Si ven a un tipo que se parece a Pedro Ruiz, pero no lleva un bloc de notas, no lo duden: “No soy yo”. El “conductor” o “prepensador”, “porque presentador no soy” -puntualiza-, siempre va con la libreta cargada. “Escribo poemas a todas horas”, dice con una carpeta en la que lleva su último libro, escrito “en trece días”. A un ritmo de “catorce o quince” páginas al día. Está recién horneado. Todavía humeante. “Para el mundo que me bajo” (Algaida), se titula.
–¿Y qué cuenta?
–Son notas que tomé.
Y se arranca a leer el índice: “Placenta añorada”, “No hay paz”, “Te odio tanto”, “La humanidad”, “No quiero volver a la mili”, “Ofendiditos”, “Estáis todos cancelados”, “No sin mi móvil”, “El dinero ya no es tuyo, tú eres de dinero”, “¿Todos los sexos conducen al orgasmo?”, “Eternamente idiotas”, “Política”, “Con la pinza en la nariz”, “Ya nada es para toda la vida”…
“Cuando se es políticamente correcto se es vitalmente incompleto”
–La mayoría suena desolador.
–Son las cosas que nos agobian, pero abordadas desde un tono humorístico y divertido.
–Parece un libro pesimista.
–Lo es, pero de fondo, porque luego todos son coñas al respecto de eso. Somos muy tontos.
–¿Es el resumen de estos tiempos?
–Este es el panorama. Y ahora, ¿cómo salimos de aquí? [Vuelve a la carga con la ristra de episodios] “A follar, que son dos días”, “Presumen de drogarse”, “El reguetón”, “Horteras tuneados”, “El cabrón de Cupido”…
“Somos muy tontos”
–¿No se lleva bien con Cupido?
–Sí, pero es el causante de que la gente se agreda.
–Más de una guerra ha provocado.
–Elena de Troya, por ejemplo.
Pedro Ruiz disfruta escribiendo. “¿Para publicar? No, para estar entrenado”, afirma. “Hay un conserje el Hotel Intercontinental de Madrid que se llama Alfredo García, que es un tipo que ha leído más que todos los clientes juntos, y con él escribo un poema diario en el mostrador: llego, me pone un título y escribo un poema en cuatro minutos. El título de ayer fue ‘El espesor de un ángulo’…”.
“Nunca he querido nunca mandar, pero jamás me he dejado mandar”
–Presume de estar en forma de cabeza, pero también físicamente.
–A las 11 de la mañana, después de hacer un par de horas de despacho, de escribir y cosas, me tiro a la piscina exterior que tengo en casa. Así desde hace 40 años. Solo dejé de hacerlo en Filomena porque se había helado. Son dos minutos. Me subo al trampolín, me desnudo y hago mortal y medio. Es un chute de energía. Te tiras de mal humor y sales dispuesto a escribir una ópera. Te blinda. Casi nunca me constipo, no tengo enfermedades, tengo mucha suerte, no me ha pillado un autobús, tengo 77 años. Potencia el sistema inmunológico. Todavía nunca he estado en la clínica para mí. Pedro Casablanc y José Bono me lo han copiado. “’Eggg que’ me tiro y me siento Superman. No hago el mortal pero me tiro haciendo una bomba”, me dijo Bono.
Pero la excusa del encuentro no es su nueva obra literaria, sino su desembarco en Madrid con ‘Mi vida es una anécdota by confidencial’, en los Teatros del Canal (2, 3 y 4 de mayo). Una cita que se ha visto eclipsada por la muerte del Papa Francisco y el gran apagón… Resopla tras cancelarse varias de las entrevistas que tenía en agenda.
–¿Le caía bien Francisco?
–No soy creyente. Soy respetuoso. Mi madre sí lo era. Me gusta lo que dijo: se conforma con que le recuerden como “un buen tipo”. No me parece poca cosa en el mundo en que vivimos, en el que no procede otra cosa que ser escéptico. El primer dictador que te vas a encontrar es el decorado. Naces en un decorado y hasta que eres capaz de ir a la contra pasa mucho rato porque no te están esperando para que vivas tu vida, sino para que vivas la que te han preparado. Las religiones son un consuelito con unas presioncitas… Alguien se dio cuenta de que había un producto para inventar y se inventó el consolador. Eso es lo que hay. El que maneja el miedo, maneja el mundo.
