Quinientos kilómetros separan La Puebla del Río de Marinha Grande , capital del vidrio y refugio portugués de Morante de la Puebla . El torero vive ahora entre el verde del pinar de Leiria y el azul del Océano Atlántico. Sus ojos, menos profundos y ausentes que hace unos meses, se detienen frente a la rompiente de las olas en la playa de São Pedro de Moel . Aunque nadie le ha sabido concretar una traducción exacta para ‘saudade’, él entiende que debe ser algo así como ese sentimiento de melancolía, nostalgia y soledad con el que cada día dispersa su mirada sobre el horizonte. Su nueva zona de confort continúa por la costa, unos kilómetros más abajo en dirección a Lisboa. En Nazaré , otrora pueblo pesquero y actual meca mundial del surf, parece transformarse. Allí está la plaza de toros sobre la que alimenta su alma torera. Luce traje de corto mil rayas y se toca con un sombrero cordobés con pelo de castor. Es el contraste romántico de un paseo marítimo lleno de surfistas, fadistas y mujeres con las siete faldas nazarenas. Su pelo, engominado y con formas oleadas, parece tallado por un escultor. Camino de la plaza, se frena frente a un espejo y se observa en silencio. Lo miramos con la convicción de estar ante una leyenda; él se mira convencido de estar viendo al torero. Sabe y siente que su vuelta está cerca, aunque también sabe que su calvario jamás se cortará la coleta . En este rinconcito costero ha encontrado su punto de gravedad: un psiquiatra especializado en terapia electroconvulsiva , un hogar, la compañía justa y necesaria, el mar y, aunque escondidos, los toros. Hay una distancia de otros quinientos kilómetros entre el hombre apesadumbrado que vimos un mes antes en los encierros de La Puebla del Río y la persona lúcida, divertida y atenta que esta semana nos encontramos en Portugal. El problema de ahora es una amnesia transitoria que le ha borrado el recuerdo de algunos de los más célebres momentos de su vida y trayectoria. Se había comprometido con el ganadero Justo Hernández a regalarle el vestido verde manzana y azabache de aquella poderosa faena a un sobrero de Garcigrande en la Maestranza, pero no recuerda cómo fue aquello. « He tenido que pedir un vídeo porque no me acordaba de nada ». Son los efectos secundarios del durísimo tratamiento al que voluntariamente se ha sometido el hombre para recuperar al torero. José Antonio es esclavo de Morante . Y como si pudieran retroalimentarse entre ambos, el torero ha firmado siete corridas entre Sevilla y Madrid para a su vez recuperar al hombre. Tal y como confirma unas líneas más adelante, su gente y la responsabilidad son los amarres que le mantienen a flote.Morante de la Puebla visita recurrentemente el santuario de la Virgen de Fátima Raúl DobladoEn Portugal buscó terapia y encontró una segunda familia . Que es la de Pedro, más que su apoderado, su hermano. La coraza sobre su fragilidad humana. La madre de éste se ha convertido en esa alarma del móvil que siempre le recuerda tomar la medicación, y también en el hombro sobre el que volcar todos sus pesares. Durante la cena, en un momento de ausencia mental, le abraza y besa con el calor de una madre. «Cuando cortó la temporada, estaba muy malito. No sabíamos qué hacer », recuerda Guiomar. Uno de los tantísimos psiquiatras que ha visitado en los últimos años le ha recomendado viajar . Y cada quince días se ha propuesto conocer una ciudad diferente. Ha estado en París, Múnich, Roma, Venecia, Florencia, Estambul, Atenas… En pocos meses ha recorrido media Europa. Como si de un adolescente se tratara, se embarca con una maleta vacía y vuelve cargado de ropa . Busca monumentos, pinturas y museos de ciencias. Viene de ver una película sobre Einstein . «Fue un auténtico genio», dice quien mejor ha comprendido la geometría, los movimientos y el espacio-tiempo en el arte de torear. Durante sus largas estancias sanatorias ha descubierto a Fernando Pessoa . «Supongo que también lo tratarían como a un loco, pero fue tan genial que con el tiempo se convirtió en un artista único». Como le ocurrió al poeta, a Morante también le atormenta «enloquecer».En este reportaje nos muestra sus rincones predilectos de Portugal. Se desenvuelve con soltura por sus calles, aunque apenas salga del ‘obrigado’. « Si hablaran más despacito, los entendería mejor ». De Marinha Grande nos lleva a Lisboa, pasando por Nazaré y Fátima. Siente devoción por la Virgen . Mientras que un grupo de peregrinos que atraviesa de rodillas el recinto de la oración, él enmudece frente a la estatua de Juan Pablo II . En esta misma explanada, cada 13 de mayo, los devotos despiden a la Virgen de Fátima como a él le pidieron el rabo del toro Ligerito: con pañuelos blancos. «Este sitio tiene algo especial», señala.Dos años después, ha retomado la rutina deportiva. El último cuadro depresivo había caído como una losa sobre su estado anímico cuando estaba firmando los mejores registros de su ya veterana carrera. Los reajustes en la medicación le dieron la puntilla. Era una especie de cadáver andante. «No tenía ánimos, sólo hacía llorar y llorar ». El oro de sus vestidos se había apagado entre fantasmas y penumbras. Hace meses que se especula con su enfermedad, aunque hasta ahora no se ha sentido capaz de enfrentarse a ella y exponerla ante el público. Lo hace como terapia personal y, sin pretenderlo, como lidiador del estigma asociado . «He visitado a tantos psiquiatras que me parece una cosa normal». Con veintidós años –tiene cuarenta y cinco– le diagnosticaron un trastorno disociativo . No sabe ponerle palabras a esa enfermedad que disgrega su cuerpo de las emociones y por la que ve un mundo distorsionado , como si las cosas no fueran reales. En este momento no sólo se encuentra en condiciones de reaparecer, sino también de hablar y de responder a todo lo que este periodista no se atrevía a preguntar. Ha llegado el momento; con ustedes, Morante de la Puebla:–¿Qué hace en Portugal?