¿Occidente en crisis? Dos ensayos sobre los orígenes de la civilización

Por un lado, Josephine Quinn, profesora de Historia Antigua de la Universidad de Cambridge, se remonta a la Edad del Bronce para venir a cuestionar el carácter estrictamente “occidental”, de nuestra civilización en su libro Cómo el mundo creó Occidente. “Desde estas líneas sostengo”, nos dice en el prólogo, “que nunca ha habido una cultura occidental única y pura. Lo que se denominan valores occidentales: libertad, racionalidad, justicia y tolerancia, no son única u originalmente occidentales, y el propio Occidente es en gran parte un producto de vínculos muy duraderos con una red mucho más amplia de sociedades, tanto al sur como al norte y al este”.

En cuanto a la herencia greco-latina, Quinn rebaja su influencia: “Las historias de los griegos y los romanos tenían sus raíces en otros lugares y pueblos más antiguos, y la mayoría de sus ideas y tecnologías provenían de otras partes del mundo: códigos de leyes y literatura de Mesopotamia, esculturas de piedra de Egipto, irrigación de Asiria y el alfabeto del Levante”. Nuestra cultura occidental tiene, por lo tanto, el sello de un mestizaje espectacular, repleto de sangre, pero también de arte, ciencia y pensamiento.

Bien escrito y cuidadosamente editado, el libro de Quinn incluye detalles curiosos de ese pasado (como la adopción de ropa con mangas, que los griegos copiaron a los persas), y basa su relato en numerosos hallazgos arqueológicos. Su punto de vista es el de la historiografía moderna, que no deja de ser revisionista. Ya sea al abordar la Reconquista de Iberia (más bien conquista, sostiene, porque cuando se completó apenas quedaban reyes visigodos) como la Era de la Exploración, que culminó en la llegada a América, con la que concluye el libro, tema que trata con cierta displicencia.

No puede ser más opuesto el punto de vista del historiador italiano Alessandro Vanoli. En su libro La invención de Occidente, Vanoli sitúa el origen de esta noción geopolítica y cultural en la Junta de Badajoz-Elvas, organizada por Portugal y España en 1524 para dividirse el mundo en dos hemisferios, cada uno bajo el control de uno de los dos vecinos ibéricos. Es decir, Occidente se inventa (y no en el sentido de creación ficticia sino real) con los grandes viajes marítimos de exploración del océano Atlántico que dieron paso al “descubrimiento” del Nuevo Mundo. Hasta entonces, Occidente había sido solo un punto geográfico.

Vanoli, especialista en historia del Mediterráneo y en la presencia islámica medieval en la península ibérica y en Sicilia, hace también un recorrido sucinto por los orígenes más remotos de esta civilización occidental. Occidente, por donde se pone el sol, estuvo relacionado con la muerte y el más allá para los egipcios.

Pero las ansias de explorar ese mar inmenso que se abría al oeste estuvieron siempre presentes en nuestros lejanos antepasados. La invención de la brújula, primero, y el descubrimiento de los vientos alisios, después, permitirían a los navegantes más osados adentrarse en ese océano que en algún momento se llamó ‘occidental’. Portugueses y españoles pugnaban por alcanzar un camino a las Indias, de donde procedían las especias, y ese camino buscaba Colón cuando se topó con la isla que bautizaría como La Española el 12 de octubre de 1492.

Tanto Quinn como Vanoli coinciden en resaltar la importancia en esta exploración marítima del desarrollo de los mapas náuticos. Y ambos se detienen en el llamado “atlas catalán”, elaborado por judíos mallorquines en 1375. Una obra cartográfica y estética de primer orden que recoge el mundo conocido hasta esa fecha.

El libro de Vanoli va más lejos en el tiempo y sopesa el impacto de la superpotencia estadounidense en la construcción de este exitoso Occidente que, sin embargo, desde finales del siglo XX no ha dejado de perder centralidad y poder en un mundo cada vez más multipolar. Y eso, antes incluso de la presidencia de Trump.

