La cena de destacados conocedores de la tauromaquia tenía un invitado de honor: el cineasta Albert Serra , que acaba de estrenar ‘Tardes de Soledad’, una película única en su especie en la que ha logrado retratar la esencia de lo que ocurre en la plaza de toros. Lo que allí se habló merece ser contado, que los lectores lo conozcan. No era un tribunal de críticos, sino una mesa generosa y amigable para saber más, para entender mejor este milagro que ha llevado al asombro de las pantallas a tantos miles de espectadores. Jamás otro cineasta se arrimó tanto al misterio y es difícil que otro vuelva a lograrlo. Lo que se ve y se oye en la película –obra de arte que nos desafía, acudan a una sala de cine– te deja sin aliento. Serra ha rodado durante más de un año a Roca Rey en citas de diversas plazas, en la furgoneta de la cuadrilla y los hoteles en los que se viste. El matador más deseado por el público ha permitido ser filmado sin trampa ni cartón, en todo momento, con una generosidad admirable. Roca no se ponía el micrófono a veces y hubo que explicarle en Sevilla que era esencialHay pases que asustan, hay fiereza, cogidas, asistencias, meditaciones y alardes cuyo bordón es la soledad. Y de las más de 700 horas rodadas, Serra ha extraído 125 minutos que son un elixir para la eternidad, un cóctel agridulce de épica, de verdad, de fragilidad incluso en la gloria. Ni rehúye la sangre, ni la belleza, ni la polémica. Pura emoción.Madrid está bajo lluvia cerrada, pero el tiempo no lo impide y se reúnen, en torno a la mesa de Serra, Salvador Boix , apoderado de José Tomás; François Zumbiehl , filósofo y teórico de la Fiesta ; Carlos Abella , escritor y sabio de la tauromaquia; Antonio Sagnier , empresario y coleccionista; Alejandro del Río , filósofo y editor de Trotta ; Carlos Fernández Lerga y José Luis Díaz Fernández, de la peña Antoñete, y quien suscribe esta crónica desde los burladeros del debate, que no acontece en casa de Agatón, aunque abunden los filósofos, sino en Casa Salvador, el tradicional restaurante de la calle Barbieri, el autor de la zarzuela ‘Pan y toros’. Todo es arte y el amor al arte nos rodea.El toreo nocturno en el campo quedó fueraHabla Serra con la foto de la última sonrisa de Manolete a su espalda. Difícil contar aquí todo lo que se dijo –y lo que se susurró y no puede repetirse–, pero empezamos por la primera imagen de la película: nos presenta a un toro en la dehesa, con su bufido de fiera, de minotauro, al respirar, altivo y nervioso. Serra cuenta que lo que se rodó en el campo fue una evocación de lo que Chaves Nogales contaba de Belmonte, que de joven cruzaba a nado el río y toreaba desnudo bajo la luna. Pusieron cámaras en castilletes de paja, rodaron pases de toreros y toreras bajo una luna de pega montada en un globo de helio. ¡Mucha belleza…! pero cuando rodó la verdad de Roca Rey en la plaza el cineasta decidió no usar ese material porque le parecía ridículo, un juego de niños frente a la verdad de la sangre y el riesgo. Sólo quedó el plano del toro solo. Porque el arte es el arte de tachar. Cien mil euros que se había gastado en esos planos fueron a la basura (en archivo están, para algún día).Sólo quedó el plano del toro solo en el campo. Cien mil euros que se habían gastado en esos planos, a la basuraTodo es la mirada del artista: decidió planos cerrados, donde el ausente es el público, y sólo conservó las faenas en plazas de primera, donde el toro es más grande, porque hacían la épica del filme evidente. Pensó en un duelo con otro matador, Pablo Aguado, pero la diferencia de estilos lo hacía poco compatible. Ese material de Aguado se expondrá muy pronto junto a cuadros de Goya en un museo de Bélgica. Habla de Roca: «Hay poesía en su silencio, hay escucha. Le costó un poco llevar siempre el micrófono, creo que le daba pudor, a veces no se lo ponía. Hubo una cita en Sevilla para explicarle que era fundamental. Y se lo puso más». El resultado le da la razón, la banda sonora permite que incluso aficionados conspicuos vean y oigan detalles que nunca pudieron percibir.