Kaoutar Harchi (Estrasburgo, Francia, 1987) recuerda perfectamente el día en que una profesora que tenía unas manos preciosas le regaló un libro con una dedicatoria: “A mi pequeña árabe, que debe conocer su historia”. Nunca se lo contó a sus padres, de origen marroquí, a los que también ocultó que la maestra la llevó después a una clase para que hablara a los alumnos de su cultura, religión y “lengua materna”. “Fue una agresión y fue más fuerte que yo. Yo era pequeña, no supe qué hacer, qué decir, y no hice ni dije nada”, recuerda la escritora y socióloga en su libro autobiográfico Tal como existimos (Ediciones del Oriente y del Mediterráneo), traducido recientemente al español.
Tras publicar varias obras de ficción, Harchi afirma sentirse liberada hablando de personas reales en sus libros, en los que atrae la mirada hacia cuestiones dolorosas, silenciadas o deformadas. “Vista la situación que vivimos en Francia y en el mundo no puede ser de otra manera”, afirma, en una entrevista con este periódico a su paso por Madrid. El racismo, la radicalización del Estado, el compromiso de la literatura, el poscolonialismo, la violencia contra las minorías, a veces invisible y acallada, y el papel creciente de las mujeres en la lucha social, impregnan su literatura. “Todo lo que yo cuento es verdad, ha sido vivido por mis padres, por mi entorno, por mí. Cuando decimos que todo es verdad, que es sincero, el pacto con el lector es una fuerza mucho más cautivadora que la ficción”, opina.
Pregunta. Tal como existimos describe su vida entre los ocho y los 20 años. Además de un relato íntimo y autobiográfico, es también un retrato de su generación, una foto colectiva. ¿Era esa su intención?
Respuesta. Era muy importante desarrollar una escritura que dejara aparentar las contradicciones, los sentimientos y las dificultades, dejando claro que los individuos son personas que forman parte de estructuras sociales: la escuela, la migración, la mirada sobre uno, la religión, y que todo eso estructura su vida. Es decir, lo íntimo está atravesado por cuestiones políticas muy importantes.
P. ¿Nunca pensó en recurrir a la ficción para describir todo esto?
R. Antes de este libro había publicado tres obras de ficción y no me interesaba más la experiencia. Cuando se habla de racismo, de violencia de género o de clases, es muy importante buscar todo eso en la propia vida y tratarlo de forma directa. Todo lo que yo cuento es verdad, ha sido vivido por mis padres, por mi entorno, por mí. Las personas son mucho más importantes que los personajes que pueda inventar en mis libros. Cuando decimos que todo es verdad, que es sincero, el pacto con el lector es una fuerza mucho más cautivadora que la ficción.
P. En su libro escribe: “la violencia nos despojó de nosotros mismos, nos obligó a mirarnos y a mirar nuestra vida de forma diferente”. Esa violencia, personal y colectiva, por momentos silenciosa y, según usted, acallada, ¿marcó a su generación?
R. Sí. En torno a la década del 2000 hay un punto de inflexión en Francia. Hasta ese momento vivíamos en una negación, responsabilizando de todo lo que ocurría a la población migrante. Pero en esa época empezamos a entender que todo es más profundo, que es una cuestión de Estado, de política, de desigualdad social, del trato que se reserva a la población musulmana en Francia. Es un paso importante y se articula en torno a la muerte de dos jóvenes en Clichy-sous-Bois, que murieron electrocutados en 2005 al esconderse en un transformador durante una persecución policial. Nuestra generación se politiza porque ve que las desigualdades se perpetúan y que si no se pide justicia al Estado, todo va a empeorar.
P. Los jóvenes que hoy tienen 14 o 15 años en los mismos barrios franceses, ¿viven una situación mejor o peor?
R. Es una generación que ya ha crecido con estas cuestiones incorporadas: racismo, discriminación… Ellos saben muy bien que el Estado no ha cumplido sus promesas, es decir, no se hacen tantas ilusiones como nos las hacíamos nosotros. Es una generación más madura respecto a todo esto, consciente de que hay una violencia estructural por parte del Estado y eso les resulta insoportable, por momentos.
Las familias que eran víctimas de un crimen racista se eclipsaban y hoy tienen un rol mediático, especialmente las mujeres. En Francia las comparamos con Antígona. El duelo ya no se vive en el espacio privado, es público. Y el poder de un duelo es enorme.
