Hay voces que no han nacido para decir futesas, para cantar con palabras como mecachis. Por el contrario las hay que parecen creadas para transmitir sabiduría antigua, la del mundo anciano de los abuelos y las abuelas. Sin salir de la península, la del vasco Ruper Ordorika, por ejemplo. Hay también otras que se antojan creadas para el sentimiento, para narrar los vaivenes emocionales de la vida, esa carrera en la que se suele tropezar al mirar a la grada o al creer en quien no lo merece. Esa es la voz que tiene Valeria Castro, una joven canaria que envuelve con la calidez de su tono, ligero pero a la vez con una suerte de vibración que se mantiene como en segundo plano, voz dulce pero no almibarada, chantillí sin azúcar, a eones del empalago. Esa herramienta, plumín para caligrafía fina, garabateó en el aire su cancionero en el Auditori del Fórum, lleno con tres mil personas que parecieron desear que la naciente estrella de Los Llanos de Aridane fuese su hija, su amiga, su confidente, su portavoz. En la noche del jueves fue todo eso y además su cantante favorita. Era el arranque de la gira de presentación de “el cuerpo después de todo”.
Las razones de tal entrega sobraron. En primer lugar porque la afectación quedó sepultada por la naturalidad. Valeria canta en su segundo disco a problemas que en general se pueden escribir en femenino, comenzando por la tiranía de la belleza normativa. Pero no lo hace, como cuando habla del desamor y del abandono, con la indisimulada gravedad de quien se siente vivida e imparte lecciones de autoayuda, sino con la sabiduría veinteañera de una joven que ha observado y se ha observado pero que no se siente facultada para impartir recetas, sino para compartir rincones de su vida. Canta como quien habla con una amiga en torno a un café. No mira al público desde el escenario, sino como si estuviese al lado de cada butaca. Y canta alegre sus problemas, sin pesadumbre, moviéndose como una alegre nube blanca, de este color vestía, mecida por la alegría de tener quien la mire, alguien quien la escuche, alguien quien la aplauda. Como cantó en Parecido a quererte, “bendita la hora, que aprendí que sí hay quien me valora”. Y no, como vino a decir en un momento del concierto, no está ni malherida, ni emocionalmente destrozada ni mellada, ha aprendido, aclaró, que es frágil y vulnerable, que sus canciones han sido la lupa con la que se ha mirado para conocerse mejor y salir de sus agujeros.
En segundo lugar Valeria Castro allanó su acceso al público con sus canciones, nacidas en ese lugar que no acaba de ser ni España ni Latinoamérica porque son las Canarias. Allí el paisaje no es peninsular, como tampoco el acento, y de todo ello hay mucho en esas canciones. Tiene el aire de música popular canaria, pero también el deje latinoamericano que aporta toque percusivo a muchas de sus canciones, que facilita el encaje del roncoco (una especie de charango con sonoridad más grave) y del pandero cuadrado, que en principio no es un instrumento canario. Pero, y ahí está el aporte de Valeria, hay también, violín y clarinete bajo, y ninguno de estos instrumentos parece figurar por esnobismo, sino por matizar y abrir las sonoridades de un cancionero que podría encajar en la garganta de una anciana cocinando arrugadas papas con mojo en un guachinche. Es ese partir de la raíz, título de una de las canciones que le abrieron al público y que interpretó en los bises, lo que hace de Valeria una joven no lastrada por el pasado sino por él impulsada.
Por último está esa identidad femenina, perseverante y resiliente, expresada en Guerrera, la canción que dedicó a su madre y a su abuela, comenzada la interpretación a trío y concluida, conforme indica la propia letra, cantada a pleno pulmón, alejada del micro para que su voz llegase hasta donde sus pulmones le permitiesen ir. Se pudo pensar que los hombres pasamos por el mundo de puntillas, paradójicamente haciendo mucho ruido. Fue un momento en el que el silencio del público no disimuló el estremecimiento que sentía, un instante de hondura en el que las complicidades parecían tejerse a ojos vista, como raíces brotando entrelazadas a cámara rápida. También hubo momentos de celebración, para que el público cantase con ella en ese tema medio mariachi que en el disco recibe la ayuda de Silvia Pérez Cruz, el jueves ausente por una indisposición, contó Valeria, titulado Debe ser, o que la acompañase con palmas, por su ritmo descuadrado pelín experimentales, en Distinto, luego de unos momentos frágiles y sutiles como el vidrio enlazando Cuídate con Poquito. Antes de los bises, en Sentimentalmente, una especie de cumbia, incluso un señor de aspecto no particularmente dinámico que probablemente sólo bailó, y poco, el día de su boda, meneaba la cadera como Dios le daba a entender, suelto y contento. Y en la final Sobra decirte, incluso una acomodadora procuraba mirar al escenario entre las cabezas de público en pie mientras todo el mundo cantaba con dulzura acompañando esa voz que ya suena deliciosamente añeja y a la que los años sólo pueden mejorar. Valeria Castro tiene el futuro a su alcance. Y parece dulce.