«Roca tiene un sentido escénico único»Dice de Roca y su valor de ley: «Tiene un sentido escénico único, y un compromiso que da seriedad a la Fiesta. Cuando sufría una cogida, tal vez cambiaba de gestos un minuto, pero de inmediato vuelve a esa tensión escénica, a ese papel, que no tiene ningún otro torero». Interviene Boix: «Hay un momento en que se oye a su apoderado que le indica: ¡arriba, arriba! y es para que mire al público, lo mismo que hacía Cepeda con Perera, y es un momento en el que se comprende ese don de comunicación que tiene». Vuelve Serra: «También hay algún momento en el que se escuchan reproches del [tendido] 7 y se desconcentra. De hecho, le coge al cabo de tres pases. Pero ni en esa circunstancia pierde su compromiso, su sentido escénico». El valor, impar.Hay mitos alrededor de este documental que revoluciona el género, se cuenta que Roca se quejaba. Serra explica que vio un montaje sin edición de sonido, en el que salían mal algunas cosas que luego quedaron perfectas. Lo cierto es que su figura sale engrandecida y en la entrega del premio Nacional de Tauromaquia su alegría con el cineasta quedó patente .La violencia de la lidia, crudamente rodada en planos muy cerrados, es parte del filme. Muchos taurinos se lo reprochan, pero Serra se diefiende: «Hay elipsis. No le cortan la oreja al toro vivo, quien lo piense es que no se ha fijado en el montaje». Pero sí hay estertores mientras actúan los mulilleros que no dejan indiferente a nadie. La verdad se mira por derecho. Lo que dice sobre cómo elige los planos es una ‘master class’. En la cena se comentan los detalles, los gestos de Roca, los encuadres en la cintura, donde todo ocurre, los planos casi cenitales del hombre, el toro y la arena… Añade: «Todos los que se quejan de que no sale más toreo, más lidia, son aficionados a los que lo que les pasa es que no les gusta Roca».Todos los que se quejan de que no sale más toreo, más lidia, son aficionados a los que no les gusta RocaEl coche que lleva a la cuadrilla es un escenario angosto donde el grupo expresa de todo y el filme se llena de densidad. Dos viajes los hace Roca tras pasar por la enfermería, dolorido, y medita sobre cómo se ha salvado: «Que no me haya pasado nada…» Todos se protegen, alguno llora, como Larita, rememorando la voltereta más peligrosa del matador. «Tuvimos que ver la escena ‘frame’ a ‘frame’, fotograma a fotograma, para comprenderlo bien, son décimas de segundo que le pusieron a merced del toro, solo esa escena ya merece un documental». Su relato en esta cena parece una novela. Boix: «Por esto me hice aficionado»El cineasta no para de comentar distintas fases, rechaza muchas de las críticas porque lo que se ha rodado es patente. Los planos cerrados permiten escenas inéditas, que apabullan y que han sorprendido a los taurinos que esperaban una especie de retransmisión de unas faenas. Boix dice: «He visto la película dos veces y sólo en la segunda comprendí por qué me fascina tanto: es lo que sabemos los buenos aficionados cuando asistimos a una corrida mala, en la que se cae el caballo y falla casi todo. Es cuando te preguntas qué hace ahí un loco jugándose la vida y entiendes la verdadera poética de todo esto». Serra confirma: «Es que buenas buenas hay muy pocas, pero hay emoción aunque la corrida no sea buena. A mí que sea buena o mala no me interesa nada. Yo quería ir a al esencia de la cosa y una corrida mala puede decir más de la tauromaquia que una buena».«Una buena faena no siempre sirve para que en las imágenes quede impreso el valor y el compromiso»En sus películas la narrativa no es precisamente lo esencial y Serra analiza los motivos que han decidido su mirada en la plaza. Comenta que las imágenes que se suelen utilizar para ilustrar las grandes faenas de las figuras muestran el arte torero, por supuesto, y ejemplos hay, como la faena que le valió un rabo a Morante. «Pero el valor y el compromiso no los ves, no digo que no existan, pero no quedan impresos en la imagen. Y son los dos aspectos que yo quería mostrar. Tuvimos grandes discusiones con Salvador a este respecto». Es polémico, sin duda, pero afirma que «una buena faena no siempre ilustra eso». Interrumpe Zumbeihl: «El temple es lo más peligroso, ahí no tienes razón. Aunque no lo veas, lo es». «No te lo compro», responde, «aunque lo sea, digo que no siempre queda impreso en las imágenes. Yo necesitaba que se viera el peligro». El debate es muy intenso y muchos defienden que es el temple, en vivo, no en vídeo, el que aporta la emoción.