P. ¿Ha habido algún cambio positivo?
R. Sí. Hay mujeres árabes, negras, asiáticas… que han decidido luchar por sus hijos, por sus hermanos. Por ejemplo, Assa Traoré, cuyo hermano murió en 2016 en una comisaría tras haber sido detenido, o Amal Bentounsi, cuyo hermano Amine murió al recibir una bala en la espalda de un policía en 2012, por citar dos ejemplos. Esto en torno al año 2000 no existía. En ese momento, las familias que eran víctimas de un crimen racista se eclipsaban y hoy tienen un rol mediático, especialmente las mujeres. En Francia las comparamos con Antígona. El duelo ya no se vive en el espacio privado, es público. Y el poder de un duelo es enorme.
P. ¿Sus libros sirven para que los franceses miren de frente una realidad que esquivan?
R. El público nacional estaba acostumbrado a relatos que reconocían en cierta manera el papel de Francia. Eso se acabó. Estamos en una situación de confrontación política. Pero posiciones como la mía son frágiles desde el punto de vista literario, frente a medios de comunicación que son aparatos de propaganda en manos de grupos muy poderosos que justifican el destino que se reserva a una parte de la población y giran siempre en torno a las mismas preguntas: la verdadera identidad francesa, las minorías… Yo tengo otro discurso y no sé si es eficaz frente a este gran sistema. Mi trabajo literario se enmarca en la fidelidad hacia poblaciones que necesitan realmente un apoyo. La situación política en Francia es difícil, es violenta, pero queremos tener esperanza y hay que seguir actuando.
P. Sus padres fueron migrantes en la antigua potencia colonial. La descolonización y el poscolonialismo laten en su escritura.
R. Es un tema muy presente en Francia, esa idea de volver sobre el discurso oficial, lleno de mentiras y de expolio, que invisibiliza a otra parte de la historia. Yo quiero además que la cuestión racial entre en la literatura. Es una manera de descolonizarla, de politizarla.
P. Su literatura se puede calificar entonces de política.
R. Vista la situación que vivimos en Francia y en el mundo no puede ser de otra manera. De hecho, he escrito un libro con Joseph Andras, que se titula Literatura y revolución (Littérature et révolution, Éditions Divergences). En Francia hay libreros que reciben cartas pidiéndoles que retiren algunos libros de sus estanterías y hay una especie de caza contra los militantes. Todo está ligado: Palestina, Argelia… A la izquierda francesa se le acusa de ser cercana a Hamás, la extrema derecha se sitúa ahora contra el antisemitismo. Tengo colegas que piensan mucho antes de escribir, que piden consejo a abogados para saber si hay algo en sus textos que podría ocasionarles problemas legales. Porque en Francia, después de los atentados de París de 2015, hay un aparato legislativo que se ha ampliado y que hace que muchos actos puedan considerarse apología del terrorismo.
Desde hace siglos, de Cristóbal Colón a Gaza, todas las personas que son masacradas u obligadas a pasar hambre son animalizadas.
P. En su último libro, Ainsi l’animal et nous (Editorial Actes Sud), que en español sería algo así como “el animal y nosotros mismos”, trata estos temas desde la óptica de la animalización.
R. La idea es que desde hace siglos, de Cristóbal Colón a Gaza, todas las personas que son masacradas u obligadas a pasar hambre son animalizadas. Es una constatación. Desde Descartes, el mundo animal ha sido descrito como algo inferior y parece que lo que nos salva es que no somos como los animales. Pero animalizamos a la población negra, a las mujeres, al enemigo… La cuestión animal es un punto central en la dominación, en el colonialismo, el feminismo, el capitalismo… Por ejemplo, el constructor de automóviles Henry Ford se inspiró de los mataderos de Chicago a principios del siglo XX para trazar las cadenas de montaje de los coches.
P. Entonces, para usted está claro que la ficción se terminó
R. Totalmente. La situación es demasiado difícil y hay que ir a lo esencial, tener una escritura más documentada, más periodística. Ser escritor no es solo ir a los festivales, es también seguir la actualidad, intentar apoyar a los militantes, escribiendo un texto cuando lo necesitan, e intentar hacer avanzar las cosas.