“Popularidades como la de Montoya duran poco y suelen dejar cadáveres”
–Cuidado con esa palabra, que parece que no gusta a los “ofendiditos” de los que habla en su libro.
–¡Que les den!
Es Ruiz en estado puro. No se muerde la lengua ni en las entrevistas ni en ningún lado. Mucho menos en el escenario, claro. “Soy muy independiente, aunque cada día me cuesta más. Para el poder, eso de “indie” es “indiferente”. Le tienen poco aprecio. Pero es una cosa que yo elegí sin darme cuenta ya con 17 años. No tiene mérito. Nunca he querido mandar, pero jamás me he dejado mandar”.
–¿Ha pagado por esa libertad?
–Es muy cara porque el mundo se decide, como decía Benavente, más por intereses que por talentos. De hecho, el talento cuenta poco. Decidí ser libre y quiero seguir siendo respetuoso pero libre. Cuando se es políticamente correcto se es vitalmente incompleto.
“La política no me interesa absolutamente nada, ensucia la vida”
–¿Cada vez nos autolimitamos más?
–Te enfrentan con el otro. Tú puede ser A y yo puedo ser B o Z, pero podemos tomar una paella. Hay una deliberada presión para que te enfrentes y yo me niego, no quiero. Yo no quiero tener razón, quiero tener derecho a no tener razón. Convencer a otro es muy pesado. No hay que tener razón, hay que ser cordial. Existe una presión por la que hay que entender de 4.500 cosas que no te hacen feliz para nada.
–¿Y dónde empieza a contar su historia?
–No es un espectáculo este que hable de de lo interesante que es mi vida, sino decirle a la gente que a todos nos pasa lo mismo: que el rey tiene almorranas, que a aquel le traicionó a un amigo… Se trata de quitarnos importancia. Convierto el teatro en el salón de mi casa [dos butaquitas, una silla y dos guitarras], con lo cual hay mucha cercanía. Canto, cuento, parodio y explico muchos secretos. Es una memoria compartida con la gente, también de sus propias vidas y, al final, el público me puede preguntar lo que quiera. Nunca me preocupa lo que me puedan preguntar porque no tengo nada que ocultar. Tengo la fortuna de que el público y la gente que me saluda por la calle lo hace con un respeto enorme. No creo en la popularidad ni en la fama, creo en el prestigio, que tiene un recorrido mucho más largo. La popularidad es una cosa que ocurre por cualquier motivo, resulta que eres la campeona del mundo de hacer croquetas y eres popular, o por haber matado a tu tía o por operarte los pechos. La fama es otra cosa que ya tiene algún contenido y el prestigio es lo que dura. Yo vivo para eso, seguramente no lo tengo, o lo tendré, o lo he tenido o no se sabe, pero la popularidad es una cosa que primero se busca; luego, se tolera; y finalmente, se huye. Se da mucho en la televisión, por ejemplo, donde intento volver a reponer ‘La noche abierta’, cosa que se me prometió y a ver si se concreta.
“Verse desde fuera es muy interesante porque muchas veces no te gusta lo que ves”
–¿Dónde?
–Yo solo soy hombre de la televisión pública, que siempre está manejada por unos o por otros, pero creo más en las televisiones públicas que en las que en las privadas, porque la privada tiene otras exigencias comerciales. Y siempre digo lo siguiente, para hacer televisión hace falta primero que el que manda diga que “sí”; y segundo, que les valga para fingir una determinada decisión. Después, el giro de cámara convierte a la gente en popular o no. Puedes ser un Montoya del momento. Pero eso dura poco, y además, suele dejar muchos cadáveres por camino.
–¿Y por qué abrirte en este espectáculo?