–Llevo meses aquí. Vivo en la casa de los padres de Pedro (en Marinha Grande, distrito de Leiria), que es mi apoderado y amigo de tantos años. Tuve que cortar la temporada por el problema mental que sufro y, después de visitar varios psiquiatras, aquí encontré un especialista capaz de aplicarme un tratamiento que ya me funcionó hace veintitantos años.El torero de La Puebla del Río vive ahora cerca del mar, en Marinha Grande Raúl Doblado–Habla de problema mental, pero ¿qué le han diagnosticado?–Tengo un trastorno disociativo que, sinceramente, casi no tiene explicación. Es una enfermedad muy compleja, muy triste y muy dolorosa. A ese trastorno, diagnosticado desde que tenía veintidós años, se le sumó hace un par de años un cuadro depresivo mayor que fue lo que motivó este empeoramiento. Como ocurrió cuando viajé a Miami de joven, se planteaba la posibilidad de someterme a una terapia de electroshocks. Los médicos creyeron que al quitar la cuestión depresiva, lo disociativo incluso podía remitir. –Hablamos de un tratamiento especialmente complejo.–Sabíamos que era una terapia bastante agresiva, pero con posibilidades de éxito. Digo agresiva porque la hacen con anestesia general y la memoria se ve muy afectada, pero pensé que todo merecía la pena con tal de poder seguir con mi profesión. –¿De verdad que todo esto lo hace por el toreo?–Sí, por el torero. Podría estar esperando más tiempo con otro tipo de tratamiento pero tenía confianza en éste, aunque fuera más agresivo. Creí que era el más rápido y, para la temporada, el tiempo mandaba. –¿En qué momento fue consciente de esta crisis depresiva actual?–Si te soy sincero, no sé decirte la fecha en que se desarrolló. A medida que se desarrollaba la temporada, me fui viniendo abajo hasta el punto de que ya era imposible. Era un sufrimiento y un llanto diario. Perdía toda la ilusión que se debe de tener para ponerte delante de un toro y de un público. –Es decir, hasta vestirse de torero, se pasaba todo el día llorando.–Durante el día y durante la noche. Desgraciadamente sí. Pero bueno, era lo de menos. Todo aquello me dolía mucho y no veía mejoría. –¿Estaba en manos de especialistas?–Fuimos de un médico a otro hasta que no me quedó más remedio que cortar la temporada. Llevo tomando pastillas desde que hace veintitantos años nació aquel trastorno con depresión. Me iba sintiendo bien hasta que ya hubo un momento en que aquello no me hacía nada. Se empezó a cambiar el tratamiento, a disminuirlo, pero tampoco se encontró la mejoría. –La visita al psiquiatra sigue estigmatizada. ¿Cómo es una consulta?–Como he ido a tantos, pues me parece una cosa tan normal como visitar a otro tipo de médicos. Lo que sí es duro es el tratamiento con electroshocks, por cómo te despiertas después de la anestesia, por los problemas de memoria… Todo es muy duro, bastante duro. Pero la visita al psiquiatra se debe normalizar como el que va a un fisio o a un médico general: le cuentas tu problema, cómo es el día, cómo es la noche; y él te manda un tratamiento. Desgraciadamente para mí, ha sido así desde hace muchos años. Digo desgraciadamente porque aquello me cambió la vida muy joven. Pero fui capaz de remontar y orgulloso que estoy. –¿Ha tenido que permanecer ingresado durante el tratamiento?–No, han sido dieciocho sesiones de electroshocks. Me las daban temprano y por la tarde me daban el alta. He tenido la suerte de contar con la compañía de Pedro, que me llevaba y me traía. Y también de su madre, Guiomar, que es la que siempre está pendiente para que me tome la medicación. Con esto pierdes la capacidad de ser independiente. Sus atenciones han sido insuperables.Una vendedora ambulante de Nazaré viste las clásicas siete faldas nazarenas Raúl Doblado–Antes ha citado los problemas de la memoria. Estos días, en nuestras conversaciones, me ha reconocido que no recordaba ciertas faenas o toros memorables de los últimos años de su carrera.–El profesor Antonio Sampayo [especialista que lo está tratando] dice que la memoría volverá en dos meses. Aunque es mejor no acordarse de ciertas cosas [ríe a carcajadas]. Del tratamiento de Miami no recuerdo haber perdido tanta memoria; con lo cual, tengo confianza en recuperarla. Esto está dentro de la dureza que ya entendía que iba a pasar con el tratamiento.–Por citar el gran hito de su carrera: ¿se acuerda de la faena del rabo en la Maestranza?–En estos momentos, no.–¿Han tenido que decírselo?–No, eso tampoco, pero no recuerdo los detalles. Me gustaría decirte que sí, pero es que no. Aunque he visto tus calcetines [la marca sevillana Pepe Pinreles sacó una edición especial con aquel triunfo] y me ha dado mucha alegría. –Estos días me ha hablado del escritor portugués Fernando Pessoa. ¿Cómo lo ha descubierto y qué le ha atraído de su figura?–Pessoa tenía un problema distinto al mío, más relacionado con la personalidad múltiple. Hizo de su problema una virtud y creó algo tan original como los heterónimos, pero su trabajo era a través del pensamiento y la escritura. En mi caso, la cabeza trabaja con el cuerpo. Necesito una preparación física que a veces se ve muy afectada por los medicamentos. En el toreo no basta con el pensamiento, también se necesita un esfuerzo corporal y unas condiciones. Y el tiempo va pasando, tengo cuarenta y cinco años y cada vez se hace más difícil. –En los momentos de sufrimiento personal, ¿le hubiera gustado refugiarse profesionalmente en un heterónimo?–Aunque lo quisiera, no me servirían para torear. Mi ilusión, mi pasión y mi vida es el toreo. Ya me gustaría torear con la pluma, porque pasaría menos miedo. –Al poeta le atormentaba llegar a enloquecer.–A mí también me atormenta enloquecer. Él tenía una genialidad, había una persona genial en su sufrimiento. Somos dos formas de creatividad ante un problema mental; él con su pluma, yo con mi capote y mi muleta.El maestro quería mostrarnos el tranvía eléctrico y la Catedral de Lisboa Raúl Doblado–Dicen que a Fernando Pessoa se le aceleró su enfermedad mental con el aumento del alcohol. ¿Ha pasado usted por algo similar?–Lo he probado todo, pero actualmente estoy tan preocupado con mi temporada y le tengo tanto miedo a los medicamentos que no quiero que se mezcle una cosa con la otra. Que si hay algo que pueda entorpecer, que no lo entorpezca. Intento cuidarme para ver si soy capaz de sorprender por el lado positivo.