“Siempre he estado de paso”, reconoce Pedro Piqueras recostado en el sofá de su casa, junto a un piano que está aprendiendo a tocar. El periodista ha hablado muy poco de sus fracasos. Ahora, jubilado, es momento de mirar atrás. Sin contemplaciones. Porque él también tuvo miedos: “Mi carrera no ha sido fácil”. Rechazó presentar el Telediario de Televisión Española con 27 años porque “no estaba preparado”. Llegó a sentirse un “jarrón chino” en Antena 3. Y sufrió mucho cuando, ya en Telecinco, le empezaron a imitar. Hoy por fin es dueño de su tiempo. Come con amigos, va al cine y al teatro. Vive. Pero, durante décadas, Piqueras (Albacete, 69 años) se encerró en un plató para contarnos las noticias como si la escaleta fuese “una sinfonía”. De las batallitas de la España de Franco a los grandes retos de la política actual. Así lo hace también en Cuando ya nada es urgente (HarperCollins), un libro en el que explica su historia, la de todos.
El periodista de Telecinco reflexiona sobre su vida “feliz” de jubilado, cómo irse bien de los sitios, el miedo escénico que sufrió o el radicalismo: “Da pena que el PSOE y el PP se odien”
“Siempre he estado de paso”, reconoce Pedro Piqueras recostado en el sofá de su casa, junto a un piano que está aprendiendo a tocar. El periodista ha hablado muy poco de sus fracasos. Ahora, jubilado, es momento de mirar atrás. Sin contemplaciones. Porque él también tuvo miedos: “Mi carrera no ha sido fácil”. Rechazó presentar el Telediario de Televisión Española con 27 años porque “no estaba preparado”. Llegó a sentirse un “jarrón chino” en Antena 3. Y sufrió mucho cuando, ya en Telecinco, le empezaron a imitar. Hoy por fin es dueño de su tiempo. Come con amigos, va al cine y al teatro. Vive. Pero, durante décadas, Piqueras (Albacete, 69 años) se encerró en un plató para contarnos las noticias como si la escaleta fuese “una sinfonía”. De las batallitas de la España de Franco a los grandes retos de la política actual. Así lo hace también en Cuando ya nada es urgente (HarperCollins), un libro en el que explica su historia, la de todos.
P. ¿Tuvo miedo escénico?
R. Sí, siempre. Sentía que me iba la vida en ello. Me sigue yendo, pero ya no como para morirme delante de la cámara. Me pasó por primera vez en la huelga general de 1988. Entre los sindicatos, el Gobierno y Pilar Miró pactaron que mi informativo era lo único que se iba a emitir ese día. En directo, noté que me faltaba el aire por la tensión.
P. ¿Cómo lo superó?
R. Empecé a tratarme con una psicóloga. Durante la terapia, me decía: “Tienes que pensar que llega una ambulancia en medio del informativo y tienes que montarte”. Era una escena tan absurda que lo fui normalizando, pero, cuando has tenido miedo escénico, siempre reaparece.
P. ¿Cuándo fue la última vez?
R. El día de mi despedida. Me atacó una tristeza enorme que se transformó en unas palpitaciones que cada vez iban más rápido. A mitad del informativo, pensé: “¡Ay, que me da!”. Pero me reí y pude seguir.
Cuando me jubilé, mi mujer me dijo que nunca me había visto reír así”
P. Muchos artistas se retiran y luego vuelven, ¿un consejo?
R. Cuando se deja una cosa, se deja. No hay que desandar el camino andando. Hay cambios en mi vida que han sido a peor, pero he crecido. En televisión, estaba empezando a dejar de ser yo mismo. Porque era director, editor, presentador. Todos los días, durante 18 años. Maquillarme, peinarme, ponerme la corbata, hacer el informativo… era mi rutina. Me sentía muy bien cuando hacía otras cosas.
P. ¿Se arrepiente de haber dedicado tanto al trabajo?
R. De normalizar llegar a casa a las 11 de la noche todos los días. Cuando me jubilé, me dijo mi mujer: “¡Nunca te había visto reír de esta manera!”.
P. ¿Está mereciendo la pena?
R. Buah, ¡no te imaginas! Gano mucho menos dinero, pero soy mucho más feliz.
Le dije a Vasile que no sabía si dejar la tele porque llevaba fatal que me imitasen”
P. En Cuando ya nada es urgente solo habla de personas que le han marcado para bien. ¿Buenista?
R. Tampoco es tan buenista, hablo de cosas graves como ETA, pero quería que fuese un libro limpio, de despedida. Hay gente que no se ha portado bien, pero prefiero poner en valor a mis profesores, a Pilar Miró, que fue perseguida injustamente, a Jesús Hermida, que fue como una especie de padre para mí, o a Paolo Vasile [ex consejero delegado de Mediaset], entre otros.
P. ¿En qué tenía distintas sensibilidades con Vasile?
R. Somos diferentes, pero siempre hubo un gran respeto. Sé que paraba los pies a muchos que intentaban inmiscuirse en el informativo. ¿El informativo que yo hacía era el que él habría hecho? Seguramente no, pero lo respetó.