–Después de mil papales… Ya abandoné el tema de la política: no me interesa absolutamente nada, creo que ensucia la vida. Esto me pareció un punto y aparte. Intentaré seguir haciendo cosas porque tengo la cabeza llena de planes. Estoy preparando una película, el libro… Solo milito en una cosa, en la concordia. No podemos seguir con esta polarización. No voy a conseguir nada con estas palabras, pero me parece una irresponsabilidad de todos. El “y tú más” no lo soporto. Es una idea que se volverá contra todos, incluidos ellos. No puede ser que el odio dure más que la vida. Morirse odiando es un disparate.
–¿Cómo es la vida en las altas esferas?
–Nada es para tanto. Los focos, en estas profesiones, más que alumbrar ciegan. Y si no tienes capacidad para entornar los ojos y mirarte por dentro, avanzas mal. Verse desde fuera es bastante interesante porque muchas veces no te gusta. Somos una contradicción en marcha. En este mundo pasamos un rato, ensuciamos y nos vamos.
“El foco mediático, más que alumbrar, ciega”
–Dice que la política no le interesa… ¿Se ha desilusionado?
–No, nunca he tenido ninguna ilusión en ella. En la Transición hice muchos temas de política porque todo era nuevo y porque los que formaron parte de ella empujaban hacia la luz; ahora empujan hacia la sombra. Los partidos, lo digo con mucho respeto, pero también con mucho derecho, solo son campos de concentración mental y son dictaduras. Entonces no me interesa nada ese asunto. Y luego están los dineros y las grandes empresas del mundo que manejan a los partidos. No me votaría a mí, ¿cómo voy a votar a otro?
–¿Es triste la desconexión de la gente con la política, que la gente no se vea realmente representado por nadie?
–La vida no nos permite, como decía Chaplin, más que ser “amateurs”. Pasamos un rato por aquí, nos creemos el centro del universo y, en mi opinión, solo somos los microbios de la moqueta. No somos nada.
Milita «en la concordia». No se casa con nadie. Ni consigo mismo: «No me votaría a mí, ¿cómo voy a votar a otro?», dice un tipo que todos los días repite el mismo ritual: «Me desnudo, hago un mortal y me tiro a la piscina helada»
Si ven a un tipo que se parece a Pedro Ruiz, pero no lleva un bloc de notas, no lo duden: “No soy yo”. El “conductor” o “prepensador”, “porque presentador no soy” -puntualiza-, siempre va con la libreta cargada. “Escribo poemas a todas horas”, dice con una carpeta en la que lleva su último libro, escrito “en trece días”. A un ritmo de “catorce o quince” páginas al día. Está recién horneado. Todavía humeante. “Para el mundo que me bajo” (Algaida), se titula.
–¿Y qué cuenta?
–Son notas que tomé.
Y se arranca a leer el índice: “Placenta añorada”, “No hay paz”, “Te odio tanto”, “La humanidad”, “No quiero volver a la mili”, “Ofendiditos”, “Estáis todos cancelados”, “No sin mi móvil”, “El dinero ya no es tuyo, tú eres de dinero”, “¿Todos los sexos conducen al orgasmo?”, “Eternamente idiotas”, “Política”, “Con la pinza en la nariz”, “Ya nada es para toda la vida”…
“Cuando se es políticamente correcto se es vitalmente incompleto”
–La mayoría suena desolador.
–Son las cosas que nos agobian, pero abordadas desde un tono humorístico y divertido.
–Parece un libro pesimista.
–Lo es, pero de fondo, porque luego todos son coñas al respecto de eso. Somos muy tontos.

–¿Es el resumen de estos tiempos?
–Este es el panorama. Y ahora, ¿cómo salimos de aquí? [Vuelve a la carga con la ristra de episodios] “A follar, que son dos días”, “Presumen de drogarse”, “El reguetón”, “Horteras tuneados”, “El cabrón de Cupido”…
“Somos muy tontos”
–¿No se lleva bien con Cupido?
–Sí, pero es el causante de que la gente se agreda.
–Más de una guerra ha provocado.
–Elena de Troya, por ejemplo.
