No ha habido orden, pero sí perpetuo concierto. Ha sido un camino vital, unas partituras compañeras de viaje desde que comenzara a adentrarse en ellas en la adolescencia. Fueron talismán, reto y compañía desde el comienzo de su carrera. Hoy, la prueba de que Javier Perianes (Nerva, Huelva, 46 años), en plena madurez y dominio de su instrumento, es, actualmente, el rey español del piano.
Nos referimos a los cinco conciertos de Beethoven que el músico andaluz interpretará y dirigirá este sábado en una sesión maratoniana de tres horas. El lugar elegido: el Auditorio Nacional de Madrid. El motivo: el Día Internacional de la Música, que se celebra cada año el 21 de junio. La compañía: la Orquesta de la Comunidad Valenciana. “Más que dirigir, mi tarea es concertar junto a los músicos”, matiza. “Ponernos todos de acuerdo como si diéramos una sesión de cámara a gran escala”.
Para ello, Perianes deja claro su dominio sobre las piezas. Un conjunto de obras a través del cual puede echar un vistazo retrospectivo y enriquecedor a lo que ha sido su portentosa carrera hasta la fecha bajo la tutela de sus tres principales maestros: Julia Hierro, Ana Guijarro y Josep Colom. El primer concierto de Beethoven que estudió fue el número 3 en do menor (opus 37). Lo interpretó junto al director Juan de Udaeta y la Orquesta Joven de Andalucía. “Con el tiempo me he ido encontrando en todo el mundo a muchos de aquellos músicos que entonces, como yo, empezaban”. Reinaba entonces un aroma de cantera y un aire de entusiasmo. Los primeros pasos en conjunto de una generación que ha aportado un considerable número de músicos españoles de primera calidad en todos los frentes al mundo: desde intérpretes solistas y directores hasta destacados atriles en cuerpos de grandes orquestas.
Al tercero siguió en su repertorio el número cuatro (opus 58) para el Concurso de Jaén en 2001. “Para mí, el más original, único y misterioso de cuantos escribió”, confiesa Perianes. Lo llevaba estudiado a medias porque ni se imaginó que llegaría a la final, como ahora recuerda. A cada paso superado llamaba a sus padres en Nerva —un empleado de minas de Riotinto y un ama de casa— para decirles que necesitaría más dinero con vistas a pagarse la pensión donde se hospedaba: “Lo siento, pero voy a tener que quedarme unas noches más”.
El concurso de Jaén tenía su solera. Fue creado en 1953 y sus habitantes lo tomaban como una actividad colaborativa en toda la ciudad. Algunos prestaban casas para ensayar. “Yo lo rematé en un garaje durante día y medio hasta que quedé exhausto”, recuerda. Aun así, logró transmitir una visión propia desde el comienzo de este concierto revolucionario en la ruptura de la forma. Beethoven propuso con esta pieza una nueva vía de conversación musical con la orquesta. Es el primero que arranca con el piano solo en un inicio que, como decía Artur Schnabel, intérprete legendario, debe ser tan suave que parezca inmaterial y desembocar después, al final, bailando al borde del caos.
Años después, Perianes se adentró en el quinto (opus 73), conocido también como Emperador. El compositor comenzó a escribirlo en Viena hacia 1809, aterrado bajo el asedio de los cañones de Napoleón. Una obra que deja espacio al pianista para exhibir su capacidad de expresión más personal. Cada generación debe hallar su propio camino hacia el compositor. Una marca fiel y contemporánea para quien se mostró toda su vida, como dice el crítico británico Norman Lebrecht en ¿Por qué Beethoven? (Alianza Música), resistente al destino y asombrosamente independiente respecto al Estado o la Iglesia.
El músico alemán se mostró alérgico a cualquier forma de sumisión a la autoridad y soberano en cuanto al espacio de la creación artística en su terreno. Lo sabía entonces perfectamente quien le tentó en 2006 para compartir escenario con él y dirigirlo: Daniel Barenboim. Perianes recuerda el día en que le propuso que lo hicieran juntos. Había ido con Lydia Paniagua, también músico, hoy su esposa y entonces novia, a recibir del maestro unas clases sobre los Impromptus de Schubert. Después de sus lecciones, le dijo: “Quiero que el 19 de julio hagas conmigo el Emperador”. Tanto él como Lydia tenían aquella fecha marcada en rojo en su agenda. Se iban a casar. Barenboim los miró y les dijo: “Ya no…”. No hubo problema para reubicar la boda.