–El heterónimo ‘El Barón de Teive’ se acabó suicidando por la imposibilidad de crear un arte superior. ¿Ha pensado alguna vez en una muerte así?–Sí, desgraciadamente, muchas veces. He pensado en la muerte como alivio, pero no me lo puedo permitir: tengo una familia y una responsabilidad. No me puedo permitir esos pensamientos que, sin duda, he tenido muy cerquita.–Los grandes genios suelen ser productos de trastornos mentales. ¿Es Morante de la Puebla, como artista total, una consecuencia de su enfermedad?–Quiero pensar que no, aunque la genialidad puede estar cerquita de la locura. Pero un toro no permite ciertos pensamientos, locuras o genialidades. –Hoy conocemos su trasfondo mental, y hasta hace poquitas temporadas no habíamos descubierto al verdadero torero que llevaba dentro. Se le consideró un personaje extravagante y disparatado. ¿Fue un incomprendido?–Supongo que a Pessoa le pasaría lo mismo, que lo tratarían como a un loco. Pero fue tan genial que con el tiempo se convirtió en alguien interesante. Un artista único. En mi caso, como en el caso de todos los toreros, la personalidad y la madurez se van forjando. El arte nace de la mente y mi mente ha tenido muchos trastornos que han podido forjar una personalidad aún mayor. Pienso que es incomparable. –A diferencia de artistas como Pessoa, Van Gogh o Kafka, su obra sí se ha reconocido en vida.–Eso es verdad. Debió ser muy triste para ellos que trataran su genialidad como una locura. Digamos que he tenido la suerte de que se reconozca mi arte. –En el caso de Pessoa, su obra se quedó prácticamente entera en un baúl sin publicar. ¿Se ha publicado ya toda la obra de Morante o le queda algo por decir?–Él lo dejó todo en un baúl con la intención de que se destruyera. No lo hizo y, cuando murió, lo publicó un amigo. Ahora quiero perfeccionar mi baúl. Quiero perfeccionar mi tauromaquia, mi arte. Ésa es mi intención.Morante de la Puebla, último genio de la tauromaquia Raúl Doblado–Antes me dijo que el tratamiento con electroshocks era para volver a torear lo antes posible, y ahora me dice que quiere perfeccionar su arte. ¿Se siente un esclavo del hábito, un esclavo del toreo?–Sí, siempre lo he sido, desde que con cinco años di mi primer muletazo. Siempre he sido un sufridor de mi profesión. Vengo de una familia humilde y sin recursos económicos y me ha preocupado que ellos vivan de una forma desahogada. He tenido la responsabilidad y el sufrimiento por todo eso y por que mi arte sea único e incomparable. –Jesús Quintero dijo que «cuando uno está dispuesto a perderlo todo, empieza a estar en condiciones de ganarlo todo».–Para llegar al éxito tienes que estar dispuesto al fracaso porque tienes que entregarlo todo. En el toreo hay que estar dispuesto a entregar tu vida, que es lo más primordial, ya que es un arte donde la muerte está bastante cerca.–Hablando de Jesús Quintero, él llamaba a sus episodios depresivos «noches negras del alma».–Una vez estuve en su casa y me llamó la atención su habitación llena de medicamentos. No me acuerdo si en aquel tiempo yo ya había sufrido mi primera depresión, pero me sorprendió ver todas esas pastillas porque sabía del sufrimiento que habría detrás. No sé si yo las llamaría así porque dormir es lo que mejor tengo. Como duermo bien, dejo de sufrir. Es como apagar el botón del alma, del sufrimiento y de la conciencia y descansar. No soy un depresivo sonámbulo, que eso ya sería mucho más terrible, porque la soledad de la noche me parece algo horrible. –Fernando Pessoa dejó escrito en una nota sobre su mesita de noche, horas antes de morir, que decía que «no sé lo que traerá el día de mañana». Puede que fuera un pensamiento fugaz, un mensaje de despedida o un epitafio. ¿Ha pensado usted en el suyo?–No quiero pensarlo todavía. Quiero pensar que el día de mañana voy a seguir toreando. Creo que es una buena noticia que no tenga pensado mi epitafio porque estaría cerquita del adiós definitivo.[ En la sección de Cultura de mañana en ABC, segunda entrega del reportaje con Morante, centrado en temas taurinos ]. Quinientos kilómetros separan La Puebla del Río de Marinha Grande , capital del vidrio y refugio portugués de Morante de la Puebla . El torero vive ahora entre el verde del pinar de Leiria y el azul del Océano Atlántico. Sus ojos, menos profundos y ausentes que hace unos meses, se detienen frente a la rompiente de las olas en la playa de São Pedro de Moel . Aunque nadie le ha sabido concretar una traducción exacta para ‘saudade’, él entiende que debe ser algo así como ese sentimiento de melancolía, nostalgia y soledad con el que cada día dispersa su mirada sobre el horizonte. Su nueva zona de confort continúa por la costa, unos kilómetros más abajo en dirección a Lisboa. En Nazaré , otrora pueblo pesquero y actual meca mundial del surf, parece transformarse. Allí está la plaza de toros sobre la que alimenta su alma torera. Luce traje de corto mil rayas y se toca con un sombrero cordobés con pelo de castor. Es el contraste romántico de un paseo marítimo lleno de surfistas, fadistas y mujeres con las siete faldas nazarenas. Su pelo, engominado y con formas oleadas, parece tallado por un escultor. Camino de la plaza, se frena frente a un espejo y se observa en silencio. Lo miramos con la convicción de estar ante una leyenda; él se mira convencido de estar viendo al torero. Sabe y siente que su vuelta está cerca, aunque también sabe que su calvario jamás se cortará la coleta . En este rinconcito costero ha encontrado su punto de gravedad: un psiquiatra especializado en terapia electroconvulsiva , un hogar, la compañía justa y necesaria, el mar y, aunque escondidos, los toros. Hay una distancia de otros quinientos kilómetros entre el hombre apesadumbrado que vimos un mes antes en los encierros de La Puebla del Río y la persona lúcida, divertida y atenta que esta semana nos encontramos en Portugal. El problema de ahora es una amnesia transitoria que le ha borrado el recuerdo de algunos de los más célebres momentos de su vida y trayectoria. Se había comprometido con el ganadero Justo