El 23 de junio de 1935, la noche anterior a su muerte, Carlos Gardel cantó frente a un público por última vez. Fue en Bogotá. En medio del cansancio por una gira extenuante y del malestar que le causaba tener que volver a viajar en avión, el cantante argentino hizo un programa especial en la emisora La Voz de La Víctor, cuyos estudios quedaban en la plaza de Bolívar, el corazón de la capital colombiana. La transmisión había sido anunciada los días anteriores en los diarios nacionales, de modo que “miles de personas llenaron la plaza para escucharlo por los altoparlantes que retransmitían desde la radio”, se lee en Gardel, la biografía escrita por Felipe Pigna.
Luego de seis canciones, el artista envió un mensaje de despedida a los bogotanos: “Gracias, amigos, muchas gracias por tanta amabilidad. Yo voy a ver a mi viejita pronto [su plan era viajar a Francia a fin de año, para visitar a su madre], y no sé si volveré, porque el hombre propone y Dios dispone”. Al salir del estudio, era tal el tumulto que perdió un zapato. Poco después, en una despedida íntima en un restaurante francés de la calle 18, habría de cantar, desde una ciudad montañosa y lejana, Mi Buenos Aires querido, su último tango.
A Gardel no le gustaban los aviones. En la época, la aviación comercial era aún incipiente y los accidentes eran más frecuentes. Según relató el músico José María Indio Aguilar, uno de los pocos sobrevivientes, antes de subir al Ford trimotor F-31 de la empresa SACO, Gardel le expresó su presentimiento de que algo grave iba a pasar. El cantante había preguntado si podían transportarse de otra manera; prefería el “barquito y trencito”, en los que había recorrido medio mundo. Le contestaron que atravesar Colombia, un país de selvas y cordilleras, era más complejo. Accedió, entonces, a viajar a Cali en avión. Solo tenían que hacer una parada técnica en Medellín —donde se había presentado semanas antes—, para reabastecerse de combustible. Allí cambiarían de piloto. Sería el mismo dueño de la compañía y el pionero de la aviación en Colombia, Ernesto Samper Mendoza, quien los llevaría hasta la capital del Valle del Cauca, en un trayecto altamente publicitado.
En el aeropuerto de Techo, en Bogotá, fue despedido por cientos de personas, que agitaban sombreros y pañuelos blancos mientras el avión despegaba. El adiós, que se convirtió en el último registro gráfico de Gardel, fue capturado por las cámaras de los hermanos Acevedo. En el aeropuerto Olaya Herrera lo esperaban cientos de fanáticos. A través de la radio y la prensa, el público se enteraba del itinerario de su ídolo y acudía a recibirlo. Durante su gira en Colombia, dondequiera que fuera Gardel, lo aguardaban multitudes. Para poder irse de la capital, tuvo que salir por la puerta trasera del Hotel Granada, donde se hospedaba, el más prestigioso de la ciudad, un edificio de estilo francés que quedó destruido tras el Bogotazo. Bien fuera su voz, su porte o su aire de galán, Gardel irradiaba una fuerza magnética.
Hacia las 15.05 horas de ese lunes 24 de junio, el Ford Trimotor empezó a carretear por la pista. Pero un fuerte viento hizo que se desviara y chocara contra otro avión, el Manizales, de la compañía Scadta, que esperaba en tierra. La colisión entre dos aeronaves repletas de combustible produjo un incendio inmediato que, según El Tiempo, provocó una llamarada “tan grande que se alcanzó a divisar desde la ciudad [de Medellín], a pesar de que el aeródromo estaba a más de dos kilómetros de distancia”. Así fue como, junto a otras 16 personas, a sus 44 años murió Carlos Gardel, el hombre que le dio la voz al tango.