Pedro Ruiz disfruta escribiendo. “¿Para publicar? No, para estar entrenado”, afirma. “Hay un conserje el Hotel Intercontinental de Madrid que se llama Alfredo García, que es un tipo que ha leído más que todos los clientes juntos, y con él escribo un poema diario en el mostrador: llego, me pone un título y escribo un poema en cuatro minutos. El título de ayer fue ‘El espesor de un ángulo’…”.
“Nunca he querido nunca mandar, pero jamás me he dejado mandar”
–Presume de estar en forma de cabeza, pero también físicamente.
–A las 11 de la mañana, después de hacer un par de horas de despacho, de escribir y cosas, me tiro a la piscina exterior que tengo en casa. Así desde hace 40 años. Solo dejé de hacerlo en Filomena porque se había helado. Son dos minutos. Me subo al trampolín, me desnudo y hago mortal y medio. Es un chute de energía. Te tiras de mal humor y sales dispuesto a escribir una ópera. Te blinda. Casi nunca me constipo, no tengo enfermedades, tengo mucha suerte, no me ha pillado un autobús, tengo 77 años. Potencia el sistema inmunológico. Todavía nunca he estado en la clínica para mí. Pedro Casablanc y José Bono me lo han copiado. “’Eggg que’ me tiro y me siento Superman. No hago el mortal pero me tiro haciendo una bomba”, me dijo Bono.
Pero la excusa del encuentro no es su nueva obra literaria, sino su desembarco en Madrid con ‘Mi vida es una anécdota by confidencial’, en los Teatros del Canal (2, 3 y 4 de mayo). Una cita que se ha visto eclipsada por la muerte del Papa Francisco y el gran apagón… Resopla tras cancelarse varias de las entrevistas que tenía en agenda.
–¿Le caía bien Francisco?
–No soy creyente. Soy respetuoso. Mi madre sí lo era. Me gusta lo que dijo: se conforma con que le recuerden como “un buen tipo”. No me parece poca cosa en el mundo en que vivimos, en el que no procede otra cosa que ser escéptico. El primer dictador que te vas a encontrar es el decorado. Naces en un decorado y hasta que eres capaz de ir a la contra pasa mucho rato porque no te están esperando para que vivas tu vida, sino para que vivas la que te han preparado. Las religiones son un consuelito con unas presioncitas… Alguien se dio cuenta de que había un producto para inventar y se inventó el consolador. Eso es lo que hay. El que maneja el miedo, maneja el mundo.
“Popularidades como la de Montoya duran poco y suelen dejar cadáveres”
–Cuidado con esa palabra, que parece que no gusta a los “ofendiditos” de los que habla en su libro.
–¡Que les den!
Es Ruiz en estado puro. No se muerde la lengua ni en las entrevistas ni en ningún lado. Mucho menos en el escenario, claro. “Soy muy independiente, aunque cada día me cuesta más. Para el poder, eso de “indie” es “indiferente”. Le tienen poco aprecio. Pero es una cosa que yo elegí sin darme cuenta ya con 17 años. No tiene mérito. Nunca he querido mandar, pero jamás me he dejado mandar”.
–¿Ha pagado por esa libertad?
–Es muy cara porque el mundo se decide, como decía Benavente, más por intereses que por talentos. De hecho, el talento cuenta poco. Decidí ser libre y quiero seguir siendo respetuoso pero libre. Cuando se es políticamente correcto se es vitalmente incompleto.
“La política no me interesa absolutamente nada, ensucia la vida”
–¿Cada vez nos autolimitamos más?
–Te enfrentan con el otro. Tú puede ser A y yo puedo ser B o Z, pero podemos tomar una paella. Hay una deliberada presión para que te enfrentes y yo me niego, no quiero. Yo no quiero tener razón, quiero tener derecho a no tener razón. Convencer a otro es muy pesado. No hay que tener razón, hay que ser cordial. Existe una presión por la que hay que entender de 4.500 cosas que no te hacen feliz para nada.

–¿Y dónde empieza a contar su historia?
