El periodista y escritor Julio Valdeón presenta su nuevo libro estos días, ‘Autorruta del sur’, una crónica periodística, musical, literaria y sentimental del viaje emprendido por el autor desde Nashville, capital del country, a Clarksdale, donde Robert Johnson le vendió su alma al diablo, pasando por Memphis, cuna del rock and roll, y Tupelo, donde nació Elvis. Un libro sorprendente e inclasificable que abre la autopista para hablar con él, cómo no, de pecados.—Le perdono uno de los siete pecados capitales.—Hablemos de todos.—Perfecto. Entonces… ¿cuál es el que podría perdonar más fácilmente?—Pues, seguramente, los relacionados con la carne, que yo creo que son siempre más disculpables. La gula, porque yo mismo caigo en él una y otra vez, y también la lujuria y la pereza. —¿Y cuál sería el que más le costaría disculpar?—La envidia, y creo que en eso me marca la profesión nuestra, que es una profesión en la que abundan, digamos, los rencores y los personajes con la sensación de que el mundo no le ha hecho justicia al genio abrumador que tienen y se pasan la vida asomados, mirando por encima del hombro a ver cuáles son los méritos y los deméritos del compañero. La envidia me provoca bastante malestar. —¿Sería entonces ese el que más le costaría también perdonarse a usted mismo?—Sí, sí. Fíjate, además, que mi abuela, que era una mujer bastante inteligente, siempre repetía que a los buenos amigos no se les conoce en las malas, porque es muy fácil ir a consolar al que está llorando en el suelo. A los amigos donde se les conoce de verdad es en las buenas, cuando se alegran genuinamente de tu éxito, de que las cosas te vayan bien. Y yo creo que de verdad es así y creo, de verdad, que la envidia envenena.—Su abuela era una mujer sabia.—Sí, lo era. Luego hay otro pecado que también me toca, y es la soberbia. Esa arrogancia que, unida a veces al dogmatismo y al sectarismo de quien piensa que está siempre en el lado correcto de la vida y que todo lo que hace es bueno, que desprecia y mira por encima del hombro, no lo soporto. Y muchas veces, sobre todo en esta profesión nuestra, la soberbia y la envidia van de la mano. —¿Es nuestra profesión más proclive a esos pecados que otras?—Digamos que esta es una profesión en la que el porcentaje de soberbios y de envidiosos es mayor que en otras. Y hay que aprender a lidiar con ellos.—¿Provoca eso su ira?—No sé si ira, pero me provocan un disgusto muy próximo aquellos que van por la vida dando lecciones a los demás, los que arrogan ese derecho a decirnos a todos lo que debemos pensar, cómo vivir, cómo vestir, cómo comer… —Pues no llevamos muy bien lo de lidiar con la soberbia…—Supongo que en esto de los pecados depende un poco de la dosis. Quizá una gota de soberbia, sobre todo cuando uno vive escribiendo y opinando, nos viene bien. Aunque no sé si sería eso soberbia o confianza en uno mismo, por aquello de levantar la cabeza y atreverse a decir lo que se piensa. —Ya nos lo decía Wenceslao Fernández Flórez…—Es que las pasiones son necesarias para respirar, para vivir y para sentir, pero cuando las llevamos al paroxismo, pues seguramente se convertirán en perjudiciales para los demás y, muchas veces, también para nosotros.Noticia Relacionada Los siete pecados capitales de… estandar Si Ingrid García-Jonsson: «Vivir sin pecar es imposible y, además, aburridísimo» Rebeca Argudo La actriz da vida a una particular asesina en ‘Una ballena’, su nueva película, que navega entre la ciencia ficción y la fantasía—Se trataría entonces de mantenerlas a raya. ¿Cómo llevaríamos eso?—Fatal. Yo siempre he sido de lo más desequilibrado que te puedas imaginar. Se hace lo que se puede, pero nunca he sido yo un modelo.—O sea, que cae usted una y otra vez.