«He ganado mucho respeto por todos los matadores»Y llegamos al final. Continúa Albert Serra: «He ganado mucho respeto por los matadores después de hacer esta película. Creo que nadie puede hacer lo que yo he hecho, ningún director, creo que conozco a Andrés Roca Rey como muy poca gente. Sé que tiene mucho valor pero no es nunca temerario. Esto lo hace cinematográficamente muy valioso. Y sé lo fuerte que es su carácter y también he conocido su enorme modestia». Boix y otros comensales comentan sus pases, su estilo, porque se torea como se es, aunque nadie está libre del riesgo. Zumbiehl cambia de tercio y dirige la pregunta al periodista presente en la mesa (a quien suscribe), le pone en un brete: «¿Para profundizar en la polémica es más importante ver la faena del rabo de Morante o la película de Serra?». Y respondo: «Sin duda, la película». Serra se anima: «Esto me interesa. Yo hago una película y me ciño al material que tengo». ‘Tardes de soledad’ ha sentenciado la polémica, ha movido el ecuador de los debates porque nadie podrá ya poner en duda, desde cualquier posición, incluso las más extremas, que el riesgo es enorme, el valor casi incomprensible, el compromiso palmario y la muerte una realidad palpable que cierra el círculo de manera que nadie pueda separarla de la emoción y de la esencia de la tauromaquia.La conversación deriva hacia la función de los apoderados en casos como el de Roca Rey. Boix, que tiene cátedra por llevar a uno de los grandes matadores de la historia, analiza ese papel como pocos, en los muchos detalles que se ven en la película, por la impronta que dejan en el matador. Todos atienden. Serra rememora la grabación.Poco a poco queda analizado todo el ‘making of’ de ‘Tardes de soledad’. Los secretos del oficio de Albert Serra quedan a buen recaudo en la amistad y la confianza de la mesa de este Agatón castizo en el que el amor exigente a la tauromaquia es el resumen de todas las intervenciones. Hablamos también, lógicamente de la última escena del filme, en la que se ve a Roca Rey en toda su gloria y su fragilidad, a un tiempo. Es un momento mágico, con la música elegida por Serra, esa armonía casi rota en una versión brumosa del ‘Cisne’, ‘Carnaval de los animales’ de Saint Säens. Es el momento de admitir las verdades, el valor único, la grandeza y la fragilidad que el matador refleja para nosotros, para el público, el gran ausente de ‘Tardes de soledad’, porque Roca es el héroe y el héroe está solo. Todos lo comprendemos. La emoción impone su silencio. Imposible no quitarse el sombrero. La cena de destacados conocedores de la tauromaquia tenía un invitado de honor: el cineasta Albert Serra , que acaba de estrenar ‘Tardes de Soledad’, una película única en su especie en la que ha logrado retratar la esencia de lo que ocurre en la plaza de toros. Lo que allí se habló merece ser contado, que los lectores lo conozcan. No era un tribunal de críticos, sino una mesa generosa y amigable para saber más, para entender mejor este milagro que ha llevado al asombro de las pantallas a tantos miles de espectadores. Jamás otro cineasta se arrimó tanto al misterio y es difícil que otro vuelva a lograrlo. Lo que se ve y se oye en la película –obra de arte que nos desafía, acudan a una sala de cine– te deja sin aliento. Serra ha rodado durante más de un año a Roca Rey en citas de diversas plazas, en la furgoneta de la cuadrilla y los hoteles en los que se viste. El matador más deseado por el público ha permitido ser filmado sin trampa ni cartón, en todo momento, con una generosidad admirable. Roca no se ponía el micrófono a veces y hubo que explicarle en