La tuberculosis provocó una elevada mortalidad en España hasta mediados del siglo pasado. Los hospitales para curar la enfermedad proliferaron por toda la geografía española hasta la década de los 50. Muchos de esos establecimientos cerraron o fueron reconvertidos al generalizarse la vacuna que acabó con la propagación del bacilo de Koch. Es el caso del sanatorio militar General Varela, inaugurado en Quintana del Puente (Palencia) en 1944 y cerrado en 1955 cuando cayó exponencialmente el número de afectados.El complejo, hoy en ruinas, fue diseñado por el arquitecto Antonio Font de Bedoya, que ideó una serie de edificios orientados de este a oeste para captar la luz del sol y eligió un lugar elevado y seco, a casi 800 metros de altura. El edificio principal tenía espacios abiertos para que los enfermos pudieran respirar el aire de la meseta castellana. Font de Bedoya se inspiró en los sanatorios alpinos como el que aparece en ‘La montaña mágica’ de Thomas Mann.El proyecto fue una iniciativa del Ejército, que decidió encargar a Font los primeros planos, que luego fueron modificados por escasez de material. La construcción comenzó en 1940 y la inauguración se llevó a cabo en 1944. Para ello, se expropiaron terrenos agrarios con la fuerte oposición de sus propietarios, que recibieron 13.000 pesetas de indemnización, una cifra muy baja.El Gobierno decidió bautizar el centro con el nombre del general Varela, militar africanista y estrecho colaborador de Franco, nombrado ministro del Ejército después de acabar la Guerra Civil.La obra fue acometida por varios cientos de presos republicanos, que vivían en barracones en unas condiciones deplorables. Pronto estalló una epidemia de tifus y las autoridades decidieron quemar la ropa, los enseres y los habitáculos de los trabajadores forzosos. Decenas de presos murieron infectados y fueron enterrados en los cementerios de los pueblos colindantes.Finalmente, el tifus fue controlado y se reanudó la construcción. Algunos presos se quedaron a vivir en la zona y otros incluso se casaron con mujeres de Quintana y otros pueblos. Las relaciones entre los presos y los habitantes de la comarca mejoraron gracias a la creación de un equipo de fútbol y una banda de música que amenizaba las fiestas.El hospital tenía 350 camas a finales de los años 40 y albergaba a 60 trabajadores y sus familias. Disponía de calefacción, agua caliente y comodidades que contrastaban con la pobreza de los habitantes de Quintana, casi todos agricultores. En 1955, las autoridades decidieron cerrarlo y reconvertirlo en un internado para hijos de militares de entre seis y 14 años. Eran atendidos por las hermanas mercedarias de la Caridad, que impusieron un estilo de vida espartano.Se instaló una escuela y una sala de cine y se adecuó el edificio principal a las nuevas necesidades. Funcionó hasta 1988, la fecha en la que se abandonó el complejo.Han transcurrido 37 años y el tiempo ha hecho estragos. El lugar, apodado ‘La Colonia’, parece habitado por fantasmas y no falta quien ha escuchado voces misteriosas en la noche. Las habitaciones no tienen ventanas, los pasillos están llenos de escombros y parte del material, como las vigas metálicas, ha sido robado. Ello contribuye a generar una sensación de estremecimiento a quienes se acercan a visitar el antiguo sanatorio. Quedan todavía en la Península decenas de hospitales antituberculosos que, como el de Quintana, son espacios abandonados donde habita el olvido. El sanatorio de La Barranca , en la sierra de Guadarrama, permaneció décadas deshabitado hasta que fue recientemente demolido. La enfermedad ha desaparecido y nadie recuerda ya aquellos centros donde la muerte asolaba a sus inquilinos. La tuberculosis provocó una elevada mortalidad en España hasta mediados del siglo pasado. Los hospitales para curar la enfermedad proliferaron por toda la geografía española hasta la década de los 50. Muchos de esos establecimientos cerraron o fueron reconvertidos al generalizarse la vacuna que acabó con la propagación del bacilo de Koch. Es el caso del sanatorio militar General Varela, inaugurado en Quintana del Puente (Palencia) en 1944 y cerrado en 1955 cuando cayó exponencialmente el número de afectados.El complejo, hoy en ruinas, fue diseñado por el arquitecto Antonio Font de Bedoya, que ideó una serie de edificios orientados de este a oeste para captar la luz del sol y eligió un lugar elevado y seco, a casi 800 metros de altura. El edificio principal tenía espacios abiertos para que los enfermos pudieran respirar el aire de la meseta castellana. Font de Bedoya se inspiró en los sanatorios alpinos como el que aparece en ‘La montaña mágica’ de Thomas Mann.El proyecto fue una iniciativa del Ejército, que decidió encargar a Font los primeros planos, que luego fueron modificados por escasez de material. La construcción comenzó en 1940 y la inauguración se llevó a cabo en 1944. Para ello, se expropiaron terrenos agrarios con la fuerte oposición de sus propietarios, que recibieron 13.000 pesetas de indemnización, una cifra muy baja.El Gobierno decidió bautizar el centro con el nombre del general Varela, militar africanista y estrecho colaborador de Franco, nombrado ministro del Ejército después de acabar la Guerra Civil.La obra fue acometida por varios cientos de presos republicanos, que vivían en barracones en unas condiciones deplorables. Pronto estalló una epidemia de tifus y las autoridades decidieron quemar la ropa, los enseres y los habitáculos de los trabajadores forzosos. Decenas de presos murieron infectados y fueron enterrados en los cementerios de los pueblos colindantes.Finalmente, el tifus fue controlado y se reanudó la