El ministro de Memoria Democrática, Ángel Víctor Torres, no olvida que el PP tiene que disculparse por adjuntarle en un caso de corrupción que, sostiene, no es cierto. En un rango similar de misericordia, el Churumbel Gitano dejó caer que el paso de Skippy por el trullo fue por algo tan tremendo que el propio ‘influencer’ de los barrios bajos le pediría perdón si le hubieran informado mal (previa zurra a su fuente, avisa). ¿Y ‘El País’ con Pablo Motos por lo de Sofía Vergara? Por las tollinas de sus columnistas por aquella entrevista que tanto ruido provocó y que estaba… pactada. La actriz salió a defender al pelirrojo y zanjó la polémica, hecho del que el luego el diario global no informó. No es tan grave y Motos es ultraderecha fascista y hay que pararle, dirán algunos. ¡Y Jordi Wild ya ni te cuento! Y esto lo digo sin filia alguna por ‘El Hormiguero’, un programa huero con el que conecto menos que con una silla eléctrica. O María Luisa Gutiérrez, la productora de ‘La infiltrada’, que contaba tras ganar el Goya en el propio ‘El País’: «Mis compañeros me encontraban llorando por las burradas que escuchaba calificándome de fascista». ¿No podemos odiar con más rigor? ¿No es un tic totalitario y un poco vaguete colocar el pin del fascio tan a la ligera? Santiago Gerchunoff acaba de sacar el ensayín ‘Un detalle siniestro en el uso de la palabra fascismo’, sobre el abuso del pin. Y de lo genial que nos sentimos tildando a todo Yahvé de ello. Es un libro innecesario (como todos) pero pertinente y divertido por ello, retuerce y es discutible y por eso enriquece, pues no descartemos que se deba llamar fascista a quien lo merezca (no se dice lo contrario), máxime en estos tiempos tan ‘polarizaos’. E igual los nuevos fascistas no son tan obvios como los pretéritos que a su vez les pillarían por sorpresa a sus coetáneos en un bucle de camuflaje fascista perfecto. Pero… ¿habrá tantos fascistas? Beevor escribe en este número de ABC Cultural: «Los grupos comunistas ondeaban banderas rojas en el andén para recibir a los soldados italianos que volvían a casa. Pero para su consternación, los soldados habían pintarrajeado ‘abbasso comunismo’ en sus vagones por los malos tratos recibidos en la Unión Soviética. Hubo enfrentamientos directos. Y la prensa comunista rápidamente calificó de ‘fascista’ a todo el que criticara las condiciones en los campos soviéticos o a quien no considerara a la Unión Soviética como el paraíso de los trabajadores». Y un poco antes, Granés: «El orden mundial de la posguerra se empieza a tambalear, las nuevas derechas avanzan cerrando fronteras, pero sus ataques no van contra la izquierda. Van contra todo orden abierto y cosmopolita, próspero y pacífico -si se quiere, banal y leve- que sostiene la democracia liberal». El ministro de Memoria Democrática, Ángel Víctor Torres, no olvida que el PP tiene que disculparse por adjuntarle en un caso de corrupción que, sostiene, no es cierto. En un rango similar de misericordia, el Churumbel Gitano dejó caer que el paso de Skippy por el trullo fue por algo tan tremendo que el propio ‘influencer’ de los barrios bajos le pediría perdón si le hubieran informado mal (previa zurra a su fuente, avisa). ¿Y ‘El País’ con Pablo Motos por lo de Sofía Vergara? Por las tollinas de sus columnistas por aquella entrevista que tanto ruido provocó y que estaba… pactada. La actriz salió a defender al pelirrojo y zanjó la polémica, hecho del que el luego el diario global no informó. No es tan grave y Motos es ultraderecha fascista y hay que pararle, dirán algunos. ¡Y Jordi Wild ya ni te cuento! Y esto lo digo sin filia alguna por ‘El Hormiguero’, un programa huero con el que conecto menos que con una silla eléctrica. O María Luisa Gutiérrez, la productora de ‘La infiltrada’, que contaba tras ganar el Goya en el propio ‘El País’: «Mis compañeros me encontraban llorando por las burradas que escuchaba calificándome de fascista». ¿No podemos odiar con más rigor? ¿No es un tic totalitario y un poco vaguete colocar el pin del fascio tan a la ligera? Santiago Gerchunoff acaba de sacar el ensayín ‘Un detalle siniestro en el uso de la palabra fascismo’, sobre el abuso del pin. Y de lo genial que nos