El prefijo narco ha molestado por mucho tiempo. Ha incomodado a algunos investigadores académicos que nunca lo adoptaron. A mi parecer, con argumentos válidos y sólidos. Yo sí lo uso. Me identifico como historiador del corrido, del narcocorrido y también como historiador de la narcocultura.
Hasta donde he podido investigar, el prefijo empezó a usarse en México a mediados de los años cincuenta, primero modificando el vocablo traficantes, es decir, convirtiéndolo en narco-traficantes. Se aplicó, por ejemplo, en Tijuana, a la banda de Simona García, alias Simona la Cacariza, quien, junto con Dominga Urías, La Minga, y Jovita Ramírez, La Ratona, eran conocidas como las “narco-abuelas”, pues Simona García tenía, al momento de desarticularse la banda, setenta años, y sus socias Dominga y Jovita, sesenta y cinco y sesenta y ocho, respectivamente. Esto ocurrió a mediados de la década de los años cincuenta del siglo pasado.
La temática ya existía en el cancionero corridístico. Yo mismo he documentado en mis libros corridos dedicados a narcotraficantes y al tráfico de drogas, como El Pablote de 1931, Por morfina y cocaína de 1934, o incluso uno sobre una narcoguerra en Ciudad Juárez, La Piedrera de 1929. Antes de narcocorrido se les llamaba “corridos de traficantes”, “corridos de narcotráfico” y “corridos de contrabando”. Eso en la frontera, mientras que en Sinaloa se les conocía como “corridos de gomeros”.
La aplicación del prefijo en la música comenzó a finales de la década del ochenta e inicios de los años noventa: “narco-corridos”, al principio de manera gradual, y que de manera gráfica se marcaba con un guion (–) “narco-corridos”, guion que posteriormente cayó en desuso. Además del prefijo, “corridos” también convivía con otros adjetivos. A través del tiempo se habló de narcocorridos, pero también de corridos perrones, chacalosos, y luego de corridos alterados, progresivos; ahora bélicos, tumbados, y así sucesivamente. Todos eran y son “corridos algo” o “algo corridos”. El sustantivo se modificaba con un prefijo o bien con un adjetivo calificativo.
Con todo y sus limitaciones semánticas, ontológicas y aun lógicas —como el hecho de que la raíz “narco”, del griego narke, transporta al universo ontológico del sueño y no al de la droga per se—, con todo y este argumento que, de nuevo, es pertinente y hace sentido, el prefijo mostraba que se estaba hablando solamente de una parte del universo del corrido: aquellos con temática de narcotráfico, de traficantes, de jefes o simplemente de personajes asociados al crimen organizado.
Todo esto es una suerte de respuesta latente a la pregunta: ¿a qué nos referimos cuando hablamos de narcocorrido? Es un poco el mismo argumento de la palabra “cártel” o “cartel”: no llena la definición de las ciencias económicas, no hay una precisión conceptual o temática de diccionario de finanzas. Claramente es así, pero la gente sabe a qué se refiere el término cuando lo usa, así sea erróneamente. Los conceptos y nociones van tomando corporeidad con el tiempo y con el uso: denotan y connotan, así sean producto de un error. ¿Qué hacemos, por ejemplo, con el concepto “indios”, un error de Colón, pero que desde hace siglos tomó cuerpo, sentido ontológico, independientemente de su origen erróneo?
Lo que estamos atestiguando ahora es una ambivalencia del prefijo narco, tan poco apreciado, pero que, de nuevo, sirve un propósito. A veces se enfatiza y a veces se le borra. Es un fenómeno antonomástico, en el que la parte sustituye al todo. Es como cuando uno dice “Kleenex” por toallita, o “cotonete” por hisopo, o “curita” por tirita. El prefijo importa, pues es muy serio que, cuando se diga “corrido”, se haga la equivalencia total, completa, íntegra, de todo el género con un tipo específico de corrido: con un tipo de corrido cuya temática ciertamente es muy importante en muchísimos rubros del corpus, como diagnóstico social, memoria histórica, canto de guerra, etcétera. Y claro que también son cantos panegíricos, pero de ninguna manera es todo el género del corrido.
Ni siquiera el narcocorrido es, por definición, intrínsecamente panegírico, por más que muchos de los más exitosos temas musicales lo sean. En términos generales, podemos decir que todos los narcocorridos son corridos, pero no todos los corridos son narcocorridos. No debe ser así, por más que estos dominen el mercado en relación con el resto del corpus. El corrido es una producción cultural mexicana que no debe ser sinónimo de solamente un tipo de corrido, que no debe ser circunscrita a una sola temática. Prohibir el corrido como género no es la solución a las problemáticas del país, ni siquiera una parte sustancial de la solución. Es como una de esas medicinas que solo enmascaran los síntomas, mientras que la enfermedad —que es la violencia— sigue avanzando.