–No es un espectáculo este que hable de de lo interesante que es mi vida, sino decirle a la gente que a todos nos pasa lo mismo: que el rey tiene almorranas, que a aquel le traicionó a un amigo… Se trata de quitarnos importancia. Convierto el teatro en el salón de mi casa [dos butaquitas, una silla y dos guitarras], con lo cual hay mucha cercanía. Canto, cuento, parodio y explico muchos secretos. Es una memoria compartida con la gente, también de sus propias vidas y, al final, el público me puede preguntar lo que quiera. Nunca me preocupa lo que me puedan preguntar porque no tengo nada que ocultar. Tengo la fortuna de que el público y la gente que me saluda por la calle lo hace con un respeto enorme. No creo en la popularidad ni en la fama, creo en el prestigio, que tiene un recorrido mucho más largo. La popularidad es una cosa que ocurre por cualquier motivo, resulta que eres la campeona del mundo de hacer croquetas y eres popular, o por haber matado a tu tía o por operarte los pechos. La fama es otra cosa que ya tiene algún contenido y el prestigio es lo que dura. Yo vivo para eso, seguramente no lo tengo, o lo tendré, o lo he tenido o no se sabe, pero la popularidad es una cosa que primero se busca; luego, se tolera; y finalmente, se huye. Se da mucho en la televisión, por ejemplo, donde intento volver a reponer ‘La noche abierta’, cosa que se me prometió y a ver si se concreta.
“Verse desde fuera es muy interesante porque muchas veces no te gusta lo que ves”
–¿Dónde?
–Yo solo soy hombre de la televisión pública, que siempre está manejada por unos o por otros, pero creo más en las televisiones públicas que en las que en las privadas, porque la privada tiene otras exigencias comerciales. Y siempre digo lo siguiente, para hacer televisión hace falta primero que el que manda diga que “sí”; y segundo, que les valga para fingir una determinada decisión. Después, el giro de cámara convierte a la gente en popular o no. Puedes ser un Montoya del momento. Pero eso dura poco, y además, suele dejar muchos cadáveres por camino.
–¿Y por qué abrirte en este espectáculo?
–Después de mil papales… Ya abandoné el tema de la política: no me interesa absolutamente nada, creo que ensucia la vida. Esto me pareció un punto y aparte. Intentaré seguir haciendo cosas porque tengo la cabeza llena de planes. Estoy preparando una película, el libro… Solo milito en una cosa, en la concordia. No podemos seguir con esta polarización. No voy a conseguir nada con estas palabras, pero me parece una irresponsabilidad de todos. El “y tú más” no lo soporto. Es una idea que se volverá contra todos, incluidos ellos. No puede ser que el odio dure más que la vida. Morirse odiando es un disparate.
–¿Cómo es la vida en las altas esferas?
–Nada es para tanto. Los focos, en estas profesiones, más que alumbrar ciegan. Y si no tienes capacidad para entornar los ojos y mirarte por dentro, avanzas mal. Verse desde fuera es bastante interesante porque muchas veces no te gusta. Somos una contradicción en marcha. En este mundo pasamos un rato, ensuciamos y nos vamos.
“El foco mediático, más que alumbrar, ciega”
–Dice que la política no le interesa… ¿Se ha desilusionado?
–No, nunca he tenido ninguna ilusión en ella. En la Transición hice muchos temas de política porque todo era nuevo y porque los que formaron parte de ella empujaban hacia la luz; ahora empujan hacia la sombra. Los partidos, lo digo con mucho respeto, pero también con mucho derecho, solo son campos de concentración mental y son dictaduras. Entonces no me interesa nada ese asunto. Y luego están los dineros y las grandes empresas del mundo que manejan a los partidos. No me votaría a mí, ¿cómo voy a votar a otro?
–¿Es triste la desconexión de la gente con la política, que la gente no se vea realmente representado por nadie?
–La vida no nos permite, como decía Chaplin, más que ser “amateurs”. Pasamos un rato por aquí, nos creemos el centro del universo y, en mi opinión, solo somos los microbios de la moqueta. No somos nada.
Teatro