¿Y si los derechos de autor se han convertido en un factor de desigualdad? O, dicho de otro modo: ¿y si la regulación del ‘copyright ha perdido su vocación de equilibrar a pequeños frente a grandes, como se empezó a plantear allá por el siglo XVIII? David Bellos lo tiene claro. Estamos en ese punto. En realidad, sostiene, siempre fue más o menos así. «Solo unas pocas obras generan cantidades significativas de dinero para sus creadores. Hay un puñado muy pequeño de escritores y artistas (especialmente en la música popular) que se han vuelto increíblemente ricos bajo el sistema actual. Sin embargo, la gran mayoría no obtiene ganancias o ve cómo los ingresos por su trabajo disminuyen rápidamente. Las corporaciones son las que mandan, igual que los impresores en el siglo XVII, antes de que existieran los derechos de autor . ¡Esa es la clave que hay que entender!».Bellos, profesor en la Universidad de Princeton y especialista en la historia de los derechos de autor, ha dedicado cuatrocientas páginas a esta cuestión junto al abogado Alexandre Montagu en el libro ‘Copyright. La industria que mueve el mundo’ (Península). La tesis que ambos defienden es que las cantidades de dinero que genera la propiedad intelectual (a través de patentes, marcas, diseños registrados o ‘copyright’) «es uno de los principales motores de desigualdad del siglo XXI». Seis de las mayores corporaciones del mundo -Apple, Microsoft, Alphabet, Amazon, Meta y Disney-, que tienen un capital superior al de muchas naciones, «están constituidas casi enteramente por su titularidad y control del material de ‘copyright’»: por los contenidos, como películas y canciones (Disney y Amazon), por los diseños y patentes (Apple y Microsoft) y por el software (Alphabet y Meta). «El imperio de la propiedad intelectual es el dominio feudal de nuestros días».’Copyright’. La industria que mueve el mundo Autores David Bellos y Alexandre Montagu Traducción Pilar de la Peña Minguell Editorial Península Número de páginas 432 Precio 22,90 eurosLa situación actual, que los dos escritores ven del todo opuesta al espíritu original de las leyes de propiedad intelectual, tiene un riesgo añadido: las máquinas de inteligencia artificial. Desde ChatGPT a la china Deepseek. Muy pronto, «quizá ya mismo», la música que escuchemos en los supermercados, o en las bandas sonoras de películas y series, o en las aplicaciones musicales, no la habrá generado un humano, sino una máquina. «Si a un puñado de grandes empresas de software propietarias del ‘copyright’ de los programas de IA se les permite la titularidad de los servicios y las simulaciones que generen esos sistemas, estaremos en sus manos por los siglos de los siglos?», advierten. Al fin y al cabo, añade Bellos en un correo electrónico, «si permitimos que los humanos lean muchos libros y luego escriban otros muy similares, ¿por qué no permitir lo mismo a las máquinas?». Hay mucha tela por cortar.Impresiones piratasAntes de explicar cómo hemos llegado a la situación que describen Bellos y Montagu, conviene aclarar que el ‘copyright’ se corresponde con el canon que los autores reciben por todos los usos de sus obras. Sony compró en 2021 los derechos de explotación de la obra de Bruce Springsteen por 550 millones de dólares, con la esperanza, claro, de recaudar mucho más por la explotación de sus partituras, emisiones de grabaciones, escuchas en streaming… Esto se amplía, en otros sectores, a las películas, a las obras de teatro, a los videojuegos, a las pinturas o al software, o a la imagen del Pato Donald. Las leyes protegen que los autores exploten sus obras mientras viven y durante unas décadas más. No siempre fue así. Antes de que en el siglo XVIII se empezara a regular esto, los autores perdían el control de sus creaciones una vez se habían vendido los ejemplares impresos. Las impresiones piratas eran la normalidad. En Inglaterra y en Francia se empezó a legislar para proteger a los autores; primero de manera limitada y luego extendiendo la protección hasta setenta años después de su muerte. De los libros se pasó a los grabados y luego a las partituras. «Las consecuencias a corto, medio y largo plazo de esas ampliaciones han sido de lo más extraordinario. […] El premio gordo de la explotación del ‘copyright’ musical se lo lleva la empresa que sacó como dos millones de dólares al año entre 1949 y 2016 por la venta de partituras y los derechos de ejecución de ‘Cumpleaños feliz’», escriben Bellos y Montagu en ‘Copyright’. «La propiedad intelectual es ahora precisamente aquello de lo que se quejaban sus detractores decimonónicos, y a una escala que no podrían ni imaginar. En lugar del ‘tributo por leer’ que ellos temían, tenemos tributos por ver, escuchar, jugar a juegos y achuchar peluches».Noticia Relacionada estandar Si Urtasun