Contaba Bernardo Muñoz Marín que no sabía con certeza su fecha de nacimiento, pero que le habían dicho que nació un miércoles de abril en 1892. Bernardo ya en sus inicios parecía destinado a pasarlas canutas en ese afán por ser torero, el cual jamás cesó cuando aprovechaba para torear aquellas reses que conducían al matadero donde trabajaba su padre. Con el oficio aún no aprendido, se vio tirado como un saco de papas, pues lo dieron por muerto cuando un toraco de seis años se lo llevó por delante como un guiñapo en Castellar de la Sierra, pueblo jienense. Aquel torazo lo cogió a placer partiéndole varias costillas e insertándole el pitón cruzándole el pecho. Los compañeros lo dejaron sobre unos serones mientras fueron a buscar a algún sacerdote para al menos darle la extremaunción, pero no hubo católico que oficiara y sí la mano de un santo que por cosas de la providencia pasaba por allí. Fue un médico de Madrid el cual salvó la vida del joven Bernardo cuando ya aparecía desterrado de ésta. De Carnicerito escribí en «Torerías y Diabluras» una semblanza dedicada a su figura y avatares. Hombre de gracia singular y de agudeza sólo propia de los hombres del toro, la vida de este diestro, quien tomó la alternativa en Málaga en 1920 de manos de Rafael el Gallo, el cual puso en su poder aquel famoso capote negro de su hermano José, estuvo llena de sinsabores siempre aderezados con la personalidad de su ángel y gracia. Gallista confeso, declaraba que José había sido el mejor de los toreros, pero al que había visto torear mejor fue a Manolete, por el que sentía auténtica devoción. No obstante, al hacerse banderillero en 1935, fue con figuras tales como Pepe Sánchez Mejías, Paquito Casado…, su querido amigo don Álvaro Domecq, así como el propio Manolete yendo a veces de cuarto. No tenía pelos en la lengua, al declarar que Manolete lo llamaba más por cariño que por necesidad, cuando fue incluso él el encargado de darle la puntilla a «Islero» en la fatídica tarde de Linares de 1947. Me contaba mi abuela Pilar (la gitana que mejor ha guisado de España), que cuando veía a toreros pegar lances con el capote sin ton ni son, exclamaba: «Capotás». No sabe nadie, que aunque yo no lo conociera, por edad, cuántas veces me acuerdo de aquello de Bernardo con el toreo actual… «Capotás». Contaba Bernardo Muñoz Marín que no sabía con certeza su fecha de nacimiento, pero que le habían dicho que nació un miércoles de abril en 1892. Bernardo ya en sus inicios parecía destinado a pasarlas canutas en ese afán por ser torero, el cual jamás cesó cuando aprovechaba para torear aquellas reses que conducían al matadero donde trabajaba su padre. Con el oficio aún no aprendido, se vio tirado como un saco de papas, pues lo dieron por muerto cuando un toraco de seis años se lo llevó por delante como un guiñapo en Castellar de la Sierra, pueblo jienense. Aquel torazo lo cogió a placer partiéndole varias costillas e insertándole el pitón cruzándole el pecho. Los compañeros lo dejaron sobre unos serones mientras fueron a buscar a algún sacerdote para al menos darle la extremaunción, pero no hubo católico que oficiara y sí la mano de un santo que por cosas de la providencia pasaba por allí. Fue un médico de Madrid el cual salvó la vida del joven Bernardo cuando ya aparecía desterrado de ésta. De Carnicerito escribí en «Torerías y Diabluras» una semblanza dedicada a su figura y avatares. Hombre de gracia singular y de agudeza sólo propia de los hombres del toro, la vida de este diestro, quien tomó la alternativa en Málaga en 1920 de manos de Rafael el Gallo, el cual puso en su poder aquel famoso capote negro de su hermano José, estuvo llena de sinsabores siempre aderezados con la personalidad de su ángel y gracia. Gallista confeso, declaraba que José había sido el mejor de los toreros, pero al que había visto torear mejor fue a Manolete, por el que sentía auténtica devoción. No obstante, al hacerse banderillero en 1935, fue con figuras tales como Pepe Sánchez Mejías, Paquito Casado…, su querido amigo don Álvaro Domecq, así como el propio Manolete yendo a veces de cuarto. No tenía pelos en la lengua, al declarar que Manolete lo llamaba más por cariño que por necesidad, cuando fue incluso él el encargado de darle la puntilla a «Islero» en la fatídica tarde de Linares de 1947. Me contaba mi abuela Pilar (la gitana que mejor ha guisado de España), que cuando veía a toreros pegar lances con el capote sin ton ni son, exclamaba: «Capotás». No sabe nadie, que aunque yo no lo conociera, por edad, cuántas veces me acuerdo de aquello de Bernardo con el toreo actual… «Capotás».
No sabe nadie, que aunque yo no lo conociera, por edad, cuántas veces me acuerdo de aquello de Bernardo con el toreo actual…
Contaba Bernardo Muñoz Marín que no sabía con certeza su fecha de nacimiento, pero que le habían dicho que nació un miércoles de abril en 1892. Bernardo ya en sus inicios parecía destinado a pasarlas canutas en ese afán por ser torero, el cual jamás … cesó cuando aprovechaba para torear aquellas reses que conducían al matadero donde trabajaba su padre. Con el oficio aún no aprendido, se vio tirado como un saco de papas, pues lo dieron por muerto cuando un toraco de seis años se lo llevó por delante como un guiñapo en Castellar de la Sierra, pueblo jienense. Aquel torazo lo cogió a placer partiéndole varias costillas e insertándole el pitón cruzándole el pecho. Los compañeros lo dejaron sobre unos serones mientras fueron a buscar a algún sacerdote para al menos darle la extremaunción, pero no hubo católico que oficiara y sí la mano de un santo que por cosas de la providencia pasaba por allí. Fue un médico de Madrid el cual salvó la vida del joven Bernardo cuando ya aparecía desterrado de ésta.
De Carnicerito escribí en «Torerías y Diabluras» una semblanza dedicada a su figura y avatares. Hombre de gracia singular y de agudeza sólo propia de los hombres del toro, la vida de este diestro, quien tomó la alternativa en Málaga en 1920 de manos de Rafael el Gallo, el cual puso en su poder aquel famoso capote negro de su hermano José, estuvo llena de sinsabores siempre aderezados con la personalidad de su ángel y gracia. Gallista confeso, declaraba que José había sido el mejor de los toreros, pero al que había visto torear mejor fue a Manolete, por el que sentía auténtica devoción. No obstante, al hacerse banderillero en 1935, fue con figuras tales como Pepe Sánchez Mejías, Paquito Casado…, su querido amigo don Álvaro Domecq, así como el propio Manolete yendo a veces de cuarto. No tenía pelos en la lengua, al declarar que Manolete lo llamaba más por cariño que por necesidad, cuando fue incluso él el encargado de darle la puntilla a «Islero» en la fatídica tarde de Linares de 1947. Me contaba mi abuela Pilar (la gitana que mejor ha guisado de España), que cuando veía a toreros pegar lances con el capote sin ton ni son, exclamaba: «Capotás». No sabe nadie, que aunque yo no lo conociera, por edad, cuántas veces me acuerdo de aquello de Bernardo con el toreo actual… «Capotás».
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