construcción. Algunos presos se quedaron a vivir en la zona y otros incluso se casaron con mujeres de Quintana y otros pueblos. Las relaciones entre los presos y los habitantes de la comarca mejoraron gracias a la creación de un equipo de fútbol y una banda de música que amenizaba las fiestas.El hospital tenía 350 camas a finales de los años 40 y albergaba a 60 trabajadores y sus familias. Disponía de calefacción, agua caliente y comodidades que contrastaban con la pobreza de los habitantes de Quintana, casi todos agricultores. En 1955, las autoridades decidieron cerrarlo y reconvertirlo en un internado para hijos de militares de entre seis y 14 años. Eran atendidos por las hermanas mercedarias de la Caridad, que impusieron un estilo de vida espartano.Se instaló una escuela y una sala de cine y se adecuó el edificio principal a las nuevas necesidades. Funcionó hasta 1988, la fecha en la que se abandonó el complejo.Han transcurrido 37 años y el tiempo ha hecho estragos. El lugar, apodado ‘La Colonia’, parece habitado por fantasmas y no falta quien ha escuchado voces misteriosas en la noche. Las habitaciones no tienen ventanas, los pasillos están llenos de escombros y parte del material, como las vigas metálicas, ha sido robado. Ello contribuye a generar una sensación de estremecimiento a quienes se acercan a visitar el antiguo sanatorio. Quedan todavía en la Península decenas de hospitales antituberculosos que, como el de Quintana, son espacios abandonados donde habita el olvido. El sanatorio de La Barranca , en la sierra de Guadarrama, permaneció décadas deshabitado hasta que fue recientemente demolido. La enfermedad ha desaparecido y nadie recuerda ya aquellos centros donde la muerte asolaba a sus inquilinos.
DONDE HABITA EL OLVIDO
Presos republicanos construyeron un hospital antituberculoso en la llanura palentina en 1940. Funcionó hasta 1988, y el tiempo ha hecho estragos
La tuberculosis provocó una elevada mortalidad en España hasta mediados del siglo pasado. Los hospitales para curar la enfermedad proliferaron por toda la geografía española hasta la década de los 50. Muchos de esos establecimientos cerraron o fueron reconvertidos al generalizarse la vacuna que … acabó con la propagación del bacilo de Koch. Es el caso del sanatorio militar General Varela, inaugurado en Quintana del Puente (Palencia) en 1944 y cerrado en 1955 cuando cayó exponencialmente el número de afectados.
El complejo, hoy en ruinas, fue diseñado por el arquitecto Antonio Font de Bedoya, que ideó una serie de edificios orientados de este a oeste para captar la luz del sol y eligió un lugar elevado y seco, a casi 800 metros de altura. El edificio principal tenía espacios abiertos para que los enfermos pudieran respirar el aire de la meseta castellana. Font de Bedoya se inspiró en los sanatorios alpinos como el que aparece en ‘La montaña mágica’ de Thomas Mann.
El proyecto fue una iniciativa del Ejército, que decidió encargar a Font los primeros planos, que luego fueron modificados por escasez de material. La construcción comenzó en 1940 y la inauguración se llevó a cabo en 1944. Para ello, se expropiaron terrenos agrarios con la fuerte oposición de sus propietarios, que recibieron 13.000 pesetas de indemnización, una cifra muy baja.
El Gobierno decidió bautizar el centro con el nombre del general Varela, militar africanista y estrecho colaborador de Franco, nombrado ministro del Ejército después de acabar la Guerra Civil.
La obra fue acometida por varios cientos de presos republicanos, que vivían en barracones en unas condiciones deplorables. Pronto estalló una epidemia de tifus y las autoridades decidieron quemar la ropa, los enseres y los habitáculos de los trabajadores forzosos. Decenas de presos murieron infectados y fueron enterrados en los cementerios de los pueblos colindantes.
Finalmente, el tifus fue controlado y se reanudó la construcción. Algunos presos se quedaron a vivir en la zona y otros incluso se casaron con mujeres de Quintana y otros pueblos. Las relaciones entre los presos y los habitantes de la comarca mejoraron gracias a la creación de un equipo de fútbol y una banda de música que amenizaba las fiestas.
El hospital tenía 350 camas a finales de los años 40 y albergaba a 60 trabajadores y sus familias. Disponía de calefacción, agua caliente y comodidades que contrastaban con la pobreza de los habitantes de Quintana, casi todos agricultores. En 1955, las autoridades decidieron cerrarlo y reconvertirlo en un internado para hijos de militares de entre seis y 14 años. Eran atendidos por las hermanas mercedarias de la Caridad, que impusieron un estilo de vida espartano.Se instaló una escuela y una sala de cine y se adecuó el edificio principal a las nuevas necesidades. Funcionó hasta 1988, la fecha en la que se abandonó el complejo.
Han transcurrido 37 años y el tiempo ha hecho estragos. El lugar, apodado ‘La Colonia’, parece habitado por fantasmas y no falta quien ha escuchado voces misteriosas en la noche. Las habitaciones no tienen ventanas, los pasillos están llenos de escombros y parte del material, como las vigas metálicas, ha sido robado. Ello contribuye a generar una sensación de estremecimiento a quienes se acercan a visitar el antiguo sanatorio.
Quedan todavía en la Península decenas de hospitales antituberculosos que, como el de Quintana, son espacios abandonados donde habita el olvido. El sanatorio de La Barranca, en la sierra de Guadarrama, permaneció décadas deshabitado hasta que fue recientemente demolido. La enfermedad ha desaparecido y nadie recuerda ya aquellos centros donde la muerte asolaba a sus inquilinos.
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