Sevilla que era esencialHay pases que asustan, hay fiereza, cogidas, asistencias, meditaciones y alardes cuyo bordón es la soledad. Y de las más de 700 horas rodadas, Serra ha extraído 125 minutos que son un elixir para la eternidad, un cóctel agridulce de épica, de verdad, de fragilidad incluso en la gloria. Ni rehúye la sangre, ni la belleza, ni la polémica. Pura emoción.Madrid está bajo lluvia cerrada, pero el tiempo no lo impide y se reúnen, en torno a la mesa de Serra, Salvador Boix , apoderado de José Tomás; François Zumbiehl , filósofo y teórico de la Fiesta ; Carlos Abella , escritor y sabio de la tauromaquia; Antonio Sagnier , empresario y coleccionista; Alejandro del Río , filósofo y editor de Trotta ; Carlos Fernández Lerga y José Luis Díaz Fernández, de la peña Antoñete, y quien suscribe esta crónica desde los burladeros del debate, que no acontece en casa de Agatón, aunque abunden los filósofos, sino en Casa Salvador, el tradicional restaurante de la calle Barbieri, el autor de la zarzuela ‘Pan y toros’. Todo es arte y el amor al arte nos rodea.El toreo nocturno en el campo quedó fueraHabla Serra con la foto de la última sonrisa de Manolete a su espalda. Difícil contar aquí todo lo que se dijo –y lo que se susurró y no puede repetirse–, pero empezamos por la primera imagen de la película: nos presenta a un toro en la dehesa, con su bufido de fiera, de minotauro, al respirar, altivo y nervioso. Serra cuenta que lo que se rodó en el campo fue una evocación de lo que Chaves Nogales contaba de Belmonte, que de joven cruzaba a nado el río y toreaba desnudo bajo la luna. Pusieron cámaras en castilletes de paja, rodaron pases de toreros y toreras bajo una luna de pega montada en un globo de helio. ¡Mucha belleza…! pero cuando rodó la verdad de Roca Rey en la plaza el cineasta decidió no usar ese material porque le parecía ridículo, un juego de niños frente a la verdad de la sangre y el riesgo. Sólo quedó el plano del toro solo. Porque el arte es el arte de tachar. Cien mil euros que se había gastado en esos planos fueron a la basura (en archivo están, para algún día).Sólo quedó el plano del toro solo en el campo. Cien mil euros que se habían gastado en esos planos, a la basuraTodo es la mirada del artista: decidió planos cerrados, donde el ausente es el público, y sólo conservó las faenas en plazas de primera, donde el toro es más grande, porque hacían la épica del filme evidente. Pensó en un duelo con otro matador, Pablo Aguado, pero la diferencia de estilos lo hacía poco compatible. Ese material de Aguado se expondrá muy pronto junto a cuadros de Goya en un museo de Bélgica. Habla de Roca: «Hay poesía en su silencio, hay escucha. Le costó un poco llevar siempre el micrófono, creo que le daba pudor, a veces no se lo ponía. Hubo una cita en Sevilla para explicarle que era fundamental. Y se lo puso más». El resultado le da la razón, la banda sonora permite que incluso aficionados conspicuos vean y oigan detalles que nunca pudieron percibir.«Roca tiene un sentido escénico único»Dice de Roca y su valor de ley: «Tiene un sentido escénico único, y un compromiso que da seriedad a la Fiesta. Cuando sufría una cogida, tal vez cambiaba de gestos un minuto, pero de inmediato vuelve a esa tensión escénica, a ese papel, que no tiene ningún otro torero». Interviene Boix: «Hay un momento en que se oye a su apoderado que le indica: ¡arriba, arriba! y es para que mire al público, lo mismo que hacía Cepeda con Perera, y es un momento en el que se comprende ese don de comunicación que tiene». Vuelve Serra: «También hay algún momento en el que se escuchan reproches del [tendido] 7 y se desconcentra. De hecho, le coge al cabo de tres pases. Pero ni en esa circunstancia pierde su compromiso, su sentido escénico». El valor, impar.Hay mitos alrededor de este documental que revoluciona el género, se cuenta que Roca se quejaba. Serra explica que vio un montaje sin edición de sonido, en el que salían mal algunas cosas que luego quedaron perfectas. Lo cierto es que su figura sale engrandecida y en la entrega del premio