Hernández a regalarle el vestido verde manzana y azabache de aquella poderosa faena a un sobrero de Garcigrande en la Maestranza, pero no recuerda cómo fue aquello. « He tenido que pedir un vídeo porque no me acordaba de nada ». Son los efectos secundarios del durísimo tratamiento al que voluntariamente se ha sometido el hombre para recuperar al torero. José Antonio es esclavo de Morante . Y como si pudieran retroalimentarse entre ambos, el torero ha firmado siete corridas entre Sevilla y Madrid para a su vez recuperar al hombre. Tal y como confirma unas líneas más adelante, su gente y la responsabilidad son los amarres que le mantienen a flote.Morante de la Puebla visita recurrentemente el santuario de la Virgen de Fátima Raúl DobladoEn Portugal buscó terapia y encontró una segunda familia . Que es la de Pedro, más que su apoderado, su hermano. La coraza sobre su fragilidad humana. La madre de éste se ha convertido en esa alarma del móvil que siempre le recuerda tomar la medicación, y también en el hombro sobre el que volcar todos sus pesares. Durante la cena, en un momento de ausencia mental, le abraza y besa con el calor de una madre. «Cuando cortó la temporada, estaba muy malito. No sabíamos qué hacer », recuerda Guiomar. Uno de los tantísimos psiquiatras que ha visitado en los últimos años le ha recomendado viajar . Y cada quince días se ha propuesto conocer una ciudad diferente. Ha estado en París, Múnich, Roma, Venecia, Florencia, Estambul, Atenas… En pocos meses ha recorrido media Europa. Como si de un adolescente se tratara, se embarca con una maleta vacía y vuelve cargado de ropa . Busca monumentos, pinturas y museos de ciencias. Viene de ver una película sobre Einstein . «Fue un auténtico genio», dice quien mejor ha comprendido la geometría, los movimientos y el espacio-tiempo en el arte de torear. Durante sus largas estancias sanatorias ha descubierto a Fernando Pessoa . «Supongo que también lo tratarían como a un loco, pero fue tan genial que con el tiempo se convirtió en un artista único». Como le ocurrió al poeta, a Morante también le atormenta «enloquecer».En este reportaje nos muestra sus rincones predilectos de Portugal. Se desenvuelve con soltura por sus calles, aunque apenas salga del ‘obrigado’. « Si hablaran más despacito, los entendería mejor ». De Marinha Grande nos lleva a Lisboa, pasando por Nazaré y Fátima. Siente devoción por la Virgen . Mientras que un grupo de peregrinos que atraviesa de rodillas el recinto de la oración, él enmudece frente a la estatua de Juan Pablo II . En esta misma explanada, cada 13 de mayo, los devotos despiden a la Virgen de Fátima como a él le pidieron el rabo del toro Ligerito: con pañuelos blancos. «Este sitio tiene algo especial», señala.Dos años después, ha retomado la rutina deportiva. El último cuadro depresivo había caído como una losa sobre su estado anímico cuando estaba firmando los mejores registros de su ya veterana carrera. Los reajustes en la medicación le dieron la puntilla. Era una especie de cadáver andante. «No tenía ánimos, sólo hacía llorar y llorar ». El oro de sus vestidos se había apagado entre fantasmas y penumbras. Hace meses que se especula con su enfermedad, aunque hasta ahora no se ha sentido capaz de enfrentarse a ella y exponerla ante el público. Lo hace como terapia personal y, sin pretenderlo, como lidiador del estigma asociado . «He visitado a tantos psiquiatras que me parece una cosa normal». Con veintidós años –tiene cuarenta y cinco– le diagnosticaron un trastorno disociativo . No sabe ponerle palabras a esa enfermedad que disgrega su cuerpo de las emociones y por la que ve un mundo distorsionado , como si las cosas no fueran reales. En este momento no sólo se encuentra en condiciones de reaparecer, sino también de hablar y de responder a todo lo que este periodista no se atrevía a preguntar. Ha llegado el momento; con ustedes, Morante de la Puebla:–¿Qué hace en Portugal?–Llevo meses aquí. Vivo en la casa de los padres de Pedro (en Marinha Grande, distrito de Leiria), que es mi apoderado y amigo de tantos años. Tuve que cortar la temporada por el problema mental que sufro y, después de visitar varios psiquiatras, aquí encontré un especialista capaz de aplicarme un tratamiento que ya me funcionó hace veintitantos años.El torero de La Puebla del Río vive ahora cerca del mar, en Marinha Grande Raúl Doblado–Habla de problema mental, pero ¿qué le han diagnosticado?–Tengo un trastorno disociativo que, sinceramente, casi no tiene explicación. Es una enfermedad muy compleja, muy triste y muy dolorosa. A ese trastorno, diagnosticado desde que tenía veintidós años, se le sumó hace un par de años un cuadro depresivo mayor que fue lo que motivó este empeoramiento. Como ocurrió cuando viajé a Miami de joven, se planteaba la posibilidad de someterme a una terapia de electroshocks. Los médicos creyeron que al quitar la cuestión depresiva, lo disociativo incluso podía remitir. –Hablamos de un tratamiento especialmente complejo.–Sabíamos que era una terapia bastante agresiva, pero con posibilidades de éxito. Digo agresiva porque la hacen con anestesia general y la memoria se ve muy afectada, pero pensé que todo merecía la pena con tal de poder seguir con mi profesión. –¿De verdad que todo esto lo hace por el toreo?–Sí, por el torero. Podría estar esperando más tiempo con otro tipo de tratamiento pero tenía confianza en éste, aunque fuera más agresivo. Creí que era el más rápido y, para la temporada, el tiempo mandaba. –¿En qué momento fue consciente de esta crisis depresiva actual?–Si te soy sincero, no sé decirte la fecha en que se desarrolló. A medida que se desarrollaba la temporada, me fui viniendo abajo hasta el punto de que ya era imposible. Era un sufrimiento y un llanto diario. Perdía toda la ilusión que se debe de tener para ponerte delante de un toro y de un público. –Es decir, hasta vestirse de torero, se pasaba todo el día llorando.–Durante el día y durante la noche. Desgraciadamente sí. Pero bueno, era lo de menos. Todo aquello me dolía mucho y no veía mejoría. –¿Estaba en manos de especialistas?