Defender la necesidad de grupos “físicos” no es un recuerdo nostálgico de nuestras collas juveniles o bandas musicales del instituto, sino una necesidad psicobiológica. Nuestro cerebro está diseñado para la conexión corporal, para el contacto de piel con piel, para aprender a partir de los sentidos. En un mundo donde los dedos tocan más pantallas que manos, donde las miradas se concentran en píxeles en lugar de pupilas, es urgente reivindicar el poder insustituible de la presencia física, del grupo real, del contacto que no se transmite por ondas ni algoritmos. En la sociedad virtual, el cuerpo se convierte en el territorio de la verdad.
Especialmente en la adolescencia, los grupos presenciales son clave. En ellos no solo se busca aprobación, sino también conflicto, límites, modelo. Las redes ofrecen una ilusión de grupo: likes, seguidores, visualizaciones. Pero tienen un reverso oscuro: ansiedad social, hiperexposición, adicción a la validación instantánea. La psicóloga Jean Twenge ha demostrado la vinculación del aumento del tiempo en pantallas con el incremento de la depresión y el aislamiento en jóvenes.
El psicólogo Jonathan Haidt en La generación ansiosa aduce que la cronología no respalda que la causa de la ansiedad y depresión que sufren nuestros adolescentes sean las crecientes amenazas como la vivienda, la precariedad laboral, los conflictos bélicos o el cambio climático. Estas preocupaciones son ciertas y legítimas, pero en la historia, las épocas previas a grandes guerras o enormes crisis no han conllevado peor salud mental. Por el contrario, la unión de muchas personas en grupos activos contra tales amenazas dio un propósito común a sus vidas, impulsó la cooperación y redujo los suicidios. La acción colectiva ayuda a superar los miedos individuales y llena de energía y potencia, como muestran muchos estudios en psicología social.
Por ello, me ha alegrado observar algunos movimientos interesantes en Barcelona a favor de los grupos. Recientemente, los profesores de la UB, María Palacín y Arón Alma han presentado Autoliderazgo y conducción de grupos, un libro científico que pone los grupos presenciales en el centro y muestra las habilidades y fórmulas necesarias para conducirlos, sea en empresas, en comunidades de vecinos o en escuelas. Por otra parte, el festival internacional, DocsBarcelona ha seleccionado la película Grup Natural dirigida por Nina Solà, de la productora catalana Fractal. En ella, se muestra el modelo pedagógico de la Escola Súnion, basado en la generación y desarrollo de grupos naturales, un acertado ejemplo de esos espacios de ensayo emocional y ético que son los grupos. En el cara a cara observamos cómo se aprende a gestionar la frustración, a modular el discurso, a leer el rechazo sin filtros, a construir empatía más allá del emoji.
Defender los grupos físicos no es negar la utilidad ni beneficios de las redes, sino resituarlas. Hannah Arendt afirmaba que lo político nace cuando los cuerpos se reúnen en el espacio común. Si queremos construir sociedades resilientes, debemos volver a las plazas, a los parques. A los lugares donde los cuerpos se encuentran, se reconocen y se transforman
Defender la necesidad de grupos “físicos” no es un recuerdo nostálgico de nuestras collas juveniles o bandas musicales del instituto, sino una necesidad psicobiológica. Nuestro cerebro está diseñado para la conexión corporal, para el contacto de piel con piel, para aprender a partir de los sentidos. En un mundo donde los dedos tocan más pantallas que manos, donde las miradas se concentran en píxeles en lugar de pupilas, es urgente reivindicar el poder insustituible de la presencia física, del grupo real, del contacto que no se transmite por ondas ni algoritmos. En la sociedad virtual, el cuerpo se convierte en el territorio de la verdad.Especialmente en la adolescencia, los grupos presenciales son clave. En ellos no solo se busca aprobación, sino también conflicto, límites, modelo. Las redes ofrecen una ilusión de grupo: likes, seguidores, visualizaciones. Pero tienen un reverso oscuro: ansiedad social, hiperexposición, adicción a la validación instantánea. La psicóloga Jean Twenge ha demostrado la vinculación del aumento del tiempo en pantallas con el incremento de la depresión y el aislamiento en jóvenes.El psicólogo Jonathan Haidt en La generación ansiosa aduce que la cronología no respalda que la causa de la ansiedad y depresión que sufren nuestros adolescentes sean las crecientes amenazas como la vivienda, la precariedad laboral, los conflictos bélicos o el cambio climático. Estas preocupaciones son ciertas y legítimas, pero en la historia, las épocas previas a grandes guerras o enormes crisis no han conllevado peor salud mental. Por el contrario, la unión de muchas personas en grupos activos contra tales amenazas dio un propósito común a sus vidas, impulsó la cooperación y redujo los suicidios. La acción colectiva ayuda a superar los miedos individuales y llena de energía y potencia, como muestran muchos estudios en psicología social.Por