Nacional de Tauromaquia su alegría con el cineasta quedó patente .La violencia de la lidia, crudamente rodada en planos muy cerrados, es parte del filme. Muchos taurinos se lo reprochan, pero Serra se diefiende: «Hay elipsis. No le cortan la oreja al toro vivo, quien lo piense es que no se ha fijado en el montaje». Pero sí hay estertores mientras actúan los mulilleros que no dejan indiferente a nadie. La verdad se mira por derecho. Lo que dice sobre cómo elige los planos es una ‘master class’. En la cena se comentan los detalles, los gestos de Roca, los encuadres en la cintura, donde todo ocurre, los planos casi cenitales del hombre, el toro y la arena… Añade: «Todos los que se quejan de que no sale más toreo, más lidia, son aficionados a los que lo que les pasa es que no les gusta Roca».Todos los que se quejan de que no sale más toreo, más lidia, son aficionados a los que no les gusta RocaEl coche que lleva a la cuadrilla es un escenario angosto donde el grupo expresa de todo y el filme se llena de densidad. Dos viajes los hace Roca tras pasar por la enfermería, dolorido, y medita sobre cómo se ha salvado: «Que no me haya pasado nada…» Todos se protegen, alguno llora, como Larita, rememorando la voltereta más peligrosa del matador. «Tuvimos que ver la escena ‘frame’ a ‘frame’, fotograma a fotograma, para comprenderlo bien, son décimas de segundo que le pusieron a merced del toro, solo esa escena ya merece un documental». Su relato en esta cena parece una novela. Boix: «Por esto me hice aficionado»El cineasta no para de comentar distintas fases, rechaza muchas de las críticas porque lo que se ha rodado es patente. Los planos cerrados permiten escenas inéditas, que apabullan y que han sorprendido a los taurinos que esperaban una especie de retransmisión de unas faenas. Boix dice: «He visto la película dos veces y sólo en la segunda comprendí por qué me fascina tanto: es lo que sabemos los buenos aficionados cuando asistimos a una corrida mala, en la que se cae el caballo y falla casi todo. Es cuando te preguntas qué hace ahí un loco jugándose la vida y entiendes la verdadera poética de todo esto». Serra confirma: «Es que buenas buenas hay muy pocas, pero hay emoción aunque la corrida no sea buena. A mí que sea buena o mala no me interesa nada. Yo quería ir a al esencia de la cosa y una corrida mala puede decir más de la tauromaquia que una buena».«Una buena faena no siempre sirve para que en las imágenes quede impreso el valor y el compromiso»En sus películas la narrativa no es precisamente lo esencial y Serra analiza los motivos que han decidido su mirada en la plaza. Comenta que las imágenes que se suelen utilizar para ilustrar las grandes faenas de las figuras muestran el arte torero, por supuesto, y ejemplos hay, como la faena que le valió un rabo a Morante. «Pero el valor y el compromiso no los ves, no digo que no existan, pero no quedan impresos en la imagen. Y son los dos aspectos que yo quería mostrar. Tuvimos grandes discusiones con Salvador a este respecto». Es polémico, sin duda, pero afirma que «una buena faena no siempre ilustra eso». Interrumpe Zumbeihl: «El temple es lo más peligroso, ahí no tienes razón. Aunque no lo veas, lo es». «No te lo compro», responde, «aunque lo sea, digo que no siempre queda impreso en las imágenes. Yo necesitaba que se viera el peligro». El debate es muy intenso y muchos defienden que es el temple, en vivo, no en vídeo, el que aporta la emoción.«He ganado mucho respeto por todos los matadores»Y llegamos al final. Continúa Albert Serra: «He ganado mucho respeto por los matadores después de hacer esta película. Creo que nadie puede hacer lo que yo he hecho, ningún director, creo que conozco a Andrés Roca Rey como muy poca gente. Sé que tiene mucho valor pero no es nunca temerario. Esto lo hace cinematográficamente muy valioso. Y sé lo fuerte que es su carácter y también he conocido su enorme modestia». Boix y otros comensales comentan sus pases, su estilo, porque se torea como se es, aunque nadie está libre del riesgo. Zumbiehl cambia de tercio y dirige la