retira el decreto que regula la inteligencia artificial, incapaz de gestionar la división del sector cultural Jaime G. MoraEl resultado de esta progresión es que los ingresos de los autores han ido bajando mientras las industrias del ‘copyright’ se han hecho cada vez mayores. En 2020, Spotify generó por suscripciones unos ingresos de 7.000 millones de euros, pero la compañía pagó entre 0,006 y 0,084 dólares por cada uso de una canción, de la que solo el 20 por ciento llega a los autores. Las diferencias entre los pequeños autores y las grandes estrellas también han crecido. «El desarrollo de las nuevas herramientas de la IA seguramente será el germen de la siguiente generación de litigios por ‘copyright’, en los que puede que los frutos de la IA, si no su existencia misma, se consideren una infracción». En realidad, ya estamos en ese punto. Los autores y las entidades de gestión llevan meses denunciando que las máquinas han canibalizado su trabajo para su entrenamiento. Bellos y Montagu creen que ha llegado el momento de regresar al propósito original.«Nuestro libro no hace propuestas para una nueva legislación. Nuestro objetivo es simplemente que la gente discuta lo que los derechos de autor han llegado a ser, basándose en cómo llegaron a ser así. En cuanto a mi opinión personal -concluye Bellos-, cualquier nueva ley de derechos de autor debería reducir drásticamente la duración de la protección, que ahora es casi eterna (vida del autor más 70 años)». ¿Y si los derechos de autor se han convertido en un factor de desigualdad? O, dicho de otro modo: ¿y si la regulación del ‘copyright ha perdido su vocación de equilibrar a pequeños frente a grandes, como se empezó a plantear allá por el siglo XVIII? David Bellos lo tiene claro. Estamos en ese punto. En realidad, sostiene, siempre fue más o menos así. «Solo unas pocas obras generan cantidades significativas de dinero para sus creadores. Hay un puñado muy pequeño de escritores y artistas (especialmente en la música popular) que se han vuelto increíblemente ricos bajo el sistema actual. Sin embargo, la gran mayoría no obtiene ganancias o ve cómo los ingresos por su trabajo disminuyen rápidamente. Las corporaciones son las que mandan, igual que los impresores en el siglo XVII, antes de que existieran los derechos de autor . ¡Esa es la clave que hay que entender!».Bellos, profesor en la Universidad de Princeton y especialista en la historia de los derechos de autor, ha dedicado cuatrocientas páginas a esta cuestión junto al abogado Alexandre Montagu en el libro ‘Copyright. La industria que mueve el mundo’ (Península). La tesis que ambos defienden es que las cantidades de dinero que genera la propiedad intelectual (a través de patentes, marcas, diseños registrados o ‘copyright’) «es uno de los principales motores de desigualdad del siglo XXI». Seis de las mayores corporaciones del mundo -Apple, Microsoft, Alphabet, Amazon, Meta y Disney-, que tienen un capital superior al de muchas naciones, «están constituidas casi enteramente por su titularidad y control del material de ‘copyright’»: por los contenidos, como películas y canciones (Disney y Amazon), por los diseños y patentes (Apple y Microsoft) y por el software (Alphabet y Meta). «El imperio de la propiedad intelectual es el dominio feudal de nuestros días».’Copyright’. La industria que mueve el mundo Autores David Bellos y Alexandre Montagu Traducción Pilar de la Peña Minguell Editorial Península Número de páginas 432 Precio 22,90 eurosLa situación actual, que los dos escritores ven del todo opuesta al espíritu original de las leyes de propiedad intelectual, tiene un riesgo añadido: las máquinas de inteligencia artificial. Desde ChatGPT a la china Deepseek. Muy pronto, «quizá ya mismo», la música que escuchemos en los supermercados, o en las bandas sonoras de películas y series, o en las aplicaciones musicales, no la habrá generado un humano, sino una máquina. «Si a un puñado de grandes empresas de software propietarias del ‘copyright’ de los programas de IA se les permite la titularidad de los servicios y las simulaciones que generen esos sistemas, estaremos en sus manos por los siglos de los siglos?», advierten. Al fin y al cabo, añade Bellos en un correo electrónico, «si permitimos que los humanos lean muchos libros y luego escriban otros muy similares, ¿por qué no permitir lo mismo a las máquinas?». Hay mucha tela por cortar.Impresiones piratasAntes de explicar cómo hemos llegado a la situación que describen Bellos y Montagu, conviene aclarar que el ‘copyright’ se corresponde con el canon que los autores reciben por todos los usos de sus obras. Sony compró en 2021 los derechos de explotación de la obra de Bruce Springsteen por 550 millones de dólares, con la esperanza, claro, de recaudar mucho más por la