sentimos tildando a todo Yahvé de ello. Es un libro innecesario (como todos) pero pertinente y divertido por ello, retuerce y es discutible y por eso enriquece, pues no descartemos que se deba llamar fascista a quien lo merezca (no se dice lo contrario), máxime en estos tiempos tan ‘polarizaos’. E igual los nuevos fascistas no son tan obvios como los pretéritos que a su vez les pillarían por sorpresa a sus coetáneos en un bucle de camuflaje fascista perfecto. Pero… ¿habrá tantos fascistas? Beevor escribe en este número de ABC Cultural: «Los grupos comunistas ondeaban banderas rojas en el andén para recibir a los soldados italianos que volvían a casa. Pero para su consternación, los soldados habían pintarrajeado ‘abbasso comunismo’ en sus vagones por los malos tratos recibidos en la Unión Soviética. Hubo enfrentamientos directos. Y la prensa comunista rápidamente calificó de ‘fascista’ a todo el que criticara las condiciones en los campos soviéticos o a quien no considerara a la Unión Soviética como el paraíso de los trabajadores». Y un poco antes, Granés: «El orden mundial de la posguerra se empieza a tambalear, las nuevas derechas avanzan cerrando fronteras, pero sus ataques no van contra la izquierda. Van contra todo orden abierto y cosmopolita, próspero y pacífico -si se quiere, banal y leve- que sostiene la democracia liberal».
Anticasitodo
El ministro de Memoria Democrática, Ángel Víctor Torres, no olvida que el PP tiene que disculparse por adjuntarle en un caso de corrupción que, sostiene, no es cierto. En un rango similar de misericordia, el Churumbel Gitano dejó caer que el paso de Skippy por … el trullo fue por algo tan tremendo que el propio ‘influencer’ de los barrios bajos le pediría perdón si le hubieran informado mal (previa zurra a su fuente, avisa). ¿Y ‘El País’ con Pablo Motos por lo de Sofía Vergara? Por las tollinas de sus columnistas por aquella entrevista que tanto ruido provocó y que estaba… pactada. La actriz salió a defender al pelirrojo y zanjó la polémica, hecho del que el luego el diario global no informó. No es tan grave y Motos es ultraderecha fascista y hay que pararle, dirán algunos. ¡Y Jordi Wild ya ni te cuento! Y esto lo digo sin filia alguna por ‘El Hormiguero’, un programa huero con el que conecto menos que con una silla eléctrica. O María Luisa Gutiérrez, la productora de ‘La infiltrada’, que contaba tras ganar el Goya en el propio ‘El País’: «Mis compañeros me encontraban llorando por las burradas que escuchaba calificándome de fascista». ¿No podemos odiar con más rigor? ¿No es un tic totalitario y un poco vaguete colocar el pin del fascio tan a la ligera?
Santiago Gerchunoff acaba de sacar el ensayín ‘Un detalle siniestro en el uso de la palabra fascismo’, sobre el abuso del pin. Y de lo genial que nos sentimos tildando a todo Yahvé de ello. Es un libro innecesario (como todos) pero pertinente y divertido por ello, retuerce y es discutible y por eso enriquece, pues no descartemos que se deba llamar fascista a quien lo merezca (no se dice lo contrario), máxime en estos tiempos tan ‘polarizaos’. E igual los nuevos fascistas no son tan obvios como los pretéritos que a su vez les pillarían por sorpresa a sus coetáneos en un bucle de camuflaje fascista perfecto. Pero… ¿habrá tantos fascistas?
Beevor escribe en este número de ABC Cultural: «Los grupos comunistas ondeaban banderas rojas en el andén para recibir a los soldados italianos que volvían a casa. Pero para su consternación, los soldados habían pintarrajeado ‘abbasso comunismo’ en sus vagones por los malos tratos recibidos en la Unión Soviética. Hubo enfrentamientos directos. Y la prensa comunista rápidamente calificó de ‘fascista’ a todo el que criticara las condiciones en los campos soviéticos o a quien no considerara a la Unión Soviética como el paraíso de los trabajadores». Y un poco antes, Granés: «El orden mundial de la posguerra se empieza a tambalear, las nuevas derechas avanzan cerrando fronteras, pero sus ataques no van contra la izquierda. Van contra todo orden abierto y cosmopolita, próspero y pacífico -si se quiere, banal y leve- que sostiene la democracia liberal».
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