pregunta al periodista presente en la mesa (a quien suscribe), le pone en un brete: «¿Para profundizar en la polémica es más importante ver la faena del rabo de Morante o la película de Serra?». Y respondo: «Sin duda, la película». Serra se anima: «Esto me interesa. Yo hago una película y me ciño al material que tengo». ‘Tardes de soledad’ ha sentenciado la polémica, ha movido el ecuador de los debates porque nadie podrá ya poner en duda, desde cualquier posición, incluso las más extremas, que el riesgo es enorme, el valor casi incomprensible, el compromiso palmario y la muerte una realidad palpable que cierra el círculo de manera que nadie pueda separarla de la emoción y de la esencia de la tauromaquia.La conversación deriva hacia la función de los apoderados en casos como el de Roca Rey. Boix, que tiene cátedra por llevar a uno de los grandes matadores de la historia, analiza ese papel como pocos, en los muchos detalles que se ven en la película, por la impronta que dejan en el matador. Todos atienden. Serra rememora la grabación.Poco a poco queda analizado todo el ‘making of’ de ‘Tardes de soledad’. Los secretos del oficio de Albert Serra quedan a buen recaudo en la amistad y la confianza de la mesa de este Agatón castizo en el que el amor exigente a la tauromaquia es el resumen de todas las intervenciones. Hablamos también, lógicamente de la última escena del filme, en la que se ve a Roca Rey en toda su gloria y su fragilidad, a un tiempo. Es un momento mágico, con la música elegida por Serra, esa armonía casi rota en una versión brumosa del ‘Cisne’, ‘Carnaval de los animales’ de Saint Säens. Es el momento de admitir las verdades, el valor único, la grandeza y la fragilidad que el matador refleja para nosotros, para el público, el gran ausente de ‘Tardes de soledad’, porque Roca es el héroe y el héroe está solo. Todos lo comprendemos. La emoción impone su silencio. Imposible no quitarse el sombrero.
La cena de destacados conocedores de la tauromaquia tenía un invitado de honor: el cineasta Albert Serra, que acaba de estrenar ‘Tardes de Soledad’, una película única en su especie en la que ha logrado retratar la esencia de lo que ocurre en la plaza de toros. Lo que allí se habló merece ser contado, que los lectores lo conozcan. No era un tribunal de críticos, sino una mesa generosa y amigable para saber más, para entender mejor este milagro que ha llevado al asombro de las pantallas a tantos miles de espectadores.
Jamás otro cineasta se arrimó tanto al misterio y es difícil que otro vuelva a lograrlo. Lo que se ve y se oye en la película –obra de arte que nos desafía, acudan a una sala de cine– te deja sin aliento. Serra ha rodado durante más de un año a Roca Rey en citas de diversas plazas, en la furgoneta de la cuadrilla y los hoteles en los que se viste. El matador más deseado por el público ha permitido ser filmado sin trampa ni cartón, en todo momento, con una generosidad admirable.
Roca no se ponía el micrófono a veces y hubo que explicarle en Sevilla que era esencial
Hay pases que asustan, hay fiereza, cogidas, asistencias, meditaciones y alardes cuyo bordón es la soledad. Y de las más de 700 horas rodadas, Serra ha extraído 125 minutos que son un elixir para la eternidad, un cóctel agridulce de épica, de verdad, de fragilidad incluso en la gloria. Ni rehúye la sangre, ni la belleza, ni la polémica. Pura emoción.
Madrid está bajo lluvia cerrada, pero el tiempo no lo impide y se reúnen, en torno a la mesa de Serra, Salvador Boix, apoderado de José Tomás; François Zumbiehl, filósofo y teórico de la Fiesta; Carlos Abella, escritor y sabio de la tauromaquia; Antonio Sagnier, empresario y coleccionista; Alejandro del Río, filósofo y editor de Trotta; Carlos Fernández Lerga y José Luis Díaz Fernández, de la peña Antoñete, y quien suscribe esta crónica desde los burladeros del debate, que no acontece en casa de Agatón, aunque abunden los filósofos, sino en Casa Salvador, el tradicional restaurante de la calle Barbieri, el autor de la zarzuela ‘Pan y toros’. Todo es arte y el amor al arte nos rodea.
