Nada más apropiado que las ruinas para recordarnos la fragilidad de los proyectos humanos. Consonno, una pequeña población en el norte de Italia, es la perfecta evocación de lo que pudo ser y no fue. Un conde italiano soñó en la década de los 60 con recrear la ciudad de Las Vegas en Lombardía, pero fracasó. Sus calles, sus edificios y sus monumentos vacíos testimonian el fallido intento de un visionario que lo perdió todo en una quimérica aventura.A 40 kilómetros de Milán, en la región de Brianza, Consonno era un pueblo agrícola de unos 200 habitantes en 1962 cuando Mario Bagno, conde y empresario inmobiliario, decidió comprar todos los terrenos para construir ‘La Ciudad de los Juguetes’ al pie de los Alpes. Pagó 22 millones de liras por las fincas, de unas 30 hectáreas de extensión, situadas en un enclave natural paradisiaco, con vistas sobre el lago de Como.Con la excepción de su iglesia y el cementerio, Bagno ordenó la demolición de las casas y los establos para edificar las instalaciones de la nueva Las Vegas. No tuvo ni la menor piedad con sus habitantes. «Los bulldozers empezaron a demoler las viviendas con sus vecinos dentro. Tuvimos que salir corriendo», testimonió Vittorio Panzeri, uno de los desalojados. Bagno construyó una carretera sobre el camino de tierra de acceso y utilizó explosivos para allanar el terreno. En la entrada de la localidad, colocó un gran cartel que rezaba: ‘El cielo es más azul en Consonno’. Las obras se desarrollaron a un ritmo frenético. Levantó un gran hotel de lujo, un castillo medieval, un salón de baile, restaurantes, jardines y atracciones. Todo ello, presidido por un minarete que se convirtió en el icono del sueño de Bagno. A finales de los años 60, miles de personas llegaban a diario a la nueva villa que se podía recorrer en un ferrocarril a la manera de Disneylandia. Mina, Celentano, Milva y otras estrellas de la canción italiana fueron contratadas para amenizar sus noches.A pesar de las protestas de los ecologistas lombardos por la destrucción del paisaje y su contaminación, Bagno decidió construir un minicampo de golf, pistas de tenis y un circuito de karts. Pero, a partir de 1973, el negocio comenzó a declinar. Los planes de expansión tuvieron que ser cancelados, a lo que se sumó la intervención de la Naturaleza. Dos deslizamientos de tierra en 1976 y 1977 cortaron la carretera y dañaron las instalaciones.Fue en 1980 cuando Consonno entró en un declive terminal. Consciente de que recuperar la afluencia perdida era imposible, Bagno intentó convertir el enclave en una residencia de lujo para ancianos, gestionada por su hermano. Fue un nuevo fracaso. Las instalaciones se fueron deteriorando hasta su cierre definitivo en 2007 tras ser vandalizadas. Su propietario y fundador había muerto en 1995 con la esperanza de ver revitalizado su proyecto. Sus herederos siguen siendo los dueños de lo que queda de Consonno, cuyos edificios vacíos han sido pintados con graffitis.Un viejo panel decía: «Consonno siempre es una fiesta». Hace casi cinco décadas que dejó de serlo pese a los diversos intentos, apoyados por las autoridades regionales, de buscar una alternativa. Aunque allí no queda nadie, los curiosos pueden dar una vuelta por los monumentos abandonadas tras acceder por la antigua carretera, cerrada por una valla, lo que obliga a andar durante 15 minutos para llegar al enclave.Consonno no está vacío todo el año porque se mantiene una romería en honor a San Mauricio, que se celebra el 22 de septiembre, cuya efigie es sacada en procesión. El santo fue un oficial romano que se negó a masacrar a los cristianos, cuyos milagros esperan hoy los viejos lugareños para resucitar el pueblo. Nada más apropiado que las ruinas para recordarnos la fragilidad de los proyectos humanos. Consonno, una pequeña población en el norte de Italia, es la perfecta evocación de lo que pudo ser y no fue. Un conde italiano soñó en la década de los 60 con recrear la ciudad de Las Vegas en Lombardía, pero fracasó. Sus calles, sus edificios y sus monumentos vacíos testimonian el fallido intento de un visionario que lo perdió todo en una quimérica aventura.A 40 kilómetros de Milán, en la región de Brianza, Consonno era un pueblo agrícola de unos 200 habitantes en 1962 cuando Mario Bagno, conde y empresario inmobiliario, decidió comprar todos los terrenos para construir ‘La Ciudad de los Juguetes’ al pie de los Alpes. Pagó 22 millones de liras por las fincas, de unas 30 hectáreas de extensión, situadas en un enclave natural paradisiaco, con vistas sobre el lago de Como.Con la excepción de su iglesia y el cementerio, Bagno ordenó la demolición de las casas y los establos para edificar las instalaciones de la nueva Las Vegas. No tuvo ni la menor piedad con sus habitantes. «Los bulldozers empezaron a demoler las viviendas con sus vecinos dentro. Tuvimos que salir corriendo», testimonió Vittorio Panzeri, uno de los desalojados. Bagno construyó una carretera sobre el camino de tierra de acceso y utilizó explosivos para allanar el terreno. En la entrada de la localidad, colocó un gran cartel que rezaba: ‘El cielo es más azul en Consonno’. Las obras se desarrollaron a un ritmo frenético. Levantó un gran hotel de lujo, un castillo medieval, un salón de baile, restaurantes, jardines y atracciones. Todo ello, presidido por un minarete que se convirtió en el icono del sueño de Bagno. A finales de los años 60, miles de personas llegaban a diario a la nueva villa que se podía recorrer en un ferrocarril a la manera de Disneylandia. Mina, Celentano, Milva