explotación de sus partituras, emisiones de grabaciones, escuchas en streaming… Esto se amplía, en otros sectores, a las películas, a las obras de teatro, a los videojuegos, a las pinturas o al software, o a la imagen del Pato Donald. Las leyes protegen que los autores exploten sus obras mientras viven y durante unas décadas más. No siempre fue así. Antes de que en el siglo XVIII se empezara a regular esto, los autores perdían el control de sus creaciones una vez se habían vendido los ejemplares impresos. Las impresiones piratas eran la normalidad. En Inglaterra y en Francia se empezó a legislar para proteger a los autores; primero de manera limitada y luego extendiendo la protección hasta setenta años después de su muerte. De los libros se pasó a los grabados y luego a las partituras. «Las consecuencias a corto, medio y largo plazo de esas ampliaciones han sido de lo más extraordinario. […] El premio gordo de la explotación del ‘copyright’ musical se lo lleva la empresa que sacó como dos millones de dólares al año entre 1949 y 2016 por la venta de partituras y los derechos de ejecución de ‘Cumpleaños feliz’», escriben Bellos y Montagu en ‘Copyright’. «La propiedad intelectual es ahora precisamente aquello de lo que se quejaban sus detractores decimonónicos, y a una escala que no podrían ni imaginar. En lugar del ‘tributo por leer’ que ellos temían, tenemos tributos por ver, escuchar, jugar a juegos y achuchar peluches».Noticia Relacionada estandar Si Urtasun retira el decreto que regula la inteligencia artificial, incapaz de gestionar la división del sector cultural Jaime G. MoraEl resultado de esta progresión es que los ingresos de los autores han ido bajando mientras las industrias del ‘copyright’ se han hecho cada vez mayores. En 2020, Spotify generó por suscripciones unos ingresos de 7.000 millones de euros, pero la compañía pagó entre 0,006 y 0,084 dólares por cada uso de una canción, de la que solo el 20 por ciento llega a los autores. Las diferencias entre los pequeños autores y las grandes estrellas también han crecido. «El desarrollo de las nuevas herramientas de la IA seguramente será el germen de la siguiente generación de litigios por ‘copyright’, en los que puede que los frutos de la IA, si no su existencia misma, se consideren una infracción». En realidad, ya estamos en ese punto. Los autores y las entidades de gestión llevan meses denunciando que las máquinas han canibalizado su trabajo para su entrenamiento. Bellos y Montagu creen que ha llegado el momento de regresar al propósito original.«Nuestro libro no hace propuestas para una nueva legislación. Nuestro objetivo es simplemente que la gente discuta lo que los derechos de autor han llegado a ser, basándose en cómo llegaron a ser así. En cuanto a mi opinión personal -concluye Bellos-, cualquier nueva ley de derechos de autor debería reducir drásticamente la duración de la protección, que ahora es casi eterna (vida del autor más 70 años)».
¿Y si los derechos de autor se han convertido en un factor de desigualdad? O, dicho de otro modo: ¿y si la regulación del ‘copyright ha perdido su vocación de equilibrar a pequeños frente a grandes, como se empezó a plantear allá por el … siglo XVIII? David Bellos lo tiene claro. Estamos en ese punto. En realidad, sostiene, siempre fue más o menos así. «Solo unas pocas obras generan cantidades significativas de dinero para sus creadores. Hay un puñado muy pequeño de escritores y artistas (especialmente en la música popular) que se han vuelto increíblemente ricos bajo el sistema actual. Sin embargo, la gran mayoría no obtiene ganancias o ve cómo los ingresos por su trabajo disminuyen rápidamente. Las corporaciones son las que mandan, igual que los impresores en el siglo XVII, antes de que existieran los derechos de autor. ¡Esa es la clave que hay que entender!».
Bellos, profesor en la Universidad de Princeton y especialista en la historia de los derechos de autor, ha dedicado cuatrocientas páginas a esta cuestión junto al abogado Alexandre Montagu en el libro ‘Copyright. La industria que mueve el mundo’ (Península). La tesis que ambos defienden es que las cantidades de dinero que genera la propiedad intelectual (a través de patentes, marcas, diseños registrados o ‘copyright’) «es uno de los principales motores de desigualdad del siglo XXI». Seis de las mayores corporaciones del mundo -Apple, Microsoft, Alphabet, Amazon, Meta y Disney-, que tienen un capital superior al de muchas naciones, «están constituidas casi enteramente por su titularidad y control del material de ‘copyright’»: por los contenidos, como películas y canciones (Disney y Amazon), por los diseños y patentes (Apple y Microsoft) y por el software (Alphabet y Meta). «El imperio de la propiedad intelectual es el dominio feudal de nuestros días».