–Fuimos de un médico a otro hasta que no me quedó más remedio que cortar la temporada. Llevo tomando pastillas desde que hace veintitantos años nació aquel trastorno con depresión. Me iba sintiendo bien hasta que ya hubo un momento en que aquello no me hacía nada. Se empezó a cambiar el tratamiento, a disminuirlo, pero tampoco se encontró la mejoría. –La visita al psiquiatra sigue estigmatizada. ¿Cómo es una consulta?–Como he ido a tantos, pues me parece una cosa tan normal como visitar a otro tipo de médicos. Lo que sí es duro es el tratamiento con electroshocks, por cómo te despiertas después de la anestesia, por los problemas de memoria… Todo es muy duro, bastante duro. Pero la visita al psiquiatra se debe normalizar como el que va a un fisio o a un médico general: le cuentas tu problema, cómo es el día, cómo es la noche; y él te manda un tratamiento. Desgraciadamente para mí, ha sido así desde hace muchos años. Digo desgraciadamente porque aquello me cambió la vida muy joven. Pero fui capaz de remontar y orgulloso que estoy. –¿Ha tenido que permanecer ingresado durante el tratamiento?–No, han sido dieciocho sesiones de electroshocks. Me las daban temprano y por la tarde me daban el alta. He tenido la suerte de contar con la compañía de Pedro, que me llevaba y me traía. Y también de su madre, Guiomar, que es la que siempre está pendiente para que me tome la medicación. Con esto pierdes la capacidad de ser independiente. Sus atenciones han sido insuperables.Una vendedora ambulante de Nazaré viste las clásicas siete faldas nazarenas Raúl Doblado–Antes ha citado los problemas de la memoria. Estos días, en nuestras conversaciones, me ha reconocido que no recordaba ciertas faenas o toros memorables de los últimos años de su carrera.–El profesor Antonio Sampayo [especialista que lo está tratando] dice que la memoría volverá en dos meses. Aunque es mejor no acordarse de ciertas cosas [ríe a carcajadas]. Del tratamiento de Miami no recuerdo haber perdido tanta memoria; con lo cual, tengo confianza en recuperarla. Esto está dentro de la dureza que ya entendía que iba a pasar con el tratamiento.–Por citar el gran hito de su carrera: ¿se acuerda de la faena del rabo en la Maestranza?–En estos momentos, no.–¿Han tenido que decírselo?–No, eso tampoco, pero no recuerdo los detalles. Me gustaría decirte que sí, pero es que no. Aunque he visto tus calcetines [la marca sevillana Pepe Pinreles sacó una edición especial con aquel triunfo] y me ha dado mucha alegría. –Estos días me ha hablado del escritor portugués Fernando Pessoa. ¿Cómo lo ha descubierto y qué le ha atraído de su figura?–Pessoa tenía un problema distinto al mío, más relacionado con la personalidad múltiple. Hizo de su problema una virtud y creó algo tan original como los heterónimos, pero su trabajo era a través del pensamiento y la escritura. En mi caso, la cabeza trabaja con el cuerpo. Necesito una preparación física que a veces se ve muy afectada por los medicamentos. En el toreo no basta con el pensamiento, también se necesita un esfuerzo corporal y unas condiciones. Y el tiempo va pasando, tengo cuarenta y cinco años y cada vez se hace más difícil. –En los momentos de sufrimiento personal, ¿le hubiera gustado refugiarse profesionalmente en un heterónimo?–Aunque lo quisiera, no me servirían para torear. Mi ilusión, mi pasión y mi vida es el toreo. Ya me gustaría torear con la pluma, porque pasaría menos miedo. –Al poeta le atormentaba llegar a enloquecer.–A mí también me atormenta enloquecer. Él tenía una genialidad, había una persona genial en su sufrimiento. Somos dos formas de creatividad ante un problema mental; él con su pluma, yo con mi capote y mi muleta.El maestro quería mostrarnos el tranvía eléctrico y la Catedral de Lisboa Raúl Doblado–Dicen que a Fernando Pessoa se le aceleró su enfermedad mental con el aumento del alcohol. ¿Ha pasado usted por algo similar?–Lo he probado todo, pero actualmente estoy tan preocupado con mi temporada y le tengo tanto miedo a los medicamentos que no quiero que se mezcle una cosa con la otra. Que si hay algo que pueda entorpecer, que no lo entorpezca. Intento cuidarme para ver si soy capaz de sorprender por el lado positivo.–El heterónimo ‘El Barón de Teive’ se acabó suicidando por la imposibilidad de crear un arte superior. ¿Ha pensado alguna vez en una muerte así?–Sí, desgraciadamente, muchas veces. He pensado en la muerte como alivio, pero no me lo puedo permitir: tengo una familia y una responsabilidad. No me puedo permitir esos pensamientos que, sin duda, he tenido muy cerquita.–Los grandes genios suelen ser productos de trastornos mentales. ¿Es Morante de la Puebla, como artista total, una consecuencia de su enfermedad?–Quiero pensar que no, aunque la genialidad puede estar cerquita de la locura. Pero un toro no permite ciertos pensamientos, locuras o genialidades. –Hoy conocemos su trasfondo mental, y hasta hace poquitas temporadas no habíamos descubierto al verdadero torero que llevaba dentro. Se le consideró un personaje extravagante y disparatado. ¿Fue un incomprendido?–Supongo que a Pessoa le pasaría lo mismo, que lo tratarían como a un loco. Pero fue tan genial que con el tiempo se convirtió en alguien interesante. Un artista único. En mi caso, como en el caso de todos los toreros, la personalidad y la madurez se van forjando. El arte nace de la mente y mi mente ha tenido muchos trastornos que han podido forjar una personalidad aún mayor. Pienso que es incomparable. –A diferencia de artistas como Pessoa, Van Gogh o Kafka, su obra sí se ha reconocido en vida.–Eso es verdad. Debió ser muy triste para ellos que trataran su genialidad como una locura. Digamos que he tenido la suerte de que se reconozca mi arte. –En el caso de Pessoa, su obra se quedó prácticamente entera en un baúl sin publicar. ¿Se ha publicado ya toda la obra de Morante o le queda algo por decir?–Él lo dejó todo en un baúl con la intención de que se destruyera. No lo hizo y, cuando murió, lo publicó un amigo. Ahora quiero perfeccionar mi baúl. Quiero perfeccionar mi tauromaquia, mi arte. Ésa es mi intención.Morante de la Puebla, último genio de la tauromaquia Raúl Doblado–Antes me dijo que el tratamiento con electroshocks era para volver a torear lo antes posible, y ahora me dice que quiere perfeccionar su arte. ¿Se siente un esclavo del hábito, un esclavo del toreo?