Su muerte habría de generar una conmoción mundial, aunque primero paralizó Medellín. Era “imposible calcular el número de individuos que ha venido a presenciar el macabro espectáculo”: los restos del avión, los cadáveres calcinados. De Gardel, quedaron las espuelas de gaucho que usaba para sus presentaciones en el típico traje argentino, una condecoración y un reguero de monedas, pues acostumbraba llevar consigo un cinturón lleno de libras esterlinas. Se formaron cordones de policía para prevenir el desbordamiento del público. “Cerca de cuatro mil personas y numerosísimos automóviles invadían el campo, ofreciendo un espectáculo imponente, de recogimiento y honda emoción de pesar”.
Ese día, murió el ídolo, pero nació el mito. En Medellín empezó a surgir una devoción por el tango alrededor de la figura de Gardel, y el género rioplatense se convirtió en parte de la identidad antioqueña y de la llamada zona cafetera. El colombiano Gonzalo Baquero, semiólogo, profesor y estudioso de la historia del tango, asegura que aunque el gusto por el género ya estaba afianzado en el país, gracias a la radio y a los discos, el fallecimiento de Gardel fue el sello definitivo. “Puede ser que las características del temperamento antioqueño encajaban muy bien con el tango. Tú puedes ver en la música que lo que les gusta a los paisas son los tangos más recios, más fuertes: Sangre maleva, por ejemplo. Esos tangos que hablan del arrabal, de la prostitución, que es como una primera época del tango. Después se fue refinando, y se volvió un baile popular”. Aún hoy, con motivo de la fecha de su muerte, desde el 2006 cada año se realiza en la ciudad el Festival Internacional de Tango.
Bogotá también quedó paralizada con su muerte. La noticia se conoció ese día a las 4 de la tarde. “La gente no daba crédito de ello”, narraba El Espectador en un artículo posterior. En menos de media hora, se esparció la noticia. Las oficinas del diario se llenaron de gente que buscaba saber lo ocurrido. “Muchas personas dudaban de la autenticidad de la noticia. Una inmensa multitud se había situado en la carrera Séptima y la Avenida Jiménez de Quesada aguardando el periódico, y los vendedores fueron asaltados por personas deseosas de comprarlo. Esto dio motivo para que algunos voceadores abusaran de la expectativa general, llegando a cobrar la suma de 30 centavos por ejemplar”. Cuando salió la segunda edición, como la anterior, se agotó en cuestión de minutos.
Silencio en Buenos Aires, suicidio en Nueva York
En la noche del 24 de junio, cuando la noticia llegó a Buenos Aires, en ningún teatro de la ciudad se cantaron tangos, y durante las funciones se guardó un minuto de silencio. “Se ha resuelto que en las funciones del día de mañana, en teatros cinematográficos, estaciones de radio, cabarets, no se cante un solo tango, como homenaje también al que supo llevar la música nacional a todos los rincones del planeta”, se dictaminó. En Nueva York, el día 26, el periódico Daily news publicó que la artista de lengua hispana Estrellita de El Rigel había sido “trasladada en muy grave estado de salud, después de haber ingerido una fuerte dosis de veneno dejando un mensaje en el cual expresa que quería morir en el sitio en que vio por última vez a Carlos Gardel, a quien amaba”. La mujer, “muy bella y de 20 años de edad (…) entró sollozando a un hotel al que acostumbraba asistir en compañía de Gardel”. Allí, pidió una habitación con el fin de acabar con su vida.
Según la biografía escrita por Pigna, Gardel también habría tenido un amorío en Bogotá. “Algunas versiones señalan que esa última noche la pasó con una hermosa dama bogotana del 25 años”. Una teoría apunta a que “la juerga de esa última noche se prolongó en una partida de póker, que demoró el irse a acostar y cambió los planes”. Por esta razón Gardel y sus músicos no habrían salido a las 8.00 a.m., como se les había propuesto inicialmente, sino pasado el mediodía. En lugar del vuelo directo hicieron, entonces, la escala en Medellín.
Sobre lo que sí hay certeza es que “Carlitos disfrutó de paseos por Bogotá”, añade la biografía: subió a Monserrate en el funicular inaugurado en 1929, degustó platos típicos y condujo sin licencia un automóvil Auburn por la Calle Real, por lo que fue multado por 40 pesos. Sin embargo, añoraba un cambio de vida. El 20 de junio le escribió a su amigo Armando Defino una carta en la que expresaba su cansancio extremo por el ritmo de una gira en la que, desde abril, acumulaba más de 60 presentaciones. Había pasado por Puerto Rico, Aruba, Curazao y Venezuela; y en Colombia, por Barranquilla, Cartagena, Medellín y Bogotá.