y otras estrellas de la canción italiana fueron contratadas para amenizar sus noches.A pesar de las protestas de los ecologistas lombardos por la destrucción del paisaje y su contaminación, Bagno decidió construir un minicampo de golf, pistas de tenis y un circuito de karts. Pero, a partir de 1973, el negocio comenzó a declinar. Los planes de expansión tuvieron que ser cancelados, a lo que se sumó la intervención de la Naturaleza. Dos deslizamientos de tierra en 1976 y 1977 cortaron la carretera y dañaron las instalaciones.Fue en 1980 cuando Consonno entró en un declive terminal. Consciente de que recuperar la afluencia perdida era imposible, Bagno intentó convertir el enclave en una residencia de lujo para ancianos, gestionada por su hermano. Fue un nuevo fracaso. Las instalaciones se fueron deteriorando hasta su cierre definitivo en 2007 tras ser vandalizadas. Su propietario y fundador había muerto en 1995 con la esperanza de ver revitalizado su proyecto. Sus herederos siguen siendo los dueños de lo que queda de Consonno, cuyos edificios vacíos han sido pintados con graffitis.Un viejo panel decía: «Consonno siempre es una fiesta». Hace casi cinco décadas que dejó de serlo pese a los diversos intentos, apoyados por las autoridades regionales, de buscar una alternativa. Aunque allí no queda nadie, los curiosos pueden dar una vuelta por los monumentos abandonadas tras acceder por la antigua carretera, cerrada por una valla, lo que obliga a andar durante 15 minutos para llegar al enclave.Consonno no está vacío todo el año porque se mantiene una romería en honor a San Mauricio, que se celebra el 22 de septiembre, cuya efigie es sacada en procesión. El santo fue un oficial romano que se negó a masacrar a los cristianos, cuyos milagros esperan hoy los viejos lugareños para resucitar el pueblo. Nada más apropiado que las ruinas para recordarnos la fragilidad de los proyectos humanos. Consonno, una pequeña población en el norte de Italia, es la perfecta evocación de lo que pudo ser y no fue. Un conde italiano soñó en la década de los 60 con recrear la ciudad de Las Vegas en Lombardía, pero fracasó. Sus calles, sus edificios y sus monumentos vacíos testimonian el fallido intento de un visionario que lo perdió todo en una quimérica aventura.A 40 kilómetros de Milán, en la región de Brianza, Consonno era un pueblo agrícola de unos 200 habitantes en 1962 cuando Mario Bagno, conde y empresario inmobiliario, decidió comprar todos los terrenos para construir ‘La Ciudad de los Juguetes’ al pie de los Alpes. Pagó 22 millones de liras por las fincas, de unas 30 hectáreas de extensión, situadas en un enclave natural paradisiaco, con vistas sobre el lago de Como.Con la excepción de su iglesia y el cementerio, Bagno ordenó la demolición de las casas y los establos para edificar las instalaciones de la nueva Las Vegas. No tuvo ni la menor piedad con sus habitantes. «Los bulldozers empezaron a demoler las viviendas con sus vecinos dentro. Tuvimos que salir corriendo», testimonió Vittorio Panzeri, uno de los desalojados. Bagno construyó una carretera sobre el camino de tierra de acceso y utilizó explosivos para allanar el terreno. En la entrada de la localidad, colocó un gran cartel que rezaba: ‘El cielo es más azul en Consonno’. Las obras se desarrollaron a un ritmo frenético. Levantó un gran hotel de lujo, un castillo medieval, un salón de baile, restaurantes, jardines y atracciones. Todo ello, presidido por un minarete que se convirtió en el icono del sueño de Bagno. A finales de los años 60, miles de personas llegaban a diario a la nueva villa que se podía recorrer en un ferrocarril a la manera de Disneylandia. Mina, Celentano, Milva y otras estrellas de la canción italiana fueron contratadas para amenizar sus noches.A pesar de las protestas de los ecologistas lombardos por la destrucción del paisaje y su contaminación, Bagno decidió construir un minicampo de golf, pistas de tenis y un circuito de karts. Pero, a partir de 1973, el negocio comenzó a declinar. Los planes de expansión tuvieron que ser cancelados, a lo que se sumó la intervención de la Naturaleza. Dos deslizamientos de tierra en 1976 y 1977 cortaron la carretera y dañaron las instalaciones.Fue en 1980 cuando Consonno entró en un declive terminal. Consciente de que recuperar la afluencia perdida era imposible, Bagno intentó convertir el enclave en una residencia de lujo para ancianos, gestionada por su hermano. Fue un nuevo fracaso. Las instalaciones se fueron deteriorando hasta su cierre definitivo en 2007 tras ser vandalizadas. Su propietario y fundador había muerto en 1995 con la esperanza de ver revitalizado su proyecto. Sus herederos siguen siendo los dueños de lo que queda de Consonno, cuyos edificios vacíos han sido pintados con graffitis.Un viejo panel decía: «Consonno siempre es una fiesta». Hace casi cinco décadas que dejó de serlo pese a los diversos intentos, apoyados por las autoridades regionales, de buscar una alternativa. Aunque allí no queda nadie, los curiosos pueden dar una vuelta por los monumentos abandonadas tras acceder por la antigua carretera, cerrada por una valla, lo que obliga a andar durante 15 minutos para llegar al enclave.Consonno no está vacío todo el año porque se mantiene una romería en honor a San Mauricio, que se celebra el 22 de septiembre, cuya efigie es sacada en procesión. El santo fue un oficial romano que se negó a masacrar a los cristianos, cuyos milagros esperan hoy los viejos lugareños para resucitar el pueblo. RSS de noticias de cultura