La autora encarna una literatura comprometida y política que huye de la ficción para encarar cuestiones que duelen a la sociedad de Francia, en la que sí celebra la creciente presencia de las mujeres en movimientos antirracistas
Kaoutar Harchi (Estrasburgo, Francia, 1987) recuerda perfectamente el día en que una profesora que tenía unas manos preciosas le regaló un libro con una dedicatoria: “A mi pequeña árabe, que debe conocer su historia”. Nunca se lo contó a sus padres, de origen marroquí, a los que también ocultó que la maestra la llevó después a una clase para que hablara a los alumnos de su cultura, religión y “lengua materna”. “Fue una agresión y fue más fuerte que yo. Yo era pequeña, no supe qué hacer, qué decir, y no hice ni dije nada”, recuerda la escritora y socióloga en su libro autobiográfico Tal como existimos (Ediciones del Oriente y del Mediterráneo), traducido recientemente al español.
Tras publicar varias obras de ficción, Harchi afirma sentirse liberada hablando de personas reales en sus libros, en los que atrae la mirada hacia cuestiones dolorosas, silenciadas o deformadas. “Vista la situación que vivimos en Francia y en el mundo no puede ser de otra manera”, afirma, en una entrevista con este periódico a su paso por Madrid. El racismo, la radicalización del Estado, el compromiso de la literatura, el poscolonialismo, la violencia contra las minorías, a veces invisible y acallada, y el papel creciente de las mujeres en la lucha social, impregnan su literatura. “Todo lo que yo cuento es verdad, ha sido vivido por mis padres, por mi entorno, por mí. Cuando decimos que todo es verdad, que es sincero, el pacto con el lector es una fuerza mucho más cautivadora que la ficción”, opina.
Pregunta. Tal como existimos describe su vida entre los ocho y los 20 años. Además de un relato íntimo y autobiográfico, es también un retrato de su generación, una foto colectiva. ¿Era esa su intención?
Respuesta. Era muy importante desarrollar una escritura que dejara aparentar las contradicciones, los sentimientos y las dificultades, dejando claro que los individuos son personas que forman parte de estructuras sociales: la escuela, la migración, la mirada sobre uno, la religión, y que todo eso estructura su vida. Es decir, lo íntimo está atravesado por cuestiones políticas muy importantes.
P. ¿Nunca pensó en recurrir a la ficción para describir todo esto?
R. Antes de este libro había publicado tres obras de ficción y no me interesaba más la experiencia. Cuando se habla de racismo, de violencia de género o de clases, es muy importante buscar todo eso en la propia vida y tratarlo de forma directa. Todo lo que yo cuento es verdad, ha sido vivido por mis padres, por mi entorno, por mí. Las personas son mucho más importantes que los personajes que pueda inventar en mis libros. Cuando decimos que todo es verdad, que es sincero, el pacto con el lector es una fuerza mucho más cautivadora que la ficción.
P. En su libro escribe: “la violencia nos despojó de nosotros mismos, nos obligó a mirarnos y a mirar nuestra vida de forma diferente”. Esa violencia, personal y colectiva, por momentos silenciosa y, según usted, acallada, ¿marcó a su generación?
R. Sí. En torno a la década del 2000 hay un punto de inflexión en Francia. Hasta ese momento vivíamos en una negación, responsabilizando de todo lo que ocurría a la población migrante. Pero en esa época empezamos a entender que todo es más profundo, que es una cuestión de Estado, de política, de desigualdad social, del trato que se reserva a la población musulmana en Francia. Es un paso importante y se articula en torno a la muerte de dos jóvenes en Clichy-sous-Bois, que murieron electrocutados en 2005 al esconderse en un transformador durante una persecución policial. Nuestra generación se politiza porque ve que las desigualdades se perpetúan y que si no se pide justicia al Estado, todo va a empeorar.
P. Los jóvenes que hoy tienen 14 o 15 años en los mismos barrios franceses, ¿viven una situación mejor o peor?
R. Es una generación que ya ha crecido con estas cuestiones incorporadas: racismo, discriminación… Ellos saben muy bien que el Estado no ha cumplido sus promesas, es decir, no se hacen tantas ilusiones como nos las hacíamos nosotros. Es una generación más madura respecto a todo esto, consciente de que hay una violencia estructural por parte del Estado y eso les resulta insoportable, por momentos.