‘Copyright’. La industria que mueve el mundo

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Autores
David Bellos y Alexandre Montagu -
Traducción
Pilar de la Peña Minguell -
Editorial
Península -
Número de páginas
432 -
Precio
22,90 euros
La situación actual, que los dos escritores ven del todo opuesta al espíritu original de las leyes de propiedad intelectual, tiene un riesgo añadido: las máquinas de inteligencia artificial. Desde ChatGPT a la china Deepseek. Muy pronto, «quizá ya mismo», la música que escuchemos en los supermercados, o en las bandas sonoras de películas y series, o en las aplicaciones musicales, no la habrá generado un humano, sino una máquina. «Si a un puñado de grandes empresas de software propietarias del ‘copyright’ de los programas de IA se les permite la titularidad de los servicios y las simulaciones que generen esos sistemas, estaremos en sus manos por los siglos de los siglos?», advierten. Al fin y al cabo, añade Bellos en un correo electrónico, «si permitimos que los humanos lean muchos libros y luego escriban otros muy similares, ¿por qué no permitir lo mismo a las máquinas?». Hay mucha tela por cortar.
Impresiones piratas
Antes de explicar cómo hemos llegado a la situación que describen Bellos y Montagu, conviene aclarar que el ‘copyright’ se corresponde con el canon que los autores reciben por todos los usos de sus obras. Sony compró en 2021 los derechos de explotación de la obra de Bruce Springsteen por 550 millones de dólares, con la esperanza, claro, de recaudar mucho más por la explotación de sus partituras, emisiones de grabaciones, escuchas en streaming… Esto se amplía, en otros sectores, a las películas, a las obras de teatro, a los videojuegos, a las pinturas o al software, o a la imagen del Pato Donald. Las leyes protegen que los autores exploten sus obras mientras viven y durante unas décadas más. No siempre fue así.
Antes de que en el siglo XVIII se empezara a regular esto, los autores perdían el control de sus creaciones una vez se habían vendido los ejemplares impresos. Las impresiones piratas eran la normalidad. En Inglaterra y en Francia se empezó a legislar para proteger a los autores; primero de manera limitada y luego extendiendo la protección hasta setenta años después de su muerte. De los libros se pasó a los grabados y luego a las partituras. «Las consecuencias a corto, medio y largo plazo de esas ampliaciones han sido de lo más extraordinario. […] El premio gordo de la explotación del ‘copyright’ musical se lo lleva la empresa que sacó como dos millones de dólares al año entre 1949 y 2016 por la venta de partituras y los derechos de ejecución de ‘Cumpleaños feliz’», escriben Bellos y Montagu en ‘Copyright’. «La propiedad intelectual es ahora precisamente aquello de lo que se quejaban sus detractores decimonónicos, y a una escala que no podrían ni imaginar. En lugar del ‘tributo por leer’ que ellos temían, tenemos tributos por ver, escuchar, jugar a juegos y achuchar peluches».
El resultado de esta progresión es que los ingresos de los autores han ido bajando mientras las industrias del ‘copyright’ se han hecho cada vez mayores. En 2020, Spotify generó por suscripciones unos ingresos de 7.000 millones de euros, pero la compañía pagó entre 0,006 y 0,084 dólares por cada uso de una canción, de la que solo el 20 por ciento llega a los autores. Las diferencias entre los pequeños autores y las grandes estrellas también han crecido. «El desarrollo de las nuevas herramientas de la IA seguramente será el germen de la siguiente generación de litigios por ‘copyright’, en los que puede que los frutos de la IA, si no su existencia misma, se consideren una infracción». En realidad, ya estamos en ese punto. Los autores y las entidades de gestión llevan meses denunciando que las máquinas han canibalizado su trabajo para su entrenamiento. Bellos y Montagu creen que ha llegado el momento de regresar al propósito original.
«Nuestro libro no hace propuestas para una nueva legislación. Nuestro objetivo es simplemente que la gente discuta lo que los derechos de autor han llegado a ser, basándose en cómo llegaron a ser así. En cuanto a mi opinión personal -concluye Bellos-, cualquier nueva ley de derechos de autor debería reducir drásticamente la duración de la protección, que ahora es casi eterna (vida del autor más 70 años)».
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