara, con mi rollo, que aquí se pierde. He tomado muchas fotos con celular ,sobre todo cuando no llevo conmigo mi cámara y veo algo muy bonito, pero luego no sé qué hacer con esa imagen porque está dentro de un aparatito y ya…
—¿Qué fotografía hoy?
—A los pueblos originarios no porque hay mucho narco en México y está muy peligroso y ellos mismos me dijeron que no regrese. Por eso me dirigí a los pájaros, a los jardines botánicos… Fui a Lanzarote, una maravilla, donde descubrí el inicio y el fin del mundo. Fueron muy amables, me dieron allí una residencia porque fui a dar una conferencia y fui la más feliz del mundo con la lava, los cactus…
—¿Ese trabajo se ha visto ya?
—No. Muy probablemente se haga cuando vaya en otoño a Asturias. Quiero mezclar México con algo de España, que son dos pueblos hermanos. Además yo soy mestiza. Mi familia viene del País Vasco, de Aragón, de Jaén… A mí me encantan los gitanos y siempre decía: ‘Ojalá que este bisabuelo mío haya tenido alguna novia gitana’ [ríe con fuerza]. Me encanta fotografiar gitanos. Lo que pasa es que eso también lo hizo Joseph Koudelka, uno de los fotógrafos que yo más admiro y que adoro. Me da no se qué meterme en su mundo. Así que de vez en cuando fotografío a los gitanosa mi manera, en Roma, en un lugar muy elegante de gitanos ricos…
—Se la vincula a Álvarez Bravo y Francisco Toledo, palabras mayores. ¿Cuándo se toma conciencia de que usted ya les está a la altura?
—¡Yo no he estoy a la altura de nada! ¡No he superado nada! [ríe]. ¡Si es que no entiendo nada! Las cosas caen del cielo. Yo no trabajo para ganar premios, lo hago por placer, por pasión. Así que qué maravilla que me caen estos reconocimientos porque son incentivo para seguir trabajando. Me encanta. ¡Tengo tantos negativos que aún tengo que positivar!
Ignacio Gil
—Queda mucho por hacer.
—No te imaginas. A veces hay fotos que pienso ‘para qué puse esta, se ve horrible’. Como esa otra, también de pollos colgando en Colombia [señala otra foto]. Eso es una cosa del comisario que escogió. A mí lo que me gusta es, como con ‘Mujer ángel’, descubrir en los negativos. Y a veces, toca romper las impresiones.
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