ello, me ha alegrado observar algunos movimientos interesantes en Barcelona a favor de los grupos. Recientemente, los profesores de la UB, María Palacín y Arón Alma han presentado Autoliderazgo y conducción de grupos, un libro científico que pone los grupos presenciales en el centro y muestra las habilidades y fórmulas necesarias para conducirlos, sea en empresas, en comunidades de vecinos o en escuelas. Por otra parte, el festival internacional, DocsBarcelona ha seleccionado la película Grup Natural dirigida por Nina Solà, de la productora catalana Fractal. En ella, se muestra el modelo pedagógico de la Escola Súnion, basado en la generación y desarrollo de grupos naturales, un acertado ejemplo de esos espacios de ensayo emocional y ético que son los grupos. En el cara a cara observamos cómo se aprende a gestionar la frustración, a modular el discurso, a leer el rechazo sin filtros, a construir empatía más allá del emoji.Defender los grupos físicos no es negar la utilidad ni beneficios de las redes, sino resituarlas. Hannah Arendt afirmaba que lo político nace cuando los cuerpos se reúnen en el espacio común. Si queremos construir sociedades resilientes, debemos volver a las plazas, a los parques. A los lugares donde los cuerpos se encuentran, se reconocen y se transforman Seguir leyendo
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Si queremos construir sociedades resilientes, debemos volver a las plazas, a los parques


Defender la necesidad de grupos “físicos” no es un recuerdo nostálgico de nuestras collas juveniles o bandas musicales del instituto, sino una necesidad psicobiológica. Nuestro cerebro está diseñado para la conexión corporal, para el contacto de piel con piel, para aprender a partir de los sentidos. En un mundo donde los dedos tocan más pantallas que manos, donde las miradas se concentran en píxeles en lugar de pupilas, es urgente reivindicar el poder insustituible de la presencia física, del grupo real, del contacto que no se transmite por ondas ni algoritmos. En la sociedad virtual, el cuerpo se convierte en el territorio de la verdad.
Especialmente en la adolescencia, los grupos presenciales son clave. En ellos no solo se busca aprobación, sino también conflicto, límites, modelo. Las redes ofrecen una ilusión de grupo: likes, seguidores, visualizaciones. Pero tienen un reverso oscuro: ansiedad social, hiperexposición, adicción a la validación instantánea. La psicóloga Jean Twenge ha demostrado la vinculación del aumento del tiempo en pantallas con el incremento de la depresión y el aislamiento en jóvenes.
El psicólogo Jonathan Haidt en La generación ansiosa aduce que la cronología no respalda que la causa de la ansiedad y depresión que sufren nuestros adolescentes sean las crecientes amenazas como la vivienda, la precariedad laboral, los conflictos bélicos o el cambio climático. Estas preocupaciones son ciertas y legítimas, pero en la historia, las épocas previas a grandes guerras o enormes crisis no han conllevado peor salud mental. Por el contrario, la unión de muchas personas en grupos activos contra tales amenazas dio un propósito común a sus vidas, impulsó la cooperación y redujo los suicidios. La acción colectiva ayuda a superar los miedos individuales y llena de energía y potencia, como muestran muchos estudios en psicología social.
Por ello, me ha alegrado observar algunos movimientos interesantes en Barcelona a favor de los grupos. Recientemente, los profesores de la UB, María Palacín y Arón Alma han presentado Autoliderazgo y conducción de grupos, un libro científico que pone los grupos presenciales en el centro y muestra las habilidades y fórmulas necesarias para conducirlos, sea en empresas, en comunidades de vecinos o en escuelas. Por otra parte, el festival internacional, DocsBarcelona ha seleccionado la película Grup Natural dirigida por Nina Solà, de la productora catalana Fractal. En ella, se muestra el modelo pedagógico de la Escola Súnion, basado en la generación y desarrollo de grupos naturales, un acertado ejemplo de esos espacios de ensayo emocional y ético que son los grupos. En el cara a cara observamos cómo se aprende a gestionar la frustración, a modular el discurso, a leer el rechazo sin filtros, a construir empatía más allá del emoji.
Defender los grupos físicos no es negar la utilidad ni beneficios de las redes, sino resituarlas. Hannah Arendt afirmaba que lo político nace cuando los cuerpos se reúnen en el espacio común. Si queremos construir sociedades resilientes, debemos volver a las plazas, a los parques. A los lugares donde los cuerpos se encuentran, se reconocen y se transforman
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Sobre la firma

Doctora en Psicología Social y Asesora en planificación estratégica y liderazgo. Ofrece asesoría estratégica para la innovación y transformación de empresas y administraciones públicas, formación a alta dirección y conferencias, aplicando la psicología social a la planificación organizacional.
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