“Aquí en Colombia la plata no abunda pero de todos modos los teatros se llenan”, mencionaba en la carta. El viernes 14 de junio llegó a la capital colombiana, a las 2.30 p.m., y esa misma noche fue su primera función, en el Teatro Real, a las 9:15 p.m., luego de la proyección de la película francesa La batalla. En la época solían hacerse funciones mixtas, que mezclaban cine y música en vivo. Los artistas solo descansaban los lunes. En ese teatro, Gardel repitió el domingo 16, el sábado 22 y el 23, antes de cantar en La Voz de La Víctor. Cuenta su biografía que «en el Teatro Real, a pesar de que estaba colmado de la élite, se le hizo una ovación de circo».
El 19 de junio se presentó en el Teatro Nariño. Y el 18 y el 20, en el Olympia, el más grande de Bogotá, luego de pedirle a la gerencia de Cine Colombia que le permitiera cantar ante un público más popular, que pudiera oírlo a precios bajos. Solo faltaban dos presentaciones en Cali, en el Teatro Jorge Isaacs, donde se habían vendido 5.000 entradas. De allí, iría a Panamá y después a Cuba, para terminar en Nueva York, ciudad en la que grabaría dos películas. Culminaría el año en Francia, con una visita a su mamá. Después, según decía, descansaría; se limitaría a la radio, los discos y el cine. Su cuerpo, finalmente, sí atravesaría esas selvas y esas montañas colombianas, y lo haría por tierra, como él quería, en un periplo en el que sus restos viajarían de Medellín hasta Buenaventura, hasta llegar por barco a su querida Buenos Aires.
El legendario cantante argentino falleció en un accidente aéreo en Medellín, pero pasó sus últimos días en Bogotá, donde llenó teatros y protagonizó varias anécdotas
El 23 de junio de 1935, la noche anterior a su muerte, Carlos Gardel cantó frente a un público por última vez. Fue en Bogotá. En medio del cansancio por una gira extenuante y del malestar que le causaba tener que volver a viajar en avión, el cantante argentino hizo un programa especial en la emisora La Voz de La Víctor, cuyos estudios quedaban en la plaza de Bolívar, el corazón de la capital colombiana. La transmisión había sido anunciada los días anteriores en los diarios nacionales, de modo que “miles de personas llenaron la plaza para escucharlo por los altoparlantes que retransmitían desde la radio”, se lee en Gardel, la biografía escrita por Felipe Pigna.
Luego de seis canciones, el artista envió un mensaje de despedida a los bogotanos: “Gracias, amigos, muchas gracias por tanta amabilidad. Yo voy a ver a mi viejita pronto [su plan era viajar a Francia a fin de año, para visitar a su madre], y no sé si volveré, porque el hombre propone y Dios dispone”. Al salir del estudio, era tal el tumulto que perdió un zapato. Poco después, en una despedida íntima en un restaurante francés de la calle 18, habría de cantar, desde una ciudad montañosa y lejana, Mi Buenos Aires querido, su último tango.

A Gardel no le gustaban los aviones. En la época, la aviación comercial era aún incipiente y los accidentes eran más frecuentes. Según relató el músico José María Indio Aguilar, uno de los pocos sobrevivientes, antes de subir al Ford trimotor F-31 de la empresa SACO, Gardel le expresó su presentimiento de que algo grave iba a pasar. El cantante había preguntado si podían transportarse de otra manera; prefería el “barquito y trencito”, en los que había recorrido medio mundo. Le contestaron que atravesar Colombia, un país de selvas y cordilleras, era más complejo. Accedió, entonces, a viajar a Cali en avión. Solo tenían que hacer una parada técnica en Medellín —donde se había presentado semanas antes—, para reabastecerse de combustible. Allí cambiarían de piloto. Sería el mismo dueño de la compañía y el pionero de la aviación en Colombia, Ernesto Samper Mendoza, quien los llevaría hasta la capital del Valle del Cauca, en un trayecto altamente publicitado.
