El historiador y escritor José Calvo Poyato nos traslada en su último libro, ‘Dueños del mundo’, a la España de Felipe II, a las intrigas del S. XVI: a sus traiciones, sus conspiraciones, sus tensiones políticas, sus pulsiones amorosas. Hablamos con él de esas grandes pasiones que son, al fin, los grandes pecados.-Le perdono un pecado capital.-Hablemos de todos. Pero, si tuviésemos que perdonar uno a alguien, sería la gula. Comer ha sido siempre fundamental para el ser humano. Por eso yo siento conmiseración por aquellos que pecan de gula. -¿Y cuál le parecería más difícil perdonar?-La envidia. Me parece un pecado demoledor y creo que el envidioso es el que más sufre. Se siente mal con el éxito del otro, con que las cosas le marchen bien, se considera mejor y siente que no ha tenido suerte. Y creo que ese pecado está muy extendido entre los españoles, es el pecado capital que tiene España. -¿Sería ese también el pecado de la España del S. XVI?-La envidia ha marcado nuestra historia, ese no reconocer el éxito de los demás, que hay otros que son mejores. Nos ha costado siempre mucho y ha hecho que muchos de nuestros grandes hombres pasarán con más pena que gloria y, una vez han muerto, es cuando se les ha tenido un reconocimiento que en vida se les negó. -¿Cuál sería el pecado capital de Felipe II?-Al ser el monarca más poderoso del mundo en su época, yo creo que sería la soberbia. La gula, no. Porque sabemos que era muy morigerado a la hora de comer, a pesar de que en la época la gastronomía estaba fundamentada en una gran cantidad de platos principales, de entrantes, de segundos, etcétera. Y, desde luego, tampoco de pereza. Era un trabajador incansable.«Felipe II mantuvo algunas relaciones fuera del matrimonio. Corrió el rumor por el Madrid de la época de que mantuvo relaciones con la princesa de Éboli»-¿Y de lujuria?-Probablemente. Aunque no nos ha quedado documentación para poder constatarlo. Parece que, más allá de haber contraído matrimonio en cuatro ocasiones, en alguna de ellas fue con una mujer por la que no debía sentir absolutamente ningún deseo de mantener relaciones con ella, como podía ser el caso de su tía, una mujer no muy atractiva. Sí que mantuvo algunas relaciones fuera del matrimonio. Corrió el rumor por el Madrid de la época de que mantuvo relaciones con la princesa de Éboli.-¿Sería avaricioso?-Siempre estuvo necesitado de dinero. Siendo el monarca más poderoso de la tierra, se declaró en bancarrota en diferentes ocasiones. Porque él se aferraba a una moneda sana, prestigiosa, que el ducado español fuese la unidad de cuenta de su época. Se dice que fue muy aficionado a la alquimia, y que encargó a algún secretario suyo relaciones con alquimistas porque le hubiese venido muy bien aquello de transformar los metales en oro. Pero yo creo que él lo buscaba fundamentalmente por la gran cantidad de gastos que acarreaba ser la monarquía más poderosa de su tiempo tenía.-¿Sería un monarca irascible?-Yo creo que debió reaccionar con ira cuando descubrió, por ejemplo, que un secretario suyo en el que había depositado toda su confianza, Antonio Pérez, le había estado engañando y mintiendo. Pérez tiene que huir a Aragón, y luego escribirá sus famosas relaciones, que son una de las bases de la leyenda negra española. O cuando ve que el Justicia Mayor de Aragón, el cargo más importante de aquel territorio, protege a Antonio Pérez. Y manda ejecutarlo. Ahí tenemos reacciones propias de un Rey de aquella época, que ponen de manifiesto un enfado mayúsculo. El historiador y escritor José Calvo Poyato nos traslada en su último libro, ‘Dueños del mundo’, a la España de Felipe II, a las intrigas del S. XVI: a sus traiciones, sus conspiraciones, sus tensiones políticas, sus pulsiones amorosas. Hablamos con él de esas grandes pasiones que son, al fin, los grandes pecados.-Le perdono un pecado capital.-Hablemos de todos. Pero, si tuviésemos que perdonar uno a alguien, sería la gula. Comer ha sido siempre fundamental para el ser humano. Por eso yo siento conmiseración por aquellos que pecan de gula. -¿Y cuál le parecería más difícil perdonar?-La envidia. Me parece un pecado demoledor y creo que el envidioso es el que más sufre. Se siente mal con el éxito del otro, con que las cosas le marchen bien, se considera mejor y siente que no ha tenido suerte. Y creo que ese pecado está muy extendido entre los españoles, es el pecado capital que tiene España. -¿Sería ese también el pecado de la España del S. XVI?-La envidia ha marcado nuestra historia, ese no reconocer el éxito de los demás, que hay otros que son mejores. Nos ha costado siempre mucho y ha hecho que muchos de nuestros grandes hombres pasarán con más pena que gloria y, una vez han muerto, es cuando se les ha tenido un reconocimiento que en vida se les negó. -¿Cuál sería el pecado capital de Felipe II?-Al ser el monarca más poderoso del mundo en su época, yo creo que sería la soberbia. La gula, no. Porque sabemos que era muy morigerado a la hora de comer, a pesar de que en la época la gastronomía estaba fundamentada en una gran cantidad de platos principales, de entrantes, de segundos, etcétera. Y, desde luego, tampoco de pereza. Era un trabajador incansable.«Felipe II mantuvo algunas relaciones fuera del matrimonio. Corrió el rumor por el Madrid de la época de que mantuvo relaciones con la princesa de Éboli»-¿Y de lujuria?