Niebla de invierno, la serie india que se desarrolla en Punjab, sorprende por varias razones. En primer lugar, porque sus guionistas —Gunjit Chopra, Sudip Sharma y Diggi Sisodia— han trascendido una trama policial ofreciendo al mismo tiempo una valiosa información sobre los hábitos y costumbres de una sociedad predominantemente sij, la novena religión del mundo desde una perspectiva cuantitativa. Sorprende también que entre esas costumbres destaque y se acepte con normalidad una violencia por parte de la policía absolutamente desproporcionada. No hay interrogatorios, hay palizas. Por último, también se deja constancia del lugar que ocupa la mujer en esa sociedad: menos que cero, es decir, matrimonios concertados al margen de su voluntad y esclavitud doméstica.
Una sorprende porque trasciende una trama policial ofreciendo al mismo tiempo información sobre los hábitos de una sociedad predominantemente sij, la otra retrata la vida de un joven inadaptado que contempló el ahogamiento de su madre cuando tenía diez años
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Una sorprende porque trasciende una trama policial ofreciendo al mismo tiempo información sobre los hábitos de una sociedad predominantemente sij, la otra retrata la vida de un joven inadaptado que contempló el ahogamiento de su madre cuando tenía diez años


Niebla de invierno, la serie india que se desarrolla en Punjab, sorprende por varias razones. En primer lugar, porque sus guionistas —Gunjit Chopra, Sudip Sharma y Diggi Sisodia— han trascendido una trama policial ofreciendo al mismo tiempo una valiosa información sobre los hábitos y costumbres de una sociedad predominantemente sij, la novena religión del mundo desde una perspectiva cuantitativa. Sorprende también que entre esas costumbres destaque y se acepte con normalidad una violencia por parte de la policía absolutamente desproporcionada. No hay interrogatorios, hay palizas. Por último, también se deja constancia del lugar que ocupa la mujer en esa sociedad: menos que cero, es decir, matrimonios concertados al margen de su voluntad y esclavitud doméstica.
Los seis capítulos de la serie que ofrece Netflix comienzan con una joven pareja que disfruta del sexo en un campo próximo al lugar en el que viven. Una cosa es el sijismo y otra el placer. Satisfechos ya sus deseos descubren el cadáver de un joven lugareño, Paul, asesinado la víspera de su boda. Comienzan las investigaciones de un subinspector y un agente de la policía local que, a su vez, desarrollan su trabajo con una sobrecarga de conflictos interiores. Si algo está claro en Punjab, además de la enorme diferencia de clases reflejada en algunas grandes mansiones y las numerosas chozas, es que nadie está libre de sufrimientos. Y pese a todo, la serie resulta eficaz en ese afán de mantener pegado al sillón a quien la contempla.

Claro que si se prefiere ver una auténtica miniserie, dos capítulos, que ocurre en la Inglaterra de los años cincuenta del pasado siglo y coproducida por la BBC, vea The Outcast, basada en la novela homónima de Sadie Jones, que también la adaptó a la televisión. Es una historia de un joven inadaptado que contempló el ahogamiento de su madre cuando tenía diez años y que creció con un padre poco cariñoso que se volvió a casar. La inadaptación de Lewis Aldrigde, con una excelente interpretación de Finn Elliot, fue creciendo al compás que su rebeldía. Dejó constancia de ello al quemar la parroquia local con su correspondiente estancia en un reformatorio.
Creo que la historia de The Outcast (Movistar+) tiene una cierta relación con Los 400 golpes, de Truffaut. Serie y largometraje nos hablan de adolescentes marginados que sobreviven solitarios en mundos que no entienden y en los que son acosados por su rebelión.
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