En el aeropuerto de Techo, en Bogotá, fue despedido por cientos de personas, que agitaban sombreros y pañuelos blancos mientras el avión despegaba. El adiós, que se convirtió en el último registro gráfico de Gardel, fue capturado por las cámaras de los hermanos Acevedo. En el aeropuerto Olaya Herrera lo esperaban cientos de fanáticos. A través de la radio y la prensa, el público se enteraba del itinerario de su ídolo y acudía a recibirlo. Durante su gira en Colombia, dondequiera que fuera Gardel, lo aguardaban multitudes. Para poder irse de la capital, tuvo que salir por la puerta trasera del Hotel Granada, donde se hospedaba, el más prestigioso de la ciudad, un edificio de estilo francés que quedó destruido tras el Bogotazo. Bien fuera su voz, su porte o su aire de galán, Gardel irradiaba una fuerza magnética.
Hacia las 15.05 horas de ese lunes 24 de junio, el Ford Trimotor empezó a carretear por la pista. Pero un fuerte viento hizo que se desviara y chocara contra otro avión, el Manizales, de la compañía Scadta, que esperaba en tierra. La colisión entre dos aeronaves repletas de combustible produjo un incendio inmediato que, según El Tiempo, provocó una llamarada “tan grande que se alcanzó a divisar desde la ciudad [de Medellín], a pesar de que el aeródromo estaba a más de dos kilómetros de distancia”. Así fue como, junto a otras 16 personas, a sus 44 años murió Carlos Gardel, el hombre que le dio la voz al tango.

Su muerte habría de generar una conmoción mundial, aunque primero paralizó Medellín. Era “imposible calcular el número de individuos que ha venido a presenciar el macabro espectáculo”: los restos del avión, los cadáveres calcinados. De Gardel, quedaron las espuelas de gaucho que usaba para sus presentaciones en el típico traje argentino, una condecoración y un reguero de monedas, pues acostumbraba llevar consigo un cinturón lleno de libras esterlinas. Se formaron cordones de policía para prevenir el desbordamiento del público. “Cerca de cuatro mil personas y numerosísimos automóviles invadían el campo, ofreciendo un espectáculo imponente, de recogimiento y honda emoción de pesar”.
Ese día, murió el ídolo, pero nació el mito. En Medellín empezó a surgir una devoción por el tango alrededor de la figura de Gardel, y el género rioplatense se convirtió en parte de la identidad antioqueña y de la llamada zona cafetera. El colombiano Gonzalo Baquero, semiólogo, profesor y estudioso de la historia del tango, asegura que aunque el gusto por el género ya estaba afianzado en el país, gracias a la radio y a los discos, el fallecimiento de Gardel fue el sello definitivo. “Puede ser que las características del temperamento antioqueño encajaban muy bien con el tango. Tú puedes ver en la música que lo que les gusta a los paisas son los tangos más recios, más fuertes: Sangre maleva, por ejemplo. Esos tangos que hablan del arrabal, de la prostitución, que es como una primera época del tango. Después se fue refinando, y se volvió un baile popular”. Aún hoy, con motivo de la fecha de su muerte, desde el 2006 cada año se realiza en la ciudad el Festival Internacional de Tango.
Bogotá también quedó paralizada con su muerte. La noticia se conoció ese día a las 4 de la tarde. “La gente no daba crédito de ello”, narraba El Espectador en un artículo posterior. En menos de media hora, se esparció la noticia. Las oficinas del diario se llenaron de gente que buscaba saber lo ocurrido. “Muchas personas dudaban de la autenticidad de la noticia. Una inmensa multitud se había situado en la carrera Séptima y la Avenida Jiménez de Quesada aguardando el periódico, y los vendedores fueron asaltados por personas deseosas de comprarlo. Esto dio motivo para que algunos voceadores abusaran de la expectativa general, llegando a cobrar la suma de 30 centavos por ejemplar”. Cuando salió la segunda edición, como la anterior, se agotó en cuestión de minutos.