-Probablemente. Aunque no nos ha quedado documentación para poder constatarlo. Parece que, más allá de haber contraído matrimonio en cuatro ocasiones, en alguna de ellas fue con una mujer por la que no debía sentir absolutamente ningún deseo de mantener relaciones con ella, como podía ser el caso de su tía, una mujer no muy atractiva. Sí que mantuvo algunas relaciones fuera del matrimonio. Corrió el rumor por el Madrid de la época de que mantuvo relaciones con la princesa de Éboli.-¿Sería avaricioso?-Siempre estuvo necesitado de dinero. Siendo el monarca más poderoso de la tierra, se declaró en bancarrota en diferentes ocasiones. Porque él se aferraba a una moneda sana, prestigiosa, que el ducado español fuese la unidad de cuenta de su época. Se dice que fue muy aficionado a la alquimia, y que encargó a algún secretario suyo relaciones con alquimistas porque le hubiese venido muy bien aquello de transformar los metales en oro. Pero yo creo que él lo buscaba fundamentalmente por la gran cantidad de gastos que acarreaba ser la monarquía más poderosa de su tiempo tenía.-¿Sería un monarca irascible?-Yo creo que debió reaccionar con ira cuando descubrió, por ejemplo, que un secretario suyo en el que había depositado toda su confianza, Antonio Pérez, le había estado engañando y mintiendo. Pérez tiene que huir a Aragón, y luego escribirá sus famosas relaciones, que son una de las bases de la leyenda negra española. O cuando ve que el Justicia Mayor de Aragón, el cargo más importante de aquel territorio, protege a Antonio Pérez. Y manda ejecutarlo. Ahí tenemos reacciones propias de un Rey de aquella época, que ponen de manifiesto un enfado mayúsculo.
El historiador y escritor José Calvo Poyato nos traslada en su último libro, ‘Dueños del mundo’, a la España de Felipe II, a las intrigas del S. XVI: a sus traiciones, sus conspiraciones, sus tensiones políticas, sus pulsiones amorosas. Hablamos con él de esas grandes … pasiones que son, al fin, los grandes pecados.
-Le perdono un pecado capital.
-Hablemos de todos. Pero, si tuviésemos que perdonar uno a alguien, sería la gula. Comer ha sido siempre fundamental para el ser humano. Por eso yo siento conmiseración por aquellos que pecan de gula.
-¿Y cuál le parecería más difícil perdonar?
-La envidia. Me parece un pecado demoledor y creo que el envidioso es el que más sufre. Se siente mal con el éxito del otro, con que las cosas le marchen bien, se considera mejor y siente que no ha tenido suerte. Y creo que ese pecado está muy extendido entre los españoles, es el pecado capital que tiene España.
-¿Sería ese también el pecado de la España del S. XVI?
-La envidia ha marcado nuestra historia, ese no reconocer el éxito de los demás, que hay otros que son mejores. Nos ha costado siempre mucho y ha hecho que muchos de nuestros grandes hombres pasarán con más pena que gloria y, una vez han muerto, es cuando se les ha tenido un reconocimiento que en vida se les negó.
-¿Cuál sería el pecado capital de Felipe II?
-Al ser el monarca más poderoso del mundo en su época, yo creo que sería la soberbia. La gula, no. Porque sabemos que era muy morigerado a la hora de comer, a pesar de que en la época la gastronomía estaba fundamentada en una gran cantidad de platos principales, de entrantes, de segundos, etcétera. Y, desde luego, tampoco de pereza. Era un trabajador incansable.
«Felipe II mantuvo algunas relaciones fuera del matrimonio. Corrió el rumor por el Madrid de la época de que mantuvo relaciones con la princesa de Éboli»
-¿Y de lujuria?
-Probablemente. Aunque no nos ha quedado documentación para poder constatarlo. Parece que, más allá de haber contraído matrimonio en cuatro ocasiones, en alguna de ellas fue con una mujer por la que no debía sentir absolutamente ningún deseo de mantener relaciones con ella, como podía ser el caso de su tía, una mujer no muy atractiva. Sí que mantuvo algunas relaciones fuera del matrimonio. Corrió el rumor por el Madrid de la época de que mantuvo relaciones con la princesa de Éboli.
-¿Sería avaricioso?
-Siempre estuvo necesitado de dinero. Siendo el monarca más poderoso de la tierra, se declaró en bancarrota en diferentes ocasiones. Porque él se aferraba a una moneda sana, prestigiosa, que el ducado español fuese la unidad de cuenta de su época. Se dice que fue muy aficionado a la alquimia, y que encargó a algún secretario suyo relaciones con alquimistas porque le hubiese venido muy bien aquello de transformar los metales en oro. Pero yo creo que él lo buscaba fundamentalmente por la gran cantidad de gastos que acarreaba ser la monarquía más poderosa de su tiempo tenía.
-¿Sería un monarca irascible?
-Yo creo que debió reaccionar con ira cuando descubrió, por ejemplo, que un secretario suyo en el que había depositado toda su confianza, Antonio Pérez, le había estado engañando y mintiendo. Pérez tiene que huir a Aragón, y luego escribirá sus famosas relaciones, que son una de las bases de la leyenda negra española. O cuando ve que el Justicia Mayor de Aragón, el cargo más importante de aquel territorio, protege a Antonio Pérez. Y manda ejecutarlo. Ahí tenemos reacciones propias de un Rey de aquella época, que ponen de manifiesto un enfado mayúsculo.
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