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Las primeras decisiones del presidente estadounidense Donald Trump han provocado una hecatombe comercial y han dado pie a un sinfín de titulares sobre “una posible ruptura de Occidente”. Un término, Occidente, que asociamos históricamente a una constelación de conceptos: sistemas democráticos, economías de libre mercado y una cierta idea de civilización que se sustenta en el legado de la cultura greco-romana. Pero, ¿estamos realmente en lo cierto? Dos libros recientemente publicados abordan tan pertinente cuestión desde diferente perspectiva y con notables discrepancias.Por un lado, Josephine Quinn, profesora de Historia Antigua de la Universidad de Cambridge, se remonta a la Edad del Bronce para venir a cuestionar el carácter estrictamente “occidental”, de nuestra civilización en su libro Cómo el mundo creó Occidente. “Desde estas líneas sostengo”, nos dice en el prólogo, “que nunca ha habido una cultura occidental única y pura. Lo que se denominan valores occidentales: libertad, racionalidad, justicia y tolerancia, no son única u originalmente occidentales, y el propio Occidente es en gran parte un producto de vínculos muy duraderos con una red mucho más amplia de sociedades, tanto al sur como al norte y al este”. En cuanto a la herencia greco-latina, Quinn rebaja su influencia: “Las historias de los griegos y los romanos tenían sus raíces en otros lugares y pueblos más antiguos, y la mayoría de sus ideas y tecnologías provenían de otras partes del mundo: códigos de leyes y literatura de Mesopotamia, esculturas de piedra de Egipto, irrigación de Asiria y el alfabeto del Levante”. Nuestra cultura occidental tiene, por lo tanto, el sello de un mestizaje espectacular, repleto de sangre, pero también de arte, ciencia y pensamiento. Bien escrito y cuidadosamente editado, el libro de Quinn incluye detalles curiosos de ese pasado (como la adopción de ropa con mangas, que los griegos copiaron a los persas), y basa su relato en numerosos hallazgos arqueológicos. Su punto de vista es el de la historiografía moderna, que no deja de ser revisionista. Ya sea al abordar la Reconquista de Iberia (más bien conquista, sostiene, porque cuando se completó apenas quedaban reyes visigodos) como la Era de la Exploración, que culminó en la llegada a América, con la que concluye el libro, tema que trata con cierta displicencia.No puede ser más opuesto el punto de vista del historiador italiano Alessandro Vanoli. En su libro La invención de Occidente, Vanoli sitúa el origen de esta noción geopolítica y cultural en la Junta de Badajoz-Elvas, organizada por Portugal y España en 1524 para dividirse el mundo en dos hemisferios, cada uno bajo el control de uno de los dos vecinos ibéricos. Es decir, Occidente se inventa (y no en el sentido de creación ficticia sino real) con los grandes viajes marítimos de exploración del océano Atlántico que dieron paso al “descubrimiento” del Nuevo Mundo. Hasta entonces, Occidente había sido solo un punto geográfico. Vanoli, especialista en historia del Mediterráneo y en la presencia islámica medieval en la península ibérica y en Sicilia, hace también un recorrido sucinto por los orígenes más remotos de esta civilización occidental. Occidente, por donde se pone el sol, estuvo relacionado con la muerte y el más allá para los egipcios. Pero las ansias de explorar ese mar inmenso que se abría al oeste estuvieron siempre presentes en nuestros lejanos antepasados. La invención de la brújula, primero, y el descubrimiento de los vientos alisios, después, permitirían a los navegantes más osados adentrarse en ese océano que en algún momento se llamó ‘occidental’. Portugueses y españoles pugnaban por alcanzar un camino a las Indias, de donde procedían las especias, y ese camino buscaba Colón cuando se topó con la isla que bautizaría como La Española el 12 de octubre de 1492. Tanto Quinn como Vanoli coinciden en resaltar la importancia en esta exploración marítima del desarrollo de los mapas náuticos. Y ambos se detienen en el llamado “atlas catalán”, elaborado por judíos mallorquines en 1375. Una obra cartográfica y estética de primer orden que recoge el mundo conocido hasta esa fecha. El libro de Vanoli va más lejos en el tiempo y sopesa el impacto de la superpotencia estadounidense en la construcción de este exitoso Occidente que, sin embargo, desde finales del siglo XX no ha dejado de perder centralidad y poder en un mundo cada vez más multipolar. Y eso, antes incluso de la presidencia de Trump. Seguir leyendo