En un párrafo de esos que se leen en las escuelas, de El derviche y la muerte, el escritor Meša Selimović reflexionaba sobre viajar y decía que “el hombre no es un árbol, y el apego es su desgracia, le quita valentía, disminuye su seguridad”. Asumía que quedarse era el verdadero comienzo de la vejez, “porque el hombre es joven mientras no tenga miedo de empezar”. No obstante, el dilema de cualquier sujeto entre quedarse y marcharse también ofrece espacios intermedios, grises en los que se vive las formas de vida más enraizadas y, sin embargo, en dos geografías apartadas.
Laura Marín parte de esta lógica, porque los nuevos canales de comunicación lo posibilitan. A Marín la conocen la familia y amigos, los compañeros de clase en el Grado en Gallego y Portugués de la Facultad de Filología de la Universidad de A Coruña, y aquellos conocidos con los que se encuentre durante su rutina; pero más allá de una vida, como la de cualquiera en España, en los Balcanes es toda una celebridad. A Marín la paran por las calles de Belgrado, Sarajevo o Novi Pazar, en un constante revoloteo de jóvenes que quieren hacerse una foto con ella, que adoran su voz y que la siguen en las redes sociales (97.000 seguidores en Instagram y 288.000 en TikTok).
Es una novedad por muchas razones, la principal es porque el desequilibrio en el interés cultural a un lado y otro del continente europeo es manifiesto. Mientras en Sarajevo, Podgorica, Pristina o Belgrado si no lo han leído, han oído hablar de Miguel de Cervantes, conocen la trayectoria de Pedro Almodóvar o Penélope Cruz, la alineación del Real Madrid o Barcelona, han visto series como Los Serrano o Aquí no hay quien viva, han veraneado en Lloret del Mar o se aficionaron a la lengua española con la telenovela Kassandra, en España el conocimiento sobre la región balcánica es creciente, pero todavía limitado.
La pasión de Marín por la cultura y la lengua gallega, madurada en la costa atlántica, en su infancia en Porto do Son (A Coruña), comulga con su vida castellanohablante. En ese desdoblamiento hay un vínculo muy fuerte a la tierra y a una especie de “conciencia de que el gallego es una lengua minorizada”, como plantea. Ella no sabría decir en qué momento y por qué razón surgió su interés por las lenguas extranjeras, pero no es divergente con su inclinación galleguista. El visionado de El oso de la casa azul, serie producida por The Walt Disney Company, siendo una niña de nueve años, marcó su pasión por el antiguo serbo-croata (hoy el serbio, croata, bosnio y montenegrino): “Mi madre me compró varios DVD que estaban en diferentes lenguas”. Cuando finalmente tuvo internet en casa se quedó “embobada” con la canción final cantada en «croatian» y sintió algo “espiritual”.
A partir de ahí empezó a trastear en la Red y a escuchar a Radisa Urošević, Snežana Đurišić, Marta Savić, Seka Aleksić, Tanja Savić, Milica Todorović… “Vi esas mujeres, vi esas canciones, y dije este es mi futuro, en la edad adulta este tiene que ser mi trabajo”, señala, hasta desarrollar devoción por el turbo-folk, género musical que surgió a partir de la combinación de la cultura folk, proveniente del medio rural balcánico, con los sintetizadores y ritmos electrónicos; lo que en España podría ser Azúcar Moreno con Bandido en la década de los noventa. Aunque su repertorio se extiende, por ejemplo, al rock exYU (que mezcla jazz, funk, rock…), con grupos como Ekatarina Velika.
Durante la infancia se quedaba atrapada por cualquier referencia exyugoslava que saliera en los medios, sin haber visitado nunca la región, ni haber tenido contacto con gente local, ya que la comunidad balcánica en A Coruña es reducida y disgregada, sin tener mucha idea de que una canción montenegrina en Eurovisión tenía que ver con una película sobre la guerra de Bosnia (“¿cómo iba a saberlo yo, con 12 años?“). La cantante lo resume: ”Nunca he sabido en mi vida algo con tanta certeza como el amor y satisfacción por la cultura yugoslava». Para cuando tenía 16 años comenzó a poder mantener una conversación fluida en la llamada actualmente naški, sin profesores ni un entorno que lo estimularan.