Antes de narcocorrido se les llamaba “corridos de traficantes”, “corridos de narcotráfico” y “corridos de contrabando”
El prefijo narco ha molestado por mucho tiempo. Ha incomodado a algunos investigadores académicos que nunca lo adoptaron. A mi parecer, con argumentos válidos y sólidos. Yo sí lo uso. Me identifico como historiador del corrido, del narcocorrido y también como historiador de la narcocultura.
Hasta donde he podido investigar, el prefijo empezó a usarse en México a mediados de los años cincuenta, primero modificando el vocablo traficantes, es decir, convirtiéndolo en narco-traficantes. Se aplicó, por ejemplo, en Tijuana, a la banda de Simona García, alias Simona la Cacariza, quien, junto con Dominga Urías, La Minga, y Jovita Ramírez, La Ratona, eran conocidas como las “narco-abuelas”, pues Simona García tenía, al momento de desarticularse la banda, setenta años, y sus socias Dominga y Jovita, sesenta y cinco y sesenta y ocho, respectivamente. Esto ocurrió a mediados de la década de los años cincuenta del siglo pasado.
La temática ya existía en el cancionero corridístico. Yo mismo he documentado en mis libros corridos dedicados a narcotraficantes y al tráfico de drogas, como El Pablote de 1931, Por morfina y cocaína de 1934, o incluso uno sobre una narcoguerra en Ciudad Juárez, La Piedrera de 1929. Antes de narcocorrido se les llamaba “corridos de traficantes”, “corridos de narcotráfico” y “corridos de contrabando”. Eso en la frontera, mientras que en Sinaloa se les conocía como “corridos de gomeros”.
La aplicación del prefijo en la música comenzó a finales de la década del ochenta e inicios de los años noventa: “narco-corridos”, al principio de manera gradual, y que de manera gráfica se marcaba con un guion (–) “narco-corridos”, guion que posteriormente cayó en desuso. Además del prefijo, “corridos” también convivía con otros adjetivos. A través del tiempo se habló de narcocorridos, pero también de corridos perrones, chacalosos, y luego de corridos alterados, progresivos; ahora bélicos, tumbados, y así sucesivamente. Todos eran y son “corridos algo” o “algo corridos”. El sustantivo se modificaba con un prefijo o bien con un adjetivo calificativo.
Con todo y sus limitaciones semánticas, ontológicas y aun lógicas —como el hecho de que la raíz “narco”, del griego narke, transporta al universo ontológico del sueño y no al de la droga per se—, con todo y este argumento que, de nuevo, es pertinente y hace sentido, el prefijo mostraba que se estaba hablando solamente de una parte del universo del corrido: aquellos con temática de narcotráfico, de traficantes, de jefes o simplemente de personajes asociados al crimen organizado.
Todo esto es una suerte de respuesta latente a la pregunta: ¿a qué nos referimos cuando hablamos de narcocorrido? Es un poco el mismo argumento de la palabra “cártel” o “cartel”: no llena la definición de las ciencias económicas, no hay una precisión conceptual o temática de diccionario de finanzas. Claramente es así, pero la gente sabe a qué se refiere el término cuando lo usa, así sea erróneamente. Los conceptos y nociones van tomando corporeidad con el tiempo y con el uso: denotan y connotan, así sean producto de un error. ¿Qué hacemos, por ejemplo, con el concepto “indios”, un error de Colón, pero que desde hace siglos tomó cuerpo, sentido ontológico, independientemente de su origen erróneo?
Lo que estamos atestiguando ahora es una ambivalencia del prefijo narco, tan poco apreciado, pero que, de nuevo, sirve un propósito. A veces se enfatiza y a veces se le borra. Es un fenómeno antonomástico, en el que la parte sustituye al todo. Es como cuando uno dice “Kleenex” por toallita, o “cotonete” por hisopo, o “curita” por tirita. El prefijo importa, pues es muy serio que, cuando se diga “corrido”, se haga la equivalencia total, completa, íntegra, de todo el género con un tipo específico de corrido: con un tipo de corrido cuya temática ciertamente es muy importante en muchísimos rubros del corpus, como diagnóstico social, memoria histórica, canto de guerra, etcétera. Y claro que también son cantos panegíricos, pero de ninguna manera es todo el género del corrido.
Ni siquiera el narcocorrido es, por definición, intrínsecamente panegírico, por más que muchos de los más exitosos temas musicales lo sean. En términos generales, podemos decir que todos los narcocorridos son corridos, pero no todos los corridos son narcocorridos. No debe ser así, por más que estos dominen el mercado en relación con el resto del corpus. El corrido es una producción cultural mexicana que no debe ser sinónimo de solamente un tipo de corrido, que no debe ser circunscrita a una sola temática. Prohibir el corrido como género no es la solución a las problemáticas del país, ni siquiera una parte sustancial de la solución. Es como una de esas medicinas que solo enmascaran los síntomas, mientras que la enfermedad —que es la violencia— sigue avanzando.
EL PAÍS