Ahora que Luz Casal es marquesa, ya que el Rey le otorgó ese título el jueves pasado, deberíamos convenir que desde hace años la cantante forma parte de la auténtica nobleza de la cultura española de la democracia. Su trayectoria artística, que ya supera las cuatro décadas, se ha caracterizado por una exigente constancia. Desde el arranque de su biografía, desde su llegada a Madrid, esta mujer con un tono de voz único tuvo claro que su principal talento era la interpretación y por ello hizo lo posible por elegir bien las canciones que hacía suyas y por contar con músicos y técnicos de primer nivel. Después de haber grabado en 1989 un nuevo disco con tres piezas pop que desde entonces son clásicos de su repertorio (Loca, Te dejé marchar, No me importa nada), ocurrió algo imprevisto que resultó determinante y que tiene que ver con las mejores señas de identidad de esa cultura. Si uno de los rasgos que mejor caracterizan el talento de Pedro Almodóvar es su sensibilidad para intensificar el melodrama de sus películas de mujeres a través de la dirección de actores, la intensidad del color en pantalla y la selección musical, la apuesta por Luz Casal, inesperada, fue un acierto memorable. El 16 de abril de 1991, solo aquel día, cantó en el estudio Un año de amor —reinterpretando la versión de Mina— y el bolero Piensa en mí —compuesta en 1935 por el mexicano Agustín Lara—. Con dudas, pero con rigor, estaba iniciando el camino que le ha permitido transitar de la juventud a la madurez. Al aceptar aquella invitación del director manchego para grabar dos clásicos de la canción romántica destinadas a la banda sonora de Tacones Lejanos, ella descubrió su potencial para ser una figura pletórica de la canción melódica.
“Sé de dónde vengo y tengo presente los valores que mis tres padres me enseñaron: la modestia, la lealtad, la importancia de la palabra dada; la entrega en el trabajo como el camino adecuado para alcanzar los sueños intuidos desde niña; el respeto y el amor al prójimo”, escribió Luz Casal en Instagram para agradecer la concesión del marquesado de Luz y Paz. Su música y su talante, ciertamente, apaciguan. Es sencilla alegría. En un tiempo en el que la exhibición de la privacidad banal de las estrellas forma parte de la estrategia comercial de la industria musical del entretenimiento, ella ha preservado la intimidad o, más bien, la ha explorado de una manera elegante para generar complicidad con una audiencia que se siente acompañada por su genuina normalidad. Pocos ejemplos tan claros como esas decenas de llamadas que realizó cada día durante los primeros meses de la pandemia, cuando se ofreció para contactar con las personas que simplemente querían establecer un diálogo con alguien que percibían como cómplice. Era escuchar su voz, pausada y envolvente, y su interlocutor se abría como quien se lanza a un mar de confianza. Esa complicidad que impulsa su voz es la que ha facilitado que muchas de sus canciones se hayan convertido en parte de la arquitectura emocional de las personas que la tienen entre sus recuerdos. Una tiene ya algunos años, no es de las más conocidas, pero consuela. Se titula Volver a comenzar, es del disco Que corra el aire. Estos días, de tantos líos, he vuelto a ella. Es una melodía tranquila, que aparentemente no se quiere dar más importancia a ella misma, incluso Luz Casal, más que cantar, de entrada parece que recite, pero progresa y cuando llega el estribillo invita a no ceder para poder seguir. “Y si gana la derrota habrá que volver a empezar”.
La complicidad que impulsa la voz de Luz Casal es la que ha facilitado que muchas de sus canciones se hayan convertido en parte de la arquitectura emocional
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos
La complicidad que transmite la voz de Luz Casal es la que ha hecho que sus canciones formen parte de nuestra arquitectura emocional


Ahora que Luz Casal es marquesa, ya que el Rey le otorgó ese título el jueves pasado, deberíamos convenir que desde hace años la cantante forma parte de la auténtica nobleza de la cultura española de la democracia. Su trayectoria artística, que ya supera las cuatro décadas, se ha caracterizado por una exigente constancia. Desde el arranque de su biografía, desde su llegada a Madrid, esta mujer con un tono de voz único tuvo claro que su principal talento era la interpretación y por ello hizo lo posible por elegir bien las canciones que hacía suyas y por contar con músicos y técnicos de primer nivel. Después de haber grabado en 1989 un nuevo disco con tres piezas pop que desde entonces son clásicos de su repertorio (Loca, Te dejé marchar, No me importa nada), ocurrió algo imprevisto que resultó determinante y que tiene que ver con las mejores señas de identidad de esa cultura. Si uno de los rasgos que mejor caracterizan el talento de Pedro Almodóvar es su sensibilidad para intensificar el melodrama de sus películas de mujeres a través de la dirección de actores, la intensidad del color en pantalla y la selección musical, la apuesta por Luz Casal, inesperada, fue un acierto memorable. El 16 de abril de 1991, solo aquel día, cantó en el estudio Un año de amor —reinterpretando la versión de Mina— y el bolero Piensa en mí —compuesta en 1935 por el mexicano Agustín Lara—. Con dudas, pero con rigor, estaba iniciando el camino que le ha permitido transitar de la juventud a la madurez. Al aceptar aquella invitación del director manchego para grabar dos clásicos de la canción romántica destinadas a la banda sonora de Tacones Lejanos, ella descubrió su potencial para ser una figura pletórica de la canción melódica.
“Sé de dónde vengo y tengo presente los valores que mis tres padres me enseñaron: la modestia, la lealtad, la importancia de la palabra dada; la entrega en el trabajo como el camino adecuado para alcanzar los sueños intuidos desde niña; el respeto y el amor al prójimo”, escribió Luz Casal en Instagram para agradecer la concesión del marquesado de Luz y Paz. Su música y su talante, ciertamente, apaciguan. Es sencilla alegría. En un tiempo en el que la exhibición de la privacidad banal de las estrellas forma parte de la estrategia comercial de la industria musical del entretenimiento, ella ha preservado la intimidad o, más bien, la ha explorado de una manera elegante para generar complicidad con una audiencia que se siente acompañada por su genuina normalidad. Pocos ejemplos tan claros como esas decenas de llamadas que realizó cada día durante los primeros meses de la pandemia, cuando se ofreció para contactar con las personas que simplemente querían establecer un diálogo con alguien que percibían como cómplice. Era escuchar su voz, pausada y envolvente, y su interlocutor se abría como quien se lanza a un mar de confianza. Esa complicidad que impulsa su voz es la que ha facilitado que muchas de sus canciones se hayan convertido en parte de la arquitectura emocional de las personas que la tienen entre sus recuerdos. Una tiene ya algunos años, no es de las más conocidas, pero consuela. Se titula Volver a comenzar, es del disco Que corra el aire. Estos días, de tantos líos, he vuelto a ella. Es una melodía tranquila, que aparentemente no se quiere dar más importancia a ella misma, incluso Luz Casal, más que cantar, de entrada parece que recite, pero progresa y cuando llega el estribillo invita a no ceder para poder seguir. “Y si gana la derrota habrá que volver a empezar”.
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Sobre la firma

Filólogo y escritor. Ha estudiado la reconstrucción de la cultura democrática catalana y española. Sus últimos libros son la novela ‘El hijo del chófer’ y la biografía ‘Vencer el miedo. Vida de Gabriel Ferrater’ (Tusquets). Escribe en la sección de ‘Opinión’ y coordina ‘Babelia’, el suplemento cultural de EL PAÍS.
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