P. Cuando le ficharon, le dijeron que era muy denso y metió más sucesos para subir la audiencia. ¿Dudó?
R. Sí, tuve dudas, pero pensé que había que hacer algo más abierto con moda, sucesos, temas judiciales.
P. Durante un tiempo, le pusieron el sambenito de sensacionalista. ¿Lo asume o todavía le molesta?
R. Me da rabia porque aquello surgió por una tira que se hizo en una televisión catalana. Sí, fue un sambenito. Procuro no hablar de esto nunca porque me hizo daño. Decidí que en los 17 años restantes no iba a volver a decir “terrible” o “dantesco”. Aún hoy se mantiene porque empezaron a imitarme. Le dije a Vasile que no sabía si dejar la tele porque lo llevaba fatal y me contestó: “Ah, ¿que te imitan? ¡Eso es muy bueno!”. Él era así, me levantó el ánimo.
P. Pero el informativo sí tenía sucesos.
R. No era justo. Un día, en Los 40 Principales, donde estaba Raúl Pérez imitándome, hicieron una comparación con otros informativos y donde había más adjetivos no era en el mío. En aquel momento, éramos líderes. También tiene que ver con eso. Después, me di cuenta de que por ese motivo mucha gente dejó de verme como un tío serio e impenetrable.
“Algunos creen que sin salir en televisión no son nadie, por eso yo pude irme”
P. ¿Cómo ha manejado el ego?
R. No he tenido momentos para disfrutar de él porque he sido poco dado a salir. Hay dos cosas que te pueden volver loco. Uno, la televisión. Porque hay gente que piensa que si no salen en pantalla no son nadie. Y yo eso no lo he pensado jamás, por eso he podido irme. Y dos, ser un esclavo de Instagram y que necesites el clic diario de gente que te diga cosas agradables.
P. ¿Cuál ha sido su gran fracaso?
R. Un programa de Antena 3, A plena luz,al que fui castigado. No me di cuenta de que podía ser una oportunidad y aprendí lo importante que es la actitud.
P. ¿Y personal?
R. Mmm, podría haber pasado más tiempo con mi padre. Y eso me ha pesado mucho. Desde que murió, he pensado todos los días en él, pero no quiero ponerme sentimental.
P. ¿Qué le diría él hoy?
R. Hijo, ¿por qué no me dijiste esto antes? [Se le quiebra la voz]. Es verdad, tenía que habérselo dicho antes. Ahora voy soltando sus dichos. “Lo bien hecho, bien parece”, “la educación no sobra ni entre amigos”, “nadie es más que nadie”, por ejemplo. Me ha influido mucho. Le obsesionaba la justicia y le jodía el poder.
P. Heredó ese desinterés hacia el poder…
R. En la única época que lo tuve fue como director de Radio Nacional de España, pero no lo sentía. No tengo la frialdad para cesar a alguien porque pienso en la familia y en los hijos, pero no me gusta ir de bueno. Simplemente no tengo la virtud de mando, pero sí la de tener a gente valiosa a mi alrededor.
No me gusta ir de bueno, simplemente no tengo la frialdad que exige mandar”

P. Presentará el libro con sus rivales, Vicente Vallés y Carlos Franganillo. ¿Son amigos?
R. Sí. Cada mes y medio, cuando terminábamos el informativo, quedábamos a cenar. Hablábamos de todo, de política lo de menos. Se puede mantener la rivalidad sin ser enemigos.
P. ¿Les unen más cosas de las que podríamos pensar?
R. Con Vicente [Vallés] me unen muchas cosas, aunque tengamos una visión distinta en algunos temas.
P. ¿En qué temas?
R. En cómo enfocar un informativo. Yo he nacido en una época en la que estaba muy clara la frontera entre la información y la opinión. La política me gustaba, pero ahora ha entrado en unos niveles de radicalidad que no le puede gustar a nadie.
P. Pero es peligroso que nos deje de interesar, ¿no?
R. Por eso me preocupa el extremismo. Antes, a los que horadaban Europa les llamábamos euroescépticos y no nos dábamos cuenta de que la estaban dejando como un queso. Hay gente que hoy es muy comprensiva con Putin y Trump, pero el hecho de que levanten el brazo Elon Musk y Steve Bannon [exasesor de Trump] son gestos de una enfermedad.
P. ¿Cuál?
R. El nazismo. Se llama nazismo. Hay que defender el valor de la democracia y por eso hay que hablar de estas cosas. ¡Vale ya de eufemismos! Europa es algo maravilloso. Ha garantizado la paz durante 80 años. Me gustaría que en la concentración del 11 de mayo participase gente de derechas e izquierdas y que solo hubiese banderas europeas.
Lo del brazo de Elon Musk es nazismo, ¡vale ya de eufemismos!»
P. Vivimos en la era de polarización. ¿Se señala a Pedro Sánchez?
R. Desde que tomó posesión en la moción de censura, fue el presidente okupa e ilegítimo. Cuando se descalifica a tu familia es muy difícil rehacer lazos. Entre el PSOE y el PP debería haber muchos motivos para el acuerdo, pero es muy difícil porque se odian y eso da pena. Lo que más me preocupa hoy es cómo está calando el discurso ultra y misógino en los jóvenes a través de las redes sociales.
P. ¿Por qué le ha costado tanto escribir su historia?
R. Me vi abriéndome demasiado. Hubo un momento en el que, hablando de la muerte de mi padre, me vine abajo y no quería seguir, pero lo leyó mi hijo Curro y me dijo que podía ser un ejemplo para personas que se sienten frustradas.
P. ¿Qué es urgente ahora?
R. Vivir.
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