Finalmente se adentró en los conciertos más tempranos, el número uno y dos, con sus aires todavía clásicos, pero con la joven impronta personal de ese romanticismo incipiente que define al genio nacido en Bonn en 1770. Al segundo, Beethoven no lo consideraba de mucho valor material. Lo concibió de manera muy simple: sin clarinetes, trompas ni timbales. Según Lebrecht, se lo vendió a su editor por tan solo 10 ducados de la época en que lo compuso, 1795: una ganga. Pero muestra su faceta más lúdica. El primero lo escribió a toda velocidad y, aunque consta como anterior en cuanto a su lugar en el repertorio, lo compuso después del segundo. Ambos son piezas muy influidas por Mozart y por Haydn. Aunque Beethoven sostuviera, muy injustamente, que de este último no había aprendido nada, Perianes ve en ellos su olor, su esencia y su sentido del humor.
En el número uno se adentró el andaluz para una experiencia con la Orquesta de Cámara de París. Fue la primera vez que probaba una sesión concertante con él al frente de una formación desde el piano. Completó la lista junto a una invitación del director venezolano Manuel Hernández Silva para hacer el ciclo completo hace 20 años. Dos décadas lleva por tanto de convivencia asidua junto a Beethoven, tratando de desentrañar los enigmas de quien tocó el cielo y el infierno en vida, pero jamás vio el mar; de quien ahuyentaba a la gente, pero logró como pocos plasmar todos los abismos y excelencias de la condición humana.
Perianes sabe guiarnos hacia cada esquina de su profundidad y gozarlo en grandes ocasiones, como la de este sábado en Madrid, pero también intercambiándolo con su sed de nuevos proyectos en torno a otros muchos compositores para su repertorio creciente. Como el que acomete ahora con las obras de Domenico Scarlatti. Primero para un documental en el que ha abordado la relación del compositor barroco con la suite Iberia, de Isaac Albéniz. También su paso y la inmersión a fondo del italiano en Andalucía, donde pasó cinco años.
Tras ese trabajo, va a grabar varias de sus sonatas en su sello habitual, Harmonia Mundi, y hará una gira por Australia, Nueva Zelanda y Estados Unidos con conciertos y recitales. Todo tras esta exhibición en el Auditorio Nacional, el escenario donde el andaluz ha cuajado tantos triunfos y que será difícil de olvidar.
El pianista onubense protagonizará en el Auditorio Nacional de Madrid un maratoniano y personal homenaje al genio alemán
No ha habido orden, pero sí perpetuo concierto. Ha sido un camino vital, unas partituras compañeras de viaje desde que comenzara a adentrarse en ellas en la adolescencia. Fueron talismán, reto y compañía desde el comienzo de su carrera. Hoy, la prueba de que Javier Perianes (Nerva, Huelva, 46 años), en plena madurez y dominio de su instrumento, es, actualmente, el rey español del piano.
Nos referimos a los cinco conciertos de Beethoven que el músico andaluz interpretará y dirigirá este sábado en una sesión maratoniana de tres horas. El lugar elegido: el Auditorio Nacional de Madrid. El motivo: el Día Internacional de la Música, que se celebra cada año el 21 de junio. La compañía: la Orquesta de la Comunidad Valenciana. “Más que dirigir, mi tarea es concertar junto a los músicos”, matiza. “Ponernos todos de acuerdo como si diéramos una sesión de cámara a gran escala”.
Para ello, Perianes deja claro su dominio sobre las piezas. Un conjunto de obras a través del cual puede echar un vistazo retrospectivo y enriquecedor a lo que ha sido su portentosa carrera hasta la fecha bajo la tutela de sus tres principales maestros: Julia Hierro, Ana Guijarro y Josep Colom. El primer concierto de Beethoven que estudió fue el número 3 en do menor (opus 37). Lo interpretó junto al director Juan de Udaeta y la Orquesta Joven de Andalucía. “Con el tiempo me he ido encontrando en todo el mundo a muchos de aquellos músicos que entonces, como yo, empezaban”. Reinaba entonces un aroma de cantera y un aire de entusiasmo. Los primeros pasos en conjunto de una generación que ha aportado un considerable número de músicos españoles de primera calidad en todos los frentes al mundo: desde intérpretes solistas y directores hasta destacados atriles en cuerpos de grandes orquestas.

Al tercero siguió en su repertorio el número cuatro (opus 58) para el Concurso de Jaén en 2001. “Para mí, el más original, único y misterioso de cuantos escribió”, confiesa Perianes. Lo llevaba estudiado a medias porque ni se imaginó que llegaría a la final, como ahora recuerda. A cada paso superado llamaba a sus padres en Nerva —un empleado de minas de Riotinto y un ama de casa— para decirles que necesitaría más dinero con vistas a pagarse la pensión donde se hospedaba: “Lo siento, pero voy a tener que quedarme unas noches más”.