Silencio en Buenos Aires, suicidio en Nueva York
En la noche del 24 de junio, cuando la noticia llegó a Buenos Aires, en ningún teatro de la ciudad se cantaron tangos, y durante las funciones se guardó un minuto de silencio. “Se ha resuelto que en las funciones del día de mañana, en teatros cinematográficos, estaciones de radio, cabarets, no se cante un solo tango, como homenaje también al que supo llevar la música nacional a todos los rincones del planeta”, se dictaminó. En Nueva York, el día 26, el periódico Daily news publicó que la artista de lengua hispana Estrellita de El Rigel había sido “trasladada en muy grave estado de salud, después de haber ingerido una fuerte dosis de veneno dejando un mensaje en el cual expresa que quería morir en el sitio en que vio por última vez a Carlos Gardel, a quien amaba”. La mujer, “muy bella y de 20 años de edad (…) entró sollozando a un hotel al que acostumbraba asistir en compañía de Gardel”. Allí, pidió una habitación con el fin de acabar con su vida.
Según la biografía escrita por Pigna, Gardel también habría tenido un amorío en Bogotá. “Algunas versiones señalan que esa última noche la pasó con una hermosa dama bogotana del 25 años”. Una teoría apunta a que “la juerga de esa última noche se prolongó en una partida de póker, que demoró el irse a acostar y cambió los planes”. Por esta razón Gardel y sus músicos no habrían salido a las 8.00 a.m., como se les había propuesto inicialmente, sino pasado el mediodía. En lugar del vuelo directo hicieron, entonces, la escala en Medellín.

Sobre lo que sí hay certeza es que “Carlitos disfrutó de paseos por Bogotá”, añade la biografía: subió a Monserrate en el funicular inaugurado en 1929, degustó platos típicos y condujo sin licencia un automóvil Auburn por la Calle Real, por lo que fue multado por 40 pesos. Sin embargo, añoraba un cambio de vida. El 20 de junio le escribió a su amigo Armando Defino una carta en la que expresaba su cansancio extremo por el ritmo de una gira en la que, desde abril, acumulaba más de 60 presentaciones. Había pasado por Puerto Rico, Aruba, Curazao y Venezuela; y en Colombia, por Barranquilla, Cartagena, Medellín y Bogotá.
“Aquí en Colombia la plata no abunda pero de todos modos los teatros se llenan”, mencionaba en la carta. El viernes 14 de junio llegó a la capital colombiana, a las 2.30 p.m., y esa misma noche fue su primera función, en el Teatro Real, a las 9:15 p.m., luego de la proyección de la película francesa La batalla. En la época solían hacerse funciones mixtas, que mezclaban cine y música en vivo. Los artistas solo descansaban los lunes. En ese teatro, Gardel repitió el domingo 16, el sábado 22 y el 23, antes de cantar en La Voz de La Víctor. Cuenta su biografía que «en el Teatro Real, a pesar de que estaba colmado de la élite, se le hizo una ovación de circo».
El 19 de junio se presentó en el Teatro Nariño. Y el 18 y el 20, en el Olympia, el más grande de Bogotá, luego de pedirle a la gerencia de Cine Colombia que le permitiera cantar ante un público más popular, que pudiera oírlo a precios bajos. Solo faltaban dos presentaciones en Cali, en el Teatro Jorge Isaacs, donde se habían vendido 5.000 entradas. De allí, iría a Panamá y después a Cuba, para terminar en Nueva York, ciudad en la que grabaría dos películas. Culminaría el año en Francia, con una visita a su mamá. Después, según decía, descansaría; se limitaría a la radio, los discos y el cine. Su cuerpo, finalmente, sí atravesaría esas selvas y esas montañas colombianas, y lo haría por tierra, como él quería, en un periplo en el que sus restos viajarían de Medellín hasta Buenaventura, hasta llegar por barco a su querida Buenos Aires.
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