La cantante canaria acarició el barcelonés Auditori del Fórum arrancando la gira de “el cuerpo después de todo”
Hay voces que no han nacido para decir futesas, para cantar con palabras como mecachis. Por el contrario las hay que parecen creadas para transmitir sabiduría antigua, la del mundo anciano de los abuelos y las abuelas. Sin salir de la península, la del vasco Ruper Ordorika, por ejemplo. Hay también otras que se antojan creadas para el sentimiento, para narrar los vaivenes emocionales de la vida, esa carrera en la que se suele tropezar al mirar a la grada o al creer en quien no lo merece. Esa es la voz que tiene Valeria Castro, una joven canaria que envuelve con la calidez de su tono, ligero pero a la vez con una suerte de vibración que se mantiene como en segundo plano, voz dulce pero no almibarada, chantillí sin azúcar, a eones del empalago. Esa herramienta, plumín para caligrafía fina, garabateó en el aire su cancionero en el Auditori del Fórum, lleno con tres mil personas que parecieron desear que la naciente estrella de Los Llanos de Aridane fuese su hija, su amiga, su confidente, su portavoz. En la noche del jueves fue todo eso y además su cantante favorita. Era el arranque de la gira de presentación de “el cuerpo después de todo”.
Las razones de tal entrega sobraron. En primer lugar porque la afectación quedó sepultada por la naturalidad. Valeria canta en su segundo disco a problemas que en general se pueden escribir en femenino, comenzando por la tiranía de la belleza normativa. Pero no lo hace, como cuando habla del desamor y del abandono, con la indisimulada gravedad de quien se siente vivida e imparte lecciones de autoayuda, sino con la sabiduría veinteañera de una joven que ha observado y se ha observado pero que no se siente facultada para impartir recetas, sino para compartir rincones de su vida. Canta como quien habla con una amiga en torno a un café. No mira al público desde el escenario, sino como si estuviese al lado de cada butaca. Y canta alegre sus problemas, sin pesadumbre, moviéndose como una alegre nube blanca, de este color vestía, mecida por la alegría de tener quien la mire, alguien quien la escuche, alguien quien la aplauda. Como cantó en Parecido a quererte, “bendita la hora, que aprendí que sí hay quien me valora”. Y no, como vino a decir en un momento del concierto, no está ni malherida, ni emocionalmente destrozada ni mellada, ha aprendido, aclaró, que es frágil y vulnerable, que sus canciones han sido la lupa con la que se ha mirado para conocerse mejor y salir de sus agujeros.
En segundo lugar Valeria Castro allanó su acceso al público con sus canciones, nacidas en ese lugar que no acaba de ser ni España ni Latinoamérica porque son las Canarias. Allí el paisaje no es peninsular, como tampoco el acento, y de todo ello hay mucho en esas canciones. Tiene el aire de música popular canaria, pero también el deje latinoamericano que aporta toque percusivo a muchas de sus canciones, que facilita el encaje del roncoco (una especie de charango con sonoridad más grave) y del pandero cuadrado, que en principio no es un instrumento canario. Pero, y ahí está el aporte de Valeria, hay también, violín y clarinete bajo, y ninguno de estos instrumentos parece figurar por esnobismo, sino por matizar y abrir las sonoridades de un cancionero que podría encajar en la garganta de una anciana cocinando arrugadas papas con mojo en un guachinche. Es ese partir de la raíz, título de una de las canciones que le abrieron al público y que interpretó en los bises, lo que hace de Valeria una joven no lastrada por el pasado sino por él impulsada.
Por último está esa identidad femenina, perseverante y resiliente, expresada en Guerrera, la canción que dedicó a su madre y a su abuela, comenzada la interpretación a trío y concluida, conforme indica la propia letra, cantada a pleno pulmón, alejada del micro para que su voz llegase hasta donde sus pulmones le permitiesen ir. Se pudo pensar que los hombres pasamos por el mundo de puntillas, paradójicamente haciendo mucho ruido. Fue un momento en el que el silencio del público no disimuló el estremecimiento que sentía, un instante de hondura en el que las complicidades parecían tejerse a ojos vista, como raíces brotando entrelazadas a cámara rápida. También hubo momentos de celebración, para que el público cantase con ella en ese tema medio mariachi que en el disco recibe la ayuda de Silvia Pérez Cruz, el jueves ausente por una indisposición, contó Valeria, titulado Debe ser, o que la acompañase con palmas, por su ritmo descuadrado pelín experimentales, en Distinto, luego de unos momentos frágiles y sutiles como el vidrio enlazando Cuídate con Poquito. Antes de los bises, en Sentimentalmente, una especie de cumbia, incluso un señor de aspecto no particularmente dinámico que probablemente sólo bailó, y poco, el día de su boda, meneaba la cadera como Dios le daba a entender, suelto y contento. Y en la final Sobra decirte, incluso una acomodadora procuraba mirar al escenario entre las cabezas de público en pie mientras todo el mundo cantaba con dulzura acompañando esa voz que ya suena deliciosamente añeja y a la que los años sólo pueden mejorar. Valeria Castro tiene el futuro a su alcance. Y parece dulce.
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