El concurso de Jaén tenía su solera. Fue creado en 1953 y sus habitantes lo tomaban como una actividad colaborativa en toda la ciudad. Algunos prestaban casas para ensayar. “Yo lo rematé en un garaje durante día y medio hasta que quedé exhausto”, recuerda. Aun así, logró transmitir una visión propia desde el comienzo de este concierto revolucionario en la ruptura de la forma. Beethoven propuso con esta pieza una nueva vía de conversación musical con la orquesta. Es el primero que arranca con el piano solo en un inicio que, como decía Artur Schnabel, intérprete legendario, debe ser tan suave que parezca inmaterial y desembocar después, al final, bailando al borde del caos.
Años después, Perianes se adentró en el quinto (opus 73), conocido también como Emperador. El compositor comenzó a escribirlo en Viena hacia 1809, aterrado bajo el asedio de los cañones de Napoleón. Una obra que deja espacio al pianista para exhibir su capacidad de expresión más personal. Cada generación debe hallar su propio camino hacia el compositor. Una marca fiel y contemporánea para quien se mostró toda su vida, como dice el crítico británico Norman Lebrecht en ¿Por qué Beethoven?(Alianza Música), resistente al destino y asombrosamente independiente respecto al Estado o la Iglesia.
El músico alemán se mostró alérgico a cualquier forma de sumisión a la autoridad y soberano en cuanto al espacio de la creación artística en su terreno. Lo sabía entonces perfectamente quien le tentó en 2006 para compartir escenario con él y dirigirlo: Daniel Barenboim. Perianes recuerda el día en que le propuso que lo hicieran juntos. Había ido con Lydia Paniagua, también músico, hoy su esposa y entonces novia, a recibir del maestro unas clases sobre los Impromptus de Schubert. Después de sus lecciones, le dijo: “Quiero que el 19 de julio hagas conmigo el Emperador”. Tanto él como Lydia tenían aquella fecha marcada en rojo en su agenda. Se iban a casar. Barenboim los miró y les dijo: “Ya no…”. No hubo problema para reubicar la boda.

Finalmente se adentró en los conciertos más tempranos, el número uno y dos, con sus aires todavía clásicos, pero con la joven impronta personal de ese romanticismo incipiente que define al genio nacido en Bonn en 1770. Al segundo, Beethoven no lo consideraba de mucho valor material. Lo concibió de manera muy simple: sin clarinetes, trompas ni timbales. Según Lebrecht, se lo vendió a su editor por tan solo 10 ducados de la época en que lo compuso, 1795: una ganga. Pero muestra su faceta más lúdica. El primero lo escribió a toda velocidad y, aunque consta como anterior en cuanto a su lugar en el repertorio, lo compuso después del segundo. Ambos son piezas muy influidas por Mozart y por Haydn. Aunque Beethoven sostuviera, muy injustamente, que de este último no había aprendido nada, Perianes ve en ellos su olor, su esencia y su sentido del humor.
En el número uno se adentró el andaluz para una experiencia con la Orquesta de Cámara de París. Fue la primera vez que probaba una sesión concertante con él al frente de una formación desde el piano. Completó la lista junto a una invitación del director venezolano Manuel Hernández Silva para hacer el ciclo completo hace 20 años. Dos décadas lleva por tanto de convivencia asidua junto a Beethoven, tratando de desentrañar los enigmas de quien tocó el cielo y el infierno en vida, pero jamás vio el mar; de quien ahuyentaba a la gente, pero logró como pocos plasmar todos los abismos y excelencias de la condición humana.
Perianes sabe guiarnos hacia cada esquina de su profundidad y gozarlo en grandes ocasiones, como la de este sábado en Madrid, pero también intercambiándolo con su sed de nuevos proyectos en torno a otros muchos compositores para su repertorio creciente. Como el que acomete ahora con las obras de Domenico Scarlatti. Primero para un documental en el que ha abordado la relación del compositor barroco con la suite Iberia, de Isaac Albéniz. También su paso y la inmersión a fondo del italiano en Andalucía, donde pasó cinco años.
Tras ese trabajo, va a grabar varias de sus sonatas en su sello habitual, Harmonia Mundi, y hará una gira por Australia, Nueva Zelanda y Estados Unidos con conciertos y recitales. Todo tras esta exhibición en el Auditorio Nacional, el escenario donde el andaluz ha cuajado tantos triunfos y que será difícil de olvidar.
EL PAÍS