El toreo nocturno en el campo quedó fuera
Habla Serra con la foto de la última sonrisa de Manolete a su espalda. Difícil contar aquí todo lo que se dijo –y lo que se susurró y no puede repetirse–, pero empezamos por la primera imagen de la película: un toro en la dehesa, una bufido de fiera, de minotauro, al respirar, altivo y nervioso. Serra cuenta que se rodó en el campo una evocación de lo que Chaves Nogales contaba de Belmonte, que de joven cruzaba a nado el río y toreaba desnudo bajo la luna. Pusieron cámaras en castilletes de paja, rodaron pases de toreros y toreras bajo una luna de pega montada en un globo de helio. ¡Mucha belleza…! pero cuando rodó la verdad de Roca Rey en la plaza el cineasta decidió no usar ese material porque parecía ridículo, un juego de niños frente a la verdad de la sangre y el riesgo. Sólo quedó el plano del toro solo. Porque el arte es el arte de tachar. Cien mil euros que se había gastado en esos planos fueron a la basura (en archivo están, para algún día).
Sólo quedó el plano del toro solo. Cien mil euros que se habían gastado en esos planos, a la basura
Todo es la mirada del artista: decidió sólo conservar las faenas en plazas de primera, donde el toro es más grande, porque hacían la épica del filme evidente. Pensó en un duelo con otro matador, Pablo Aguado, pero la diferencia de estilos lo hacía poco compatible. Ese material se expondrá pronto junto a cuadros de Goya en Bélgica. Habla de Roca: «Hay poesía en su silencio, hay escucha. Le costó un poco llevar siempre el micrófono, creo que le daba pudor, a veces no se lo ponía. Hubo una cita en Sevilla para explicarle que era fundamental. Y se lo puso más». El resultado le da la razón, la banda sonora permite que incluso aficionados conspicuos vean y oigan detalles que nunca pudieron percibir.
«Roca tiene un sentido escénico único»
Dice de Roca y su valor de ley: «Tiene un sentido escénico único, y un compromiso que da seriedad a la Fiesta. Cuando sufría una cogida, tal vez cambia de gestos un minuto, pero de inmediato vuelve a esa tensión escénica, a ese papel, que no tiene ningún otro torero». Interviene Boix: «Hay un momento en que se oye a su apoderado que le indica: ¡arriba, arriba! y es para que mire al público, lo mismo que hacía Cepeda con Perera, y es un momento en el que se comprende ese don de comunicación que tiene». Vuelve Serra: «También hay algún momento en el que se escuchan reproches del [tendido] 7 y se desconcentra. De hecho, le coge al cabo de tres pases. Pero ni en esa circunstancia pierde su compromiso, su sentido escénico». El valor.
Hay mitos alrededor de este documental que revoluciona el género, se cuenta que Roca se quejaba. Serra explica que vio un montaje sin edición de sonido, en el que salían mal algunas cosas que luego quedaron perfectas. Lo cierto es que su figura sale engrandecida y en la entrega del premio Nacional de Tauromaquia su alegría con el cineasta quedó patente.
La violencia, crudamente rodada, es parte del filme. Muchos taurinos se lo reprochan, pero Serra se diefiende: «Hay elipsis. No le cortan la oreja al toro vivo, quien lo piense es que no se ha fijado en el montaje». Hay estertores mientras actúan los mulilleros que no dejan indiferente a nadie. La verdad se mira por derecho. Lo que dice sobre cómo elige los planos es una ‘master class’ Añade: «Todos los que se quejan de que no sale más toreo, más lidia, son aficionados a los que no les gusta Roca».
Todos los que se quejan de que no sale más toreo, más lidia, son aficionados a los que no les gusta Roca
El coche de cuadrillas es un escenario angosto donde el grupo se llena de densidad. Dos viajes los hace Roca tras pasar por la enfermería y medita sobre cómo se ha salvado: «qué no me haya pasado nada…» Se protegen, alguno llora, como Larita, rememorando la voltereta más peligrosa del matador. «Tuvimos que ver la escena frame a frame para comprenderlo bien, son décimas de segundo que le pusieron a merced del toro, solo esa escena ya merece un documental». Su relato es una novela.