—Constantemente. Pero es que aquí hemos venido a pecar, ¿no? El periodista y escritor Julio Valdeón presenta su nuevo libro estos días, ‘Autorruta del sur’, una crónica periodística, musical, literaria y sentimental del viaje emprendido por el autor desde Nashville, capital del country, a Clarksdale, donde Robert Johnson le vendió su alma al diablo, pasando por Memphis, cuna del rock and roll, y Tupelo, donde nació Elvis. Un libro sorprendente e inclasificable que abre la autopista para hablar con él, cómo no, de pecados.—Le perdono uno de los siete pecados capitales.—Hablemos de todos.—Perfecto. Entonces… ¿cuál es el que podría perdonar más fácilmente?—Pues, seguramente, los relacionados con la carne, que yo creo que son siempre más disculpables. La gula, porque yo mismo caigo en él una y otra vez, y también la lujuria y la pereza. —¿Y cuál sería el que más le costaría disculpar?—La envidia, y creo que en eso me marca la profesión nuestra, que es una profesión en la que abundan, digamos, los rencores y los personajes con la sensación de que el mundo no le ha hecho justicia al genio abrumador que tienen y se pasan la vida asomados, mirando por encima del hombro a ver cuáles son los méritos y los deméritos del compañero. La envidia me provoca bastante malestar. —¿Sería entonces ese el que más le costaría también perdonarse a usted mismo?—Sí, sí. Fíjate, además, que mi abuela, que era una mujer bastante inteligente, siempre repetía que a los buenos amigos no se les conoce en las malas, porque es muy fácil ir a consolar al que está llorando en el suelo. A los amigos donde se les conoce de verdad es en las buenas, cuando se alegran genuinamente de tu éxito, de que las cosas te vayan bien. Y yo creo que de verdad es así y creo, de verdad, que la envidia envenena.—Su abuela era una mujer sabia.—Sí, lo era. Luego hay otro pecado que también me toca, y es la soberbia. Esa arrogancia que, unida a veces al dogmatismo y al sectarismo de quien piensa que está siempre en el lado correcto de la vida y que todo lo que hace es bueno, que desprecia y mira por encima del hombro, no lo soporto. Y muchas veces, sobre todo en esta profesión nuestra, la soberbia y la envidia van de la mano. —¿Es nuestra profesión más proclive a esos pecados que otras?—Digamos que esta es una profesión en la que el porcentaje de soberbios y de envidiosos es mayor que en otras. Y hay que aprender a lidiar con ellos.—¿Provoca eso su ira?—No sé si ira, pero me provocan un disgusto muy próximo aquellos que van por la vida dando lecciones a los demás, los que arrogan ese derecho a decirnos a todos lo que debemos pensar, cómo vivir, cómo vestir, cómo comer… —Pues no llevamos muy bien lo de lidiar con la soberbia…—Supongo que en esto de los pecados depende un poco de la dosis. Quizá una gota de soberbia, sobre todo cuando uno vive escribiendo y opinando, nos viene bien. Aunque no sé si sería eso soberbia o confianza en uno mismo, por aquello de levantar la cabeza y atreverse a decir lo que se piensa. —Ya nos lo decía Wenceslao Fernández Flórez…—Es que las pasiones son necesarias para respirar, para vivir y para sentir, pero cuando las llevamos al paroxismo, pues seguramente se convertirán en perjudiciales para los demás y, muchas veces, también para nosotros.Noticia Relacionada Los siete pecados capitales de… estandar Si Ingrid García-Jonsson: «Vivir sin pecar es imposible y, además, aburridísimo» Rebeca Argudo La actriz da vida a una particular asesina en ‘Una ballena’, su nueva película, que navega entre la ciencia ficción y la fantasía—Se trataría entonces de mantenerlas a raya. ¿Cómo llevaríamos eso?—Fatal. Yo siempre he sido de lo más desequilibrado que te puedas imaginar. Se hace lo que se puede, pero nunca he sido yo un modelo.—O sea, que cae usted una y otra vez.—Constantemente. Pero es que aquí hemos venido a pecar, ¿no?