“Sabía que tenía que llegar allí, aunque no sabía cómo, así que aprendí acordes de guitarra yo sola para acompañar mi voz y empecé con 14 años a grabar versiones de temas para YouTube”. Durante la pandemia se abrió una cuenta de TikTok e Instagram (zovemselaura), y a lo largo de cuatro años estuvo grabando “como mínimo” una cada fin de semana. Fue a partir de 2022 que su cuenta comenzó a escalar, pero hubo un tiempo, sobre todo al principio, que tuvo que lidiar con los comentarios machistas provenientes de cualquier lado de la región balcánica: “No tenía otro feedback“.
En 2023 se produjo la gran oportunidad que estaba esperando. Había tenido invitaciones de viajar a la región antes, pero las fue desechando (apenas había salido de su localidad para viajar a París con el colegio, y quería viajar con su madre) porque para dar ese paso necesitaba confiar en el proyecto. Un vídeo suyo generó más de dos millones de visitas en el Facebook de N1 de Bosnia y Herzegovina, uno de los grupos más destacados de la zona. Entonces fue cuando el manager de Halid Bešlić, cantante de algunos de los himnos románticos más sonados de la región, como Miljacka o Prvi poljubac, se puso en contacto con ella. Esa fue la oportunidad de dar “un paso firme”, como dice ella. Marín se subía al escenario con Bešlić en la capital bosnia, en una suerte de sueño hecho realidad.
Ir a cantar a los Balcanes sigue siendo su “motor de vida”, pero con una visión más madura de su pasión, entre las incógnitas de saber cómo orientar su carrera, tener una oferta adecuada con un representante de garantías y formarse en la universidad, como potencial profesora de gallego-portugués, en la secundaria o donde fuera.
Preguntada al respecto sobre hasta cuándo esperar para dar el salto, Marín parece sobria y convencida: “Si me quieren con 18, también me querrán con 25”. Mientras tanto, se suceden ofertas de publicidad que rechaza y otras de bolos para tocar en eventos y bodas, conformando paso a paso su carrera musical, pero también sabedora de la impaciencia de cientos de miles de seguidores repartidos por las capitales balcánicas que le mantienen el ánimo de volcarse definitivamente en ello, enraizada en un mundo galaico-balcánico que en ella no parece ningún extraño planeta.
La joven cantante coruñesa, de 21 años, acumula cientos de miles de seguidores en redes a partir de su talento autodidacta
En un párrafo de esos que se leen en las escuelas, de El derviche y la muerte, el escritor Meša Selimović reflexionaba sobre viajar y decía que “el hombre no es un árbol, y el apego es su desgracia, le quita valentía, disminuye su seguridad”. Asumía que quedarse era el verdadero comienzo de la vejez, “porque el hombre es joven mientras no tenga miedo de empezar”. No obstante, el dilema de cualquier sujeto entre quedarse y marcharse también ofrece espacios intermedios, grises en los que se vive las formas de vida más enraizadas y, sin embargo, en dos geografías apartadas.
Laura Marín parte de esta lógica, porque los nuevos canales de comunicación lo posibilitan. A Marín la conocen la familia y amigos, los compañeros de clase en el Grado en Gallego y Portugués de la Facultad de Filología de la Universidad de A Coruña, y aquellos conocidos con los que se encuentre durante su rutina; pero más allá de una vida, como la de cualquiera en España, en los Balcanes es toda una celebridad. A Marín la paran por las calles de Belgrado, Sarajevo o Novi Pazar, en un constante revoloteo de jóvenes que quieren hacerse una foto con ella, que adoran su voz y que la siguen en las redes sociales (97.000 seguidores en Instagram y 288.000 en TikTok).
Es una novedad por muchas razones, la principal es porque el desequilibrio en el interés cultural a un lado y otro del continente europeo es manifiesto. Mientras en Sarajevo, Podgorica, Pristina o Belgrado si no lo han leído, han oído hablar de Miguel de Cervantes, conocen la trayectoria de Pedro Almodóvar o Penélope Cruz, la alineación del Real Madrid o Barcelona, han visto series como Los Serrano o Aquí no hay quien viva, han veraneado en Lloret del Mar o se aficionaron a la lengua española con la telenovela Kassandra, en España el conocimiento sobre la región balcánica es creciente, pero todavía limitado.