Boix: «Por esto me hice aficionado»
El cineasta no para de comentar distintas fases, rechaza muchas de las críticas porque lo que se ha rodado es patente. Los planos cerrados permiten escenas inéditas, que apabullan y que han sorprendido a los taurinos que esperaban una especie de retransmisión de unas faenas. Boix dice: «He visto la película dos veces y sólo en la segunda comprendí por qué me fascina tanto: es lo que sabemos los buenos aficionados cuando asistimos a una corrida mala, en la que se cae el caballo y falla casi todo. Es cuando te preguntas qué hace ahí un loco jugándose la vida y entiendes la verdadera poética de todo esto». Serra confirma: «Es que buenas buenas hay muy pocas, pero hay emoción aunque la corrida no sea buena. A mí que sea buena o mala no me interesa nada. Yo quería ir a al esencia de la cosa y una corrida mala puede decir más de la tauromaquia que una buena».
«Una buena faena no siempre sirve para que en las imágenes quede impreso el valor y el compromiso»
En sus películas la narrativa no es lo esencial y analiza los motivos de su mirada en la plaza. Serra comenta que las imágenes que se suelen utilizar para ilustrar las grandes faenas de las figuras muestran el arte torero, por supuesto, y ejemplos hay como la faena que le valió un rabo a Morante. «Pero el valor y el compromiso no los ves, no digo que no existan, pero no quedan impresos en la imagen. Y son los dos aspectos que yo quería mostrar. Tuvimos grandes discusiones con Salvador a este respecto». Es polémico, sin duda, pero afirma que «una buena faena no siempre ilustra eso». Interrumpe Zumbeihl: «El temple es lo más peligroso, ahí no tienes razón. Aunque no lo veas, lo es». «No te lo compro», responde «aunque lo sea, digo que no siempre queda impreso en las imágenes. Yo necesitaba que se viera el peligro». El debate es muy intenso y muchos defienden que es el temple, en vivo, no en vídeo, el que aporta la emoción.
«He ganado mucho respeto por todos los matadores»
Y llegamos al final. Continúa Albert Serra: «He ganado mucho respeto por los matadores después de hacer esta película. Creo que nadie puede hacer lo que yo he hecho, ningún director, creo que conozco a Andrés Roca Rey como muy poca gente. Sé que tiene mucho valor pero no es nunca temerario. Esto lo hace cinematográficamente muy valioso. Y sé lo fuerte que es su carácter y también he conocido su enorme modestia». Boix y otros comensales comentan sus pases, su estilo, porque se torea como se es aunque nadie está libre del riesgo.
Zumbiehl cambia de tercio y dirige la pregunta al periodista presente en la mesa (a quien suscribe), le pone en un brete: «¿Para profundizar en la polémica es más importante ver la faena del rabo de Morante o la película de Serra?». Y respondo: «Sin duda, la película». Serra se anima: «Esto me interesa. Yo hago una película y me ciño al material que tengo».
La conversación deriva hacia la función de los apoderados en casos como el de Roca Rey. Boix, experimentado en llevar a uno de los grandes matadores de la historia, analiza ese papel como pocos, en los muchos detalles que se ven en la película, por la impronta que dejan en el matador. Todos atienden. Serra rememora la grabación.
Poco a poco queda analizado todo el ‘making of’ de ‘Tardes de soledad’. Los secretos del oficio de Albert Serra quedan a buen recaudo en la amistad y la confianza de la mesa de este Agatón castizo en el que el amor a la tauromaquia es el resumen de todas las intervenciones. Hablamos también, lógicamente de la última escena del filme, en la que se ve a Roca Rey en toda su gloria y su fragilidad, a un tiempo. Es un momento mágico, con la armonía que se desmorona en una versión brumosa del ‘Cisne’ de Saint Säens. Es el momento de admitir las verdades, el valor único, la grandeza y la fragilidad que el matador refleja para nosotros, el público. El gran ausente de ‘Tardes de soledad’, porque Roca es un héroe y está solo. Todos lo comprendemos. Imposible no quitarse el sombrero.
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