–Sí, siempre lo he sido, desde que con cinco años di mi primer muletazo. Siempre he sido un sufridor de mi profesión. Vengo de una familia humilde y sin recursos económicos y me ha preocupado que ellos vivan de una forma desahogada. He tenido la responsabilidad y el sufrimiento por todo eso y por que mi arte sea único e incomparable. –Jesús Quintero dijo que «cuando uno está dispuesto a perderlo todo, empieza a estar en condiciones de ganarlo todo».–Para llegar al éxito tienes que estar dispuesto al fracaso porque tienes que entregarlo todo. En el toreo hay que estar dispuesto a entregar tu vida, que es lo más primordial, ya que es un arte donde la muerte está bastante cerca.–Hablando de Jesús Quintero, él llamaba a sus episodios depresivos «noches negras del alma».–Una vez estuve en su casa y me llamó la atención su habitación llena de medicamentos. No me acuerdo si en aquel tiempo yo ya había sufrido mi primera depresión, pero me sorprendió ver todas esas pastillas porque sabía del sufrimiento que habría detrás. No sé si yo las llamaría así porque dormir es lo que mejor tengo. Como duermo bien, dejo de sufrir. Es como apagar el botón del alma, del sufrimiento y de la conciencia y descansar. No soy un depresivo sonámbulo, que eso ya sería mucho más terrible, porque la soledad de la noche me parece algo horrible. –Fernando Pessoa dejó escrito en una nota sobre su mesita de noche, horas antes de morir, que decía que «no sé lo que traerá el día de mañana». Puede que fuera un pensamiento fugaz, un mensaje de despedida o un epitafio. ¿Ha pensado usted en el suyo?–No quiero pensarlo todavía. Quiero pensar que el día de mañana voy a seguir toreando. Creo que es una buena noticia que no tenga pensado mi epitafio porque estaría cerquita del adiós definitivo.[ En la sección de Cultura de mañana en ABC, segunda entrega del reportaje con Morante, centrado en temas taurinos ].
Quinientos kilómetros separan La Puebla del Río de Marinha Grande, capital del vidrio y refugio portugués de Morante de la Puebla. El torero vive ahora entre el verde del pinar de Leiria y el azul del Océano Atlántico. Sus ojos, menos profundos y … ausentes que hace unos meses, se detienen frente a la rompiente de las olas en la playa de São Pedro de Moel. Aunque nadie le ha sabido concretar una traducción exacta para ‘saudade’, él entiende que debe ser algo así como ese sentimiento de melancolía, nostalgia y soledad con el que cada día dispersa su mirada sobre el horizonte. Su nueva zona de confort continúa por la costa, unos kilómetros más abajo en dirección a Lisboa. En Nazaré, otrora pueblo pesquero y actual meca mundial del surf, parece transformarse. Allí está la plaza de toros sobre la que alimenta su alma torera. Luce traje de corto mil rayas y se toca con un sombrero cordobés con pelo de castor. Es el contraste romántico de un paseo marítimo lleno de surfistas, fadistas y mujeres con las siete faldas nazarenas. Su pelo, engominado y con formas oleadas, parece tallado por un escultor. Camino de la plaza, se frena frente a un espejo y se observa en silencio. Lo miramos con la convicción de estar ante una leyenda; él se mira convencido de estar viendo al torero. Sabe y siente que su vuelta está cerca, aunque también sabe que su calvario jamás se cortará la coleta.
En este rinconcito costero ha encontrado su punto de gravedad: un psiquiatra especializado en terapia electroconvulsiva, un hogar, la compañía justa y necesaria, el mar y, aunque escondidos, los toros. Hay una distancia de otros quinientos kilómetros entre el hombre apesadumbrado que vimos un mes antes en los encierros de La Puebla del Río y la persona lúcida, divertida y atenta que esta semana nos encontramos en Portugal.
El problema de ahora es una amnesia transitoria que le ha borrado el recuerdo de algunos de los más célebres momentos de su vida y trayectoria. Se había comprometido con el ganadero Justo Hernández a regalarle el vestido verde manzana y azabache de aquella poderosa faena a un sobrero de Garcigrande en la Maestranza, pero no recuerda cómo fue aquello. «He tenido que pedir un vídeo porque no me acordaba de nada». Son los efectos secundarios del durísimo tratamiento al que voluntariamente se ha sometido el hombre para recuperar al torero. José Antonio es esclavo de Morante. Y como si pudieran retroalimentarse entre ambos, el torero ha firmado siete corridas entre Sevilla y Madrid para a su vez recuperar al hombre. Tal y como confirma unas líneas más adelante, su gente y la responsabilidad son los amarres que le mantienen a flote.
Raúl Doblado
En Portugal buscó terapia y encontró una segunda familia. Que es la de Pedro, más que su apoderado, su hermano. La coraza sobre su fragilidad humana. La madre de éste se ha convertido en esa alarma del móvil que siempre le recuerda tomar la medicación, y también en el hombro sobre el que volcar todos sus pesares. Durante la cena, en un momento de ausencia mental, le abraza y besa con el calor de una madre. «Cuando cortó la temporada, estaba muy malito. No sabíamos qué hacer», recuerda Guiomar.
Uno de los tantísimos psiquiatras que ha visitado en los últimos años le ha recomendado viajar. Y cada quince días se ha propuesto conocer una ciudad diferente. Ha estado en París, Múnich, Roma, Venecia, Florencia, Estambul, Atenas… En pocos meses ha recorrido media Europa. Como si de un adolescente se tratara, se embarca con una maleta vacía y vuelve cargado de ropa. Busca monumentos, pinturas y museos de ciencias. Viene de ver una película sobre Einstein. «Fue un auténtico genio», dice quien mejor ha comprendido la geometría, los movimientos y el espacio-tiempo en el arte de torear. Durante sus largas estancias sanatorias ha descubierto a Fernando Pessoa. «Supongo que también lo tratarían como a un loco, pero fue tan genial que con el tiempo se convirtió en un artista único». Como le ocurrió al poeta, a Morante también le atormenta «enloquecer».