Las familias que eran víctimas de un crimen racista se eclipsaban y hoy tienen un rol mediático, especialmente las mujeres. En Francia las comparamos con Antígona. El duelo ya no se vive en el espacio privado, es público. Y el poder de un duelo es enorme.
P. ¿Ha habido algún cambio positivo?
R. Sí. Hay mujeres árabes, negras, asiáticas… que han decidido luchar por sus hijos, por sus hermanos. Por ejemplo, Assa Traoré, cuyo hermano murió en 2016 en una comisaría tras haber sido detenido, o Amal Bentounsi, cuyo hermano Amine murió al recibir una bala en la espalda de un policía en 2012, por citar dos ejemplos. Esto en torno al año 2000 no existía. En ese momento, las familias que eran víctimas de un crimen racista se eclipsaban y hoy tienen un rol mediático, especialmente las mujeres. En Francia las comparamos con Antígona. El duelo ya no se vive en el espacio privado, es público. Y el poder de un duelo es enorme.
P. ¿Sus libros sirven para que los franceses miren de frente una realidad que esquivan?
R. El público nacional estaba acostumbrado a relatos que reconocían en cierta manera el papel de Francia. Eso se acabó. Estamos en una situación de confrontación política. Pero posiciones como la mía son frágiles desde el punto de vista literario, frente a medios de comunicación que son aparatos de propaganda en manos de grupos muy poderosos que justifican el destino que se reserva a una parte de la población y giran siempre en torno a las mismas preguntas: la verdadera identidad francesa, las minorías… Yo tengo otro discurso y no sé si es eficaz frente a este gran sistema. Mi trabajo literario se enmarca en la fidelidad hacia poblaciones que necesitan realmente un apoyo. La situación política en Francia es difícil, es violenta, pero queremos tener esperanza y hay que seguir actuando.
P. Sus padres fueron migrantes en la antigua potencia colonial. La descolonización y el poscolonialismo laten en su escritura.
R. Es un tema muy presente en Francia, esa idea de volver sobre el discurso oficial, lleno de mentiras y de expolio, que invisibiliza a otra parte de la historia. Yo quiero además que la cuestión racial entre en la literatura. Es una manera de descolonizarla, de politizarla.
P. Su literatura se puede calificar entonces de política.
R. Vista la situación que vivimos en Francia y en el mundo no puede ser de otra manera. De hecho, he escrito un libro con Joseph Andras, que se titula Literatura y revolución (Littérature et révolution, Éditions Divergences). En Francia hay libreros que reciben cartas pidiéndoles que retiren algunos libros de sus estanterías y hay una especie de caza contra los militantes. Todo está ligado: Palestina, Argelia… A la izquierda francesa se le acusa de ser cercana a Hamás, la extrema derecha se sitúa ahora contra el antisemitismo. Tengo colegas que piensan mucho antes de escribir, que piden consejo a abogados para saber si hay algo en sus textos que podría ocasionarles problemas legales. Porque en Francia, después de los atentados de París de 2015, hay un aparato legislativo que se ha ampliado y que hace que muchos actos puedan considerarse apología del terrorismo.
Desde hace siglos, de Cristóbal Colón a Gaza, todas las personas que son masacradas u obligadas a pasar hambre son animalizadas.
P. En su último libro, Ainsi l’animal et nous (Editorial Actes Sud), que en español sería algo así como “el animal y nosotros mismos”, trata estos temas desde la óptica de la animalización.
R. La idea es que desde hace siglos, de Cristóbal Colón a Gaza, todas las personas que son masacradas u obligadas a pasar hambre son animalizadas. Es una constatación. Desde Descartes, el mundo animal ha sido descrito como algo inferior y parece que lo que nos salva es que no somos como los animales. Pero animalizamos a la población negra, a las mujeres, al enemigo… La cuestión animal es un punto central en la dominación, en el colonialismo, el feminismo, el capitalismo… Por ejemplo, el constructor de automóviles Henry Ford se inspiró de los mataderos de Chicago a principios del siglo XX para trazar las cadenas de montaje de los coches.
P. Entonces, para usted está claro que la ficción se terminó
R. Totalmente. La situación es demasiado difícil y hay que ir a lo esencial, tener una escritura más documentada, más periodística. Ser escritor no es solo ir a los festivales, es también seguir la actualidad, intentar apoyar a los militantes, escribiendo un texto cuando lo necesitan, e intentar hacer avanzar las cosas.
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