Suele pasar de toda la vida que lo mejor de la tarde sea lo que menos se cante, pero no por ello deja de ser eso mismo… cante. Y es que habrá que seguir hablando de la pasada tarde del 1 de mayo, pues me parecería una injusticia pasar por alto lo mucho, dentro de lo poco, que nos dejó Juan Ortega. Apunto lo de lo poco, ante esos bureles saboríos de Domingo Hernández, y como ante tan poca cosa Ortega sacó momentos de agua purificadora. Diría sin temor, que lo mejor de la tarde lo firmó Juan cuando en su inicio de faena con la muleta instrumentó dos trincherazos sacándose el toro para afuera con la mejor enjundia. Y es casi lo mejor que tiene, su trinchera, ¡al igual que su verónica!, esa manera de poderle al toro y bajarle los hocicos arrastrando la franela acompañando el cuerpo… me trae incluso los mejores recuerdos de lo jondo. Se precisa estar en el sitio, simetría e intuición, para saber que el toreo es un paso pa’lante, y así hundirse, morir en la obra (tal como escribí en el libro ‘Quejíos’) viene a ser el mejor testimonio contra todo olvido. Morir en la obra, cuestión metafórica que, en el toreo no es tal metáfora, sino provocadora y cruda realidad. El trincherazo en Juan es la cúspide de su toreo, pues se siente y se presiente ese lanzarse al abismo de lo inconcluso, con ese vértigo que encierran sólo ciertos toreros. Oír su silencio, fragilidad sonora. Y claro que su capote sigue siendo ese ensimismamiento capaz de dormir la embestida, quizás le falta arrebujarse más a la verónica (permítaseme la osadía), pero intuyo (eso lo sabrá él) que su búsqueda… es otra, al igual que en esas medias verónicas que no termina de enjaretar o encontrar. Y es que, no es la misma búsqueda la que tenía Antonio Gallardo que la búsqueda de Curro Puya. Pero todo en Juan es búsqueda de un clasicismo inefable, de una música interior que, cuando hace consonancia con el toro, alcanza momentos sublimes, incluso mostrando una provocadora despaciosidad, tal es, que me gustaría que se preocupase más en templar… que en torear tan despacio, que pudiendo parecer lo mismo son cosas distintas. Lo despacio se hace, lo que se templa se dice. Se dirá que sólo fueron momentos, pero existen tantos momentos que se nos van como sólo unos pocos que se nos vienen. Suele pasar de toda la vida que lo mejor de la tarde sea lo que menos se cante, pero no por ello deja de ser eso mismo… cante. Y es que habrá que seguir hablando de la pasada tarde del 1 de mayo, pues me parecería una injusticia pasar por alto lo mucho, dentro de lo poco, que nos dejó Juan Ortega. Apunto lo de lo poco, ante esos bureles saboríos de Domingo Hernández, y como ante tan poca cosa Ortega sacó momentos de agua purificadora. Diría sin temor, que lo mejor de la tarde lo firmó Juan cuando en su inicio de faena con la muleta instrumentó dos trincherazos sacándose el toro para afuera con la mejor enjundia. Y es casi lo mejor que tiene, su trinchera, ¡al igual que su verónica!, esa manera de poderle al toro y bajarle los hocicos arrastrando la franela acompañando el cuerpo… me trae incluso los mejores recuerdos de lo jondo. Se precisa estar en el sitio, simetría e intuición, para saber que el toreo es un paso pa’lante, y así hundirse, morir en la obra (tal como escribí en el libro ‘Quejíos’) viene a ser el mejor testimonio contra todo olvido. Morir en la obra, cuestión metafórica que, en el toreo no es tal metáfora, sino provocadora y cruda realidad. El trincherazo en Juan es la cúspide de su toreo, pues se siente y se presiente ese lanzarse al abismo de lo inconcluso, con ese vértigo que encierran sólo ciertos toreros. Oír su silencio, fragilidad sonora. Y claro que su capote sigue siendo ese ensimismamiento capaz de dormir la embestida, quizás le falta arrebujarse más a la verónica (permítaseme la osadía), pero intuyo (eso lo sabrá él) que su búsqueda… es otra, al igual que en esas medias verónicas que no termina de enjaretar o encontrar. Y es que, no es la misma búsqueda la que tenía Antonio Gallardo que la búsqueda de Curro Puya. Pero todo en Juan es búsqueda de un clasicismo inefable, de una música interior que, cuando hace consonancia con el toro, alcanza momentos sublimes, incluso mostrando una provocadora despaciosidad, tal es, que me gustaría que se preocupase más en templar… que en torear tan despacio, que pudiendo parecer lo mismo son cosas distintas. Lo despacio se hace, lo que se templa se dice. Se dirá que sólo fueron momentos, pero existen tantos momentos que se nos van como sólo unos pocos que se nos vienen.
Suele pasar de toda la vida que lo mejor de la tarde sea lo que menos se cante, pero no por ello deja de ser eso mismo… cante. Y es que habrá que seguir hablando de la pasada tarde del 1 de mayo, pues me … parecería una injusticia pasar por alto lo mucho, dentro de lo poco, que nos dejó Juan Ortega. Apunto lo de lo poco, ante esos bureles saboríos de Domingo Hernández, y como ante tan poca cosa Ortega sacó momentos de agua purificadora. Diría sin temor, que lo mejor de la tarde lo firmó Juan cuando en su inicio de faena con la muleta instrumentó dos trincherazos sacándose el toro para afuera con la mejor enjundia. Y es casi lo mejor que tiene, su trinchera, ¡al igual que su verónica!, esa manera de poderle al toro y bajarle los hocicos arrastrando la franela acompañando el cuerpo… me trae incluso los mejores recuerdos de lo jondo. Se precisa estar en el sitio, simetría e intuición, para saber que el toreo es un paso pa’lante, y así hundirse, morir en la obra (tal como escribí en el libro ‘Quejíos’) viene a ser el mejor testimonio contra todo olvido. Morir en la obra, cuestión metafórica que, en el toreo no es tal metáfora, sino provocadora y cruda realidad. El trincherazo en Juan es la cúspide de su toreo, pues se siente y se presiente ese lanzarse al abismo de lo inconcluso, con ese vértigo que encierran sólo ciertos toreros. Oír su silencio, fragilidad sonora. Y claro que su capote sigue siendo ese ensimismamiento capaz de dormir la embestida, quizás le falta arrebujarse más a la verónica (permítaseme la osadía), pero intuyo (eso lo sabrá él) que su búsqueda… es otra, al igual que en esas medias verónicas que no termina de enjaretar o encontrar. Y es que, no es la misma búsqueda la que tenía Antonio Gallardo que la búsqueda de Curro Puya. Pero todo en Juan es búsqueda de un clasicismo inefable, de una música interior que, cuando hace consonancia con el toro, alcanza momentos sublimes, incluso mostrando una provocadora despaciosidad, tal es, que me gustaría que se preocupase más en templar… que en torear tan despacio, que pudiendo parecer lo mismo son cosas distintas. Lo despacio se hace, lo que se templa se dice. Se dirá que sólo fueron momentos, pero existen tantos momentos que se nos van como sólo unos pocos que se nos vienen.
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