En este reportaje nos muestra sus rincones predilectos de Portugal. Se desenvuelve con soltura por sus calles, aunque apenas salga del ‘obrigado’. «Si hablaran más despacito, los entendería mejor». De Marinha Grande nos lleva a Lisboa, pasando por Nazaré y Fátima. Siente devoción por la Virgen. Mientras que un grupo de peregrinos que atraviesa de rodillas el recinto de la oración, él enmudece frente a la estatua de Juan Pablo II. En esta misma explanada, cada 13 de mayo, los devotos despiden a la Virgen de Fátima como a él le pidieron el rabo del toro Ligerito: con pañuelos blancos. «Este sitio tiene algo especial», señala.
Dos años después, ha retomado la rutina deportiva. El último cuadro depresivo había caído como una losa sobre su estado anímico cuando estaba firmando los mejores registros de su ya veterana carrera. Los reajustes en la medicación le dieron la puntilla. Era una especie de cadáver andante. «No tenía ánimos, sólo hacía llorar y llorar». El oro de sus vestidos se había apagado entre fantasmas y penumbras. Hace meses que se especula con su enfermedad, aunque hasta ahora no se ha sentido capaz de enfrentarse a ella y exponerla ante el público. Lo hace como terapia personal y, sin pretenderlo, como lidiador del estigma asociado. «He visitado a tantos psiquiatras que me parece una cosa normal». Con veintidós años –tiene cuarenta y cinco– le diagnosticaron un trastorno disociativo. No sabe ponerle palabras a esa enfermedad que disgrega su cuerpo de las emociones y por la que ve un mundo distorsionado, como si las cosas no fueran reales. En este momento no sólo se encuentra en condiciones de reaparecer, sino también de hablar y de responder a todo lo que este periodista no se atrevía a preguntar. Ha llegado el momento; con ustedes, Morante de la Puebla:
–¿Qué hace en Portugal?
–Llevo meses aquí. Vivo en la casa de los padres de Pedro (en Marinha Grande, distrito de Leiria), que es mi apoderado y amigo de tantos años. Tuve que cortar la temporada por el problema mental que sufro y, después de visitar varios psiquiatras, aquí encontré un especialista capaz de aplicarme un tratamiento que ya me funcionó hace veintitantos años.
Raúl Doblado
–Habla de problema mental, pero ¿qué le han diagnosticado?
–Tengo un trastorno disociativo que, sinceramente, casi no tiene explicación. Es una enfermedad muy compleja, muy triste y muy dolorosa. A ese trastorno, diagnosticado desde que tenía veintidós años, se le sumó hace un par de años un cuadro depresivo mayor que fue lo que motivó este empeoramiento. Como ocurrió cuando viajé a Miami de joven, se planteaba la posibilidad de someterme a una terapia de electroshocks. Los médicos creyeron que al quitar la cuestión depresiva, lo disociativo incluso podía remitir.
–Hablamos de un tratamiento especialmente complejo.
–Sabíamos que era una terapia bastante agresiva, pero con posibilidades de éxito. Digo agresiva porque la hacen con anestesia general y la memoria se ve muy afectada, pero pensé que todo merecía la pena con tal de poder seguir con mi profesión.
–¿De verdad que todo esto lo hace por el toreo?
–Sí, por el torero. Podría estar esperando más tiempo con otro tipo de tratamiento pero tenía confianza en éste, aunque fuera más agresivo. Creí que era el más rápido y, para la temporada, el tiempo mandaba.
–¿En qué momento fue consciente de esta crisis depresiva actual?
–Si te soy sincero, no sé decirte la fecha en que se desarrolló. A medida que se desarrollaba la temporada, me fui viniendo abajo hasta el punto de que ya era imposible. Era un sufrimiento y un llanto diario. Perdía toda la ilusión que se debe de tener para ponerte delante de un toro y de un público.
–Es decir, hasta vestirse de torero, se pasaba todo el día llorando.
–Durante el día y durante la noche. Desgraciadamente sí. Pero bueno, era lo de menos. Todo aquello me dolía mucho y no veía mejoría.
–¿Estaba en manos de especialistas?
–Fuimos de un médico a otro hasta que no me quedó más remedio que cortar la temporada. Llevo tomando pastillas desde que hace veintitantos años nació aquel trastorno con depresión. Me iba sintiendo bien hasta que ya hubo un momento en que aquello no me hacía nada. Se empezó a cambiar el tratamiento, a disminuirlo, pero tampoco se encontró la mejoría.
–La visita al psiquiatra sigue estigmatizada. ¿Cómo es una consulta?
–Como he ido a tantos, pues me parece una cosa tan normal como visitar a otro tipo de médicos. Lo que sí es duro es el tratamiento con electroshocks, por cómo te despiertas después de la anestesia, por los problemas de memoria… Todo es muy duro, bastante duro. Pero la visita al psiquiatra se debe normalizar como el que va a un fisio o a un médico general: le cuentas tu problema, cómo es el día, cómo es la noche; y él te manda un tratamiento. Desgraciadamente para mí, ha sido así desde hace muchos años. Digo desgraciadamente porque aquello me cambió la vida muy joven. Pero fui capaz de remontar y orgulloso que estoy.
–¿Ha tenido que permanecer ingresado durante el tratamiento?
–No, han sido dieciocho sesiones de electroshocks. Me las daban temprano y por la tarde me daban el alta. He tenido la suerte de contar con la compañía de Pedro, que me llevaba y me traía. Y también de su madre, Guiomar, que es la que siempre está pendiente para que me tome la medicación. Con esto pierdes la capacidad de ser independiente. Sus atenciones han sido insuperables.
Raúl Doblado
–Antes ha citado los problemas de la memoria. Estos días, en nuestras conversaciones, me ha reconocido que no recordaba ciertas faenas o toros memorables de los últimos años de su carrera.
–El profesor Antonio Sampayo [especialista que lo está tratando] dice que la memoría volverá en dos meses. Aunque es mejor no acordarse de ciertas cosas [ríe a carcajadas]. Del tratamiento de Miami no recuerdo haber perdido tanta memoria; con lo cual, tengo confianza en recuperarla. Esto está dentro de la dureza que ya entendía que iba a pasar con el tratamiento.
–Por citar el gran hito de su carrera: ¿se acuerda de la faena del rabo en la Maestranza?
