El día que Javier Milei montó en cólera con un servidor —aludió a mí como a un «imbécil»—no fue para desmentir una información puntual, sino la simple idea de que él encarnaba un ‘populismo de derecha’. Cualquiera que haya leído el manifiesto político de su gurú — Murray Rothbard — sabe que allí pone como ejemplo al inquisidor Joseph McCarthy y recomienda abandonar cualquier moderación: «La política populista es conmovedora, excitante, ideológica y éste es el motivo por el que no les gusta a las élites». Milei, claro está, sigue ese consejo a pie juntillas, pero prefiere ser visto más como un liberal que como un populista (palabra que no goza de buena prensa), aunque la Internacional de la Nueva Derecha —hoy conducida por Donald Trump en persona— ya ni siquiera se sonroja frente a esa etiqueta metodológica. Ni frente a nada. La izquierda tradicional siempre desdeñó la ‘democracia burguesa’ y una parte de la progresía europea, que se acopló a regañadientes a ella, vivía como una íntima ofensa —como una herida narcisista— el hecho intragable de que el Estado de bienestar lo había conseguido precisamente ese formato consensual y no la lucha de clases o las distintas variantes del marxismo. La gran novedad del mundo radica en que es ahora la flamante derecha la que cuestiona el modelo democrático. En nombre de Occidente, los derechistas de nuevo cuño vienen a cargarse la democracia occidental. Se dicen económicamente liberales, pero desconfían de las reglas e instituciones de la democracia liberal, y admiran las autocracias iliberales de Putin y de Orban, quienes practican un culto a la personalidad, diseñan una hegemonía, persiguen a objetores políticos y periodísticos, anulan contrapesos legales —el populismo corroe las instituciones—, y activan noche y día un esquema agonal de amigo-enemigo y de odio a cualquier centro: «A los tibios los vomita Dios» (sic). Para el trumpismo transversal el centrismo está infestado de «zurdos», «comunistas», «liberales mediocres»…Para el trumpismo transversal el centrismo está infestado de «zurdos», «comunistas», «liberales mediocres» y «conservadores cobardes». La tremenda gravedad de que la democracia señera del mundo esté en manos de un grupo que descree de ella, deja a Europa en una emergencia, en una situación de relevo y de última línea de defensa posible contra ese nuevo cesarismo en ciernes. Europa representa, en este contexto, la zona donde precisamente la democracia virtuosa y acuerdista, aún con sus defectos y contradicciones, trajo libertad y bonanza como nunca antes había ocurrido en la historia universal, y es el territorio simbólico y real donde el ‘formato’ alcanzó su máxima sofisticación. La gran pregunta, por lo tanto, es si podrá abandonar sus neurosis locales, sus complejos frívolos y ñoñerías —porque la prosperidad también estupidiza— y conseguirá sobreponerse a su aburguesamiento y a su cainismo pueril, y logrará afrontar con cohesión, con pragmatismo y sin prejuicios temáticas espinosas y preocupaciones reales del ciudadano de a pie que no deben ser regaladas a la sentimentalización de los populistas —la inmigración, por caso—, y articulará de inmediato y de manera creativa una épica de la democracia. Que es la verdadera batalla cultural a la que está llamada la Unión Europea en estos momentos oscuros, cuando lo que creíamos conquistado —hasta el punto de volverse invisible— está de pronto en peligro de extinción. El día que Javier Milei montó en cólera con un servidor —aludió a mí como a un «imbécil»—no fue para desmentir una información puntual, sino la simple idea de que él encarnaba un ‘populismo de derecha’. Cualquiera que haya leído el manifiesto político de su gurú — Murray Rothbard — sabe que allí pone como ejemplo al inquisidor Joseph McCarthy y recomienda abandonar cualquier moderación: «La política populista es conmovedora, excitante, ideológica y éste es el motivo por el que no les gusta a las élites». Milei, claro está, sigue ese consejo a pie juntillas, pero prefiere ser visto más como un liberal que como un populista (palabra que no goza de buena prensa), aunque la Internacional de la Nueva Derecha —hoy conducida por Donald Trump en persona— ya ni siquiera se sonroja frente a esa etiqueta metodológica. Ni frente a nada. La izquierda tradicional siempre desdeñó la ‘democracia burguesa’ y una parte de la progresía europea, que se acopló a regañadientes a ella, vivía como una íntima ofensa —como una herida narcisista— el hecho intragable de que el Estado de bienestar lo había conseguido precisamente ese formato consensual y no la lucha de clases o las distintas variantes del marxismo. La gran novedad del mundo radica en que es ahora la flamante derecha la que cuestiona el modelo democrático. En nombre de Occidente, los derechistas de nuevo cuño vienen a cargarse la democracia occidental. Se dicen económicamente liberales, pero desconfían de las reglas e instituciones de la democracia liberal, y admiran las autocracias iliberales de Putin y de Orban, quienes practican un culto a la personalidad, diseñan una hegemonía, persiguen a objetores políticos y periodísticos, anulan contrapesos legales —el populismo corroe las instituciones—, y activan noche y día un esquema agonal de amigo-enemigo y de odio a cualquier centro: «A los tibios los vomita Dios» (sic). Para el trumpismo transversal el centrismo está infestado de «zurdos», «comunistas», «liberales mediocres»…Para el trumpismo transversal el centrismo está infestado de «zurdos», «comunistas», «liberales mediocres» y «conservadores cobardes». La tremenda gravedad de que la democracia señera del mundo esté en manos de un grupo que descree de ella, deja a Europa en una emergencia, en una situación de relevo y de última línea de defensa posible contra ese nuevo cesarismo en ciernes. Europa representa, en este contexto, la zona donde precisamente la democracia virtuosa y acuerdista, aún con sus defectos y contradicciones, trajo libertad y bonanza como nunca antes había ocurrido en la historia universal, y es el territorio simbólico y real donde el ‘formato’ alcanzó su máxima sofisticación. La gran pregunta, por lo tanto, es si podrá abandonar sus neurosis locales, sus complejos frívolos y ñoñerías —porque la prosperidad también estupidiza— y conseguirá sobreponerse a su aburguesamiento y a su cainismo pueril, y logrará afrontar con cohesión, con pragmatismo y sin prejuicios temáticas espinosas y preocupaciones reales del ciudadano de a pie que no deben ser regaladas a la sentimentalización de los populistas —la inmigración, por caso—, y articulará de inmediato y de manera creativa una épica de la democracia. Que es la verdadera batalla cultural a la que está llamada la Unión Europea en estos momentos oscuros, cuando lo que creíamos conquistado —hasta el punto de volverse invisible— está de pronto en peligro de extinción.