La pasión de Marín por la cultura y la lengua gallega, madurada en la costa atlántica, en su infancia en Porto do Son (A Coruña), comulga con su vida castellanohablante. En ese desdoblamiento hay un vínculo muy fuerte a la tierra y a una especie de “conciencia de que el gallego es una lengua minorizada”, como plantea. Ella no sabría decir en qué momento y por qué razón surgió su interés por las lenguas extranjeras, pero no es divergente con su inclinación galleguista. El visionado de El oso de la casa azul, serie producida por The Walt Disney Company, siendo una niña de nueve años, marcó su pasión por el antiguo serbo-croata (hoy el serbio, croata, bosnio y montenegrino): “Mi madre me compró varios DVD que estaban en diferentes lenguas”. Cuando finalmente tuvo internet en casa se quedó “embobada” con la canción final cantada en «croatian» y sintió algo “espiritual”.
A partir de ahí empezó a trastear en la Red y a escuchar a Radisa Urošević, Snežana Đurišić, Marta Savić, Seka Aleksić, Tanja Savić, Milica Todorović… “Vi esas mujeres, vi esas canciones, y dije este es mi futuro, en la edad adulta este tiene que ser mi trabajo”, señala, hasta desarrollar devoción por el turbo-folk, género musical que surgió a partir de la combinación de la cultura folk, proveniente del medio rural balcánico, con los sintetizadores y ritmos electrónicos; lo que en España podría ser Azúcar Moreno con Bandido en la década de los noventa. Aunque su repertorio se extiende, por ejemplo, al rock exYU (que mezcla jazz, funk, rock…), con grupos como Ekatarina Velika.
Durante la infancia se quedaba atrapada por cualquier referencia exyugoslava que saliera en los medios, sin haber visitado nunca la región, ni haber tenido contacto con gente local, ya que la comunidad balcánica en A Coruña es reducida y disgregada, sin tener mucha idea de que una canción montenegrina en Eurovisión tenía que ver con una película sobre la guerra de Bosnia (“¿cómo iba a saberlo yo, con 12 años?“). La cantante lo resume: ”Nunca he sabido en mi vida algo con tanta certeza como el amor y satisfacción por la cultura yugoslava». Para cuando tenía 16 años comenzó a poder mantener una conversación fluida en la llamada actualmente naški, sin profesores ni un entorno que lo estimularan.
“Sabía que tenía que llegar allí, aunque no sabía cómo, así que aprendí acordes de guitarra yo sola para acompañar mi voz y empecé con 14 años a grabar versiones de temas para YouTube”. Durante la pandemia se abrió una cuenta de TikTok e Instagram (zovemselaura), y a lo largo de cuatro años estuvo grabando “como mínimo” una cada fin de semana. Fue a partir de 2022 que su cuenta comenzó a escalar, pero hubo un tiempo, sobre todo al principio, que tuvo que lidiar con los comentarios machistas provenientes de cualquier lado de la región balcánica: “No tenía otro feedback“.
En 2023 se produjo la gran oportunidad que estaba esperando. Había tenido invitaciones de viajar a la región antes, pero las fue desechando (apenas había salido de su localidad para viajar a París con el colegio, y quería viajar con su madre) porque para dar ese paso necesitaba confiar en el proyecto. Un vídeo suyo generó más de dos millones de visitas en el Facebook de N1 de Bosnia y Herzegovina, uno de los grupos más destacados de la zona. Entonces fue cuando el manager de Halid Bešlić, cantante de algunos de los himnos románticos más sonados de la región, como Miljacka o Prvi poljubac, se puso en contacto con ella. Esa fue la oportunidad de dar “un paso firme”, como dice ella. Marín se subía al escenario con Bešlić en la capital bosnia, en una suerte de sueño hecho realidad.
Ir a cantar a los Balcanes sigue siendo su “motor de vida”, pero con una visión más madura de su pasión, entre las incógnitas de saber cómo orientar su carrera, tener una oferta adecuada con un representante de garantías y formarse en la universidad, como potencial profesora de gallego-portugués, en la secundaria o donde fuera.
Preguntada al respecto sobre hasta cuándo esperar para dar el salto, Marín parece sobria y convencida: “Si me quieren con 18, también me querrán con 25”. Mientras tanto, se suceden ofertas de publicidad que rechaza y otras de bolos para tocar en eventos y bodas, conformando paso a paso su carrera musical, pero también sabedora de la impaciencia de cientos de miles de seguidores repartidos por las capitales balcánicas que le mantienen el ánimo de volcarse definitivamente en ello, enraizada en un mundo galaico-balcánico que en ella no parece ningún extraño planeta.
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