–En estos momentos, no.
–¿Han tenido que decírselo?
–No, eso tampoco, pero no recuerdo los detalles. Me gustaría decirte que sí, pero es que no. Aunque he visto tus calcetines [la marca sevillana Pepe Pinreles sacó una edición especial con aquel triunfo] y me ha dado mucha alegría.
–Estos días me ha hablado del escritor portugués Fernando Pessoa. ¿Cómo lo ha descubierto y qué le ha atraído de su figura?
–Pessoa tenía un problema distinto al mío, más relacionado con la personalidad múltiple. Hizo de su problema una virtud y creó algo tan original como los heterónimos, pero su trabajo era a través del pensamiento y la escritura. En mi caso, la cabeza trabaja con el cuerpo. Necesito una preparación física que a veces se ve muy afectada por los medicamentos. En el toreo no basta con el pensamiento, también se necesita un esfuerzo corporal y unas condiciones. Y el tiempo va pasando, tengo cuarenta y cinco años y cada vez se hace más difícil.
–En los momentos de sufrimiento personal, ¿le hubiera gustado refugiarse profesionalmente en un heterónimo?
–Aunque lo quisiera, no me servirían para torear. Mi ilusión, mi pasión y mi vida es el toreo. Ya me gustaría torear con la pluma, porque pasaría menos miedo.
–Al poeta le atormentaba llegar a enloquecer.
–A mí también me atormenta enloquecer. Él tenía una genialidad, había una persona genial en su sufrimiento. Somos dos formas de creatividad ante un problema mental; él con su pluma, yo con mi capote y mi muleta.
Raúl Doblado
–Dicen que a Fernando Pessoa se le aceleró su enfermedad mental con el aumento del alcohol. ¿Ha pasado usted por algo similar?
–Lo he probado todo, pero actualmente estoy tan preocupado con mi temporada y le tengo tanto miedo a los medicamentos que no quiero que se mezcle una cosa con la otra. Que si hay algo que pueda entorpecer, que no lo entorpezca. Intento cuidarme para ver si soy capaz de sorprender por el lado positivo.
–El heterónimo ‘El Barón de Teive’ se acabó suicidando por la imposibilidad de crear un arte superior. ¿Ha pensado alguna vez en una muerte así?
–Sí, desgraciadamente, muchas veces. He pensado en la muerte como alivio, pero no me lo puedo permitir: tengo una familia y una responsabilidad. No me puedo permitir esos pensamientos que, sin duda, he tenido muy cerquita.
–Los grandes genios suelen ser productos de trastornos mentales. ¿Es Morante de la Puebla, como artista total, una consecuencia de su enfermedad?
–Quiero pensar que no, aunque la genialidad puede estar cerquita de la locura. Pero un toro no permite ciertos pensamientos, locuras o genialidades.
–Hoy conocemos su trasfondo mental, y hasta hace poquitas temporadas no habíamos descubierto al verdadero torero que llevaba dentro. Se le consideró un personaje extravagante y disparatado. ¿Fue un incomprendido?
–Supongo que a Pessoa le pasaría lo mismo, que lo tratarían como a un loco. Pero fue tan genial que con el tiempo se convirtió en alguien interesante. Un artista único. En mi caso, como en el caso de todos los toreros, la personalidad y la madurez se van forjando. El arte nace de la mente y mi mente ha tenido muchos trastornos que han podido forjar una personalidad aún mayor. Pienso que es incomparable.
–A diferencia de artistas como Pessoa, Van Gogh o Kafka, su obra sí se ha reconocido en vida.
–Eso es verdad. Debió ser muy triste para ellos que trataran su genialidad como una locura. Digamos que he tenido la suerte de que se reconozca mi arte.
–En el caso de Pessoa, su obra se quedó prácticamente entera en un baúl sin publicar. ¿Se ha publicado ya toda la obra de Morante o le queda algo por decir?
–Él lo dejó todo en un baúl con la intención de que se destruyera. No lo hizo y, cuando murió, lo publicó un amigo. Ahora quiero perfeccionar mi baúl. Quiero perfeccionar mi tauromaquia, mi arte. Ésa es mi intención.
Raúl Doblado
–Antes me dijo que el tratamiento con electroshocks era para volver a torear lo antes posible, y ahora me dice que quiere perfeccionar su arte. ¿Se siente un esclavo del hábito, un esclavo del toreo?
–Sí, siempre lo he sido, desde que con cinco años di mi primer muletazo. Siempre he sido un sufridor de mi profesión. Vengo de una familia humilde y sin recursos económicos y me ha preocupado que ellos vivan de una forma desahogada. He tenido la responsabilidad y el sufrimiento por todo eso y por que mi arte sea único e incomparable.
–Jesús Quintero dijo que «cuando uno está dispuesto a perderlo todo, empieza a estar en condiciones de ganarlo todo».
–Para llegar al éxito tienes que estar dispuesto al fracaso porque tienes que entregarlo todo. En el toreo hay que estar dispuesto a entregar tu vida, que es lo más primordial, ya que es un arte donde la muerte está bastante cerca.
–Hablando de Jesús Quintero, él llamaba a sus episodios depresivos «noches negras del alma».
–Una vez estuve en su casa y me llamó la atención su habitación llena de medicamentos. No me acuerdo si en aquel tiempo yo ya había sufrido mi primera depresión, pero me sorprendió ver todas esas pastillas porque sabía del sufrimiento que habría detrás. No sé si yo las llamaría así porque dormir es lo que mejor tengo. Como duermo bien, dejo de sufrir. Es como apagar el botón del alma, del sufrimiento y de la conciencia y descansar. No soy un depresivo sonámbulo, que eso ya sería mucho más terrible, porque la soledad de la noche me parece algo horrible.
–Fernando Pessoa dejó escrito en una nota sobre su mesita de noche, horas antes de morir, que decía que «no sé lo que traerá el día de mañana». Puede que fuera un pensamiento fugaz, un mensaje de despedida o un epitafio. ¿Ha pensado usted en el suyo?
–No quiero pensarlo todavía. Quiero pensar que el día de mañana voy a seguir toreando. Creo que es una buena noticia que no tenga pensado mi epitafio porque estaría cerquita del adiós definitivo.
[En la sección de Cultura de mañana en ABC, segunda entrega del reportaje con Morante, centrado en temas taurinos].
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