El periodista y escritor Julio Valdeón presenta su nuevo libro estos días, ‘Autorruta del sur’, una crónica periodística, musical, literaria y sentimental del viaje emprendido por el autor desde Nashville, capital del country, a Clarksdale, donde Robert Johnson le vendió su alma al diablo, pasando … por Memphis, cuna del rock and roll, y Tupelo, donde nació Elvis. Un libro sorprendente e inclasificable que abre la autopista para hablar con él, cómo no, de pecados.
—Le perdono uno de los siete pecados capitales.
—Hablemos de todos.
—Perfecto. Entonces… ¿cuál es el que podría perdonar más fácilmente?
—Pues, seguramente, los relacionados con la carne, que yo creo que son siempre más disculpables. La gula, porque yo mismo caigo en él una y otra vez, y también la lujuria y la pereza.
—¿Y cuál sería el que más le costaría disculpar?
—La envidia, y creo que en eso me marca la profesión nuestra, que es una profesión en la que abundan, digamos, los rencores y los personajes con la sensación de que el mundo no le ha hecho justicia al genio abrumador que tienen y se pasan la vida asomados, mirando por encima del hombro a ver cuáles son los méritos y los deméritos del compañero. La envidia me provoca bastante malestar.
—¿Sería entonces ese el que más le costaría también perdonarse a usted mismo?
—Sí, sí. Fíjate, además, que mi abuela, que era una mujer bastante inteligente, siempre repetía que a los buenos amigos no se les conoce en las malas, porque es muy fácil ir a consolar al que está llorando en el suelo. A los amigos donde se les conoce de verdad es en las buenas, cuando se alegran genuinamente de tu éxito, de que las cosas te vayan bien. Y yo creo que de verdad es así y creo, de verdad, que la envidia envenena.
—Su abuela era una mujer sabia.
—Sí, lo era. Luego hay otro pecado que también me toca, y es la soberbia. Esa arrogancia que, unida a veces al dogmatismo y al sectarismo de quien piensa que está siempre en el lado correcto de la vida y que todo lo que hace es bueno, que desprecia y mira por encima del hombro, no lo soporto. Y muchas veces, sobre todo en esta profesión nuestra, la soberbia y la envidia van de la mano.
—¿Es nuestra profesión más proclive a esos pecados que otras?
—Digamos que esta es una profesión en la que el porcentaje de soberbios y de envidiosos es mayor que en otras. Y hay que aprender a lidiar con ellos.
—¿Provoca eso su ira?
—No sé si ira, pero me provocan un disgusto muy próximo aquellos que van por la vida dando lecciones a los demás, los que arrogan ese derecho a decirnos a todos lo que debemos pensar, cómo vivir, cómo vestir, cómo comer…
—Pues no llevamos muy bien lo de lidiar con la soberbia…
—Supongo que en esto de los pecados depende un poco de la dosis. Quizá una gota de soberbia, sobre todo cuando uno vive escribiendo y opinando, nos viene bien. Aunque no sé si sería eso soberbia o confianza en uno mismo, por aquello de levantar la cabeza y atreverse a decir lo que se piensa.
—Ya nos lo decía Wenceslao Fernández Flórez…
—Es que las pasiones son necesarias para respirar, para vivir y para sentir, pero cuando las llevamos al paroxismo, pues seguramente se convertirán en perjudiciales para los demás y, muchas veces, también para nosotros.
—Se trataría entonces de mantenerlas a raya. ¿Cómo llevaríamos eso?
—Fatal. Yo siempre he sido de lo más desequilibrado que te puedas imaginar. Se hace lo que se puede, pero nunca he sido yo un modelo.
—O sea, que cae usted una y otra vez.
—Constantemente. Pero es que aquí hemos venido a pecar, ¿no?
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