contacto en buenos aires
La gran pregunta es si Europa podrá abandonar sus neurosis locales y articular de inmediato y de manera creativa una épica de la democracia
El día que Javier Milei montó en cólera con un servidor —aludió a mí como a un «imbécil»—no fue para desmentir una información puntual, sino la simple idea de que él encarnaba un ‘populismo de derecha’. Cualquiera que haya leído el manifiesto político de … su gurú —Murray Rothbard— sabe que allí pone como ejemplo al inquisidor Joseph McCarthy y recomienda abandonar cualquier moderación: «La política populista es conmovedora, excitante, ideológica y éste es el motivo por el que no les gusta a las élites».
Milei, claro está, sigue ese consejo a pie juntillas, pero prefiere ser visto más como un liberal que como un populista (palabra que no goza de buena prensa), aunque la Internacional de la Nueva Derecha —hoy conducida por Donald Trump en persona— ya ni siquiera se sonroja frente a esa etiqueta metodológica. Ni frente a nada.
La izquierda tradicional siempre desdeñó la ‘democracia burguesa’ y una parte de la progresía europea, que se acopló a regañadientes a ella, vivía como una íntima ofensa —como una herida narcisista— el hecho intragable de que el Estado de bienestar lo había conseguido precisamente ese formato consensual y no la lucha de clases o las distintas variantes del marxismo. La gran novedad del mundo radica en que es ahora la flamante derecha la que cuestiona el modelo democrático.
En nombre de Occidente, los derechistas de nuevo cuño vienen a cargarse la democracia occidental. Se dicen económicamente liberales, pero desconfían de las reglas e instituciones de la democracia liberal, y admiran las autocracias iliberales de Putin y de Orban, quienes practican un culto a la personalidad, diseñan una hegemonía, persiguen a objetores políticos y periodísticos, anulan contrapesos legales —el populismo corroe las instituciones—, y activan noche y día un esquema agonal de amigo-enemigo y de odio a cualquier centro: «A los tibios los vomita Dios» (sic).
Para el trumpismo transversal el centrismo está infestado de «zurdos», «comunistas», «liberales mediocres»…
Para el trumpismo transversal el centrismo está infestado de «zurdos», «comunistas», «liberales mediocres» y «conservadores cobardes». La tremenda gravedad de que la democracia señera del mundo esté en manos de un grupo que descree de ella, deja a Europa en una emergencia, en una situación de relevo y de última línea de defensa posible contra ese nuevo cesarismo en ciernes. Europa representa, en este contexto, la zona donde precisamente la democracia virtuosa y acuerdista, aún con sus defectos y contradicciones, trajo libertad y bonanza como nunca antes había ocurrido en la historia universal, y es el territorio simbólico y real donde el ‘formato’ alcanzó su máxima sofisticación.
La gran pregunta, por lo tanto, es si podrá abandonar sus neurosis locales, sus complejos frívolos y ñoñerías —porque la prosperidad también estupidiza— y conseguirá sobreponerse a su aburguesamiento y a su cainismo pueril, y logrará afrontar con cohesión, con pragmatismo y sin prejuicios temáticas espinosas y preocupaciones reales del ciudadano de a pie que no deben ser regaladas a la sentimentalización de los populistas —la inmigración, por caso—, y articulará de inmediato y de manera creativa una épica de la democracia.
Que es la verdadera batalla cultural a la que está llamada la Unión Europea en estos momentos oscuros, cuando lo que creíamos conquistado —hasta el punto de volverse invisible— está de pronto en peligro de extinción.
Límite de sesiones alcanzadas
- El acceso al contenido Premium está abierto por cortesía del establecimiento donde te encuentras, pero ahora mismo hay demasiados usuarios conectados a la vez. Por favor, inténtalo pasados unos minutos.
Volver a intentar
Has superado el límite de sesiones
- Sólo puedes tener tres sesiones iniciadas a la vez. Hemos cerrado la sesión más antigua para que sigas navegando sin límites en el resto.
Sigue navegando
Artículo solo para suscriptores
RSS de noticias de cultura